Proyecto RADARS

// A Community Network to Combat Isolation and Social Exclusion

Montse cierra la farmacia a las ocho y media. Por ella circula gente durante todo el día, ya que está bien en el centro de Barcelona. Atiende turistas que han tenido algún incidente en la visita a la parte más antigua de la ciudad, y también a vecinos del barrio, de los de toda la vida y de los recién llegados. Les dispensa medicamentos; les ayuda con el idioma; les facilita indicaciones. Pero, sobre todo, está atenta. Montse observa la dinámica de los clientes más habituales: si hay cambios notables en su rutina, comportamiento o aspecto. Si la señora Paquita, que pasa cada semana a buscar sus pastillas, no lo ha hecho cuando llega el viernes, se dispara la alerta. Quizás se ha despistado o le ha surgido un imprevisto. Pero también puede ser que lleve horas tendida en el suelo porque, con ochenta y tres años y viviendo sola, se ha caído y no puede levantarse ni pedir auxilio. Montse se ha comprometido a tratar de evitar que eso pase o a dar respuesta cuanto antes. Forma parte, como centenares de habitantes de la ciudad de Barcelona, del proyecto Radars.

«Es un programa del Ayuntamiento que tiene como objetivo detectar personas en riesgo de aislamiento y exclusión. Nos pidieron a vecinos y establecimientos comerciales que, cuando advirtiéramos alguna anomalía, avisáramos a los servicios sociales». Montserrat Gironès es vocal de Ortopedia del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona. Su farmacia es radar desde febrero de este año, pero la iniciativa (pensada por ciudadanos y para los ciudadanos) se inició el 2008 en el barrio Camp d’en Grassot. Los resultados fueron tan positivos que el consistorio decidió convertir el proyecto en una medida de gobierno y extenderlo al resto de la ciudad. La idea es que la gente pueda continuar en su casa el mayor tiempo posible, con la complicidad de su entorno y con la garantía que alguien velará por su bienestar.

Barrios más humanos y más solidarios

Radars es una red de acción y prevención comunitaria formada por vecinos, comerciantes, voluntarios y profesionales de las asociaciones y los servicios públicos. Cuidan de los ciudadanos más vulnerables y tejen relaciones para hacer de la ciudad un espacio más humano y solidario. Gracias a la colaboración de todo el mundo es más fácil cuantificar e identificar las personas en riesgo de aislamiento, intervenir en función de las necesidades que se detectan y sensibilizar al entorno respecto a este tipo de situaciones. Tal como afirman los impulsores del proyecto, tenemos que ser conscientes de que «todos formamos parte de la solución».

Según los últimos datos publicados, hay 566 radares vecinales y 306 de comerciales. Las entidades que colaboran son 164 y se benefician 409 usuarios. Se prioriza la atención de personas mayores de setenta y cinco años que viven solas, acompañadas de una persona de más de sesenta y cinco años o en un domicilio con barreras arquitectónicas. Cada radar asume una parte de la tarea en función de su compromiso.

Los radares especializados

El Ayuntamiento se puso en contacto con el Colegio de Farmacéuticos para invitarlo a participar en la iniciativa. Montse lo recuerda: «Respondimos que nosotros no somos comercios: somos agentes de salud y, si entrábamos al programa, teníamos que aportar algún valor añadido. Por eso, firmamos un acuerdo en que definíamos tres tipos de colaboración. Así, los radares básicos son los establecimientos que, como los comercios, se limitan a identificar y comunicar situaciones de riesgo. Otra opción que tenemos es actuar como espacio de mediación: en algunas ocasiones hemos observado que, puesto que la gente mayor tiene miedo de los robos, no quiere abrir la puerta de casa a los servicios sociales si no los conoce. Nosotros los ofrecemos el local porque se encuentren. Finalmente, —y esta es la opción más frecuente entre los profesionales— funcionamos como radares especializados. Esto quiere decir que no solo detectamos problemas, sino que también contribuimos a resolverlos.»

Las farmacias pueden intervenir de varias formas en el programa. Algunas de las tareas que llevan a cabo son: revisar los medicamentos que dispensan a los clientes, mejorar la adherencia al tratamiento, hacer el seguimiento farmacoterapèutico con dispositivos de dosificación personalizados, impartir educación sanitaria en varias patologías o acompañar el paciente en la adquisición de hábitos de vida saludable. El sistema personal de dosificación (SPD) fue iniciativa del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona y ahora ya se suministra en todo el Estado. Es un envase diseñado para evitar confusiones a la hora de tomar la medicación y, de este modo, mejorar el cumplimiento terapéutico de los pacientes, que en determinadas patologías únicamente del 50 %.

Sistema Personal de Dosificación

«Un polimedicado, por ejemplo, puede necesitar diariamente pastillas para la diabetes, la hipertensión, el colesterol, para dormir… eso quiere decir que tiene que tomar dos o tres comprimidos por cada comida del día. Les preparamos un blíster semanal en que se indica cuando tienen que ingerir cada medicamento. No deben pensar nada: solo tienen que buscar la casilla que dice “lunes-desayuno” y tomarse las pastillas. Para los que no saben leer, hacemos dibujos. Eso sí, los pedimos que, cuando vienen a llevarse cada envase, traigan el anterior. De este modo podemos comprobar si han seguido correctamente la pauta.»

Cada envase es un blíster de un palmo de tamaño con veintiocho cavidades, una por cada comida de cada día de la semana

Cada envase es un blíster de un palmo de tamaño con veintiocho cavidades, una por cada comida de cada día de la semana. Adentro se depositan las pastillas, que también se describen por volumen y color (rosa grande = tensión, azul pequeño = colesterol). Las personas que no saben leer se pueden ayudar de dibujos —soles esplendorosos o a medio esconder y lunas— para deducir en qué momento del día se tienen que tomar los comprimidos. En la parte de atrás de la farmacia de Montse hay decenas y decenas de estos envases. Algunos contienen pocas pastillas, pero otros están llenos. Las decenas y decenas de blísters se corresponden a decenas y decenas de fiambreras donde se guardan las cajas abiertas de pastillas: el cliente se lleva estrictamente la dosis semanal; el resto queda depositada en la farmacia para llenar los envases siguientes. Y a las pilas de fiambreras les corresponden pilas de documentos, digitales y en papel, donde quedan exhaustivamente registrados todos los datos: cada caja, cada lote, cada receta, cada variación en el tratamiento, etc.

«La gente no es consciente del trabajo que hacemos. El coste del blíster y del tiempo que dedicamos (dos personas, porque el protocolo establece que uno tiene que llenar el envase y otro lo tiene que revisar antes de cerrarlo) es de aproximadamente seis euros que no cobramos: los deducimos de nuestros beneficios.» El farmacéutico es el agente de salud más cercano al ciudadano. Es el que tiene al lado de casa, el que visita con más frecuencia —quizás, desde hace más tiempo: Montse tiene clientes que hace quince años que compran en su local— y el que siente más próximo. «No es que hagamos cosas diferentes a las que se hacían antes, porque la farmacia es vocacional; hay que tener voluntad de servicio. Pero gracias al proyecte Radars, ahora sabemos dónde tenemos que llamar.»

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