RUTINAS

Los días son largos programas de rutinas y así es para casi todo el mundo. Cada jornada se presenta con una hoja de ruta dispuesta, semejante a un programa de ejercicios como los de los gimnasios: tantas series de cinta, tantas de cuádriceps, tantas de abdominales; y, si necesitas distraerte, ahí tienes, mira las pantallas de la televisión.

Hasta en la guerra hay rutinas: la única diferencia que separa la guerra de la paz es que, en tiempos de guerra, las rutinas de pronto dan paso a unos breves instantes de enorme dramatismo, destrucción y crueldad. El resto son las mismas esperas largas, aburridas y triviales, como la del protagonista de la novela de Dino Buzzatti, que pasa toda su vida en la fortaleza esperando la llegada de los tártaros y, cuando por fin estos asoman sus huestes por el horizonte, él ya está a punto de morir. La vida es tedio y espera, de ahí que todo lo que un individuo experimenta como exaltación o entusiasmo o devoción sea a la postre un producto de su imaginación.

Está pues en ti y no en las cosas o en los sucesos del mundo, la posibilidad de construir tu propia peripecia, de sufrir o de gozar con ella; y de avanzar hacia la muerte sumando unos tras otros tiempos y episodios todos iguales; o bien mirar hacia dónde te llevan las nubes, atravesar parajes encantados mientras salen al encuentro de ti hadas y ogros, genios o dragones.

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