VÍCTIMAS (II)

Hay un matiz en la condición de víctima que la hace contraria al uso racional de su concepto. Lo más significativo es que, una vez asumida, la condición de víctima no puede ser abandonada, ni borrada ni expiada, lo cual hace de ella un escándalo y un estigma puesto que, cuando se es víctima, no se puede dejar de serlo, lo cual conlleva innumerables problemas políticos, económicos y sociales. La víctima nos inhibe de la posibilidad de su reparación y mantiene abiertas todas las heridas, además de que contribuye a hacer del crimen que las ha causado algo permanente.

Pongamos por caso: ¿por qué razón habría de imponerse una sanción a un delincuente si se lo tiene por víctima de las injusticias sociales y de la marginación económica que es inherente a la sociedad de clases, etc., etc.? Lo mismo sucede con el pedófilo violador que casi siempre ha sido víctima de abusos sexuales cuando niño y, muy probablemente, sus motivaciones son intrínsecamente perversas tanto como son un caso típico de la Ley del Aguijón que usa Elias Canetti en Masa y poder como descripción de cómo se trasmiten las órdenes. Según ésta, la mejor manera de liberarse del dolor que nos inflige un aguijón clavado en el cuerpo –la orden– es clavárselo a otro. Así pues, el violador expía el horror de haber sido un niño abusado, abusando de otro niño cuando llega a la edad que tenía quien abusó de él. En una palabra: solo consigue sobreponerse a la condición de víctima haciendo que otro sea víctima de los actos que él hubo de sufrir. Asimismo, quienes usan la “lógica” de la víctima, piensan que el etarra que ha cometido docenas de asesinatos tiene que pudrirse en un calabozo, porque solo de este modo aprenderá cuánto daño ha producido, lo que da pie a que llegado el momento, el etarra invoque su condición de víctima de un sistema represivo y discriminatorio. Etcétera, etcétera.

No pretendo decir que la víctima no exista sino que su determinación es intrascendente por lo que toca al Bien o la vigencia de un orden político o social justo. En la lógica de la víctima se esconde la Ley del Talión.

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