Carme Junyent: «Creo que la esperanza real del catalán es la diversidad lingüística»

«Yo entiendo la lingüística también como una forma de compromiso».
«Yo entiendo la lingüística también como una forma de compromiso».
Entrevistas
(09/06/2017)

La profesora Carme Junyent lleva veinticinco años dirigiendo el Grupo de Estudio de Lenguas Amenazadas (GELA) de la Universidad de Barcelona. Durante este tiempo, explica, «los expertos más reconocidos en lenguas amenazadas han pasado por la UB», y señala los proyectos en que el grupo trabaja actualmente, como la colaboración con el prestigioso Instituto Smithsonian de Estados Unidos. Una de las actividades relevantes que el GELA ha llevado a cabo últimamente ha sido la participación en la organización del I Congreso Internacional sobre Revitalización de Lenguas Indígenas y Minorizadas, que tuvo lugar el pasado abril en el Edificio Histórico de la UB y reunió a unos trescientos especialistas provenientes de más de un centenar de universidades de todo el mundo.

«Yo entiendo la lingüística también como una forma de compromiso».
«Yo entiendo la lingüística también como una forma de compromiso».
Entrevistas
09/06/2017

La profesora Carme Junyent lleva veinticinco años dirigiendo el Grupo de Estudio de Lenguas Amenazadas (GELA) de la Universidad de Barcelona. Durante este tiempo, explica, «los expertos más reconocidos en lenguas amenazadas han pasado por la UB», y señala los proyectos en que el grupo trabaja actualmente, como la colaboración con el prestigioso Instituto Smithsonian de Estados Unidos. Una de las actividades relevantes que el GELA ha llevado a cabo últimamente ha sido la participación en la organización del I Congreso Internacional sobre Revitalización de Lenguas Indígenas y Minorizadas, que tuvo lugar el pasado abril en el Edificio Histórico de la UB y reunió a unos trescientos especialistas provenientes de más de un centenar de universidades de todo el mundo.

Después de veinticinco años, ¿en qué momento se encuentra la investigación de las lenguas amenazadas?

En un momento importante, en el sentido de que la orientación está cambiando un poco. Cuando nosotros empezamos,  era muy escaso lo que existía al respecto. De hecho, nosotros comenzamos en el 92, pero el grupo empezó a publicar y se consolidó como línea de investigación hacia el año 2000. En ese tiempo se ha hecho mucho trabajo sobre lenguas amenazadas, ya sabemos cómo mueren las lenguas y qué es lo que las amenaza. Ahora el planteamiento es la revitalización: ya sabemos cómo mueren las lenguas, ahora planteémonos qué podemos hacer para detener ese proceso.
 
Así pues, existe una postura de compromiso en los lingüistas para salvar las lenguas.
 
Durante todo el siglo XX, los lingüistas han tenido una especie de lema, de eslogan, que aún funciona en cierto modo: la lingüística describe, pero no prescribe. Es decir, que somos los ejemplares perfectos para no comprometernos en nada. En el caso de la muerte de las lenguas, es obvio que grandes lingüistas del siglo XX veían cómo se les morían ahí mismo. Y todo lo que dicen es: «Estamos perdiendo datos para la investigación». No se plantean qué les pasa a los hablantes. Los lingüistas siempre han vivido muy al margen de eso. Pero cuando llega el momento en que te das cuenta de que esa muerte tiene implicaciones para los hablantes, te tienes que comprometer. Yo entiendo la lingüística también como una forma de compromiso.
 
¿Todas las lenguas amenazadas se parecen?
 
Aunque tengan realidades muy diferentes, al final acaba pasando lo mismo con todas. Hace poco, Ngũgĩ wa Thiong'o, que es un escritor de Kenia, visitó Barelona. En una entrevista que le hicieron, he visto que hace años, en Nueva Zelanda, cuando terminó una conferencia sobre la lengua de los kikuyus, una señora maorí le dijo: «No has hablado de los kikuyus, has hablado de los maoríes». Después fue a Noruega y también se le acercó una sami y le dijo: «No has hablado de los kikuyus, has hablado de los samis». A pesar de que las circunstancias pueden ser muy diferentes, al final todas las lenguas acaban pasando por los mismos procesos para desaparecer. Y eso es lo que te hermana.
 
¿Hay mecanismos de revitalización eficaces para evitar la desaparición de una lengua?
 
De hecho, no podemos hablar de ninguna lengua que se haya revitalizado en sentido estricto. Aún no estamos viendo resultados en ese sentido. Se pueden ver algunos progresos, pero no conozco ningún caso en el que puedas decir con confianza: «Esta lengua se ha recuperado». Existen, desde el caso extremo del córnico, que era una lengua que ya había desaparecido y que unas cuantas parejas adoptaron y la están transmitiendo a sus hijos, al caso de lenguas que todavía se están transmitiendo y se intentan revitalizar, como el catalán.
 
Lo único que es imprescindible para revitalizar una lengua es que se use y se transmita. Podemos tener unos medios de comunicación, la escuela, podemos tener la justicia, incluso. Todo eso es muy importante, da prestigio, puede estimular el uso... Pero puedes tener todo eso y que la lengua desaparezca. Una de las cosas que hemos visto en el congreso internacional de conmemoración de los veinticinco años del GELA —y ahora nos gustaría trabajar sobre ello— es que cuando la gente habla de revitalización, habla de cosas muy distintas. Creo que los mejor orientados son los que se plantean estos aspectos de fomento del uso y de la transmisión. Porque eso es lo que realmente revitaliza. Las acciones desde arriba no me parecen especialmente eficaces (lo son a la hora de difundir lenguas dominantes, eso sí). A la hora de revitalizar, si no son acciones que salgan de abajo, me parece que la eficacia de las iniciativas es más que cuestionable.
 
Es decir, que el elemento clave son los hablantes.
 
Realmente son los hablantes los que tienen que salvar la lengua. Y cuando digo hablantes, por una parte son los hablantes de la lengua amenazada, pero también digo siempre que necesitamos la solidaridad de los hablantes de las lenguas dominantes. Si no, es casi imposible restablecer el equilibrio ecolingüístico. Tal como están las cifras ahora, resulta que el 96 % de la humanidad habla el 4 % de las lenguas del mundo, y viceversa. Y hace aproximadamente unos veinte años, ese 96 % era un 95 %. Ya se ve que vamos hacia la homogeneización de una forma muy acelerada. Por lo tanto, si no existe también un compromiso de los hablantes de las lenguas dominantes, eso es muy difícil de restaurar.
 
Su grupo ha investigado también la diversidad lingüística en Cataluña.
 
Hace unos quince años que empezamos el inventario de las lenguas que se hablan en Cataluña. Ahora tenemos más de trescientas inventariadas. Eso quiere decir que hemos encontrado alguien que habla esa lengua; hay lenguas que tal vez solo tienen un hablante en Cataluña. Además, existe aproximadamente un 12 % de catalanes que no tienen ni el catalán ni el castellano como primera lengua. Eso es mucho, y nos tiene que hacer pensar en qué hacemos con ello. ¿Qué hacemos con esas lenguas?
 
Creo que la diversidad lingüística es la esperanza real del catalán, aunque no sé si sabremos aprovecharla. Ya hace unos años, el GELA, además de estudiar cómo mueren las lenguas, se hizo otra pregunta: las lenguas que no han muerto a pesar de haber vivido las mismas condiciones que las lenguas que sí, ¿por qué no lo han hecho? Hay lenguas que han sufrido las mismas presiones que otras y han aguantado. Y lo que se constata es que, en todos esos casos, se trata de sociedades muy plurilingües. Sociedades donde la gente habla cuatro, cinco lenguas: la gente está acostumbrada a aprender la lengua del vecino, de modo que cuando llega otra, es una lengua más. Mientras que en sociedades muy homogéneas, monolingües, como los hablantes están acostumbrados a que todo se haga en una lengua, cuando llega una dominante, la otra lengua desaparece. Esto se ve muy claramente en el Pacífico, que ha sufrido más de doscientos años de colonización. En las islas monolingües, llegaron las lenguas coloniales y barrieron las lenguas autóctonas (el samoano, el tahitiano, el hawaiano, etc.). En cambio, hay zonas como Vanuatu, Papúa Nueva Guinea…, lugares donde hay mucha diversidad, donde existe cierta amenaza pero la diversidad se ha preservado. Teniendo esto en cuenta, nosotros pensamos que ser capaces de reconocer Cataluña como país multilingüe podría ayudar a revitalizar el catalán. No obstante, también existe el riesgo de que a todos los que hablan otros idiomas solo les hablemos en castellano. Lo deberíamos hacer bien, para que esa diversidad nos favoreciera realmente.

 
Cambiando de tema, usted se ha mostrado crítica con las fórmulas que proponen movimientos feministas para visibilizar el género femenino (por ejemplo, que en todos los textos se diga ciudadanos y ciudadanas, vecinos y vecinas, o incluso que se use el femenino como fórmula común para los dos géneros).
 
Todo eso es consecuencia del imperialismo lingüístico. El inglés es una lengua sin género y las feministas se encuentran con que, cuando usan cualquier término, por ejemplo al referirse a profesiones, no sabes si están hablando de un hombre o de una mujer. Cuando tú dices the writer, the lawyer, the teacher…, no sabes si están hablando de un hombre o de una mujer. A ellas les parece que eso es un problema que las invisibiliza y que hay que hacerse visible de alguna manera. Sobre todo, están hablando de representaciones mentales.
 
Aquí nos llega esa historia de la visibilización, pero resulta que nosotros hablamos una lengua que tiene una característica peculiar: el género gramatical. En el resto del mundo hay poquísimas lenguas que tengan algo parecido al género (solo las lenguas dravídicas, al sur de la India, que son las únicas que tienen masculino para los hombres y femenino para las mujeres). Lo que quiero decir es que ya tenemos aquí el etnocentrismo: un fenómeno que es universal, como el machismo, lo relacionamos con una rareza de nuestra lengua. En el caso del suajili, y de todas las lenguas bantúes, hombres y mujeres pertenecen al mismo género. Hay otras lenguas que tienen el género como no marcado. En el caso del indonesio, existen más marcas de estatus que de género. En el caso del guaraní no hay género. Y no son sociedades precisamente feministas.
 
Si reconstruimos esta división por género en el indoeuropeo, se ve que en el origen era una división entre animados e inanimados. Y eso ha ido cambiando. Ahora estamos viviendo de las categorías de los griegos en el estudio de la lengua: Protágoras, en el siglo V antes de Cristo, le pone masculino al género no marcado y femenino al marcado. Y de ahí viene el problema. Ahora se sigue poniendo masculino y femenino a cosas que no tienen nada que ver con el sexo. Si yo hablo de las autoridades de este país, resulta que las autoridades es femenino. Y son todo hombres. Lo que quiero decir es que el género gramatical, en muy buena parte, es arbitrario. Promover esa asociación entre género y sexo implica marcar como hombre o como mujer, y eso, en realidad, está discriminando más a las mujeres. Además, excluye a todos los que no se sienten ni lo uno ni lo otro, ni hombre ni mujer. Por ahí no vamos bien.