LOS IDUS DE MARZO

En su inolvidable novela Los Idus de Marzo, que termina con un extracto de la biografía escrita por Suetonio, donde se narra el asesinato de Julio César en el senado romano un quince de marzo a manos de unos conjurados republicanos, Thornton Wilder va tramando los hilos de la traición a partir de un vaticinio equívoco y desconcertante que aparece al comienzo del libro. Sin embargo, leído al final de la novela, resulta que esconde casi todas las claves ocultas del intrincado drama que culminará en el magnicidio.

He vuelto sobre estas páginas porque estamos próximos a los idus de marzo y, aunque no soy dado a los fetichismos del calendario, desde hace algún tiempo estos días radiantes que marcan el final del invierno, me recuerdan una traición.

Aunque las conjuras varían (lo mismo que los conjurados y los traidores), resulta sorprendente comprobar que todas las traiciones son la misma traición. Hay muchas maneras de tramar y de ejecutar una traición pero el crimen es siempre el mismo crimen. Su relevancia, por decirlo así; o sea la diferencia entre una traición y otra, a veces está en el dolor que produce ser traicionado, que según los casos puede ser muy intenso y desgarrador y otras veces puede que no pase de la decepción. En cualquier caso, algunas traiciones se hacen inolvidables cuando reconstruyes la necesaria conjura que las precede, porque las traiciones, como en la novela de Wilder, siempre están prefiguradas o fraguadas o escritas. El traidor siempre había estado allí.

(Y tú, como el infortunado César, no lo sabías, no podías saberlo.)

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