NOMBRA Y TENDRÁS

Veo en la televisión un muestrario de serpientes domésticas. El adiestrador con quien conversa el conductor del programa repite constantemente que, a diferencia de otras mascotas, las serpientes no son el animal sobre el que proyectar afectos que uno espera recibir recíprocamente. 

Por esa razón quien pretende convertir a una serpiente de maíz o una pitón de la India en su mascota no les pone nombre -comentan. Ningún reptil va a girarse y atenderte si pronuncias su nombre. El nombre propio es un punto de partida para formar una identidad y también para clasificar, como lo hacen los nombres científicos. Pero ya hace tiempo que esos dos fenómenos son rechazados y, por ejemplo, gran parte de los estudios culturales ha emprendido un análisis crítico de la taxonomía como disciplina.

El nombre, clasifique o individualice, es visto como una herramienta de dominio. Ahí está el ya manido ejemplo de Viernes y Robinson Crusoe. «No se puede entender ni proteger lo que se ignora» defienden, por otro lado, las comunidades científicas, que argumentan a favor de la clasificación nominal para ayudar a proteger la biodiversidad. Si hay animales identificados e individualizados entonces pueden crearse leyes para protegerlos. Precisamente no tener capacidad para la individualización es lo que define a lo «innombrable». 

Pero vuelvo al punto inicial: los amantes de las mascotas lo son, entre otras cosas, porque confían en poder establecer una relación lo suficientemente cercana con ellas que les permita llegar a conocerse -y reconocerse- mutuamente. Un logro que no parece conceder el reptil. Ese es, de hecho, el valioso mensaje de la serpiente: «déjalo estar, no podemos llegar a conocernos».

Eso le deberían haber respondido a Robinson para no creer que Viernes está eternamente en deuda con él. A no ser que esa historia en concreto contenga una moraleja precisa. Exacto, que solo conocemos profundamente a nuestros deudores y a quienes debemos algo. Nombra y tendrás. En cambio hay un punto de no distinción, de anonimato y de soledad -como le pasa a la serpiente, que acepta la vida como un infinito camuflaje-, en no deberle nada a nadie.