APUNTE SOBRE EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO

¿Hay algo nuevo que decir acerca del dolor?

Recuerdo una conversación que mantuve hace años con una joven médico residente en un hospital. Fue una sola vez, pero bastó para introducirme en la distinción entre el dolor y el sufrimiento. Sus observaciones, por venir de una médica, me parecieron primero sutiles y más tarde establecidas con inusitado criterio y discernimiento; solo mucho después las encontré algo retóricas, quizá porque entonces no había llegado a sufrir tanto.

El dolor y el sufrimiento… Lo que duele, lo hace en el cuerpo. En cambio el sufrimiento –y a menudo también lo que nos hace sufrir– puede no estar alojado en el cuerpo. El sufrimiento es, pues, también un indicio, un signo que apunta hacia un lugar indeterminado.

Como de costumbre, la diferencia específica en un fenómeno cualquiera se establece tras una instancia reflexiva. O, mejor dicho, quizá sea el resultado de una diferición. Mientras que el dolor no da opción a quien lo siente, de algún modo el sujeto, tras reflexionar, elige sufrir. La diferencia, por otra parte, puede ser temporal: un dolor no puede durar, en cambio un sufrimiento puede ser perpetuo.

(A mí me lo vas a decir…)

Sin embargo, pese a que es sensible, la mentada diferencia puede resultar de una retórica mal gestionada que no solo remite al supuesto básico del dualismo sino que deriva de ese supuesto. En suma, que establecemos la diferencia porque nos representamos como formados por dos sustancias sensibles: el cuerpo y el alma. Así pues, el cuerpo duele y el alma sufre. Parece lógico: me gustaría conocer a quien se atreve a negar absolutamente el dualismo. ¿Por qué, si no, se tiene tanto miedo a la muerte?

El alma además puede sufrir por efecto de un dolor en el cuerpo y este, por su parte, puede sentir un dolor provocado por un sufrimiento, como sucede en los síndromes llamados psicosomáticos.

En la medida en que está sostenida por un típico bucle reflexivo, la (in)diferencia entre el dolor y el sufrimiento nos remite a la circunstancia misma que la funda y la inspira: la consciencia, eso que, como es archisabido, no estamos ni estaremos jamás en condiciones de explicar.

(Solo un analítico petulante como Daniel Dennett es capaz de ponerle como título a uno de sus libros: Consciousness Explained; y quedarse como si tal.)

El dolor no necesita explicación y, como en su momento estudió de forma obsesiva Ludwig Wittgenstein, no puede ser explicado ni descrito ni cabalmente comunicado a otro; pero, como es simple y espontáneo, nunca nos vemos en la necesidad de pensarlo en su naturaleza y razón. Si lo tenemos, lo soportamos hasta que desaparece o lo eliminamos con un analgésico. En cambio averiguar la razón de un sufrimiento puede ser a veces imperativo: y no conseguir saber por qué sufrimos implica prolongar el sufrimiento mismo. Por otra parte, no podemos evitar que algo, ya sea un dolor o una circunstancia cualquiera o alguien, nos haga sufrir. El sufrimiento es inescapable.

Si es verdad que la filosofía, como defendía Sócrates (Platón) nos enseña a morir también debería darnos medios para sobrellevar el sufrimiento: un aprendizaje que ha de ser íntimo y personal puesto que no sufre el otro (el cuerpo), sino que sufro únicamente yo. Puedo incluso sufrir sin llegar a experimentar dolor. Se entiende, pues, que la diferencia nos plantee un conflicto de difícil solución puesto que mi dolor enseña que no hay tal alma sino solamente cuerpo, aunque mi sufrimiento sea la piedra de toque de mi irrenunciable naturaleza espiritual. Algo semejante sucede cuando intentamos fijar la distinción entre sentir miedo y tener angustia, ese miedo que no tiene objeto y del que sabemos ante todo porque lo reconocemos cuando –inexorablemente– retorna. El dolor provoca una descarga en forma de ayes o de gritos o de gemidos; el sufrimiento en cambio puede ser callado e inexpresivo como una máscara oriental.

Pero es inútil investigar en la fenomenología de uno u otro y, por otra parte, hacerlo sería una empresa inacabable. Lo que importa es la condición que hizo posible pensar la diferencia entre ambos. Bendita sea aquella médica que me enseñó a distinguir entre ellos pues, sin querer, también me enseñó a pensar en mi propia experiencia.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.