Cinco Ciudades (Beş Şehir)
Ahmet Hamdi Tanpınar, Rafael Carpintero Ortega (traductor)
Madrid, Sexto Piso, 2018, 247pp. ISBN: 978-84-16677-58-0
A pocos años de la celebración del centenario de la creación de la República de Turquía (1923) es un buen momento para aproximarnos a la obra de Ahmet Hamdi Tanpınar y más concretamente a su libro Cinco ciudades que tan bien ilustra la mentalidad de este período de transición en el que se pasa del imperio a la república. La creación ex novo de un estado-nación en pleno siglo XX[1] no fue una empresa nada fácil y tampoco lo fue dejar tras sus espaldas un pasado imperial que había impregnado un territorio inmenso, que iba de los Balcanes hasta la frontera con el imperio persa, de todos unos elementos culturales que podríamos considerar otomanos. Paralelamente a este proceso de desintegración, había unos países europeos ansiosos de tierras nuevas que veían en el desmembramiento del Imperio Otomano una oportunidad. Este será el contexto histórico que le tocará vivir a Tanpınar. Un escritor que ha sido considerado por el mismo Orhan Pamuk como su maestro, o el mundo de la crítica literaria lo ha considerado el escritor turco más importante del siglo XX[2].
Cinco Ciudades es un libro de “sólo” 247 páginas, pero con una cantidad de datos y de información histórico-cultural que puede desbordar a cualquier lector. No es un tratado de arquitectura ni de música, tampoco es un tratado de poesía, ni de historia, pero podría parecerlo. Tampoco son unas memorias, pero algunas veces también podría parecerlo. Pues, ¿qué es? uno se preguntará, ¿verdad? A priori uno podría limitarse a decir que es una simple recopilación de un total de cuatro ensayos que en un primer momento se publicaron de manera independiente uno de otro en la revista Ülkü en los años cuarenta del siglo pasado. Cuando decidió publicarlo como un libro (1946) le añadió un nuevo ensayo dedicado a la ciudad de Konya. Ese hecho refuerza la teoría que consiste en que el autor presenta las ciudades en un orden cronológico según el criterio y los objetivos suyos. Así los primeros capítulos están dedicados a cuatro ciudades anatólicas como son: Ankara, Erzurum, Konya y Bursa y el quinto a la Ciudad, es decir Estambul3. Su objetivo primordial no es presentar una obra erudita al estilo de Pausanias o mejor dicho del otomano Evliya Çelebi, con descripciones con pelos y señales de los monumentos que uno podía encontrar en las ciudades, tampoco presenta una narración histórico-legendaria al estilo de Heródoto. No, no es su objetivo, pero también lo hace. Él deja muy claro su objetivo en la primera línea de su prólogo:
«el tema fundamental de Cinco ciudades es la tristeza que sentimos en nuestra vida después de sufrir alguna pérdida» (2018, 13).
Una de las características de la producción literaria de Tanpınar es esta tristeza, esta melancolía hacia el pasado, huzur. Un pasado que no es otro que el Imperio Otomano, del cual él ha sido testimonio directo de su derrumbamiento[3]y todo lo que ello conllevó. Desde una perspectiva economicista el Imperio Otomano se basaba en un sistema tributario, de Ancien Régime, incompatible con el nuevo mundo político y económico surgido de la Revolución Francesa, grosso modo, dígase democracia-capitalismo, comunismo o fascismo.
«(…) lo que ahora llamamos “cambio cultural”, esa larga y traumática experiencia a la que hemos ligado todas nuestras esperanzas de supervivencia. Desde hace ciento cincuenta años no hemos dejado de estar colgados de sus acantilados» (2018, 13)
Así es como Tanpınar percibe las ideas que llegan de Occidente. Por un lado, califica el cambio de experiencia traumática. No es el hecho de cambiar, si no las consecuencias que conlleva ello. Como veremos más adelante la sociedad queda huérfana de referentes identitarios, con el nacimiento de la República se intenta hacer tabula rasa con el pasado de manera radical y, en segundo lugar, parece que se acaba con el tira y afloja que había entre partidarios de abrazar las idees que vienen de Europa y los que se oponían[4]. Ahora ya es incuestionable, el proceso de modernización ya ha empezado.
«el barrio de hoy no es, como era antaño, un grupo social en el que cada miembro vivía ligado a los demás; sólo consiste en una división de la organización municipal. De hecho, el lugar del barrio lo ha ido ocupando lentamente el bloque de pisos, en el que el de abajo no sabe nada del de arriba, indiferente a vidas y muertes; de cada ventana rebosa la melodía de una emisora de radio distinta como si fuera una pequeña Babel» (2018, 155).
El estilo de vida también se vio afectado con la transición de una sociedad de Ancien Régime a una capitalista. Esto es solo un ejemplo de la tristeza que le produce este “cambio traumático”, que además de afectar aspectos socioculturales también la manera de relacionarse empezará a hacerse más impersonal y individualista. Pero el aspecto que preocupa a nuestro autor es la identidad y durante los primeros años de la nueva nación, que nace de los restos imperiales, se adoptará de una manera extrema el binomio: un estado una nación. Él se siente desorientado e incluso desubicado con la identidad de este mundo nuevo, pero sí que tiene muy claro de donde se viene y cuál era la identidad otomana/turca del pasado:
«En Estambul convive con todas las generaciones una arquitectura que comenzó en tiempos de la conquista. La verdadera Estambul turca hay que buscarla en ella» (2018,159)
Cuando habla de Bursa dice que:
«Los ciento treinta años que pasaron hasta la conquista de 1453 (…) bastaron para convertirla en una ciudad turca de arriba abajo (…)» (2018,111). «(…) nuestros abuelos cambiaron el rostro de Bursa y Estambul y en medio siglo las hicieron puramente turcas y musulmanas. En un plazo de veinte o treinta años, desapareció de ambas ciudades el paisaje en ruinas del Imperio romano de Oriente y su lugar lo ocupó, con sus mezquitas, sus madrasas y sus caravasares (…)» (2018,132).
Una identidad fuertemente marcada por un tipo de arquitectura concreto, y también aparece el elemento clave, el religioso. Occidente no es musulmana. Sin embargo, durante este período de inicios de la República se adoptará una nueva manera de entender el mundo que consistirá en modernizar el nuevo país alafrange[5]: legislación inspirada en el Código de Napoleón, el final del sistema de millet, disolución de las cofradías (tarikat) y todos los conventos (tekke) derviches, adopción del alfabeto “turco”, secularización de la política, adopción de estilos de ropa europeos, etc. (2004, 165-195). De pasar a ser un estado religioso regido por el Corán pasa a ser un estado laico. La religión hasta ahora había sido el elemento de la identidad turco-otomana que lo diferenciaba de occidente. Con esta metamorfosis una parta de la población se sentirá desorientada. De repente no hay una música, ni arquitectura ni literatura propias y se empieza a imitar lo que se hacía sobre todo en Francia. Actualmente este debate aún es de actualidad. Turquía es un país relativamente moderno y aún no ha conseguido fijar una identidad inclusiva y es que durante el Imperio Otomano los turcos eran una de las muchas nacionalidades que había. No es lo mismo decir que se es turco (türk) que decir que se es de Turquía (türklü), por ejemplo. Por eso, es un libro que puede parecernos de extrema actualidad[6]. A lo largo del libro se reflexiona sobra la identidad pasada y el cambio, pero ello no acaba con ninguna solución ni tan solo con una propuesta.
El mismo Tanpınar estructuró el libro en cinco capítulos que no eran otra cosa que los cuatro ensayos y otro extra que escribió cuando decidió publicar los ensayos como un libro. El libro fue reeditado once años después con unas leves modificaciones en lo que hace referencia a los capítulos dedicados a la época selyúcida. El orden en el que aparecen las ciudades podría parecer aleatorio o irrelevante, pero como afirma su traductor al castellano, Rafael Carpintero, Tanpınar quiere presentar la evolución de una estética turca particular y propia (2018). Aunque eso no significa que se límite a seguir stricto sensu un orden cronológico como si de un historiador se tratase. El ensayo que abre el libro está dedicada a la pequeña y nueva capital, Ankara. A pesar de no ser el mejor ejemplo de romanidad[7] es el único capítulo donde los elementos romanos y bizantinos tienen cierta visibilidad. De ellos destaca que se mezclan con las “tumbas de nuestros abuelos” y pone como ejemplo los restos del templo romano dedicado a Augusto que aún hoy en día pueden apreciarse en Ankara, enfrente de una mezquita dedicada a un poeta local del siglo XV Hacı Bayram. A pesar de haber considerado que es el capítulo que simboliza los orígenes, que están en la cultura romana también tiene un peso importante el presente. La Guerra de Independencia es destacada como uno de los hechos nacionales más importantes:
«(..)Mustafa Kemal y sus compañeros, que los llevó a enfrentarse a mil y una dificultades, permitirá que continúe durante siglos lo iniciado en Manzikert y en la toma de Estambul (…)» (2018, 32).
Y por supuesto tampoco faltarán unas palabras de admiración al primer presidente de la República Mustafá Kemal. El segundo capítulo está dedicada a una ciudad de la Anatolia profunda, una ciudad de frontera. Erzurum fue una ciudad muy importante cuya ubicación en medio de la ruta de caravanas que conectaba Trabzon (Mar Negro) con Tabriz (Irán) le valió para consolidarse como una de las ciudades más prosperas de la región. De ella dice:
(…) Aquella ciudad de mercados atestados de gente con indumentaria colorista, con sus guarnicionerías, sus joyerías, sus latonerías, sus tiendas, sus caravasares adonde entraban y desde los que salían tantas mercancías al cabo del año…(..). No la veía como la primera vez, con un alma que todo lo encontraba nuevo y maravilloso, sino con una mirada cuya magia se había marchitado al haber pasado por una serie de experiencias dolorosas. (2018,36- 37).
Antes del “cambio” es descrita como una ciudad mágica muy al estilo oriental. Pero, no hay lugar que no se salve del “cambio traumático” y del huzur. Erzurum aparece en segundo lugar es por una batalla que tuvo lugar a ciento cincuenta kilómetros de distancia y que permitió que las tribus turcas penetrasen en Anatolia. La Batalla de Manzikert (1071). Otros hechos que hacen la ciudad merecedora de ser destacada por encima del resto de ciudades que no aparecen es que es desde allí donde Atatürk empezó la conquista de toda la Península de Anatolia durante la Guerra de Independencia. Además de representar una identidad cultural muy anatólica[8].
«Aquella vida despareció para no volver jamás. Porque, aunque no se hubiera producido el desastre que trajo la Gran Guerra, el mercado se habría apagado de todas formas, los artesanos se habrían dispersado y la ciudad habría menguado y se habría ido volviendo pueblerina hasta que pudiera encontrar una nueva forma de producción que le permitiera desarrollar una nueva identidad (…). En 1914 llegaron dos cosas a la vez: la Guerra Mundial y los nuevos tiempos. (…) Antes llegaba una caravana, contrataba aquí todas sus provisiones y la ciudad se llenaba de dinero. Ahora un camión que carga lo que veinte mulas salen por la mañana de Trebisonda y está aquí al anochecer…» (2018,4142)
Erzurum está llena de melancolía, tristeza, huzur. El tercer escrito está dedicada a la primera capital selyúcida y una de las muchas poblaciones que quedarán arrasadas con las invasiones mongolas en el siglo XIII. Konya. De este lugar, como los anteriores, el escritor turco se fija en aspectos que van del arte a la historia, e incluso algunas veces adopta una visión antropológica, como se puede apreciar también en Erzurum cuando describe los ropajes que ve en los mercados. La cultura selyúcida es percibida para el autor como la Edad Media en Europa, y es por eso por lo que no se ve el nivel de admiración ni el de alabanzas que si merecen las dos ciudades otomanas que siguen. Tanpınar fue un gran conocedor de la cultura otomana y occidental, así se puede apreciar cuando compara Mevlana con un referente occidental: Dante (2018, 100). También muestra el carácter multiétnico tan típico de las ciudades del período otomano, pero por razones nacionales y nacionalistas algunas etnias son ignoradas[9]:
«Como en otras ciudades medievales de Anatolia, junto a la gran masa de habitantes básicamente turca, existía un grupo de pobladores nativos que seguían siendo cristianos, como los rumíes y los armenios, y una gran suma de georgianos, bizantinos, sirios, egipcios, mesopotámicos e iraquíes, mercaderes latinos, jorasmios, mercenarios de Bizancio y restos de los cruzados» (2018, 89).
El cuarto capítulo está dedicado a la primera capital del Imperio Otomano y es aquí donde la cultura turca ya empieza a forjarse y cuyo zenit se consiguió en Estambul, la ciudad que cierra el libro y, también, el Imperio Otomano. Para él, como hemos visto antes, ser otomano no difiere mucho de ser turco[10]. En el capítulo de Bursa la melancolía vuelve aparecer en forma de grandes dosis de huzur e idealización de los primeros sultanes otomanos, los conquistadores:
«Para quinees yacen en esa tumba (…) está claro que el otro lado del telón consiste solamente en un sueño en el que se siente añoranza por las posesiones perdidas en medio de una dulce somnolencia» (2018, 125).
Desprende una especie de nacionalismo otomano-turco que en Estambul parece un nacionalismo estambulita. Finalmente, encontramos el capítulo más extenso del libro y no podía ser otro que el dedicado a la Ciudad, Estambul. Aquí vamos a encontrar el súmmum del arte turco-otomano y paradoxalmente también su final y degeneración.
«¿Por qué no vamos a presumir? Pocas obras arquitectónicas dentro o fuera del país son tan bellas como nuestras mezquitas. (…) Y ya en tiempos de Solimán el Magnífico, Estambul era ya una ciudad completamente turca con sus mezquitas, caravasares, baños, madrasas, grandes palacios y mausoleos de santones. Sin embargo, existía la necesidad que ese paisaje tan propiamente nuestro fuera completado por la genialidad: convertir ese proceso en un estallido. Y es Sinan quien lo hace». (2018, 161162).
Así es como se configura la identidad turco-otomana. Si antes ya había comparado a Mevlana con un referente occidental como fue Dante, ahora no duda en comparar a Sinan con Fidias, Miguel Ángel y Palladio, por las innovaciones que aportó en el arte otomano.[11] Una vez alcanzada la cumbre siempre viene la bajada y en el Imperio Otomano, según el escritor turco tiene lugar a partir del XVII (2018, 196, 199, 211), con las reformas que se llevaron a cabo durante los años del Tanzimat. Si antes todo era admiración, belleza y harmonía ahora eso quedará restringido a ciertas zonas de la ciudad que se encuentran en el Bósforo y Beyazıt. Contrapone Estambul y Beyoǧlu, no sin antes afirmar que después de las Reformas una parte de la ciudad fue jenízara, para pasar a ser después de los jóvenes otomanos cuya actitud compara con la de matones o gánsteres (2018, 196). Esta parte de la ciudad no era otra que Beyoǧlu. Una zona que ya en tiempos del Imperio Bizantino fue un territorio donde se asentaron, los comerciantes y embajadores extranjeros. Durante los primeros años de la República esta misma zona se convirtió en el barrio de los escritores, la moda y del ocio nocturno. Para Tanpınar, que fue un hombre de mundo lo que veía allí no le gustaba, y es que era una imitación del “no-nosotros”. El “nosotros” del que habla él tiene un origen turco-otomano. No es una simple imitación de lo que se hace en Viena o París.
«Y Beyoǧlu entra en la vida de la ciudad, con una cara constructiva y otra destructiva. El distrito, que había empezado a brillar de repente gracias al teatro, se convierte en la época de Abdülaziz en el rincón preferido de los grandes hoteles y tiendas, de los elegantes sastres europeos para los ricos y de las tiendas de confección para los pobres, de entretenimientos importados de París y Europa para todas clases, conciertos a la europea, cantantes y bailarinas prácticamente desconocidas…» (2018, 209).
Se muestra crítico, incluso reticente a lo que viene de Europa. Tiene una concepción muy puritana de la cultura en general, y más concretamente de la suya. Siente la necesidad de marcar una distancia entre lo “nuestro” y lo “no-nuestro” y el pilar fundamental en el que se basa la diferencia identitaria es la religión:
«Estambul era el orgullo del imperio entero y de todo el orbe musulmán» (2018,141)
El objetivo de Ahmet Hamdi Tanpınar no es otro que el de hacer literatura y como de si una novela se tratase nos sorprende con una reflexión final que deja a uno totalmente descolocado. Después de pasarse toda la novela halagando el pasado otomano dice:
«¿Hasta qué punto podría satisfacerme ver acercarse a Kandilli el caique imperial de Mehmet IV? (…) Ni siquiera podría vivir más de diez minutos en la Estambul de
Solimán el Magnífico o de Sokullu. ¿A cuántos adelantos tendría que renunciar, qué partes fundamentales de mi personalidad tendría que amputar y arrojar a un lado? (…) Lo que busco no es a ellos ni sus épocas» (2018, 245).
Y es que su objetivo no es el de encontrar la nueva identidad turca ni explicar la historia de la estética turca, sino más bien sentir tristeza por la identidad que se perdió y es que estar entre Occidente y Oriente es lo que tiene.
Ne içindeyim zamanın
Ne de büsbütün dışinda[12]
Carles Xaudiera
Bibliografía
Akan, Murat, “La Turquía de Atatürk: las raíces, ramas y mitos del laicismo kemalista” en La Vanguardia Dossier,2009, núm.32, Barcelona.
Carpintero, Rafael, Cinco ciudades/Beş şehir”, El carpintero traductor, 1/03/2018, https://rafaelcarpinterotraductor.wordpress.com/2018/03/01/cinco–ciudades–bes–sehir/ acceso 17/06/2019
Martorell, Manuel, Los kurdos, 1991, Espasa Calpe, Madrid
Rubiol, Gloria, Turquía, entre Occidente y el Islam. Una historia contemporánea, 2004, Barcelona
[1] Los estado-nación consolidados en Europa llevaban siglos de ventaja con lo que se estaba viviendo en territorios de la futura Turquía. Los turcos se encuentran de repente que tienen que definirse culturalmente si quieren existir en un mundo regido por el binomio incuestionable y que todo lo justifica: un estado una nación. El kemalismo adoptó y promovió una ideología basada en la superioridad de la nación turca sobre las otras naciones, como dice Murat Akan (2009, 27) e incluso aplicó políticas de exterminio. Fue esta la ideología que se adoptó como oficial, pero había otras posiciones como el panturismo.
[2] Incluso existe un festival literario que lleva su nombre y se celebra todos los años en Estambul (ITEF). O un escritor argentino ha hecho un homenaje al escritor visitando las mismas ciudades y publicando. 3 Ese es el orden original de la edición turca y castellana, según su traductor Rafael Carpintero, pero no es el orden que sigue la edición francesa, que empieza con Estambul y va siguiendo de manera invertida la estructura de la obra original.
[3] Ser imperio significaba poder y grandeza, o eso quiere mostrar el autor a lo largo de la novela. Además de mostrar una identidad basada, en gran parte, en la religión: musulmana.
[4] Con el Tanzimat (1839-1876), un período que Gloria Rubiol, siguiendo a la historiografía, define como la época del despotismo ilustrado otomano, impulsado por una elite reformista. En aquella etapa se intentó la remodelación del Estado otomano en cuanto a su administración, economía y finanzas según el modelo europeo occidental (2004, p.63). A partir de este período podemos identificar dos ideologías políticas o como dice nuestro autor: “era un crisol en el que se podría obtener una nueva amalgama combinando dos civilizaciones” (2018, 141): occidente y oriente.
[5] A la franca, es decir a la manera europea. También existe el termino alaturca en contraposición.
[6] En el 2013 tuvieron lugar unas protestas que hicieron temblar los pilares del poder. Una parte de la sociedad estaba molesta por las políticas del gobierno y se utilizó la aprobación de la tala de unos arboles de un parque situado en Taksim, en el ombligo de la urbe, para mostrar el descontento. A lo mejor Tanpınar les hubiera apoyado: «La muerte de un árbol es como la pérdida de una gran obra arquitectónica. Por desgracia, desde hace un siglo, o quizá más, nos hemos acostumbrado a ambas» (2018, 187).
[7] En turco rum significa romano. El imperio Bizantino, no es nada más que la continuación del imperio romano de oriente. Por lo tanto, los griegos de Anatolia son conocidos como romanos en Turquía.
[8] Muy diferente de las identidades que podríamos encontrar en el Mediterráneo, por ejemplo Izmir.
[9] Me refiero a los kurdos. Por ejemplo, cuando habla de los pastores de Cizre o Bingöl (2018, 36) o en el fragmento son ignorados. Según Manuel Martorell se negó su existencia durante los primeros años de la República de Turquía (1991, 62). No duda en reconocer el carácter multiétnico que caracterizó el Imperio Otomano. Es curioso, o no, que no mencione nada de los kurdos, a pesar de que en más de una vez uno puedo intuir que está hablando de ellos. En cambio, no tiene ningún tipo de problema en dar visibilidad a rumíes y a armenios los cuales serán victimas de las políticas nacionalistas excluyentes.
[10] Pero no para las elites gobernantes del momento que quieren cortar con el pasado otomano.
[11] Y es que, en el fondo, aunque intente marcar una distancia entre Occidente, que la hay, tiene referentes occidentales. Incluso este arte turco-otomano que dice que logra Sinan se nutre en gran parte del arte bizantino, y especialmente Agia Sofia.
[12] “Ni dentro del tiempo ni fuera del tiempo”. Epitafio que se encuentra en su tumba.
Carlos Abogado ha dit
Enhorabuena por el artículo. Recientemente estuve en Turquía y quedé fascinado por su historia y su cultura.
Esta es una buena referrencia que compartes. Cualquier otra sugerencia me puedes escribir para hacer seguimiento. Muchas gracias
calitme ha dit
Hola Carlos, me alegro que te gusto el artículo. Un saludo