EL REENCUENTRO

Uno de los síntomas más característicos de los Trastornos de Espectro Autista (TEA) es la incapacidad de entender el lenguaje no verbal. Entre otras muchas muestras de rasgos asociales, los TEA tienen una dificultad clara para entender el lenguaje figurado, los elementos elididos y las demás formas de laeconomía lingüística.

Esas formas no literales del lenguaje son lo que comúnmente denominamos signos. Es curioso, pero esta incapacidad es la que detecta Roland Barthes en los enamorados. En Fragmentos de un discurso amorosodescribe el estado de confusión que se produce en aquellas personas que escrutan en el otro algo que les conforme sin respuesta alguna:

¿Qué quieren decir esas palabras tan breves: tienes toda mi estima? ¿Es posible algo más frío? ¿Es un retorno perfecto a la vieja intimidad? ¿Es una manera cortés de salir al paso de una explicación desagradable? (Barthes, 1997: 221).

El momento previo a la conquista del otro, un espacio para el coqueteo y el galanteo (que los amantes más avezados han podido estructurar en estrategias y tácticas de lo más sofisticadas) es casi siempre un terreno lleno de conflictos en los que el miedo a no malinterpretar esos signos nos afecta de rasgos de TEA.

Nos jugamos algo realmente importante en ese baile de signos, el lenguaje es siempre a vida o muerte, pero en este tipo de comunicación se nos va la vida:

Busco signos, pero ¿de qué? ¿Cuál es el objeto de mi lectura? ¿Es: soy amado (no lo soy ya, lo soy todavía)? ¿Es mi futuro lo que intento leer, descifrando en lo que está inscrito el anuncio de lo que me va a ocurrir […]? ¿No es más bien, en resumidas cuentas, que quedo suspendido en esta pregunta, de la que pido al rostro del otro, incansablemente, la respuesta: cuánto valgo? (Barthes, 1997: 221) 

Saber lo que vales para el otro es fundamental. Pero no es legítimo plantear la pregunta directamente, ya que

los signos no son pruebas porque cualquiera puede producirlos falsos o ambiguos (Barthes, 1997: 222),

y ningún enamorado aceptaría tal ofensa de ser descubierto de esa manera. De ahí el volverse a encontrar, la necesidad de reencuentro del amante es la lucha por el azar: forzar a que al fin una de esas señales sea cristalina y que pueda saber claramente el tamaño de su esperanza. “Paradójicamente, sobre la omnipotencia del lenguaje” el enamorado se aferra a él afirmando íntimamente “puesto que nada asegura el lenguaje, tendré al lenguaje por la única y última seguridad” (Barthes, 1997: 222). Y ahí está él: lleno de dudas y temeroso de todo, hasta de tentar excesivamente a la suerte y decepcionarse por el verdadero valor del reencuentro.

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