LO QUE NO SE VE (IV)

En una recreación fílmica del último libro de mi buen amigo, el desaparecido José Luis Brea, firmada por su compañera María Virginia Jaua y Roberto Riquelme, aparece de pronto Jean-Luc Nancy, con el previsible aspecto de un intelectual francés. Se lo ve todo vestido de invierno, con abrigo, suéter y sombrero negros, aunque la toma ha sido hecha en interiores. Parece uno de los ángeles de Wenders, aunque bastante más feo.

En la breve secuencia en que aparece Nancy se refiere vagamente al estatuto de la imagen con relación al cristianismo –aunque no puedo afirmar con seguridad que sea ese el asunto. Dice que algo (no se sabe qué) es “una manera de comprender el cristianismo” y que el cristianismo siempre estuvo relacionado con la imagen, lo que es equívoco y una verdad a medias puesto que parece afirmar que el cristianismo contiene una especie de reivindicación o afirmación de la imagen, cuando la verdad es que entre los cristianos hay una antiquísima e irresoluble querella a propósito de las imágenes, que enfrenta a los iconódulos contra los iconoclastas. El cristianismo no es en absoluto una tradición estrechamente ligada a las imágenes; en todo caso, lo es no menos que todas las culturas y creencias, que necesariamente tratan con o debaten acerca de las imágenes, incluso cuando las repudian o las persiguen, como hacen los islamistas radicales.

Por otra parte, Nancy simplifica la cuestión de la divinidad/humanidad del Cristo (él la llama “realidad”) interpretándola como “imagen” y, a continuación, si bien alcanza a ver que en la idea de “imagen” está implicada la experiencia de una “apariencia”, equipara “imagen” con “apariencia”, reduce esta a la primera y da a entender que esa interpretación es cristiana. Y a renglón seguido, con un argumento que parece una pirueta circense, se pregunta “¿Qué es el Cristo como imagen?” (??)

Vaya uno a saber cómo se puede responder a esto.

Por mucho que he escarbado en mi memoria y en mis magros saberes, no recuerdo haber escuchado ni leído semejante cuestión –que el Cristo sea o no una imagen– entre los pensadores cristianos, entre otras razones porque la sola posibilidad de concebir a Jesucristo como mera imagen es, si no satánica, blasfema y le hubiese costado al pensador el morir en la hoguera. Sin embargo, Nancy parece muy contento con su trouvaille que da por correcta la lectura literal de la Biblia de Jerusalén, cuando esta avanza que el cristianismo piensa en Jesucristo como una imagen; y cita así la frase de San Pablo en Colosenses 1:15: “el Cristo es la imagen visible del Dios invisible”.

“Imagen visible”… ¿hay alguna imagen que no sea visible?

Salvando el pleonasmo, supongamos que:

ὅς ἐστιν εἰκὼν τοῦ θεοῦ τοῦ ἀοράτου, πρωτότοκος πάσης κτίσεως,

sea, en efecto,

Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación,
(Como traduce la Biblia de Jerusalén. José Ángel Ubieta López, ed. gen. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1998, pág. 1.727).

Cierto es que una mayoría de las traducciones del Nuevo Testamento vierten εἰκὼν como “imagen” pero el sentido que avanzan no es el de nuestra moderna noción de imagen, la que maneja Nancy, sino el de icono o εiκασία, es decir, el de una representación que o bien hace ver lo que tiene detrás o bien se ofrece como modelo por semejanza, conjetura o analogía de lo originario (πρωτότοκος), lo que fue creado primariamente (su prototipo) y a lo que se asemeja. No hace falta forzar la Biblia de Jerusalén para leer que Cristo no es “la imagen” de Dios invisible sino “imagen” –esto es, el aparecer de lo que se parece a Dios y que (ἀοράτου), no se ve.

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