LA HISTORIA INTERMINABLE

Jep Gambardella, el viejo dandy romano de la última película de Sorrentino que vive protegido del mundo bajo una pantalla de frivolidades, pasa por un momento en que se deja ganar por la nostalgia: la cámara lo retrata en primer plano y él recita los cuatro o cinco episodios que componen una vieja historia de amor que dice haber protagonizado cuando era muy joven. Cuenta cómo conoció en una isla del sur de Italia a su amada Elisa –ahora muerta– y cómo se enamoró de ella; y, con unos pocos detalles insignificantes describe el momento en que Elisa se decide a abandonarlo. La cámara de Sorrentino se concentra en el rostro del personaje para captar su expresión descompuesta por el recuerdo y generar en el público, que asiste en silencio y con el corazón en un puño al desarrollo de su relato, la expectativa de la definición: ¿por qué Elisa decidió abandonar a Jep? No es el desenlace lo que esperamos desde la platea porque de antemano sabemos que fue fatal, sino una especie de rúbrica, una coda final que el relato de Jep necesita para darnos consuelo. Jep se detiene unos segundos y cuando nuestra expectativa es mayúscula, justo cuando estamos a punto de conocer la razón de la ruptura, Jep calla y su relato se queda sin final.

La historia de amor frustrada de Jep Gambardella no resulta funesta por la ruptura o por el abandono de Elisa sino por ese absurdo desenlace, que no malogra la relación de amor sino más bien el relato de ella, que no tiene lugar. Por paradójico que parezca, el desenlace –lo mismo que los funerales de Héctor con que culmina el ciclo épico narrado por Homero en la Iliada– es la pieza que permite que cicatricen todas las heridas de una historia. Si el desenlace no tiene lugar, las heridas quedan abiertas. El silencio de Jep al llegar al final de su relato es el testimonio de que la suya no se cerró ni se cerrará nunca.

Podría pensarse que es el final en sí, sobre todo si es dramático, lo que convierte una historia –ya sea de amor, de conquista, de viaje, de fiesta, o de lo que sea– en una experiencia funesta, pero es justamente al revés. Una historia se convierte en el relato de una desdicha cuando algo o alguien la deja inconclusa, sin resolución ni desenlace. Entonces, no solo es una historia sin término sino que, para la memoria, pasa a ser una historia interminable.

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