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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

GEOGRAFIA ECOCRITICA: EL GIRO MEDIO-AMBIENTALISTA
COMO EJE VERTEBRADOR DE UNA NUEVA TERRITORIALIDAD

Antònia Casellas
Investigadora Juan de la Cierva

Departament de Geografia i Sociologia
Universitat de Lleida
casellas@geosoc.udl.cat

Geografía eco-crítica: el giro medio-ambientalista como eje vertebrador de una nueva territorialidad (Resumen)

La geografía crítica ha elaborado durante décadas análisis altamente sofisticados, pero no ha sido capaz de proponer un número significativo de líneas de actuación y propuestas concretas a los problemas identificados. Simultáneamente, en las últimas décadas, los modelos de pensamiento crítico han ido perdiendo preponderancia ante el avance del pensamiento neoliberal en ciencias sociales. La presente comunicación argumenta que a través de un enfoque medio-ambientalista radical la geografía puede, por un lado, relanzar los temas que preocupan a la geografía con respecto a cuestiones de justicia social, y  por otro lado, proponer soluciones concretas y novedosas a la crisis medioambiental. El enfoque eco-radical parte de la premisa de la existencia de una crisis medioambiental para la cual las nuevas tecnologías no pueden aportar soluciones a largo plazo. Se argumenta sobre la necesidad de un nuevo modelo científico o paradigma que permita recuperar el concepto de espacio, y se apunta a posibles líneas de investigación desde el ámbito de la geografía.

Palabras clave: geografía crítica, paradigma, crisis medioambiental, globalización, desarrollo económico y urbano

Eco-critical geography: the environmental turn as a build up argument for a new territoriality (Abstract)

For decades, the discipline of critical geography has elaborated highly sophisticated analysis, but has not been able to propose effective policy actions to the identified problems. Simultaneously, in the last years, the critical analysis has lost influence in front of the neoliberal approaches in social sciences. The present communication argues that through an environmental radical approach, geography can recover the issues related to social justice that concerns the discipline, and, simultaneously, propose concrete and new solutions to the environmental crisis. The eco-radical approach starts with the assumption that the environmental crisis cannot be solved through a technological solution. It advocates for a new scientific model or paradigm that would allow regaining the concept of space, and highlights possible research questions to explore from a geographical perspective.

Key Words: critical geography, paradigm, environmental crisis, globalization, economic and urban development

La geografía tiene una larga tradición como herramienta de pensamiento crítico. Sin embargo, en las últimas décadas, los modelos de pensamiento radical o crítico han ido perdiendo preponderancia ante el avance del pensamiento neoliberal en ciencias sociales en general, y en el caso de la geografía en particular, por la legitimidad ganada por especialidades técnicas como son los sistemas de información geográfica. Simultáneamente, aunque desde el ámbito académico la geografía ha elaborado durante décadas análisis críticos conceptualmente muy sofisticados, no ha sido sin embargo capaz de proponer un número significativo de líneas de actuación y propuestas concretas a los problemas acuciantes que ha identificado.

La presente comunicación argumenta que a través de un enfoque medio-ambientalista radical la geografía puede por un lado relanzar los temas que preocupan a la geografía crítica, a la vez que proponer soluciones concretas y novedosas de actuación concretas. Este potencial creado desde la perspectiva medioambiental se puede aplicar a diferentes ámbitos de la geografía: geografía económica, urbana, política, entre otras.

Para desarrollar este argumento se empieza presentando una breve pincelada sobre algunos pensadores y cuestiones clave de la geografía crítica. Se hace hincapié en la evolución de esta línea de pensamiento, desde los modelos surgidos desde lecturas post-estructuralistas y post-marxistas, hasta el más reciente giro cultural. A partir de las aportaciones analíticas de David Harvey, el siguiente apartado desarrolla una reflexión sobre cómo las principales características de los nuevos modelos productivos y financieros implican un cambio radical de modelo productivo y social a escala global. Partiendo del cambio en la experiencia humana del tiempo y el espacio, lo que Harvey llama, la compresión del tiempo y del espacio, esta sección argumenta que se ha producido una “desterritorialización” que esconde las verdaderas condiciones productivas y sus implicaciones sociales, y que a la postre dificultan la legitimidad del discurso de la geografía crítica en favor de aproximaciones neoliberales. Una vez enmarcado el debate entorno a la geografía actual, partiendo de los trabajos del profesor Corrado Poli, el tercer apartado se centra en el análisis de diferentes niveles de conciencia medioambiental. En concreto, el apartado distingue entre cuatro posiciones distintas en cuanto a la importancia y gravedad del problema medioambiental. Esta clasificación permite dilucidar distintos modelos epistemológicos, con sus consecuentes diferencias en cuanto al enfoque y las soluciones que se deben aportar. En esta sección se hace especial hincapié en la inutilidad y peligrosidad del concepto de sostenibilidad tal como se entiende desde numerosas administraciones públicas y sectores económicos privados. La comunicación concluye apuntando la necesidad de un giro que podríamos llamar “eco-radical” que sitúe la crisis medioambiental en el centro del debate sobre la interpretación y soluciones a los retos sociales y de desarrollo en el espacio actual. Se enfatiza como este paradigma permite ganar de nuevo el concepto de territorio, y se apuntan posibles líneas de investigación para ciertos ámbitos de la geografía.

La geografía crítica en perspectiva: algunas notas de contexto

El profesor Neil Smith en un artículo publicado en Antipode en 2005 bajo el título: “What´s Left? Neo-Critical Geography, Or, The Flat Pluralist World of Business Class” se quejaba de la creciente preponderancia de las aproximaciones neoliberales y tecnócratas, no tan sólo en el ámbito de la política y la economía, sino también en el de las ciencias sociales y más en concreto en el de la geografía. Esta tendencia, según el autor, suponía un cambio muy significativo con respecto a las dinámicas generadas desde los años 1970, y presagiaba el riesgo de que la disciplina geográfica volviera a colocarse como ciencia espacial al servicio del poder tecnocrático – en clara referencia crítica a la legitimidad que  los sistemas de información geográfica han ganado en el ámbito de geográfica desde los años noventa.

Esta nueva situación actual difiere en gran medida de lo que ha sido la tendencia dominante en la geografía desde los años setenta. En esta época la teoría social llegó con fuerza a esta disciplina con perspectivas radicales, inicialmente desde la tradición marxista. Smith (2005) apunta que esto fue posible justamente porque la geografía, especialmente la anglosajona, había permanecido hasta entonces al margen de las teorías sociales, y carecía por tanto “de inmunidad para neutralizar al invasor” (Smith 2005: 889).

Haciendo referencia a la geografía hispana y portuguesa, el profesor Horacio Capel (2007) reconocía que a lo largo de los siglos, a parte de algunas excepciones iluminadoras, se ha consolidado una larga tradición de geografía descriptiva y por tanto despolitizada. En el discurso inaugural del IX Coloquio Internacional de Geocrítica de 2007, Capel (2007) hacía hincapié en la necesidad de ir más allá de formulaciones críticas y alcanzar propuestas explícitas de soluciones a problemas acuciantes.

Con respecto a los orígenes de la geografía crítica, la interpretación desde el ámbito de la geografía de los trabajos de Henry Lefevre y, posteriormente, los textos de pensadores neo-marxistas como Manuel Castells, Edward Soja, David Harvey o Neil Smith abrieron nuevas líneas de investigación para la geografía.

Especialmente en el ámbito anglosajón y en el área de la geografía urbana, la nueva orientación crítica pondrá énfasis y ejemplificará cómo la forma y crecimiento de las ciudades no es el resultado de un proceso natural vinculado a determinadas condiciones físicas, sino el resultado de decisiones hechas por personas y organizaciones que tienen o desean conseguir el control de determinados recursos. De esta forma, la estructura urbana y social de una ciudad reflejará los conflictos sobre la distribución de los recursos entre grupos diferentes. Los pensadores que se inscribirán dentro de esta línea de pensamiento, con una larga tradición en el mundo anglosajón bajo el calificativo de “political economist”, subrayarán que la estructura urbana debe ser entendida en términos de distribución de riqueza y poder. En este contexto, un elemento clave de este tipo de análisis se centrará en interpretar cómo no sólo el sector privado, sino también el sector público juega un papel regulador importante dentro de una economía capitalista. Esta interdependencia entre el sector gubernamental y no-gubernamental se estudiará ampliamente desde la teoría de los regímenes urbanos (Stone, 1993, Stoker, 1995).

Hacia los años 1980 se empieza a detectar en geografía un cambio de enfoque que se calificará como “giro cultural”. En su análisis de las geografías de la infancia, Ortiz (2007) apuntaba que “las aportaciones teóricas y metodológicas [del enfoque cultural], así como su acento en la interdisciplinariedad y el compromiso político, han permitido acercarnos a la sociedad, al espacio y al lugar desde nuevos enfoques y múltiples miradas” (Ortiz, 2007:198).  Remarcando esta pluralidad de enfoques, Edward Soja (1999) reconocía la fuerza que, en las décadas de los ochenta y noventa, en el ámbito anglosajón había alcanzado el giro cultural dentro de la economía política radical. Nuevos elementos como la raza, el género, la sexualidad, la etnicidad, la comunidad, el medio ambiente, la religión y la vida cotidiana, se habían convertido en el centro de análisis de los fenómenos sociales y espaciales para el ámbito de la geografía.

El giro cultural en geografía entraba en escena junto al ímpetu alcanzado por las reflexiones postmodernas del espacio. Se clasificaba como autores postmodernos a aquellos que introducían una reflexión sobre cómo pensamos, representamos, vivimos y creamos el espacio (Gibson y Watson, 1995).  De nuevo se recurría a los trabajos de Henry Lefebvre (1991), junto Michel Foucault (1970, 1986) como los iniciadores de este tipo de aproximación.  Foucault introducirá por primera vez el concepto de heterotopía como un espacio heterogéneo de lugares y relaciones. El concepto lo recogerá y elaborará el propio Soja (1995 y 2000) en trabajos posteriores.

La deconstrucción del pensamiento dicotómico, la comprensión flexible de la relación entre conocimiento, poder y espacio; la nueva reinterpretación de los trabajos de Henry Lefevre, enfatizando la importancia de distinguir entre el espacio percibido –practicas materiales espaciales, del espacio concebido– representaciones simbólicas y epistemología, y del espacio vivido, contribuirán a la elaboración de numerosos estudios conceptualmente muy sofisticados e intelectualmente muy enriquecedores que llevarán a la geografía a convertirse en una disciplina meramente descriptiva.

Las perspectivas neo-marxistas y neo-estructuralistas, el giro cultural, los enfoques postmodernos han aportado nuevas y fructíferas interpretaciones, pero aunque se dan nuevas reformulaciones conceptuales, sigue siendo difícil plantear propuestas explícitas de actuación. Es en este contexto que, desde los noventa, de nuevo penetra una corriente neoliberal que enfatizará los aspectos práctico y técnicos de la disciplina geográfica. El reto se mantiene pues en dar un salto desde los análisis teóricos altamente sofisticados a la formulación de propuestas explícitas que orienten políticas de actuación.

La compresión tiempo-espacio y el proceso de “desterritorialización”

En la publicación La condición  de la posmodernidad: investigación sobre los orígenes del cambio cultural, David Harvey  (1992) analiza el cambio histórico del sistema capitalista utilizando un prisma financiero-económico. La tesis clave del libro es que el capitalismo responde a la crisis económica de los años 1970 con una mutación profunda que lleva al sistema a pasar de un régimen de acumulación fordista, a un régimen de acumulación flexible o postfordista.

El argumento de Harvey hunde sus raíces analíticas en el ámbito de la teoría de la regulación. Esta teoría se origina en Francia en los años setenta y principios de los ochenta a través del trabajo de economistas marxistas y se desarrolla posteriormente en otras disciplinas, entre ellas la geografía. En este trabajo no se desea entrar en detalles sobre las diferentes y muy interesantes escuelas y líneas de pensamientos dentro de la teoría de la regulación (Jessop and Ngai-Ling, 2007) o su utilidad y posibles limitaciones como marco de análisis (Capel 2003, González 2004); aquí lo que es relevante es definir que entiende la teoría de la regulación por “régimen de acumulación” y por “modo de regulación social y política”.  

Un régimen de acumulación hace referencia a un modelo estable de asignación de los beneficios de producción entre lo que se destina a consumo y lo que el capital acumula. Para que un régimen de acumulación funcione, y dada la complejidad de intereses entre diversos agentes –capitalistas, obreros, agentes financieros, agentes políticos, etc.– debe existir un modo de regulación social y política aceptada por el conjunto de agentes. Éste se materializa en normas, hábitos, leyes, etc. Como Harvey apunta, el modo de regulación asegura la conveniente coexistencia de los comportamientos individuales respecto al esquema de reproducción del sistema.

Siguiendo la argumentación de Harvey, con la crisis de los setenta se produce un paso del modelo de acumulación fordista americano –y su equivalente keynesiano en Europa– a un modelo flexible de acumulación del capital a escala global. El modelo de producción fordista es un sistema que se desarrolló entre finales de la década de los años treinta y principios de los años setenta.  Hace referencia al modo de producción en cadena que llevó a la práctica el fabricante de coches norteamericano Henry Ford. Este sistema supone la combinación de cadenas de montaje con maquinaria especializada, con un número elevado de trabajadores en plantilla, buenos salarios y cierta estabilidad laboral. Los numerosos avances tecnológicos que se producen durante este periodo, por ejemplo en cadenas de producción, permiten aumentar considerablemente la productividad y los ingresos, que de forma significativa repercuten favorablemente sobre la clase trabajadora. Así mismo, se produce un proceso de consumo generalizado que se genera por la existencia de un amplio abanico de población con poder adquisitivo. En el modelo europeo keynesiano no se produce un aumento tan masivo de consumo por parte de la población pero si por parte del estado, el cual actúa como elemento redistribuidor de riqueza.

Los modelos fordista y keynesiano entran en crisis en la década de los setenta y, en un esfuerzo por encontrar salida a esta crisis, se genera la idea de que la solución pasa por liberalizar los poderes del capital financiero. Esto es así porque la crisis económica del sistema capitalista se entiende como resultado de la falta de flexibilidad del capital, tanto a nivel geográfico, como de mercado de trabajo y tecnológico.

Desde esta perspectiva, la clave a la salida de la crisis se entiende sólo a partir de agilizar al máximo, a escala global, la circulación de capital, sea en la modalidad de transferir fondos, como en la de recolocación del capital. Por ejemplo, este proceso se llevará a cabo inicialmente a través de la reubicación de plantas productivas en el exterior (offshoring), o, más tarde, la subcontratación de la producción en el exterior (offshore outsourcing).

Como consecuencia de este proceso, las características del capitalismo flexible se materializan en un aumento extraordinario de la exportación de capital, con una mayor fluidez para la circulación de fondos alrededor del mundo. Esta movilidad de capital se complementa con un cambio tecnológico muy rápido y la desregulación en el mercado laboral. De esta forma, si hasta la década de los setenta, el Estado había sido el regulador y dinamizador de la economía capitalista, a partir de ahora el capital financiero asume el papel en cuanto a mecanismo flexible que solventa la rigidez del Estado. Desde esta perspectiva, a escala local, el sector privado empieza a entenderse como institución demasiado rígida, y la colaboración público-privada se legitima como la forma más eficaz de dirigir el crecimiento económico local.

En este nuevo contexto, el sueño americano de casa unifamiliar y coche en los suburbios, ideal que se materializó para amplias capas de población blanca norteamericana en las décadas de los cincuenta y sesenta, empieza a tambalearse. Michael Moore en su película de 1989 Roger & Me (Roger y yo) presenta la crisis urbana, económica  y social que sufrió la ciudad de Flint en Michigan como consecuencia del cierre de la fábrica de General Motors (GM) que dejó a unas 30.000 personas sin trabajo en 1983. De forma magistral el director recoge autobiográficamente la conmoción social y humana que la ciudad vivió. Como hijo de trabajador en una línea de montaje de GM, Moore afirma que su generación creció bajo la creencia de que si se trabajaba duro para una empresa y ésta prosperaba, los trabajadores, sus familias y su ciudad se iban necesariamente a beneficiar. El argumento de la película es pedir explicaciones a Roger Smith, presidente de GM de por qué se cierra la planta de Flint para reubicar su producción en Méjico, considerando que en las  presentes condiciones GM tiene un superávit millonario. Michael Moore no conseguirá hablar con el presidente de GM. Pero, como uno los representantes de GM argumenta en la película, la respuesta se encuentra en la necesidad de aprovechar las oportunidades que ofrece la globalización de la economía porque “lo bueno para todos es que GM prospere. Nadie va a beneficiarse si GM no aprovecha las oportunidades en una economía abierta y competitiva.”

Según Harvey el capitalismo desea acelerar lo más posible los procesos económicos para maximizar beneficios. En este proceso la rapidez del tiempo aniquila las barreras del espacio. Los avances tecnológicos han servido para hacer el mundo cada vez más pequeño, y la globalización del mercado ha creado un mercado único de productores y consumidores. Desde este análisis se puede comprender la argumentación de los directivos de GM. La compresión del tiempo y el espacio erosiona el concepto de lugar dentro del espacio. Se crea un lugar discontinuo o un espacio universal fuera de un lugar concreto. Por ello, GM no distingue entre Flint, Michigan, de cualquier otro lugar en el mundo. En el marco de la globalidad, la fidelidad a un lugar, ciudad, región, país o trabajadores concretos pierde sentido y llega a parecer ridículo.

El cambio cultural más importante en la transformación del modelo fordista al de acumulación flexible y de la modernidad a la postmodernidad, es pues, en palabras de Harvey, el cambio en la experiencia humana del tiempo y el espacio. Esta “des-territorialización” esconde las verdaderas condiciones productivas y sus implicaciones sociales, y que a la postre dificultan la legitimidad del discurso de la geografía crítica  motivada por temas de justicia social, en favor de aproximaciones neoliberales motivadas por criterios de eficacia de mercado.

Los diferentes niveles de conciencia medioambiental y la inutilidad peligrosa del concepto “sostenible”

Siguiendo la clasificación establecida por Corrado Poli (1994 y 2006), en el discurso entorno a cuestiones del medio ambiente, tanto en el ámbito académico como político, se pueden identificar cuatro niveles de conciencia medioambiental.

El primer nivel podría resumirse como aquel que considera que el problema medioambiental, como problema específico, no existe. En este grupo se englobarían aquellos agentes políticos, sociales, económicos y académicos que desmienten por completo su existencia como tal. Es decir, desde esta perspectiva se identifican y reconocen determinados problemas, como por ejemplo la contaminación atmosférica, acústica, de las aguas, los problemas relacionados con los residuos, el peligro de extinción de especies animales y vegetales, entgre otros. Sin embargo, aquellos que se sitúan en este nivel de conciencia medioambiental entienden cada uno de ellos por separado. Para este colectivo, el problema de contaminación acústica y el de contaminación de las aguas son dos completamente distintos, que requieren soluciones tan diferentes, y que no pueden agruparse bajo la etiqueta de problema medioambiental único. Esta aproximación ha perdido adeptos en los últimos años a medida que el debate sobre el cambio climático se ha intensificado y la interconectividad entre problemas ambientales se ha hecho mucho más evidente. Sin embargo, cabe recordar que tan solo veinte o quince años atrás esta postura era sostenida por numerosos académicos, políticos e individuos clave dentro del sector privado.

En el segundo nivel de conciencia se encontrarían aquellas personas que se han dado cuenta que en las últimas décadas, tomando en cuenta los numerosos problemas medioambientales a los que tenemos que enfrentarnos, a escala local, regional, nacional y mundial, podemos hablar de que, en líneas generales, hemos entrado en una crisis del medio ambiente que presenta diferentes ramificaciones. Desde esta posición se identifican todo un grupo de problemas que aunque afecten a diferentes esferas pueden ser englobados o catalogados como un único problema medioambiental.  Se establece, por primera vez un nexo común entre éstos y se apunta a una serie de manifestaciones –urbanas, productivas, de consumo– que influyen en la creación “del problema.” En este sentido, y dada la dimensión de la crisis, desde este nivel de conciencia medioambiental se apuntaría a la necesidad de una revisión de la relación que tenemos establecida entre los humanos y la naturaleza.

Poli (1994, 2006) argumenta que esta posición implica un cambio cualitativo significativo con respecto al primer nivel presentado anteriormente. Esto es así porque ahora se identifica claramente todo un grupo de problemas que se catalogan como medioambientales, y por ello, se establece una relación más clara entre el efecto medioambiental y la(s) causa(s) que lo provocan. Sin embargo, la solución que se aporta desde este nivel de conciencia medioambiental “al-problema-agrupado-de-crisis-medioambiental” opera de la forma tradicional, es decir, afrontando cada uno de ellos por separado. Así la contaminación acústica tendrá una solución distinta al de la atmosférica o de la creada por los residuos.  Ello es así porque, desde esta perspectiva, para solucionar los diferentes problemas del medio ambiente se debe recurrir a las soluciones técnicas conocidas para cada caso. De esta forma, gracias al efecto positivo alcanzado por cada esfera técnica, se aportan soluciones concretas que ayudan a solventar el problema de la crisis. En este sentido, la visión globalizadora de la solución a la crisis medioambiental, se alcanza por la suma de las partes (atmosférica, acústica, de residuos, etc.). Los problemas pues se solucionan por separado y como mucho, nosotros podemos hablar de cooperación y coordinación interdisciplinar entre las diferentes técnicas involucradas en sus soluciones.

Corrado Poli (2006) apunta que el concepto de desarrollo sostenible se encuentra exactamente en este segundo nivel de conciencia medioambiental, porque el concepto de sostenibilidad, tal como se utiliza actualmente, asume que el progreso tecnológico, no tan sólo puede ayudarnos a solucionar el problema medioambiental, sino también que, gracias a una postura medioambiental que utiliza “tecnología verde,” se puede ayudar a fomentar el crecimiento económico de una región o país sin necesidad de cambios de consumo y modelos de vida.

Sin duda la literatura generada alrededor del concepto de sostenibilidad es muy rica, e implica un cambio de perspectiva diferente, en cuanto a propuestas de crecimiento que establece distinciones con los modelos de crecimiento de la economía tradicional. En su fantástico estudio sobre género, desarrollo y globalización, Lourdes Benería (2003) destaca que el concepto clave cuando se habla de desarrollo debe hacer referencia a “lo que tiene valor”, o lo que es lo mismo, a “lo que es valioso para una sociedad”. El modelo tradición que identifica crecimiento con Producto Nacional Bruto incluye tanto lo que es bueno para la salud de las personas y el medioambiente, como lo que es malo. En este sentido cabe reconocer que el discurso de la sostenibilidad ha hecho una aportación muy significativa, en la mediada que ha introducido nuevas cuestiones y perspectivas, en un momento en que el discurso neoliberal basado en el libre mercado y la globalización de la economía proponía la lógica del modelo capitalista como la más eficaz para asegurar el bienestar de gran parte de la población.  

Una de las aportaciones claves desde el discurso de la sostenibilidad ha sido el énfasis en la  necesidad de que la producción internalice los costes medioambientales introduciendo el componente tiempo. Como Paul Hawken (1994) apuntaba en su ya mítico libro The Ecology of Commerce, el futuro es un inestimable regalo que no podemos malbaratar bajo el pretexto de producir grandes cantidades a bajo coste. El compromiso nuestro en asegurar la existencia de un mundo habitable para futuras generaciones ha sido uno de los pilares del concepto de sostenibilidad. Sin embargo, no ha sido hasta muy recientemente, que se ha empezado a vislumbrar que, dadas las evidencias de una crisis medioambiental inminente, este futuro podía no tanto afectar a futuras generaciones sino a nosotros mismos, y que se han empezado a tomar medidas concretas.

Un esfuerzo por internalizar costes de contaminación medioambiental queda reflejado en el Protocolo de Kyoto. Partiendo de unas buenas intenciones políticas, el protocolo ha terminado por establecer regulaciones y crear incentivos para disminuir la contaminación atmosférica. Sin embargo, a la postre, el protocolo no ha sido ratificado por países clave, ni cumplido por numerosos países firmantes (Pearce, 2006). Ello sin mencionar las limitaciones en las mediciones de contaminación o la cuestionable eficacia de las cuotas establecidas inicialmente (Gardiner, 2004). En definitiva, y aunque no se desee mencionar a falta de otros modelos consensuados, el Protocolo de Kyoto ha sido un fracaso anunciado, que no tan sólo no ha sido eficaz para evitar el continuo calentamiento global del planeta, sino que ha ayudado a crear un potente mercado financiero alrededor de la tasa del dióxido de carbono –los norteamericanos, mucho más prácticos en su terminología, lo han denominado el “carbon market”– que ha aportado beneficios a las industrias tradicionalmente más contaminadoras.

En definitiva, tal y como ha sido absorbido el concepto de sostenibilidad dentro de la lógica del capitalismo actual, y como puntualiza Poli (2006), el modelo de sostenibilidad se convierte en peligroso porque tranquiliza conciencias mientras se reproducen los mecanismos de crecimiento de siempre. ¿Cabe sin embargo otra posibilidad?. Poli apunta a otros dos niveles más de conciencia medioambiental.

Un tercer nivel de conciencia es el que el autor considera que penetra dentro del campo ambientalista real. En este nivel se considera que hay algo substancialmente diferente que nos lleva a pensar más allá de que existen algunos problemas del medio ambiente conectados, que pueden analizarse como un todo. Este nivel de conciencia implica la existencia de una “cuestión medioambiental” real con una solución que implica un cambio de estilo de vida, de ética, de leyes, de modelos productivos y de técnicas. Desde esta perspectiva, las nuevas tecnologías, los nuevos descubrimientos no son suficientes para solucionar la crisis medioambiental. De hecho, se necesita un nuevo modelo científico-social o paradigma. Desde esta posición, la crisis medioambiental no es un problema técnico, es un problema ético, social, organizativo y básicamente político. Es este punto cuando se puede hablar de que nos encontramos ante un modelo eco-radical porque tiene un alto componente revolucionario.

Finalmente, el cuarto nivel medioambiental es el más extremo. Desde esta perspectiva, la cuestión medioambiental es hoy la cuestión política crucial sobre la que deben gravitar todas las otras cuestiones políticas y sociales. La postura medio-ambientalista se percibe como la mejor  forma de intentar solventar todos los demás problemas políticos y sociales que afrontan los diversos territorios y sus poblaciones.

El giro medio-ambientalista en geografía: la geografía eco-crítica y la nueva territorialidad

Como apunta Corrado Poli, para sobreponernos al conformismo general en la manera como afrontamos los problemas del medio ambiente, la postura eco-radical considera que estos se deben enfocar como problema político. Es decir, si no se cambia la relación existente entre los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, entonces tan sólo identificamos y aplicamos remedios puntuales utilizando la tecnología a nuestro alcance. En este caso, el modelo tecnológico, y más en concreto, la supremacía de la tecnología, no sólo se mantiene sino que se acrecienta. La soluciones tecnológicas se mantienen convirtiéndose paulatinamente en mas legitimadas, poderosas y sofisticadas.   

Tal y como se apuntaba anteriormente, en el ámbito académico la geografía ha elaborado durante décadas análisis críticos sofisticados, pero no ha sido capaz de proponer un número significativo de líneas de actuación y propuestas concretas a los problemas identificados. La cuestión que podemos plantearnos ahora es si, desde una perspectiva eco-radical, la geografía puede identificar nuevas vías de análisis para proponer políticas de actuación concretas.

En primer lugar, cabe destacar que si ponemos énfasis, y mucho más importante, si nos creemos que las respuestas tecnológicas no pueden aportarnos las soluciones al problema medioambiental que sufrimos, entonces las ciencias sociales y humanas, y con ellas la geografía, adquieren una nueva posición de fuerza.

Podemos argumentar que, de hecho, a través de un enfoque medio-ambientalista radical la geografía puede por un lado relanzar los temas que preocupan a la geografía crítica, a la vez que, al igual que otras ciencias sociales y humanas dentro de sus esferas de conocimiento, proponer soluciones concretas y novedosas de actuación. Este potencial creado desde la perspectiva medioambiental se puede aplicar, como apuntamos en la introducción, a diferentes ámbitos de la geografía, tales cómo la geografía económica, urbana, y política.

La geografía económica tradicionalmente se ha ocupado de estudiar temas de localización de la actividad económica, prestando atención a su distribución y ordenación en el espacio de la industria y los servicios a diversas escalas –local, regional, nacional, e internacional–. Sin duda, la orientación en estos estudios ha venido determinado por los modelos analíticos y metodológicos de la disciplina, que cuentan con un amplio abanico temático. Los enfoques van desde las teorías de la localización clásica de la actividad industrial, el estudio de las economías de aglomeración o clusters hasta diversas teorías sobre la globalización. También se ha prestado atención a las teorías y modelos sobre transporte, al igual que a aproximaciones neo-marxistas, en las que los economistas políticos de los que ya hemos hablado, han destacado los enfoques centrados en cuestiones sociales e institucionales. A la vez, y dentro del nuevo giro cultural, se han estudiado las actividades económicas desde una perspectiva de género o diversas identidades.

Por su parte la geografía urbana ha tomado como unidad espacial la escala local. Estudiando, o bien la ubicación territorial de ciudades en un espacio determinado y la movilidad de bienes y personas entre ellas, o estudios centrados en la estructura interna de la ciudad. En este último enfoque, la geografía urbana ha prestado atención a las diferentes formas de ordenación y planificación urbanística, las características de las instituciones que gobiernan la ciudad, y las peculiaridades de su actividad económica siempre tomando el espacio como referente. Desde el estudio de los procesos de urbanización se ha analizado el crecimiento de las ciudades prestando atención a la compleja interrelación entre los procesos económicos, sociales y políticos de la escala local.

Finalmente, la geografía política se ha preocupado por el estudio de los efectos de los procesos políticos en el territorio, al igual que ha evaluado y explorado cómo los procesos políticos se ven afectados por las estructuras espaciales a escala local, nacional o internacional. En esta especialidad se ha estudiado con detenimiento la interrelación entre territorio, población y estado.

Desde la perspectiva eco-radical que defendemos en esta comunicación, en el ámbito de la geografía económica, urbana o política, en primer lugar, se debería empezar a plantear cuestiones que podríamos denominar meta-geográficas. Estas cuestiones deberían tener la finalidad de explorar nuevos interrogantes tales como: ¿Cuál es el significado del concepto de desarrollo social y económico para un territorio?, ¿Cuál es el del término sostenibilidad, y el de crecimiento delante de la crisis medioambiental que sufrimos?, ¿Cuál es el significado, las implicaciones y la finalidad de nuestras acciones económicas y urbanísticas en el territorio?, ¿Cómo el desarrollo urbano y económico de un territorio se relaciona con el problema medioambiental?  Para dar respuesta a estas preguntas, entre muchas otras, nos tenemos que adentrar en cuestiones epistemológicas y semánticas, en definitiva, en cuestiones que nos llevan al análisis y cuestionamiento del paradigma existente y a la formulación de otros modelos posibles.

En segundo lugar, una geografía eco-radical debería ser necesariamente una geografía normativa. Es decir, debe preguntarse e identificar qué crecimiento es bueno y cuál malo. Para ello debe plantear cuestiones tales cómo: ¿Qué tipo de crecimiento en un territorio –ciudad, región, país, …–  es el mejor para el entorno ecológico?, ¿Qué tipo y características deben tener las infraestructuras para ser respetuosas con el medioambiente?, ¿Cuáles se deben evitar?, ¿Qué tipo de movilidad crea una menor contaminación?, ¿Qué modelo de organización política es la mejor para un territorio?, ¿Qué dimensiones debe tener una ciudad?, ¿Cómo debe estructurarse administrativamente un territorio para decrecer su impacto medioambiental?. Estas y otras cuestiones nos deben permitir establecer criterios de actuación, dilucidando procesos negativos que deben evitarse, y proponiendo modelos alternativos que sin un criterio normativista no suelen explorarse.

Finalmente, deben plantearse un amplio conjunto de cuestiones empíricas. Estas cuestiones son de vital importancia porque son las que deben informar las políticas públicas. Algunas de ellas pueden responder a interrogantes generales: ¿Qué cambios en el presente modelo de crecimiento territorial y urbano se deben establecer para solventar cuestiones medioambientales a largo plazo?,  ¿Qué tipo de movilidad se debe incentivar y por que medios?, ¿Cómo debe estructurarse administrativamente y políticamente una zona metropolitana?, ¿Qué papel deben jugar los agentes sociales, económico y políticos en los procesos de urbanización?, etc. Otras cuestiones deben ser específicas y centradas en problemas concretos.

Si a través de estas líneas de investigación indagamos sobre el impacto que ejercemos en el territorio desde la premisa de que se deben minimizar o alterar las presentes condiciones, entonces podemos cuestionarnos abiertamente el creciente modelo de suburbanización, la segregación en los usos del suelo, la necesidad de polígonos industriales en el extrarradio de las ciudades –en España básicamente de servicios, algunos de servicios avanzados– , los procesos de metropolización, el presente modelo de movilidad, entre otros. Este cuestionamiento y las alternativas propuestas desde una perspectiva normativa nos permitirán elaborar soluciones puntuales y novedosas.

Remontándonos a la exposición que hicimos de los trabajos de Harvey, veíamos que la compresión del tiempo y el espacio ha producido una “desterritorialización” que esconde las verdaderas condiciones productivas y sus implicaciones sociales. Esta desterrirorialización a la postre dificulta la legitimidad del discurso de la geografía crítica interesada, muy a menudo, por cuestiones de justicia social. Desde una perspectiva eco-crítica, se puede recoger de nuevo los intereses de la geografía radical, que se ha visto fuertemente cuestionada por la corriente neoliberal y por el creciente énfasis en el uso de técnicas como los sistemas de información geográficos. Si las soluciones al cambio climático se territorializan a espacios concretos y delimitados, se gana espacio político y social para la acción política. La geografía debe encontrar su propia capacidad de participación en este nuevo enfoque.

 

Bibliografía

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