VIRTUAL

La idea de lo virtual presupone que sea posible un objeto cuya condición bascula entre la pura representación de la cosa y la cosa misma que se piensa como real. Cuando afirmamos que algo es “virtual” queremos decir que tiene los atributos de una cosa realmente existente pero que, en el fondo, no existe; o sí pero solo como representación. Pongamos por caso: el Unicornio en cierto modo sería virtual puesto que solo existe porque podemos representarnos su figura, aunque nadie haya visto uno jamás.

Ahora bien, la idea de lo virtual es algo sumamente problemático, casi un disparate desde el punto de vista lógico; y no digamos desde la llamada experiencia ordinaria. Un platónico riguroso, por ejemplo –es decir, un individuo corriente, como casi todo el mundo, esté dentro o fuera de la filosofía– no sabría dónde colocar la imagen de lo virtual o la imagen virtual, como se prefiera llamarla. Según el modelo que hemos heredado del platonismo, el mundo se compone de cosas reales/ideales que han dado lugar a cosas reales aparienciales (imágenes) de las que, en último lugar tenemos o damos representaciones que son imágenes espurias, como las que producen los artistas y los cuenteros y los sofistas, etc. Conocer, captar la verdadera realidad del mundo se consigue por medio de la razón, que nos permite remontarnos de la imagen falsa o apariencial hasta la idea misma de la que esta imagen es mala copia.

La idea de que algo sea real es platónica, lo mismo que su derivado, la idea de lo virtual, que está fundada en la misma metafísica, solo que la imagen (virtual) o representación no trasiega ni media entre una realidad efectiva (o ideal) y una apariencia (o imagen) sino entre dos apariencias. Lo virtual es el típico producto de la Caverna platónica que no ha sido exorcizado por la filosofía verdadera que enseñaba el socratismo. Para bien o mal de este, los hombres han conseguido crear objetos puramente fantasmales que no obstante tienen existencia probada porque de ellos tenemos una imagen. Así pues, hay una gran diferencia marcada entre la “apariencia” de la que habla el primer modelo platónico para referirse a las cosas del mundo y sus representaciones y la “apariencia” representada de lo virtual que media entre dos apariencias, una vez que, por los motivos que sean, queda suspendido el régimen de la verdad que distingue entre verdadero y falso o entre realidad y apariencia. Lo virtual, pues, es apariencia pero también es real, de modo que es lícito considerar su imagen como un simulacro.

Pertenece a la naturaleza de estas imágenes el no ser mera apariencia de lo real sino reales a la manera de lo virtual. En ellas solo se mantiene la diferencia platónica que distingue entre el fundamento y su copia cuando se revela el proceso que estas imágenes siguen para llegar a ser. De hecho, la propia distinción entre real y virtual implica que hemos pasado por ese proceso. La imagen virtual nos impone el misterio de su origen. Surge así un concepto nuevo de imagen, porque lo que vemos en lo virtual no es hypokéimenon, ni máscara ni emanación, sino cuerpo que tiene su propio tiempo y su lugar. No tiene el tiempo ni el lugar que nosotros le hayamos fijado. Por lo contrario, para relacionarnos con lo virtual hemos de hacer propias sus coordenadas, reconocer su autonomía física (y en parte ontológica), atribuirle historia, futuro y relaciones propias como las que Walter Benjamin imaginaba en las cosas en su ensayo sobre el lenguaje, bajo la influencia del misticismo judío.

Lo que nos muestra la imagen virtual no es emanación sino generación, no es un efecto de luz, como las imágenes platónicas; o lo es, pero entonces es un subproducto de la luz tanto como lo somos nosotros. Su independencia es tan efectiva como la nuestra, aunque sea equívoca, por intangible. Está y se comporta como aquello que suplanta, como todas las simulaciones, aunque no está del mismo modo. Es el caso de las llamadas “máquinas virtuales”, que reproducen tal cual el espacio de un proceso por medio de otro proceso que lo simula y ejecutan así una perfecta pantomima. Un socías absoluto. Un doble. Doppelgänger. Una estafa irredimible que desmantela los términos de la ley que debería condenarla.

Todo lo que alrededor de nosotros se comporta de esta manera es virtual, no solo los monigotes hechos por ordenador, imágenes matriciales que pueden o no ser la proyección de una forma reconocible. Las imágenes que sintetiza un ordenador no son como las sombras chinescas que inspiraron las ilusiones visuales: la perspectiva, la fotografía, el cine o la televisión, sino la metamorfosis de formas que se fecundan recíprocamente: objetos fantasmales que no pueden distinguirse de su propia representación ni de la mirada que la piensa. Su advenimiento marca la época de la completa y definitiva enajenación. De hecho se parecen más a nosotros mismos que cualquier otra cosa producida por el genio humano.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.