LA VERDADERA GRECIA

El mayor perjuicio causado por la mistificación de la Grecia antigua ha sido el de idealizar la cultura clásica y presentar a los griegos como un pueblo civilizado y pacífico, dedicado exclusivamente a filosofar y al cultivo de la belleza en un paraíso civilizado en medio de un mundo de bárbaros. De nada ha servido la literatura cómica y satírica que nos ha llegado de esa época y que se corresponde con el genuino nacimiento de la filosofía, la cruda ironía de Aristófanes en Las Nubes o los comentarios de Nietzsche, cuando apunta que la filosofía no es hija de la tragedia sino de la comedia. Nadie ha conseguido desacreditar la imagen tópica del refinado griego filosofante que ocupa su ocio con los placeres del espíritu. Tampoco han servido las innumerables representaciones en los frontispicios de los grandes monumentos, plagadas de actos de violencia y de crueldad. Ni siquiera la somera lectura de Homero desalienta el mito. Por eso es tan sugestiva la introducción de C. B. Onians a su obra seminal sobre los conceptos fundacionales de la cosmovisión griega. Allí el filólogo de Oxford se detiene un momento a describir con todo detalle las costumbres de los fundadores homéricos de la estirpe helénica:

Los más nobles se comportaban como salvajes en la batalla. Agamenón, después de degollar al suplicante hijo del traidor Antímaco, le corta los brazos y la cabeza y arroja el tronco rodando. Patroclo propone a los Tididas ultrajar el cuerpo de Sarpedón y cuando él mismo cae, Héctor desnuda su cadáver y todos los aqueos que están cerca hunden sus armas en él. Aquiles hace una incisión en los tobillos de éste, pasa a través de ellos unas cuerdas y lo arrastra tirando de su carro en medio del polvo. Su intención es entregar el cadáver de Héctor a los perros y Príamo está seguro de que previamente habrá de cortarlo en pedazos. […] El sabio y bueno de Telémaco obedece la orden de Odiseo de atar a la espalda con una cuerda las manos y los pies del infiel Melanteo y colgarlo de ella de modo que siga vivo un rato largo y sufra tormentos. Más tarde lo lleva aún con vida hasta la corte, le corta la nariz y las orejas con el despiadado bronce, le arranca los genitales y los arroja a los perros y lo abandona, no sin antes cortarle las manos y los pies. (Onians, The Origins of European Thought about the Body, the Mind, the Soul, the World, Time, and Fate, 3-4.

Naturalmente, los griegos homéricos preceden en muchos siglos a los plácidos contertulios de Sócrates que discurren sobre asuntos urbanos y civilizados en los gimnasios y en las calles de Atenas, o compiten en el uso de sus virtudes oratorias para hacer el encomio del amor después de beber y comer copiosamente. La Hélade dórica y arcaica está de hecho muy lejos de la Grecia del siglo V antes de Cristo, pero una y otra se reflejan en el mismo imaginario épico y en iguales representaciones agonísticas y violentas.

¿Cuánto sabemos en verdad acerca de la antigüedad? ¿Cómo reconstruir la sensibilidad de estos hombres si, por ejemplo, los colores chillones que cubrían sus esculturas y sus templos han desaparecido, de tal modo que lo que hoy en día se nos muestra como una desnuda y ascética piedra inmaculada era en realidad más parecido a un ninot en una falla valenciana?

Nunca más certera la parábola cervantina donde se nos enseña que, cuanto más elaborada, rica y culta es nuestra aproximación al objeto de nuestro interés (o de nuestro deseo) menos exacta y verosímil es la representación que nos hacemos de él y más se pierden nuestra consciencia o nuestro saber –y no digamos, nuestros corazones– en la maraña de sus propias ensoñaciones.

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