Transferencia del conocimiento

//Entrevista a Jordi Alberch, vicerrector d’Investigación, Innovación y Transferencia de la Universidad de Barcelona y catedràtico de la Facultad de Medicina

Hace unos años se inició un movimiento revisionista sobre el papel de la universidad en la actual sociedad del conocimiento. A sus funciones tradicionales, la formación y la investigación, se añade ahora una nueva que intenta trasladar los logros científicos a la sociedad. La transferencia procura transformar los resultados de la investigación en bienestar social, económico y cultural. Jordi Alberch, vicerrector de Investigación, Innovación y Transferencia, es responsable de la estrategia de la Universidad de Barcelona en este ámbito. Es, también, catedrático del Departamento de Biología Celular, Inmunología y Neurociencias de la Facultad de Medicina. Coordina el grupo de investigación sobre Fisiopatología y Tratamiento de las Enfermedades Neurodegenerativas del IDIBAPS y el CIBER de enfermedades neurodegenerativas. Es presidente electo de la Sociedad Española de Neurociencia.

Cataluña y, en particular, la Universidad de Barcelona lideran los rankings de producción científica universitaria del Estado. La UB es la segunda institución en volumen de publicaciones después del CSIC. ¿Cómo se ha logrado esa posición destacada?

En Cataluña tenemos un sistema de investigación distinto al del resto del Estado: aquí, hace más de diez años se crearon los institutos de investigación, cuando en el resto del Estado no existían. La UB ha jugado un papel fundamental en el sistema de investigación catalán, y ese sistema se ha construido sobre una base académica: los mejores investigadores de algunos ámbitos de las universidades se destacaron a los institutos. En el Instituto de Bioingeniería de Cataluña, por ejemplo, encontramos ingenieros de la Universidad Politécnica de Cataluña y biólogos o físicos de la Universidad de Barcelona. Por lo tanto, aquí se ha hecho una apuesta importante por el conocimiento, sobre todo en el ámbito biomédico.

«Si queremos que el modelo sea sostenible, se necesitan inversiones, porque estamos al límite»

Además, tenemos hospitales universitarios que también disponen de institutos de investigación: el IDIBAPS, asociado a la UB y el Clínic, o el IDIBELL, asociado a la UB, Hospital Universitario de Bellvitge y el ICO. Si examinamos otras áreas, podríamos destacar los casos de la Facultad de Física o la de Geografía e Historia -esta última es la única facultad que dispone de dos Advanced Grants, unas ayudas del Consejo Europeo de Investigación para investigadores reconocidos internacionalmente. Sin duda, el capital más importante de la UB es humano. Lo que da más mérito a nuestros profesionales es que hayan sido capaces de mantener el nivel de excelencia científica incluso en un contexto de crisis, cuando ha disminuido de manera sustancial el presupuesto asignado a la investigación. Pero si queremos que el modelo sea sostenible, se necesitan inversiones, porque estamos al límite.

Dentro del ecosistema del conocimiento que describe, hay universidades, centros de investigación y, en el caso de las ciencias de la vida, hospitales. ¿Todos esos agentes trabajan conjuntamente? ¿Hay una estrategia común para articular esfuerzos?

El Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer, la Facultad de Medicina y el Hospital Clínico funcionan de una manera coordinada. Por ejemplo, si necesitamos un microscopio electrónico, lo compra el IDIBAPS, pero lo pone en espacios de la Universidad, de manera que lo gestionamos nosotros y lo utilizamos todos. En relación al equipamiento, los Centros Científicos y Tecnológicos de la UB son los que agrupan toda la alta tecnología. Otras universidades los tienen repartidos, y así no se optimizan los recursos. Esta coordinación nos hace ser más competitivos. Nos hubiera gustado colaborar más, especialmente en épocas en que los institutos han ido por un lado y las universidades por otra. La crisis, ahora, nos ha vuelto a acercar.

Según un informe del Instituto Nacional de Estadística, la inversión pública en investigación ha retrocedido hasta los niveles del año 2006. ¿Cómo se ha resentido la ciencia de esta regresión?

Las políticas suelen basarse más en votos que en intereses sociales. Y no tenemos que ser demasiado imaginativos: tan sólo mirar qué se hace en nuestro entorno, dónde se invierte. La respuesta es en I + D + i. En Alemania aumentan las partidas que se destinan a la investigación, en Francia se mantienen y en Inglaterra se han reducido un poco, pero porque siempre han sido muy elevadas. En nuestro caso, es notable el nivel de productividad científica que hemos podido sostener en relación con el de inversión, que es casi nulo. Y es casi nulo porque detrás hay una falta de visión estratégica.

«Tenemos la mejor generación de investigadores jóvenes que hayamos tenido jamás. Y la estamos desperdiciando»

No crear ni desarrollar productos nuevos nos hace depender siempre de otros países. Nos relega a un rol estrictamente comercial, limitados a comprar y vender lo que desarrollen los demás. Además, cometemos el error de pensar que se puede detener temporalmente la inversión en investigación y luego retomarla donde se había dejado. La investigación es como una escalera mecánica: si la coges, debes caminar porque, si no, retrocedes. Ahora estamos donde estábamos el año 2006. El año que viene, si seguimos igual, nos pondremos al nivel de 2001. Y, si aguantamos otro año, volveremos a 1983. Cada año perdido equivale a cinco. Disponemos de buenas estructuras, buenos equipamientos y buenos profesionales. Sobre todo, buenos profesionales: tenemos la mejor generación de investigadores jóvenes que hayamos tenido jamás. Y la estamos desperdiciando.

¿Las administraciones dedican pocos recursos a la investigación científica porque no hay demanda social? Es decir, ¿realmente la ciudadanía percibe que la investigación es imprescindible?

Hace tiempo se hizo una encuesta sobre la valoración que se hacía en España de la I + D + I para saber si la gente creía que se había de invertir. Sólo había tres regiones que consideraban que sí: Cataluña, País Vasco y Madrid. En este sentido, la apuesta que ha hecho el Gobierno catalán es decisiva. Incluso ha sido reconocida por Madrid, que acredita a los mejores institutos de investigación sanitaria —y la mayoría son catalanes. El IDIBAPS fue el primero en recibir la acreditación, y el IDIBELL figura entre los institutos destacados. Lo mismo ocurre con otra distinción, la Severo Ochoa, que reconoce la excelencia de ciertos institutos de investigación: muchos de estos centros son catalanes. Hemos conseguido que Cataluña sea un territorio de referencia dentro del espacio europeo de investigación e innovación.

Si la gente no entiende la necesidad de apostar por una economía del conocimiento y dar a la ciencia un peso específico dentro del sistema, ¿no haría falta, tal vez, un esfuerzo pedagógico de los responsables de la política científica?

«La inversión en ciencia es lenta, porque nunca sabes si una idea se concretará ni cuándo»

Estoy totalmente de acuerdo. Los políticos suelen pensar sólo en el tiempo que ejercerán el cargo, y la ciencia pide estrategias a largo plazo. Por ejemplo, los astrónomos —y en la UB los hay muy buenos— trabajan en proyectos a veinte años vista. La inversión en ciencia es lenta, porque nunca sabes si una idea se concretará ni cuándo. Pero se debe apostar, como hacen los grandes países de Europa o EEUU, Japón, China, etc. El sistema no debería cambiar cada legislatura, hay que pensar en el futuro. Se debería revertir esa tendencia, porque formamos muy bien la gente y la política científica debe ser a largo plazo.

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¿Es la transferencia una asignatura pendiente? ¿Hay dificultades para convertir el conocimiento en valor social y económico?

Definitivamente. Tenemos un problema y las cifras lo demuestran: somos muy competitivos en volumen de publicaciones científicas mientras que no destacamos en cuanto a número de patentes registradas. Si tenemos capacidad científica, deberíamos ser capaces de transferirla. La gran pregunta es por qué no lo hacemos. ¿Por qué nos cuesta tanto transformar el conocimiento en valor, si tenemos ese conocimiento? Hay dos razones. Una es cultural: a los científicos les valoran más las publicaciones que las patentes y, además, las patentes tardan mucho en materializarse. Otro punto es cómo afrontamos la investigación. Tradicionalmente, hacemos ciencia fundamental sin pensar en la aplicación práctica que pueden tener nuestros descubrimientos.

«Necesitamos el apoyo de profesionales que identifiquen qué se puede patentar»

En el caso de la biomedicina —y en otras disciplinas el planteamiento es similar—, nos interesamos por conocer los mecanismos, las razones por las que pasa algo, el porqué. Y quizás deberíamos invertir el proceso: dejar de buscar mecanismos y dedicarnos a crear muchas moléculas y patentar las que funcionen. La investigación debe desarrollar conocimiento, es básico. Pero necesitamos el apoyo de profesionales que identifiquen qué se puede patentar. Si incorporamos agentes comerciales capaces de conectar lo que puede ofrecer la universidad con lo que necesita la industria, los investigadores podrán hacer su trabajo sin tener que estar pendientes de factores ajenos a la ciencia. Debemos consolidar y mejorar la estructura que ya hemos creado para promover la transferencia.

¿Qué mecanismo tiene la universidad para trasladar el conocimiento y la tecnología generados en la academia a la sociedad? ¿La UB dispone de herramientas específicas para facilitar el proceso de transferencia?

En eso hemos sido pioneros: la Fundación Bosch i Gimpera se creó cuando nadie hablaba aún de la tercera misión de la universidad, que es la transferencia. El ente trabaja para que los resultados de la investigación generados en la UB lleguen al mercado por medio de contratos de I + D + i, de consultoría y servicios, o bien con la protección, valorización y licencia de patentes, o con la creación de nuevas empresas basadas en el conocimiento. Hace veinte y cinco años que la tenemos y es una estructura que funciona. El Parque Científico de Barcelona se fundó con el mismo objetivo, y fue la primera entidad de este tipo en España. Es un clúster dedicado a generar, transferir y captar valor, principalmente en el ámbito de las ciencias de la vida.

«Deberíamos ser capaces de mejorar el diálogo con el sector empresarial, averiguar cuáles son sus necesidades y buscarles respuestas»

Habría que cuestionar por qué no hemos conseguido mejorar la cuota de transferencia, si disponemos de las estructuras adecuadas. Seguramente también hay un problema en el sector empresarial local, que está constituido básicamente por pequeñas y medianas empresas que casi no invierten en I + D + i. Otras universidades europeas tienen al lado empresas muy potentes, que colaboran ampliamente en la investigación. Deberíamos ser capaces de mejorar el diálogo con el sector empresarial, averiguar cuáles son sus necesidades y buscar a la gente que pueda darles respuesta, porque en la universidad disponemos de especialistas en todas las materias. Sin embargo, sí hay un cambio de mentalidad que ya se está dando: ahora se habla constantemente de la necesidad de transferir. Al menos hemos conseguido hacer entender a nuestros profesionales que la inversión en formación e investigación debe ser devuelta, de alguna manera, a la sociedad.

¿Esas iniciativas sirven para reforzar la idea de la universidad como incubadora de ideas?

En el marco del Horizonte 2020, el programa europeo de financiación de proyectos de innovación e investigación, uno de los pilares lo constituyen los retos sociales. El otro, la colaboración con las empresas. Y, por último, la excelencia, que ampara las ideas más transgresoras. Los grandes inventos, los revolucionarios, han surgido de ese tipo de ideas en el que, de entrada, nadie creía. La ciencia debe ser creativa, imaginativa. No nos podemos limitar a hacer lo que necesita una empresa. Debemos ser capaces de encontrar un equilibrio entre la investigación per se y la investigación bajo demanda.

¿La nueva comunidad de conocimiento e innovación (KIC) en salud, que acaba de designar el Instituto Europeo de Tecnología y de la que la UB forma parte, ayudará a potenciar la transferencia?

«La EIT-Health será uno de los proyectos prioritarios de la UB»

En un sector como el de la salud hay una aplicación del conocimiento muy evidente. Constituir este núcleo de grandes universidades, grandes empresas y grandes centros de investigación puede facilitar el proceso. Ya colaborábamos —la UB era miembro de la Liga de Universidades Europeas de Investigación, que reúne a los veintiún un mejores universidades—, pero esta nueva entidad agilizará el diálogo. Necesitamos, también, que haya una implicación económica. Y entiendo que juntos nos será más fácil encontrar inversiones para iniciativas que no podíamos financiar solos. Ahora tenemos que desarrollar proyectos del nivel de nuestros socios, que son muy potentes. Por esta razón, la EIT-Health será uno de los proyectos prioritarios de la UB.

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