El aturdimiento por el uso inmoderado de la bebida o la comida

Immanuel Kant

(La metafísica de las costumbres. Segunda parte. Principios metafísicos de la doctrina de la virtud. Libro primero. Deberes perfectos para consigo mismo. I. Doctrina ética elemental. Capítulo primero. El deber del hombre para consigo mismo, considerado como un ser animal. Artículo tercero. §8. Traducción de Adela Cortina y Jesús Conill sancho. Tecnos. Madrid. 1989)

No enjuiciaremos aquí el vicio de este tipo de intemperancia por el daño o por los dolores corporales, incluso las enfermedades, que el hombre contrae por él; porque entonces deberíamos oponernos a tal vicio por un principio de bienestar y de vida placentera (por consiguiente, de la felicidad), principio que, sin embargo, nunca puede fundamentar un deber, sino sólo una regla de la prudencia: al menos, no sería un principio para un deber directo.

La intemperancia animal en el disfrute de la comi­da es un abuso de los medios de disfrute que inhibe o agota la facultad de usarlos intelectualmente. El alcoholismo y la glotonería son los vicios que figuran bajo esta rúbrica. En el estado de embriaguez ha de tratar­se al hombre como a un animal, no como hombre; por el exceso de comida y en un estado semejante, se encuentra inutilizado durante cierto tiempo para rea­lizar acciones que exigen agilidad y reflexión en el uso de sus fuerzas. Es evidente que ponerse en tal estado supone violar un deber para consigo mismo. La primera de estas degradaciones, incluso. por deba­jo de la naturaleza animal, se produce habitualmente por bebidas fermentadas, pero también por ‘Otros medios estupefacientes, como el opio y otros produc­tos del reino vegetal; se hace tentador porque con ello se produce por un instante la felicidad soñada, la liberación de las preocupaciones, incluso también una fuerza imaginaria; sin rn1bargo, es dañino porque comporta después abatimiento y debilidad y, lo que es peor, la necesidad de ingerir de nuevo este estupefaciente, e incluso aumentar la cantidad. La glotonería se encuentra también entre aquellos placeres animales de los sentidos, puesto que emplea únicamente los sentidos como disposiciones pasivas y ni siquiera la imaginación que, sin embargo, todavía es un juego activo de las representaciones, como es el caso en el disfrute a que antes hemos aludido; por consiguiente, todavía se acerca más al disfrute de los animales.

Cuestiones casuísticas

Si no como panegirista, al menos como apologeta ¿se puede permitir un consumo de vino que se aproxi­me a la embriaguez, porque estimula a la sociedad a la locuacidad y une a ello la franqueza? ¿O se le puede atribuir perfectamente el mérito de favorecer lo que Séneca elogia en Catón: virtus eius incaluit mero? ¿Pero quién puede determinar la medida para alguien que está dispuesto precisamente a pasar al estado en que ya no tiene los ojos claros para medir? El uso del opio y del aguardiente, como medios de disfrute, está más próximo a la abyección porque, en el bienestar soñado, hace a los hombres mudos, reservados y no comunicativos, de ahí que sólo estén permitidos como medicamentos. El mahometismo, que prohíbe totalmente el vino, ha hecho, pues, una mala elección al permitir el opio.

El banquete, como invitación formal a la intempe­rancia en ambos tipos de disfrute, tiene en sí, además del bien vivir físico, algo que tiende a un fin moral, a saber, a mantener juntos a muchos hombres y durante largo rato para que se comuniquen entre sí; pero no obstante, dado que una cantidad (cuando, como dice Chesterfield, excede el número de las musas, sólo permite una escasa comunicación (con los vecinos de mesa), con lo cual la reunión contradice aquel fin, sigue induciendo a lo inmoral, es decir, a la intemperancia, a la transgresión del deber para consi­go mismo; aun sin considerar los perjuicios físicos del exceso, que tal vez puedan ser eliminados por el médico. ¿Hasta dónde llega el derecho moral a pres­tar oído a estas invitaciones a la intemperancia?