BAILAR CON CADENAS

Friedrich Nietzsche decía que hablar o expresarse es como «bailar con cadenas». La música, la literatura, la poesía o el arte son también formas distintas de bailar con cadenas. Son maneras de expresarse que requieren instrumentos y medios los cuales, a la vez que canalizan y posibilitan nuestra expresión, también le ponen condiciones y la encadenan.

Las cuerdas de los instrumentos musicales, las palabras, el lenguaje, las imágenes… son herramientas de expresión, pero también son -más que limitaciones- condiciones de posibilidad… y por tanto plantean ciertas ‘condiciones’. Muy significativamente Kant dedicará su famoso ‘método trascendental’ a explicitar las distintas condiciones de posibilidad de cada uno de los usos de la razón, incluyendo el estético.

Se precisa mucha lucidez para captar en su justa medida las condiciones de posibilidad de las cosas. Entender -como en la famosa metáfora de la paloma de Kant- que el mismo aire sobre la resistencia del cual frotan las alas para permitir a los pájaros sostenerse y volar, también representa un freno o resistencia a su avance.

Igualmente, las cuerdas de las guitarras que son necesarias para tocar las notas, para hacer música y para expresarnos, son también cadenas de las que no nos podemos librar. Hay que aprender a pulsarlas con arte pues, tanto si queremos tocar una guitarra como si queremos bailar, debemos hacerlo con los condicionantes propios de cada caso.

En el arte, la voluntad de expresión no lo es todo, pues, también es necesaria la técnica y el saber hacer. No todo vale (al contrario de la afirmación provocativa de Paul Feyerabend refiriéndose a la ciencia), no todo sirve, no todo expresa bien.

También hay que saber tocar el instrumento. Hay que lograr ciertos virtuosismos técnicos. Pues las mismas cuerdas que ayudan a hacer los sonidos más maravillosos, son también cadenas que nos obligan a pulsarlas de cierta manera para que nos ofrezcan aquellos sonidos que buscamos.

Decir ‘yo paso de la guitarra’ o ‘yo quiero hacer música con la guitarra sin aprender cómo hacerlo’, es pura adolescencia salvaje. Todos lo hemos pensado alguna vez, pero un día lo pensamos mejor. Y entonces empezamos a ‘bailar con cadenas’, cuando entendimos que la música, la poesía, la filosofía… no son gratuitas, no son siempre fáciles y piden co-operación.

La fructífera paradoja es que hay que cooperar con ‘cadenas’ para llegar a expresarse, para llegar a ‘ser libres’. Tan sólo cuando ‘cooperas’ virtuosamente con las condiciones reales de expresión conoces la verdadera ‘libertad’ y la torturada felicidad que va más allá de la «chamba». Entonces empieza la libertad y la felicidad que pueden esperar obtener fugazmente el artista o el genio cuando ¡durante unos instantes! consiguen expresarse ‘bailando con cadenas’.

Así se llega a la expresión más libre y plena a través de una técnica muy concreta y exigente. Aún más: se llega a través de un largo, prolongado y constante esfuerzo. Los virtuosos instrumentistas suelen tener más de veinte años de aprendizaje especializado y más de cuatro horas diarias de práctica.

Para algunos es una condena y una cadena, pero a la vez y para muchos es ¡la mayor liberación y la más plena autoexpresión! Denis Diderot lo llamará ‘La paradoja del comediante‘ pero -en muchos sentidos- es la paradoja de todo arte y de la vida entera.

Tenemos el ejemplo más radical y punzante de ello, en el lenguaje y en la expresión lingüística humana. Sin el lenguaje la humanidad no habría llegado a ser. En el fondo todo filósofo (y todo humano) no es sino un animal que habla. Por tanto, lo que entendemos por libertad humana está basado en grado superlativo sobre el lenguaje y la palabra.

Ahora bien, dicho esto, está claro que el lenguaje no puede ser usado arbitrariamente si alguien quiere comunicarse. Así lo veían ya los griegos clásicos y lo han demostrado Saussure, Chomsky, Eco y tuti cuanti.

Escribir brillantemente requiere una gran habilidad. Incluso para gente superdotada como Gabriel García Márquez o Paul Celan. Y ellos lo explican cuando hablan de su obra y trabajo. Pocos como ellos al final consiguen expresarse, comunicarse y fascinar al lector. Por eso decimos que ‘dominan’ la palabra; pero ellos -sintiéndose muy orgullosos- insisten en que más bien se trata de una cooperación siempre imperfecta e inacabable con la palabra.

Por eso Heidegger decía que, más que ser nosotros los que hablemos un lenguaje, es el lenguaje lo que nos dice y nos habla a nosotros. Por tanto, el lenguaje es a la vez nuestra condición de ser, nuestra liberación y una cierta ‘cadena’ con la que tenemos que ‘bailar’.

El lenguaje tiene efectos performativos que nos liberan e incluso ‘curan’. Seguro que Celan se habría suicidado antes si no hubiera podido escribir. Pero son muchos los escritores que coinciden en constatar que la escritura tiene también algo de profunda ‘condena’ y ‘tortura vital’.

Por un lado está la lucha por escribir y expresarse aún mejor. Por otro lado está el vértigo resultante de la conciencia de la complejidad de ese ‘bailar con las cadenas’ que constituye el ser de los humanos. También hay la distancia abismal entre lo que haces, lo que puedes hacer, lo que podrías hacer si… y lo que imaginad que se puede llegar a hacer.

Como con muchas cosas en la vida, entonces, uno siente que en lugar de aproximarse al horizonte, este se va alejando cada vez más. Pero entonces se puede pensar que así se ve más ‘parte’ del paisaje y del horizonte.

Ciertamente la percepción de esas ‘cadenas’ puede parecer muy metafísica, existencial o exagerada. Pero hay gente que ha luchado toda la vida a la búsqueda de una felicidad y una libertad que se basa en conseguir bailar con tales cadenas.

Ahora bien, muchas veces eso no las hace menos angustiosas y -en otras muchas ocasiones- las ‘cadenas’ son mucho más reales, mortales y traidoras. Lo experimenta Celan cuando se da cuenta de que sólo podía expresar lo que necesitaba decir, cooperando precisamente con la lengua divinizada supremacistamente por los que habían exterminado a sus padres, amigos, conciudadanos…

Resulta que el genio lingüístico que era el judío Celan sólo sentía que podía escribir poesía y expresar con plenitud en alemán. Era un reconocidísimo profesor de idiomas en París y traducía maravillosamente del francés, ruso, inglés, portugués, italiano y hebreo.

Pero Celan sólo podía expresar la torturante poesía de Auschwitz en el alemán de unos genocidas menospreciadores los cuales, no obstante, eran incapaces de cooperar y expresarse en su propio idioma de forma equivalente a muchas de sus víctimas.

Tanto Adorno (bien interpretado) como Paul Celan asumen que, después de Auschwitz, la poesía es condenada a partir de la experiencia de la barbarie más inhumana, la cual tiene que ser puesta en primer lugar.

Por eso Celan acaba creando la poesía de Auschwitz. Es una poesía resultante de la tortura y de alguna manera profundamente torturadora, pero también con aspectos claramente curativos. Es una poesía que consigue bailar con cadenas, por y a pesar de ellas.

Celan vivió y reflexionó muy torturada y lúcidamente sobre lo que ello significaba. Creo que experimentó y expresar aspectos que -aquí no hemos ni intuido- de cómo alguien puede verse obligado a ‘bailar con cadenas’.

Me admira que dos personajes tan diversos, y sobre todo tan separados por los dogmáticos- como son Nietzsche y Celan, compartieran la lúcida paradoja y la divina gracia de conseguir bailar con cadenas. ¡Y lo hicieran en el mismo alemán!