SOBRE LOS RECUERDOS

La más radical experiencia posible, la más trascendente, no es la consciencia de la existencia pura, del mero estar aquí, por intenso o voluptuoso que sea el instante en que algo tiene lugar.

La consciencia de un acontecimiento siempre es fugaz o volátil y se desvanece como el destello del relámpago o la chispa que se enciende y de inmediato se apaga cuando el aire la eleva hacia el firmamento. Así es como todo lo que hay se convierte en recuerdo y solo por la memoria podemos alcanzarlo.

La experiencia únicamente es posible porque somos entes dotados de memoria; y la muerte –pronto lo sabré pero, qué lástima, ya no podré recordarlo– tiene que ser lo opuesto: no la imposibilidad de estar o de sentir sino la ausencia de toda memoria.

Ya no podré recordar cómo se desplazaba el automóvil cuando subía la cuesta de Punta Ballena, bajo el sol de enero, ni cómo el aire entraba a bocanadas por la ventanilla semiabierta. Inexplicablemente, por momentos era fresco y de pronto se ponía caliente, como salido de un horno abierto. Mientras conducía podía sentir el ardor de la piel tirante, seca por el sol y la sal del mar; y en las uñas de mis manos que sujetaban el volante cruzadas en equis por las muñecas, veía pequeñísimos cristales de arena, pardos y dorados, que brillaban bajo la potente luz del mediodía. Respiré profundamente y en silencio en el momento exacto en que el morro del automóvil terminó de subir la cuesta y enfrentó el larguísimo azul del mar, que asomó de repente ante mis ojos una vez hube atravesado el final de la loma. ¿Cómo era ese instante? Recuerdo una especie de plenitud sin contornos, como si todo el tiempo estuviese contenido en unos pocos segundos de un mediodía.
 
Distentio animi, dice Agustín que es la memoria. En ella el alma se extiende para abarcarlo todo y cuando eso acontece, lo mismo que aquella vez en que doblaba el codo en la Punta Ballena, no hay antecedente ni espera: es un prodigio, Nunc Stans, tan solo un puñado de sensaciones inconfundibles que retornan y una ocasión, que recuerdo ahora con la misma fuerza y con su plena presencia inalterada. Que pueda hacerlo, que nunca me abandonen esos recuerdos, es sola recompensa de la vida.

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