LA VOLUNTAD DE DIOS Y LA AUTOCONSCIENCIA

La visión más clara de la cabal importancia que tiene la disputatio en torno a “la voluntad de dios” está en De veritate et ultra de Santo Tomás de Aquino; el libro es un recorrido por los argumentos de los autores referentes para los escolásticos de su tradición: Dionisio el Areopagita, Aristóteles o Boecio, entre muchos otros. En el texto, el autor desdobla su posición y da argumentos a favor y en contra de los diferentes postulados que concluirían tanto la existencia de una Voluntad Absoluta como la imposibilidad de que la voluntad pueda ser perfecta. Ciertamente, es un tema apasionante que recogen buena parte de los filósofos medievales, como Agustín, Duns Escoto o el propio Santo Tomás y que apela a los más sutiles pensamientos de la filosofía, donde ésta requiere una mayor capacidad de abstracción conceptual, lógica y estética. No en vano, todas las religiones abrahámicas han teorizado al respecto, si bien el catolicismo lo ha hecho de una forma extremadamente elaborada y en la que se ve de manera más palmaria la distancia o enmienda al texto sagrado.

En la Ilustración, sin embargo, se da una versión más epistemológica y menos metafísica de su problematización. Por razones obvias, la desacralización de Dios en la Ilustración es necesaria, y no pasa por la construcción de una entidad física omnipotente, en realidad, somete a la figura medieval a una revisión crítica en términos copernicanos, significando con ello la visión de una trascendencia mucho más semejante al hombre en cuanto a ser moral o antropoconsciente.

Sobre la lógica de la Ilustración es importante entender su método para dilucidar el acercamiento que ésta hace a todos los tópicos:

…en la filosofía de Kant hay dos tesis centrales engañosamente sencillas: si las reglas de la moral son racionales, deben ser las mismas para cualquier ser racional, tal como lo son las reglas de la aritmética; y si las reglas de la moral obligan a todo ser racional, no importa la capacidad de tal ser para llevarlas a cabo, sino la voluntad de hacerlo. El proyecto de descubrir una justificación racional de la moral es simplemente el de descubrir una prueba racional que discrimine, entre diversas máximas, cuáles son expresión auténtica de la ley moral, al determinar a qué voluntad obedecen aquellas máximas que no sean tal expresión.

MacIntyre, Tras la virtud (1987): 65.

En realidad, la Ilustración es en muchos sentidos una regresión respecto al Medievo. Las disquisiciones sobre Dios y, en general, todos los temas relacionados con la divinidad dan un paso atrás en su complejidad y su matizada discusión. La irrupción de la Reforma y la Contrarreforma hicieron que la importancia de Dios se centrara en su adecuación moral según el relato sagrado que hubiéramos escogido. Su voluntad se subvirtió por nuestra voluntad, por la voluntad del individuo. Como si el yo se colocara en el centro, listo para ser endiosado, mientras Dios enferma o mira irónicamente despejando la raíz cuadrada de menos uno.

Santo Tomás y sus argumentos infinitos a favor y en contra de si Dios podía o no tener voluntad dejaron esas ruinas circulares a merced de los siguientes pensadores, tan absortos en el descubrimiento de la consciencia, del sujeto, del yo filosófico, que pasaron por alto la más sutil de las tareas de la historia de las ideas, que llevaría a escoger a los pensadores finiseculares la preventiva vía de la muerte de Dios.

Yo me pregunto: ¿habrá sido esa omisión, ese salto, obra de su voluntad para desencallarnos en tan abigarrada disquisición y así permitirnos los progresos  de las épocas venideras?

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