NEOBARROCO (II)

Hay un comentario de Marx muy citado, que aparece en la “Introducción a la crítica de la economía política”

(De hecho, casi no hay comentario de Marx que no haya sido muy citado.)

y que reza: “La anatomía del hombre da la clave para explicar la anatomía del mono”. La boutade de Marx, que invierte el supuesto del evolucionismo más simplón –o sea, el positivista– es sobre todo una indicación de método: si quieres comprender el pasado, mira con cuidado el presente puesto que allí, precisamente en razón de la imparable evolución, encontrarás desplegadas todas las potencias del pasado; es decir que para Marx la economía burguesa enseñaba todo lo que es necesario saber para comprender la economía antigua. Naturalmente esta fórmula, que pese a condenar el historicismo no puede ocultar su deuda con Hegel –y, si acaso, incluso con Aristóteles–, sirvió para que los marxistas cometieran toda clase de aberraciones en sus análisis históricos y sociales, pero resulta ilustrativa para entender qué se quiere decir con que nuestra época es “neobarroca”.

Si algo fue el barroco, más que una forma o un estilo, fue una mirada, esto es, una manera de representar. Pero ocurre que solo podemos comprender este comentario si, por el medio que sea, nos hemos detenido a pensar en qué consiste mirar; más aún: si hemos llegado a mirar a la manera del barroco, la época en que esta cuestión adquirió relevancia. Se diría que la gran (la definitiva, insoslayable) diferencia de la pintura y la representación anteriores y posteriores al barroco, está marcada por este cambio en la mirada. Significativamente, solo logramos apercibirnos de ese cambio en la pintura cuando la fotografía convierte nuestra mirada en una experiencia neobarroca. La fotografía cambia nuestra manera de mirar las imágenes –en realidad, las inventa, crea eso que llamamos “imagen”– del mismo modo que en su momento la perspectiva, que es un tipo de mirada, cambió nuestra idea del espacio a través de la representación. En efecto, no miramos el objeto fotográfico sino lo que ese objeto hace ver en la manera de mirar, lo que configura un característico pliegue barroco. Por consiguiente, la foto no es como una pintura (que no es pintura es obvio) sino lo que, en pedante, se llama un dispositivo. Este efecto estaba ya presente en Las Meninas de Velázquez, extraña obra pictórica que parece no querer ser tratada como tal, un lienzo que ya no es pintura y que, lo mismo que una foto cualquiera, enseña, adiestra a su espectador: “Mírame así, so tonto”.

El llamado “arte contemporáneo” repite este modelo neobarroco y, sobre todo cuando es muy malo, pone muy a la vista esta vocación “pedagógica” que pareciera querer instruir al espectador acerca de la manera en que quiere ser valorado, como hacen los manipuladores.

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