Eduardo Mendoza: «Los libros son lo que me ha alimentado y me sigue alimentando»

Durante la conversación, Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas.
Durante la conversación, Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas.
Académico
(24/03/2017)

Con el aula capilla a rebosar de público, en su mayoría formado por jóvenes, la Facultad de Filología acogió, el martes 21 de marzo, un encuentro con el escritor y premio Cervantes 2016 Eduardo Mendoza. El acto, organizado por la profesora y crítico literario Ana Rodríguez dentro del ciclo Las bibliotecas de los escritores, reunió al decano de la Facultad, Adolfo Sotelo; al profesor y crítico literario Jordi Gracia, y a la propia Ana Rodríguez en un diálogo con el escritor orientado por el tema que este había propuesto para el ciclo: «Los libros y la vida, viaje de ida y vuelta». A lo largo de hora y media, Eduardo Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas, desde La verdad sobre el caso Savolta (1975) hasta Riña de gatos (2010).

Durante la conversación, Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas.
Durante la conversación, Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas.
Académico
24/03/2017

Con el aula capilla a rebosar de público, en su mayoría formado por jóvenes, la Facultad de Filología acogió, el martes 21 de marzo, un encuentro con el escritor y premio Cervantes 2016 Eduardo Mendoza. El acto, organizado por la profesora y crítico literario Ana Rodríguez dentro del ciclo Las bibliotecas de los escritores, reunió al decano de la Facultad, Adolfo Sotelo; al profesor y crítico literario Jordi Gracia, y a la propia Ana Rodríguez en un diálogo con el escritor orientado por el tema que este había propuesto para el ciclo: «Los libros y la vida, viaje de ida y vuelta». A lo largo de hora y media, Eduardo Mendoza fue desgranando los catalizadores esenciales del proceso creativo que ha dado lugar a sus novelas, desde La verdad sobre el caso Savolta (1975) hasta Riña de gatos (2010).

Adolfo Sotelo abrió la conversación señalando el giro que había supuesto en 1975 la aparición de la primera novela de Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, respecto a la deriva cada vez más hermética de la novela experimental. La opera prima de Mendoza, que recibió el Premio de la Crítica en 1976, rescataba formas narrativas tradicionales, el gusto por la peripecia y la claridad expositiva. Sotelo señaló la bocanada de «aire fresco» que la novela trajo al panorama literario de la época, y remarcó su entronque con la narrativa sobre Barcelona en la estela de escritores como Ignacio Agustí, Luis Romero, Ana M.ª Matute, los Goytisolo, Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán.

A continuación, Ana Rodríguez quiso insistir en la herencia vanguardista desde la que Mendoza se planteó la recuperación del realismo narrativo, que para el escritor se convirtió en una fórmula literaria valiosa, pero que también abordó desde «una elevadísima dosis de irreverencia» y una decidida voluntad paródica. Por su parte, Jordi Gracia destacó los factores de la biografía y la personalidad de Mendoza que mejor explican las características de su obra. En primer lugar, la extranjería (el escritor vivió fuera de España entre 1964 y 1983). En segundo lugar, su empleo en Nueva York como traductor de la ONU, que le proporcionó un conocimiento muy directo de «la estupidez del poder» y de la desmesura burocrática. Y en tercero, su condición de «saboteador profesional compulsivo», cuyo sentido del humor infiltra sus novelas y lo convierte en un «gamberro narrativo».

Tras señalar la continuidad entre vida, lectura y creación literaria, Eduardo Mendoza situó la recuperación de la literatura de género y de la pulsión narradora más allá de las influencias librescas: en su infancia. En la España de posguerra, los niños no tenían más que su imaginación para pasar el tiempo, por lo que mataban las horas inventando hazañas o contándose las aventuras que habían visto en las películas y que habían leído en los tebeos. En este contexto, el Coyote, Tarzán o Sherlock Holmes espolearon la capacidad fabuladora que después se trasladaría a la creación literaria. Junto a esos intereses, Mendoza colocó sus otras lecturas: Baroja, Galdós, Clarín, los anglosajones, los franceses, los rusos. Su trato con los libros ha sido tan personal y cotidiano, que el escritor los considera el sustento de su vida. Los libros, dijo, son «lo que me ha alimentado y me sigue alimentando».

Interpelado por Jordi Gracia a propósito del intenso trabajo de documentación que Mendoza realizó para escribir La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, el escritor destacó su interés por «la historia en general, en especial por la inmediata que funda la realidad presente y por la historia secuestrada». En ese sentido deben entenderse estas dos novelas, en contra de las identidades nacionales fomentadas durante el franquismo. Frente a la «fantasía perversa del catalán laborioso», ambas obras plantean que «los que habían hecho la Cataluña moderna eran los pistoleros de la patronal y los sindicatos anarquistas: el catalán laborioso andaba a tiros por las calles». Desde una mirada escéptica, la narrativa de Mendoza aborda «los mitos fundacionales de la sociedad presente: no qué somos, sino qué nos creemos que somos, de dónde creemos venir y a dónde creemos ir».

Para reconstruir esa «historia secuestrada», Mendoza utilizó tres tipos de fuentes: los estudios históricos de los hispanistas ingleses, que leyó en las bibliotecas londinenses; los diarios y revistas de la época que consultó en el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, y la documentación administrativa de «esa empresa que electrificó Cataluña», en la que fue viendo «poquito a poquito, de una manera impresionista, toda la historia de esa Cataluña». Después tuvo que hacer todo un trabajo de selección para integrar todo ese material en la trama.

La última obra que se comentó durante la conversación fue Riña de gatos (2010), novela ganadora del Premio Planeta y que Mendoza afirmó haber escrito como producto de su enfado «con la industria de la Guerra Civil». Al escritor se le ocurrió escribir, no una novela sobre la contienda, sino sobre el periodo previo, «un tema que se habían quedado los ingleses». De nuevo, las bibliotecas fueron esenciales para escribir la obra: gracias a sus visitas a la Biblioteca de Nueva York, Mendoza pudo leer toda clase de literatura falangista, en la que encontró un abismal «choque entre la retórica y la realidad». En la novela, además, quiso dejar patente la efervescencia social y cultural del Madrid republicano, donde se estaban produciendo transformaciones radicales: «Basta pensar en lo que estaban haciendo las mujeres, que habían pasado de la mantilla a comerse el mundo», o en que uno podía encontrarse a «Baroja, Azaña, los anarquistas, los comunistas y los toreros en las mismas tabernas». Escrita a la vez contra la historiografía anglosajona y gracias a ella, Riña de gatos le toma el pulso a la intrahistoria de la ciudad, a la vida cotidiana de la que para Mendoza fue «la ciudad más interesante de Europa en ese momento: más que Berlín, más que París».