Empresas derivadas

//La fusión entre academia e industria

Oryzon es una compañía biotecnológica especializada en genómica, proteómica y bioinformática. Se dedica a desarrollar soluciones innovadoras para el diagnóstico y tratamiento de patologías oncológicas o neurodegenerativas. Nació en el año 2000, iluminada por la convicción de que el conocimiento puede transformarse en algo tangible. La Universidad de Barcelona, la Fundación Bosch i Gimpera y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas ayudaron sus fundadores, Carlos Buesa y Tamara Maes, a desarrollar el plan de negocio de la empresa, que inicialmente se ubicaría en el Parque Científico de Barcelona. Actualmente, Oryzon tiene sede propia, es una de las biotecnológicas más importantes de la península, un referente en medicina epigenética en Europa y acaba de abrir delegación en Estados Unidos. Su trayectoria prueba que la universidad puede generar empresas y empleo, al tiempo que el mercado puede nutrirse y capitalizar los resultados de la investigación.

La universidad como incubadora de empresas: las spin off.

Se entiende por empresa derivada o spin off aquella creada para la explotación de productos o servicios que para su desarrollo demandan conocimientos o tecnologías generadas en la investigación académica. Suelen ser iniciativa de investigadores que, movidos por una voluntad emprendedora, deciden intentar rentabilizar sus ideas contando con el asesoramiento -y, a veces, la participación- de la institución de la que provienen. Los centros pueden colaborar de modos diversos, y lo hacen principalmente en la fase inicial de las empresas, negociando licencias, contratación y creación de convenios; desarrollando planes de negocio; buscando vías de financiación; facilitando instalaciones y equipamientos científicos de última generación; o alojando las empresas en un entorno favorable para su consolidación (hosting). A cambio, las universidades obtienen alguna contraprestación como el pago de retribuciones o cierto porcentaje sobre los beneficios o las ventas. En determinadas ocasiones, el centro puede acordar reservarse facultades que le permitan velar por el uso eficiente de la tecnología o conocimiento que se ha generado en el seno de la institución o, incluso, la opción de entrar a formar parte del capital social de la empresa derivada.

La cooperación académico-empresarial es una fuente de riqueza, empleo y prestigio

Se trata, en todo caso, de una asociación que reporta beneficios a ambos interesados. Por un lado, el apoyo de una universidad implica el acceso a recursos tecnológicos y conocimientos de primer nivel, así como otorga visibilidad a la empresa. La visibilidad se traduce en una mejor imagen y valoración de su proyecto; y eso, en facilidades para obtener financiación. Por otro lado, para la institución supone el perfecto cumplimiento de uno de sus principios rectores que es la transferencia de conocimiento. En términos más prácticos, conlleva el ingreso de recursos económicos que pueden reinvertirse en investigación y el acceso al mercado laboral de profesionales altamente cualificados que se han formado en el centro. La dinamización de áreas científicas estratégicas contribuye también al desarrollo regional. Cataluña, por ejemplo, está posicionándose como región biotecnológica gracias a las aportaciones de su tejido empresarial y de las instituciones de investigación que se dedican a la materia. La cooperación académico-empresarial aparece como una fuente de riqueza, empleo y prestigio que, en última instancia, beneficia a toda la sociedad.

Bioemprender 

La biotecnología es uno de los sectores que más y mejor saben aprovechar la transferencia de conocimiento. Es el escenario donde resulta más evidente la transformación de las ideas surgidas en el entorno universitario en productos y servicios de alto valor añadido que llegan al mercado. Y esos productos y servicios representan, en tanto se ocupan de las ciencias de la vida, un beneficio directo para las personas. No es, sin embargo, el único beneficio que generan: la facturación las empresas biotecnológicas crece año tras año, convirtiéndose en uno de los sectores con mayor potencial económico. Esta prosperidad se debe, en parte, al aumento de la población -en especial, la envejecida.

Muchas de estas empresas se crearon en un momento crítico, cuando estallaba la burbuja puntocom. Tienen, por tanto, una media de entre doce y quince años de existencia. Nacieron en un período desalentador para iniciativas de altos riesgo, ya que las biotecnológicas requieren fuertes inversiones a cambio de un retorno muy a largo plazo. Por esa razón, la financiación de estas compañías suele provenir de ayudas por parte de las administraciones públicas, pero también de inversiones privadas. Destaca la participación de los ángeles inversores y las sociedades de capital riesgo que, al contrario que los inversores tradicionales, suelen inyectar dinero en proyectos en fase de creación o expansión, de naturaleza no financiera ni inmobiliaria y que no coticen en bolsa. Además de los fondos económicos, también pueden ofrecer asesoramiento y apoyo en la gestión.

La historia de Oryzon es la de un éxito. Pero su trayectoria ilustra a la perfección las dificultades que han tenido que superar las biotecnológicas para sobrevivir, así como la necesaria coalición entre el sector público y el privado que las ha hecho progresar. Al llegar la crisis, un fondo de capital riesgo que había comprometido su participación decidió echarse atrás, amenazando la continuidad del proyecto. El Centro de Innovación y Desarrollo Empresarial (CIDEM) de la Generalitat de Cataluña les animó a seguir adelante, y lo hicieron gracias al apoyo de familiares, amigos y pequeños inversores. Después obtuvieron una ayuda que otorgaba el Ministerio de Ciencia e Innovación a través del programa Neotec y, más tarde, efectuaron una ampliación de capital con la entrada del fondo de riesgo Najeti. Recientemente, la empresa ha cedido a la multinacional Roche los derechos de explotación de un fármaco epigenético contra la leucemia. El acuerdo significará, para empezar, quince millones de euros que pueden convertirse en cientos en función de la vida comercial que tenga el medicamento. Pero se trata de una facturación discontinua, ya que la aprobación de cada fármaco se dilata en el tiempo; de manera que la empresa este año tendrá ingresos millonarios mientras que el próximo año puede que no facture casi nada.

La inversión en investigación en el presente puede equivaler a facturación en el futuro

El retorno de la inversión en biotecnología -que suele ser alto, pero poco constante y siempre a largo plazo- complica la viabilidad de las empresas. La ciencia necesita unos tiempos que no tiene la sociedad acelerada y cortoplacista de hoy en día, empeñada en demandar resultados inmediatos. Hay, sin embargo, gente que todavía es capaz de percibir que la inversión en investigación en el presente puede equivaler a facturación en el futuro. Por eso la biotecnología ha crecido tanto en los últimos años, aunque la producción científica sigue siendo superior a la cifra de patentes, capital y empleo que habría que crear para que la competitividad del país se corresponda con el talento que atesora. Detrás de estas iniciativas debe de haber un conocimiento sólido, madurado en la academia y con vocación de materializarse en un proyecto empresarial que tenga como fin su comercialización. Enfrente, un nicho de mercado que represente una verdadera oportunidad de negocio. Las empresas derivadas, en particular las de carácter biotecnológico, muestran claramente cómo los recursos humanos y económicos invertidos en investigación llegan hasta el ciudadano para mejorar sus condiciones de vida. Y prueban que la alianza entre academia e industria no sólo es viable: si se logra conciliar debidamente la visión de negocio y la científica puede ser, también, rentable.

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