Carles Boix: «Estamos viviendo un cambio estructural muy importante en la política»

Carles Boix dirigirá en la Facultad de Economía y Empresa un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación.
Carles Boix dirigirá en la Facultad de Economía y Empresa un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación.
Entrevistas
(22/03/2017)

Carles Boix, catedrático Robert Garrett de Política y Asuntos Públicos de la Universidad de Princeton, vendrá a Barcelona, «a su casa», para dirigir en la Facultad de Economía y Empresa de la UB un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant, la prestigiosa ayuda que concede el Consejo Europeo de Investigación (ERC) a investigadores séniores. Doctor por la Universidad de Harvard, Boix ha sido asesor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, y desde octubre de 2010 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Su investigación abarca las áreas de la economía política y la política comparada, particularmente la teoría democrática, los orígenes de las instituciones y los efectos de estas sobre el crecimiento y la desigualdad. En esta entrevista habla de política, tanto europea como americana, y de lo que será su actividad de investigación en la Universidad de Barcelona.

Carles Boix dirigirá en la Facultad de Economía y Empresa un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación.
Carles Boix dirigirá en la Facultad de Economía y Empresa un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación.
Entrevistas
22/03/2017

Carles Boix, catedrático Robert Garrett de Política y Asuntos Públicos de la Universidad de Princeton, vendrá a Barcelona, «a su casa», para dirigir en la Facultad de Economía y Empresa de la UB un proyecto de investigación para el que ha obtenido una Advanced Grant, la prestigiosa ayuda que concede el Consejo Europeo de Investigación (ERC) a investigadores séniores. Doctor por la Universidad de Harvard, Boix ha sido asesor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, y desde octubre de 2010 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Su investigación abarca las áreas de la economía política y la política comparada, particularmente la teoría democrática, los orígenes de las instituciones y los efectos de estas sobre el crecimiento y la desigualdad. En esta entrevista habla de política, tanto europea como americana, y de lo que será su actividad de investigación en la Universidad de Barcelona.

En un artículo reciente que publicó en el diario Ara, hablaba de un distanciamiento entre los votantes y las élites políticas.

Antes, la política era muy de consenso, era muy de centro, o de centroizquierda. Y eso, en cierto modo, «ha petado». Este es un componente importante de lo que vemos: el cambio en Estados Unidos, el Brexit, los movimientos de partidos proteccionistas antiinmigrantes en la Europa continental, Le Pen, etc. Los partidos políticos de antes van con el paso cambiado, porque tienen una tensión entre algunos electorados a los que todavía representan y los nuevos estratos sociales que no necesariamente se han beneficiado de los cambios tecnológicos y del proceso de globalización que se ha producido en las últimas décadas.

En España serían los mileuristas. Si pensamos en la forma en que está distribuido el espacio electoral en España, por ejemplo, la izquierda está dividida realmente en dos grupos: la gente mayor todavía vota a la socialdemocracia clásica, y los jóvenes, con salarios menores —o comparativamente menores para la educación que tienen—, han ido a votar a nuevas formaciones políticas, como Podemos. Detrás de esta reorganización del espacio político, hay un componente de cambio estructural muy importante.

Después hay otro factor, tal vez, que tiene que ver con la distancia entre élites y electores. Los que están controlando el espacio comunicativo y el espacio político —o los que participan en ellos— tienen un poder muy grande, y entonces se siente la distancia entre el electorado y las élites políticas.

 

¿Qué medidas podrían contribuir a disminuir esa distancia? ¿Las listas abiertas, por ejemplo?

Podría ser, aunque las listas abiertas... A veces imaginamos que esas cosas resolverán fácilmente los problemas. Las listas abiertas se usaban en Italia antes del año 91. Dentro de la lista, los electores podían cambiar el orden de los políticos. Curiosamente, se usaban mucho en el sur de Italia. En el norte, la gente votaba la lista y no cambiaba el orden de los candidatos. ¿Y por qué se utilizaban mucho en el sur? Porque, dentro del partido, los diferentes políticos competían —normalmente a través de políticas clientelares— para conseguir los votos de los electores. Por tanto, los que la gente ponía arriba eran los que hacían más favores personales después de las elecciones.

Yo creo que, más que de cambios específicos en las regulaciones, depende mucho del tipo de relación de los votantes con los políticos. Hasta qué punto los votantes son personas informadas, capaces de movilizarse, que no dependen de ir al político de turno para conseguir el favor personal. No digo que no sea interesante hacer listas abiertas, pero quizás hay otras cosas que yo haría antes.

 

¿A qué cambio estructural en nuestros sistemas políticos se refería?

Estamos viviendo un cambio estructural muy importante en la política. La economía, tal como la concebíamos, ha cambiado. Cuando pensamos en el siglo XX desde el punto de vista industrial, pensamos en la empresa automovilística (Ford y General Motors, Detroit, la Seat...). Empresas en las que una buena parte de la producción está automatizada, en las que los trabajadores centrales en el proceso de producción son los trabajadores semicualificados organizados en sindicatos. Por el tipo de trabajo —que es fundamental en este proceso de producción— existe cierta igualdad en los salarios y entre rentas de capital y rentas de trabajo. A esto, algunos lo llaman la época dorada del capitalismo democrático. En Estados Unidos comienza en 1920; en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, los partidos políticos representaban a todas aquellas clases medias, o trabajadoras pero semicualificadas. La competición electoral se producía mucho en el centro del espacio político. Tanto socialistas como cristianodemócratas, o incluso los partidos liberales o conservadores de la época, todos mantenían cierto consenso en torno a ese tipo de economía, de relaciones sociales, etc.

A partir de los años 80, 90, como consecuencia de ciertos cambios tecnológicos, la introducción del ordenador —y el impacto que eso tiene sobre muchos trabajos que antes la gente hacía directamente pero que ahora han desaparecido o están empezando a desaparecer—, se ha producido cierta ruptura en lo que sería la parte central de la distribución de la renta y de los trabajos en la economía. Y eso se combina con cierto proceso de globalización, de competencia real, desde países con salarios bajos que también «se han comido» muchas de las industrias. No en todas partes: las industrias de alto valor añadido en Alemania y en otros lugares siguen siendo potentes y continúan compitiendo internacionalmente; pero las empresas de juguetes, de muebles, textiles, con un componente de trabajo muy importante, se han visto muy afectadas por la globalización. Eso no ha producido un quiebre, pero sí una reducción de ese espacio central, y ha afectado, en mi opinión, al modo en que se hacía la política antes.

 

Como politólogo, ¿le parece interesante el proceso independentista de Cataluña?

Es muy interesante. Tiene menos paralelismos con otras independencias de los que, en cierto modo, pensamos; porque la mayoría —si no todas las independencias— se han producido históricamente en momentos de cambios fundamentales en el sistema internacional: el fin de la Primera Guerra Mundial y la caída de los imperios centrales llevaron a la creación de pequeños países en el centro de Europa; después de la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar el proceso de descolonización; con la caída de la Unión Soviética, muchos países recuperaron su libertad. Salvo algunos casos —como los de Islandia o Noruega—, la mayoría de las independencias se han producido en momentos de crisis. Incluso las de los países de América Latina tuvieron lugar, o comenzaron a tener lugar, cuando España fue ocupada por los franceses y cuando se estaba recuperando de la Guerra de la Independencia.

El caso catalán se produce cuando hay estabilidad en el orden internacional. Por otra parte, sí existe cierto paralelismo en el hecho de que hemos visto muchas revoluciones urbanas pacíficas con más o menos éxito que han sido el producto de movilizaciones populares. Todas las revoluciones del este de Europa, las revoluciones árabes —la mayoría de ellas fracasadas, excepto la de Túnez—; en ese sentido sí existe cierto paralelismo, porque en el momento en que nos encontramos, en el que parece que la negociación no es posible, creo que sin una movilización de la gente no se producirá un cambio. Y, en ese sentido, es interesante. Realmente, muy interesante.

 

Usted, que trabaja en Estados Unidos, ¿cree que se consolidarán Trump y sus políticas?

La victoria de Trump es el resultado de una coalición de grupos sociales muy diversos. Por su tamaño geográfico y poblacional, los Estados Unidos deben entenderse como Europa, desde Moscú hasta Lisboa: es decir, heterogénea y compleja. Demócratas y republicanos son, cada partido, una coalición de diferentes sectores. La coalición de Trump tiene tres patas: la primera es el partido tradicional republicano —el partido de Reagan—, a favor de impuestos bajos y de desregulación; la segunda es el sector más interesado en lo que en América se llaman políticas sociales, que serían las políticas sobre el aborto, sobre la familia, y que ya votaba al partido republicano; y la tercera pata es la que Trump ha conseguido movilizar hacia el partido republicano: una parte de la clase trabajadora del área industrial que va desde Wisconsin hasta Pensilvania. En todo ese corredor —que era demócrata—, una parte pasa a votar Trump. Quizás no habrían votado a otro tipo de candidato republicano, pero sí a Trump, con su oferta de proteccionismo tanto respecto a la inmigración como respecto a la competencia asiática.

Este cambio electoral se deriva del cambio estructural del que hablábamos antes. Eso también se ve en el Brexit; y en Francia, donde mucha gente que había votado a partidos de izquierdas, o una parte importante de ellos, está considerando votar a Le Pen. ¿Hasta qué punto se puede consolidar esta coalición de Trump? Eso es lo que yo no sé porque, como son tres grupos diferentes, existe mucha tensión entre ellos, sobre todo entre el ala más a favor de desregular y de bajar impuestos y las demandas de esa clase trabajadora industrial o posindustrial. Y esa tensión, no veo cómo se resolverá fácilmente.

¿Cuáles son los rasgos principales del proyecto de investigación que llevará a cabo en la UB, The birth of party democracy. The emergence of mass parties and the choice of electoral laws in Europe and North America (1870-1940)?

El proyecto es un intento de analizar la formación de partidos políticos e instituciones electorales en lo que llamamos la primera ola democrática, la que comienza a mediados del siglo XIX con las revoluciones de 1848, y que se extiende hasta la Primera Guerra Mundial. Es un crecimiento progresivo de la democracia, sobre todo en el ámbito europeo, en Europa occidental, y en las Américas.

El proyecto apuesta por combinar metodologías nuevas (estadísticas propias de la ciencia política, de la economía contemporánea actual) con una recopilación de datos históricos de aquella época. Queremos recuperar los datos censales que existen y al mismo tiempo digitalizar mapas de la época, que incluyen una gran cantidad de información, para reconstruir los procesos históricos y electorales de aquel periodo. El proyecto es de ciencia política, pero también hay un interés por relacionarse con economistas, con historiadores, con sociólogos. La Facultad de Economía y Empresa de la UB es un lugar muy interesante para hacerlo. Ya tradicionalmente era una escuela de economía y de ciencia política. Hacerlo aquí creo que tiene mucho sentido.