EL VALOR DE CAPITULAR

La sala de la conferencia está rebosante de público.

(Esta frase es de crónica periodística.)

La platea está completa. Hay casi un centenar de individuos sentados en el suelo. No tengo la menor intención de imitarlos. Lo de sentarse en el suelo puede que esté dictado por la necesidad pero, además de incómodo, parece formar parte de una tontería neo-hippy.

(Lo que faltaba.)

Tras una presentación innecesaria, Brian Eno sale al escenario: es un hombre pequeño, vestido de negro y de aspecto saludable, ojos y mirada alegres y una calva limpia y brillante. Habla un inglés educado, a diferencia del horrible cockney de otras estrellas del rock, Su acento revela que no tiene nada de proletario. Parece más joven de lo que es. Se comporta tal como uno espera de un conferenciante y no actúa como un payaso oligofrénico, como hacen muchos músicos de rock. No parece tener un tema previsto para la ocasión; en efecto, enseguida advierte al público que la mayor parte de su intervención será acerca de una exposición de sus obras plásticas que tiene lugar en una galería de Madrid. Cuenta cómo se desarrollaron sus inquietudes artísticas a partir de su adolescencia, cómo nació su interés por el color y la luz, por las formas geométricas y las curvas; y lo hace con observaciones inteligentes y atinadas. Aunque hay un solo gesto de pedantería o de divismo en su exposición, muestra un aplomo singular. Hacía tiempo que no veía un individuo tan seguro de si mismo.

Sobre la gran pantalla desplegada a sus espaldas Eno expone sus obras y pone especial cuidado en explicar cómo las ha producido. También eso es inteligente, porque lo que interesa aprender de un artista no es el resultado de su trabajo sino cómo ha llegado a él, su gestación tras un proceso artesanal que nunca es lo que se suele considerar «creativo». En efecto, Eno no se presenta como creador sino como uno que ha encontrado su camino por casualidad, o guiado por su curiosidad.

Hacia el final de la conferencia Eno introduce un concepto fundamental. Lo llama surrender, rendirse; aunque quizá lo más correcto sería traducirlo por “capitular”. Afirma que la vida moderna consiste en gran medida en un constante compromiso y en una disciplina de respuesta permanente, impuesta por el trabajo y la vida social. Romper con ese imperativo no pasa por cuestionarlo sino por dejarse llevar (surrender), lo que también es una manera de entregarse. Y a continuación enumera los ámbitos idóneos para que esa entrega/capitulación tenga lugar. Son: el sexo, las drogas, la música, el arte y la religión y están ptesentes en tods las culturas.

A primera vista el suyo parece un típico discurso salido de la subcultura trivial de los años sesenta y setenta del siglo pasado, que hace elogio de lo excéntrico y de la vocación por lo trascendente, pero en sus palabras aparece algo nuevo. Eno reconoce que en cualquiera de estas experiencias no se nos impone una obligación sino que -quizás- se nos invita a dejarnos poseer por ellas: to let go. Por consiguiente, el dejarse llevar, dejarse poseer, es como una capitulación y, desde el punto de vista de la vida normal, una temeridad. O sea que quien se rinde es pues un temerario. Prestarse a estas cinco experiencias trascendentes es un acto de heroísmo, aunque solo sea porque en todas ellas hay riesgo de fracaso, de extravío o de perdición.

Está claro que Brian Eno se representa como un héroe. Entiendo entonces por qué trasmite tanta seguridad en sí mismo, puesto que la temeridad no es el atributo de los audaces sino lo que nos hace fuertes y en definitiva –faltaba más– afortunados, tal como reza la máxima de Virgilio: Audentes fortuna iuvat, que dice lo mismo que el muy citado verso de Hölderlin: «En el peligro está lo que salva.»

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