En 2018 apareció la primera traducción al castellano del primer libro del intelectual egipcio al-Ṭahṭāwī (1801-1873) cuyo título original es Tajlīṣ al-ibrīz fī taljīṣ bārīz. Lo tradujo Hany El Erian El Bassal y fue publicado por El Instituto Egipcio de Estudios Islámicos bajo el título Un imam egipcio a la orilla del Sena. Rifā‘a Rāfi‘ al-Ṭahṭāwī y su viaje a París (1826-1831). Este título se parece al de la versión inglesa de Daniel L. Newman (Saqi, 2004): An Imam in Paris. Account of a Stay in France by an Egyptian Cleric (1826-1831) y se distingue del de la versión francesa realizada por Anouar Louca (Sindbad, 1988): L’or de Paris. Y para mantener la rima del título original, proponemos la siguiente traducción literal: Extracción del oro puro del sumario parisino.
Un imam egipcio a la orilla del Sena… es un libro que se enmarca dentro de la literatura árabe de viaje. La traducción de El Erian, que procura ser fiel al espíritu del texto original, cuenta con una introducción de 53 páginas en las que el traductor contextualiza el entorno de su versión y trata una serie de personajes que jugaron un papel determinante en el proyecto cultural árabe llamado nahḍa elaborado en Egipto durante el larguísimo mandato del gobernador otomano Muḥammad ‘Alī (1805-1849). En este contexto destacaban los estudiantes egipcios, entre ellos al-Ṭahṭāwī, enviados a Francia para formarse en diferentes disciplinas científicas.
El libro contiene seis ensayos, una introducción y una conclusión. En el primer ensayo, el autor describía la primera etapa del viaje desde El Cairo a Marsella. El segundo, describía esa ciudad y el viaje hacia París. En cuanto al tercer ensayo, el más extenso del libro, describía la civilización de dicha ciudad, su geografía, sus costumbres y su política. Calificaba a los parisinos, hombres y mujeres, de inteligentes, libres, curiosos, cultos, hábiles, dialogantes, diferentes, inmersos en política, viajantes, aventureros, patrióticos, doctrinales, más avaros que generosos, cumplidores, fieles, furibundos, sinceros, esclavos de las mujeres, y creían que las mentes de sus filósofos superaban a las de los profetas. También en los apartados del mismo ensayo, el autor trataba en varios pasajes la Constitución francesa y los derechos que garantizaba. Luego, contemplaba de manera detallada los edificios de París, las tradiciones y la vestimenta de la gente, su comida e higiene personal, el sistema sanitario, la vida espiritual, la educación, las ciencias y las artes. El cuarto ensayo versaba sobre las características de la retórica que se debía considerar como disciplina universal. Asimismo, el viajero trataba sus relaciones con grandes figuras orientalistas francesas y los libros destacados que había leído durante su estancia formativa en París. En el quinto ensayo, la Revolución de 1830 ocupó gran cantidad de páginas, ya que el autor analizaba en ellas las causas de dicha revolución, ocurrida en París. Le llamó mucho la atención la sátira de los medios frente a la figura del rey Carlos X y las consecuencias que tuvo esta revolución en Europa. Por último, en el sexto ensayo, al-Ṭahṭāwī trataba la clasificación de las ciencias de los franceses, la división de las lenguas, el arte de escribir y la retórica de la lengua francesa, que comparaba con la retórica de la lengua árabe; luego pasó a tratar la lógica, a citar los diez tratados de Aristóteles y a subrayar la importancia de la aritmética y sus ramas, para lo que recordaba las aportaciones de los antiguos egipcios a esta disciplina científica.
El autor del libro había señalado en varias ocasiones, en un discurso metatextual, la importancia de su viaje y de la lectura de este género literario en general porque se trataba de un medio que ayudaba a extender los saberes entre pueblos en varias disciplinas para enriquecer las identidades culturales. De ahí, el libro se ha convertido para el viajero en un medio textual para reflejar su acervo cultural, su conocimiento científico y su capacidad de aprendizaje que le acompañaba en todo momento.
Se criticaba a la propia cultura mediante el análisis de la cultura del Otro cuya imagen servía de instrumento para tejer la propia imagen, de acuerdo con el espíritu de la época. El objetivo principal del libro no era la descripción del Otro propiamente dicho, sino poner a prueba la propia cultura en el retrato de este. Es decir, utilizar las palabras del Otro para hablar de sí mismo. Por lo tanto, la verdadera intención no era describir París, sino describir Egipto vislumbrada en el espejo de Europa. Y, para ir más lejos, el objetivo supremo no era ir a París, sino regresar a Egipto. Asimismo, Un imam egipcio a la orilla del Sena… se había convertido en un espacio textual abierto para que el autor reflejara en él sus abundantes conocimientos en diferentes ámbitos del saber. Esta interdisciplinariedad de al-Ṭahṭāwī nos recuerda la figura de adīb (intelectual) del periodo clásico de la cultura árabe-islámica. Se trata de una figura que derivaba del concepto adab; es decir, de la cultura filosófica, religiosa, histórica, geográfica y de la producción intelectual en general cuya adquisición era necesaria para quien deseaba ejercer el oficio de la escritura desde el punto de vista autoral y traductológico, dos procedimientos que el autor pretendía experimentar para redactar su viaje.
Mencionar todas estas disciplinas de saber representaban, por una parte, la piedra angular para conseguir la interdisciplinariedad y, por consiguiente, alcanzar la figura de adīb y liberarse de la figura tradicional de šayj (jeque), cuya única formación se limitaba a las ciencias religiosas, lingüísticas y jurisprudenciales adquiridas en al-Azhar. Desde otra perspectiva, el autor quería mediante esta “hibridación de géneros” hacer de su libro un espacio abierto para todo tipo de aprendizaje fuera donde fuera y con quien fuera. En este sentido, el texto estaba abierto a todo tipo de discurso desde el punto de vista formal y temático, de manera que el relato agrupara varios géneros y recursos lingüísticos, como las memorias, la poesía, la historia, la geografía, la política, la religión, la jurisprudencia, la intertextualidad, la descripción o la traducción, lo que hacía que el libro fuera híbrido y, desde luego, que la literatura de viaje fuese un género literario ilimitado.
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