SOBRE LA CONFIANZA

Salvo en una de las acepciones (la primera: “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.”) el DRAE define la confianza con relación a uno mismo. “Confianza” sería la seguridad en las propias fuerzas, el ánimo para realizar algo, la opinión que se tiene de uno mismo, sobre todo si es buena, como el chutzpah de los judíos. Hasta la familiaridad o la libertad que se otorga a otro estaría referida a quien da confianza, es decir, a quien se fía del otro y no a quien se merece nuestra confianza.

Pero la confianza no es solamente algo que se presta o se da sino algo que se inspira. La confianza es un sentimiento que lleva a las partes de una relación cualquiera a honrar su vínculo mediante un compromiso. “Me fío de ti” significa: quiero creer que no me harás daño, que no guardas malos sentimientos o malas intenciones hacia mí. La confianza es una capitulación, un hommage, un ponerse en manos del otro. Quien quiere ganarse nuestra confianza, si es bien intencionado, capitula primero; si no lo es, entonces recurrirá al engaño o la simulación. Por eso, ganarse la confianza del otro es un ejercicio de verdad.

Ahora bien, en la medida en que la confianza es un sentimiento absolutamente inspirado en signos pone a quien se presta a ella en un riesgo evidente y, en cualquier caso, implica haber sucumbido a una ilusión. Sin embargo, aunque la confianza nace de la ilusión, su meta y su razón de ser es la verdad. ¿De lo contrario para qué nos serviría sentirla? Cuando dos individuos se tienen mutua confianza, algo verdadero tiene lugar.

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