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SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
LA IDEA DE CIUDAD EN LA LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XIX. LAS CIUDADES ESPAÑOLAS EN LA OBRA DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (1833-1891)
 
Pere Sunyer Martín

La idea de ciudad en la literatura española del siglo XIX. Las ciudades españolas en la obra de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) en Capel, H., López Piñero, J.M. y Pardo, J.:Ciencia e Ideología en la ciudad (vol.II). I Coloquio interdepartamental, Valencia, 1991. Generalitat valenciana, Conselleria d'Obres Públiques, Urbanisme i Transports, Valencia, 1992, págs. 139-150. [ISBN 84-7890-573-1]



Uno de los rasgos más reveladores del proceso de cambio político, económico y social que se vivió en la España del siglo XIX, fue el de las transformaciones urbanas, cuyo reflejo puede observarse en los ensanches. Las ciudades más importantes del país, como Madrid y Barcelona, comenzaban a sentir la crisis derivada de sus condiciones urbanas manifestadas en una densidad de urbanización y de poblamiento, problemas de viviendas y especulación del suelo, e insalubridad de sus condiciones de vida traducidas en epidemias periódicas de fiebre amarilla y cólera. Una crisis que como indica Alvarez Mora(1), era consecuencia, no tanto de la industrialización del país que se estaba llevando a cabo, principalmente, en la periferia peninsular, sino más bien del conflicto que afectaba al agro español y que obligó a emigrar a una gran masa de labradores hacia las ciudades.

La crisis urbana de la primera mitad del siglo XIX no era posible remediarla a partir de reformas puntuales. Se trataba de construir una ciudad a la medida de la floreciente burguesía y ajustada a las necesidades políticas, ideológicas y técnicas de los nuevos tiempos, esto es, una ciudad transparente al ejercicio del poder, que incorporase los avances científicos y técnicos en cuestión de salubridad pública y adecuada a los progresos técnicos en transportes y comunicaciones.

Por otro lado, la ciudad era un elemento importante no sólo en el afianzamiento de la burguesía en el poder, sino también en la erección de un Estado moderno. Este precisaba de un sistema urbano capaz de organizar a nivel administrativo, político y económico un espacio definido por los límites provinciales, una idea que quedaría patente en la división provincial de España en 1837.

La ciudad convertida en motor económico y político fue revalorizada de nuevo en los medios artísticos como motivo de inspiración especialmente en la pintura y en la literatura. La literatura europea se hizo eco de las transformaciones que estaban afectando a sus ciudades, incorporando entre sus temas todo aquello relacionado con lo urbano, en su sentido lato, ya como escenario en donde se mueven los personajes, ya la propia vida cotidiana de sus habitantes, o los conflictos sociales que en ella aparecían. Las corrientes literarias de la segunda mitad del siglo como el "Realismo" y, posteriormente, el "Naturalismo" utilizaron temas de carácter urbano.

En nuestro país, la ciudad entraría como protagonista en un nuevo género literario nacido con los cambios que estaba sufriendo la ciudad y desarrollado con la difusión de un medio de comunicación propiamente urbano, como es la prensa periódica: se trata del género costumbrista. Consagrado definitivamente desde 1831, la ciudad sería el nuevo escenario; los protagonistas, sus propios habitantes; el tema, la propia actividad urbana.

El costumbrismo, gérmen en nuestro país del movimiento realista en la literatura, sirve como punto de partida para este estudio, cuyo objetivo es el de presentar la idea que se tenía de la ciudad, durante la segunda mitad del siglo XIX, y de las transformaciones que se realizaban en ella. La fuente de información escogida han sido las obras de un escritor formado en el "costumbrismo" e influido por las corrientes "realistas" en la literatura como fue Pedro Antonio de Alarcón. Para ello, tras una introducción al costumbrismo y al autor, se abordarán, en primer lugar, el ambiente ideológico y literario que rodean la producción artística de este escritor, para posteriomente mostrar su visión de la ciudad española de mediados del siglo XIX y de los cambios que en ella se sucedieron a través de su obra y sobre un trasfondo de debate ideológico entre dos concepciones de progreso.
 

1. La imágen de una sociedad en transformación: el costumbrismo.

La ciudad había recibido ya un tratamiento especial, bien a través de las "Historias de las ciudades"(2) aparecidas en España desde principios del siglo XVI, bien a través de las "Guías de Viajeros" que irán apareciendo a finales del Siglo de las Luces. La ciudad y la organización de la sociedad en este siglo XIX, fueron también motivo de ensayos y estudios teóricos, utópicos, en una búsqueda del modelo de ciudad ideal para la sociedad ideal. El costumbrismo, en cambio, lejos de reflejar estados de idealidad, se constituye en crudo testimonio de un mundo que está desapareciendo, y en comentario mordaz, irónico, de una sociedad en transformación.

El costumbrismo iniciado(3) en nuestro país bajo las plumas de Ramón de Mesonero Romanos, Mariano José de Larra y Serafín Estébanez Calderón, nacería bajo la influencia de aquellas estampas que se divulgaban por Inglaterra, Francia y Alemania, en las que se explicaban y satirizaban escenas pintorescas y costumbres de los diversos paises de Europa. Rápidamente se convirtió para Mesonero Romanos en una "reacción patriótica"(4) contra la imagen que se divulgaba de los españoles en aquellos paises. No obstante, no fue ello inconveniente para que escritores como Victor Etienne (De Jouy), en Francia, o Addison, en Gran Bretaña, fuesen el modelo a imitar. Pronto estos temas y el modo de presentarlos tomarían carta blanca en nuestro país, naturalizándose bajo el nombre de costumbrismo.

Este género literario es definido por M. Ucelay como "la pintura festiva, modesta y natural de los usos y costumbres del pueblo. Son "cuadros independientes" en donde se realiza la "pintura moral de la sociedad"(5) y, por último y muy importante es que sean cuadros contemporáneos. Fuera del contexto temporal - e incluso espacial- el cuadro de costumbres perdería toda su efectividad, legando solamente un valor testimonial histórico. El costumbrismo irá haciendo escuela a lo largo del siglo a medida que se vaya extendiendo la lectura de la prensa periódica.

La sátira política fue una de las tendencias de los costumbristas españoles, como así hicieron Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos, sin embargo, había otra postura en la que se intentaban recoger escenas del natural con la pluma, ya fuesen oficios que se perdían o aspectos pintorescos de la vida de las gentes sencillas, en un intento de preservar la tradición, exaltando lo típico por encima de lo nuevo. Esta segunda versión, de orientación romántica, sería considerado como orígen en España del movimiento literario conocido como realismo cuya primera figura en nuestro país se considera que fue Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero)(6), escritora, por otro lado, en su primera etapa, de artículos costumbristas.

Pedro Antonio de Alarcón sería uno de tantos escritores que cultivarían el costumbrismo a través de su trabajo como colaborador en diferentes diarios. Ya en 1853 cuando abandonó su Guadix natal por primera vez, marcharía a Cádiz donde dirigiría una revista literaria titulada "El Eco de Occidente" de la cual fue cocreador en 1850. Posteriormente fundaría otros periódicos como "La redención", "El Eco de Tetuán", "La Política" de Madrid, y fue director de "El látigo", colaborando, además, durante toda esta década de los cincuenta gracias a la buena acogida de sus escritos, en varios e importantes periódicos del país como crítico literario y columnista, lo cual le consagraría como "uno de los grandes periodistas del siglo XIX"(7). Resultado de esta actividad fueron los artículos costumbristas sobre Madrid algunos de los cuales serían recogidos bajo el título Cosas que fueron.

Fue considerado por algunos autores coetáneos como "regenerador o novador de los artículos de costumbres"en una época en el que parece que este género resultaba anacrónico. Y en parte es cierta esta aserción. Gran parte de la producción literaria de su primera etapa como escritor (1850-63), podrían incluirse dentro del género, lo cual podría dar lugar a un extenso debate sobre los límites del género(8).

El realismo literario que caracteriza la obra de Alarcón se forjó, podría afirmarse, a partir de sus inicios como articulista en algunos de los diarios de la época. En ellos no solamente ejercía de crítico literario sino que también, influido por el auge adquirido por el nuevo género costumbrista, acabaría cultivándolo demostrando al mismo tiempo su facilidad en la descripción de ambientes y paisajes caracterizada por su precisión y detalle. Podríamos decir que exceptuando su novela El final de Norma y su obra de teatro El hijo pródigo, desde su Diario de un testigo de la guerra de Africa (1859-60), hasta sus novelas escritas en el período 1874- 1881, son escritos que rezuman realismo a la manera de Fernán Caballero: un realismo que se ciñe principalmente a la escena, a las coordenadas espacio temporales, mientras que sus personajes y las situaciones que se plantean siguen adoleciendo de un "anacrónico romanticismo". Son tipos sin una verdadera dimensión psicológica, víctimas de la sensiblería y del azar(9).

Pero es esta capacidad de reproducir los ambientes y los paisajes lo que me interesa destacar y que nos conducirá a entender su visión de las ciudades españolas durante el siglo XIX. Alarcón es, ante todo, un escritor de transición entre dos mundos y su obra recoge dos aspectos importantes entre los numerosos cambios que experimentaría la España decimonónica en su tránsito hacia la modernidad. Por un lado, el conflicto derivado de dos concepciones de progreso completamente contrapuestas y que se refleja en el debate entre idealismo y el materialismo. Por otro lado, el mejoramiento de las vías de comunicación y el crecimiento de las ciudades, índices del progreso material que se estaba produciendo en el país. Aspectos que se abordarán más adelante y que nos revelará su concepción de progreso.
 

2. Biografía de un escritor de transición.

Pedro Antonio de Alarcón nació en Guádix el 10 de Marzo de 1833. Se graduó en sus estudios secundarios en Granada en 1847 e iniciaría los estudios de Leyes en la Universidad de dicha ciudad, para abandonarlos poco después a causa de la precaria situación económica familiar, lo cual le obligaría a retornar a su pueblo natal y comenzar los estudios eclesiásticos, de mejor futuro. Su vocación fue poco duradera pues en 1853 colgó sus hábitos, cambiándolos por la pluma y el papel. Su idea era llegar a Madrid y probar fortuna en lo que era "la clásica odisea del vate novel que desembarca en una capital" diría E.Pardo Bazán(10). No tendría en este momento el éxito apetecido, siendo más tarde, en su segundo "desembarco", cuando comenzaría a triunfar. Siguiendo la oleada revolucionaria de Vicálvaro, en 1854, se instaló de nuevo en Madrid junto a los componentes de La Cuerda -la Colonia granadina-, conjunto de artistas dedicados a la literatura, la poesía y la música y que tuvieron una gran acogida en la sociedad madrileña de la época. A este período correspondería su actividad como crítico político y literario llevada a cabo en importantes publicaciones del país, como "La Epoca" y "La Ilustración". De toda su primera etapa como escritor interesa destacar especialmente su Diario de un testigo de la guerra de Africa (1859-60), y De Madrid a Nápoles(1861), escritas ambas en sus respectivos ambientes, y por lo tanto de una gran viveza.

Tras estos dos importantes éxitos de librería se abrirían entonces ante él once años de intensa actividad política apoyando a O'Donell en su candidatura, durante la cual sería elegido en cinco ocasiones diputado y en dos senador; fue propuesto como ministro plenipotenciario en Suecia y ministro de Ultramar, cargos que no aceptó, y actuó como Consejero de Estado los primeros años de la monarquía de Alfonso XII.

Su relato La Alpujarra significó el retorno de Alarcón al mundo de la literatura. Una vuelta mal acogida por sus adversarios ideológicos y literarios. En los once años de aventura política en España habían cambiado muchas cosas. Los nuevos jueces literatos surgidos de la Revolución de 1868 le calificarían de "inquisidor", "ultramontano", "neocatólico" e "intolerante". Era el conflicto que se desataba entre el idealismo y el materialismo llevado a cabo en el campo de la literatura. Novelas como El escándalo (1874) y El niño de la Bola(1879) significaron sendos intentos por realizar una novela de tésis, dentro del campo del realismo, a fin de rebatir la crítica.

Cabe reseñar, asímismo, su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua titulado Sobre la moral en el arte (1875) en el que arremete contra "el naturalismo, el vulgarismo y del realismo sin argumento moral que ya comenzaban a corromper la literatura francesa"(11). Sin embargo, poco duraría su segunda y última etapa literaria. Finalizaría, de hecho, en 1881, tras la publicación de La Pródiga. Su obra ya no era ni alabada ni vilipendiada. Fue objeto de un complot literario, una "conjuración de silencio", como lo llamaría Alarcón, producto de la gran influencia que tenían los nuevos "apóstoles de la revolución" sobre los medios de comunicación y del "ruin odio" que se había desatado contra el éxito continuo de su obra.

Condenado voluntariamente ya al silencio más absoluto se retiró: "Quería la paz; me estorbaba tan ruin odio; me avergonzaba semejante lucha; recusaba a mis enemigos; despreciaba la victoria...y por resulta de todo ello, decidí no componer nunca más novelas", falleciendo diez años más tarde víctima de una aplopejía, en Madrid el 19 de Julio de 1891(12).
 

3. El debate entre el idealismo y el materialismo en la obra de Alarcón.

El conflicto entablado entre lo que entendían los autores de la época como idealismo y materialismo, tiene en el campo literario su reflejo en el debate entre idealismo y realismo, el cual cobra en la segunda etapa literaria de la obra de Alarcón (1873-81) una virulencia extraordinaria. Este debate trasluce, asímismo, el que estaba viviendo, en la misma época y en los mismos términos, la sociedad española en su tránsito hacia el positivismo(13).

La actitud adoptada por Alarcón de defensa de los valores considerados tradicionales de la sociedad española la llevaría a cabo desde el campo artístico, y se relacionaría con un problema más profundo como era el tema de la función social y moral del Arte, y el papel que cumple la estética en el Arte. Alarcón abordará ambos temas en su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua en 1877, titulado Sobre la moral en el Arte, que levantó una amplia polémica entre los jóvenes literatos españoles.

Los hechos acaecidos durante la Revolución de Septiembre del 1868 tuvieron una honda repercusión ideológica. Como dice Menéndez Pelayo, "por primera vez fueron puestos en tela de juicio los principios cardinales de nuestro credo nacional". Nuestro escritor, vinculado al mundo de la política en dos ocasiones, primero como buen romántico, seguidor de la tradición liberal de los intelectuales, y segundo, como diputado por el partido unionista de O'Donell, sería carne de asador de los críticos postrevolucionarios. Calificativos como los que le brinda E.Pardo Bazán de "libelista demagogo, unionista, monárquico de Montpensier...", así como de neocatólico y ultramontano, fueron corrientes y definen su personalidad política: tradicional, y liberal conservadora(14).

Alarcón es, en 1873, a sus cuarenta años un hombre situado social y económicamente, con cierto prestigio entre la sociedad madrileña, ya por su trabajo anterior en periódicos, lo cual le obligaba a tratar la sociedad política y aristocrática, ya por sus once años de actividad política. El momento en que decidió abandonarla fue cuando comenzaron a lloverle las críticas como escritor. Sus convicciones serían a partir de entonces su profesión de fe, y el final de su carrera literaria.

La publicación en 1873 de su obra histórico-literaria La Alpujarra significó su retorno a las letras. La crítica la acogió negativamente calificándola injustamente como "el engendro, más o menos artístico, de un intolerante de siete suelas, inquisidor de tomo y lomo, y enemigo implacable de los mahometanos y de los judíos". Ante ello nuestro escritor se defendería, años más tarde, apelando a los cambios tan radicales que se sucedieron en los días de la Revolución en España:

"Antes de aquella revolución, ser cristiano católico apostólico romano no implicaba impopularidad alguna a los ojos de nadie; todo el mundo lo era, o lo parecía; carecíase de libertad o autoridad para demostrar lo contrario; el descreimiento no militaba públicamente como dogma político. En 1874 me atrajeron la nota de neocatólico, teócrata y oscurantista, ideas y creencias que nadie apreció en 1862, y por qué se me llamamaba variable, apóstata y converso cuando no era yo, sino las circunstancias las que habían cambiado"(15).

Fue en su discurso de entrada como miembro de la Real Academia Española de la Lengua cuando, como decíamos, desató una mayor polémica entre los escritores de este país. Este discurso permite explicar, a partir de su idea sobre la función del Arte, la oposición de Alarcón a las corrientes literarias que se pusieron en boga, es decir, el Realismo y el Naturalismo(16).

Bajo el título Sobre la moral en el arte establece un vínculo entre conceptos tan abstractos como Verdad, Bondad, Belleza, y Moral, integrándolos en un Todo unitario e indisoluble(17). El Arte tiene como fin el de difundir tan elevadas ideas, cumpliendo así una función pedagógica en la sociedad que él siempre intentó inculcar en sus obras.

La consigna de "Arte por el Arte" de los nuevos tiempos suponía, para él, un cisma literario al intentar, en primer lugar, desunir aquellos conceptos entre sí; mientras que, por otro lado, aparecía relacionada junto con ideas que "[hoy] socavan y remueven los cimientos de la sociedad humana" arremetiendo contra el buen gusto, contra lo ideal. El "Arte por el Arte", es una renuncia a los valores espirituales que éste contiene (18).

Pero del plano ideológico, pasemos al literario. Alarcón enjuicia el realismo y junto a ello conceptos que ideológicamente se ligaban a él, como materialismo, el racionalismo materialista, lo positivo, esto es, un conjunto de ideas que estaban haciendo mella en la sociedad y en sus valores tradicionales. Alarcón, al igual que muchos otros escritores de su época, se consideraba escritor idealista, por oposición a lo que entonces connotaba ser realista, no obstante, él mismo se hacía cargo de sus diferencias con el movimiento romántico, y de su proximidad con el realismo en algunas de sus obras. Y de hecho no anduvo muy lejos de ellos. Así tienta Emilia Pardo Bazán en una carta a nuestro escritor a integrarse en las nuevas tendencias:

"Pues mi disgusto es ver que un talento tan simpático, tan delicado y lozano como el de usted, no entre de una vez en la corriente ancha y poderosa de la literatura realista... Véngase usted, insigne maestro, a la escuela naturalista donde tiene su lugar señalado el que con tanto donaire escribe y describe, que puede hacer renacer en forma moderna, nuestro incomparable género picaresco"(19).

La idea que Alarcón tenía del progreso está vinculada a su interés por lo histórico. Se trata principalmente en avanzar hacia la perfección sin necesidad de romper los ligámenes de la tradición, una reflexión que no quisieron entender los apóstoles de la modernidad. Y esta tradición se conserva en la memoria histórica de los pueblos, continuación de una idea por la cual trabajaron y lucharon en el pasado nuestros antecesores. De ahí la importancia que concedió siempre este escritor a los hechos y acontecimientos de la historia y su necesaria revisión para no cometer en el presente los errores del pasado.

A pesar de los múltiples ataques que le dirigió la intelectualidad de la época, entre ellos Pío Baroja, sus novelas eran verdaderos éxitos de librería y así acontece con su Diario de un testigo..., como con El escándalo y El niño de la Bola, ya fuese por "su pasión, fuerza imaginativa, buen pulso narrativo, condiciones todas de un genuino novelista..."(20)
 

4. Las ciudades españolas a través de la obra de Alarcón.

La ciudad aparece en la obra de Alarcón bajo diferentes aspectos: como escenario de la acción de sus novelas; como objeto de interés histórico y cultural; y, como un microcosmos que hay que retratar para la posteridad. Es en los dos últimos aspectos en los que este escritor muestra su visión de los cambios que afectan a la ciudad del siglo XIX y ello lo reflejó en sus relaciones de viajes por España, por un lado, y por otro, en los artículos de carácter costumbrista que fue publicando en importantes periódicos de Madrid.

Se puede calificar a Alarcón como un buen conocedor de las ciudades; no posee por lo tanto una visión provinciana y localista del mundo urbano. Tras su salida de Guadix en 1853 reseñó, en su Cuadro general de mis viajes por España, más de ochenta viajes por la península, de los cuales la mayoría tuvieron por objeto la ciudad. Conoció, además, importantes ciudades europeas y norteafricanas de las que dejaría constancia en el Diario de un testigo de la guerra del Africa, y en De Madrid a Nápoles, además de vivir largamente en Madrid.

De su visión de las ciudades españolas podrían hacerse tres grupos. En uno primero, las ciudades del norte peninsular, referidas principalmente a las ciudades castellanas; en el segundo, las ciudades del sur, esto es, las andaluzas; y en el tercero, Madrid, como Villa más que ciudad. De cada uno de ellos se tratará a continuación. No se quiere olvidar, sin embargo, un elemento que hace posible la aventura alarconiana. Se trata de los medios de transporte, antiguos y modernos, de los que da cuenta el escritor y que condicionan en gran medida la percepción que él tiene de la ciudad objeto de su atención. Las transformaciones acaecidas en este sentido a lo largo de la vida de Alarcón, fueron excusa suficiente para realizar un gran número de sus desplazamientos por la Península por lo que me veo en cierto sentido obligado a hacer referencia de ellos.

a. Elementos de progreso en el país: las vías de comunicación.

La modernización y mejora de los medios de comunicación y transporte del país es uno de los factores que contribuyeron al progreso económico de muchas ciudades del interior. Concretamente, el ferrocarril se constituiría en un elemento importante en el desarrollo de amplias regiones del país que habían quedado alejadas de las vías más concurridas; de la misma manera el buque de vapor contribuiría a un mayor desarrollo económico de las ciudades periféricas peninsulares. Nuestro escritor fue, por otra parte, un asiduo usuario de aquel medio de transporte, siendo en muchos casos la ocasión de asistir al estreno de algún nuevo tramo de la red lo que le impulsaría a viajar.

No son pocas los momentos que tiene el autor de comentar el estado de las comunicaciones interiores. Se califica a él y a sus compañeros de viaje de "atrevidos exploradores", "temerarios visitantes" o "intrépidos descubridores" de numerosos rincones del país. Este es el caso de por ejemplo su viaje de "descubrimiento" a Cuenca, ciudad "de cuya existencia real se dudaba ya en Madrid" y en cuyo viaje volcaría la diligencia en seis ocasiones en menos de veinticuatro horas; o también del viaje a Almería desde su pueblo natal, en el que hace referencia a la incomunicación a la que está condenada esta provincia y su capital: "¡Almería está incomunicada por tierra con las adyacentes capitales de provincia y con la capital del Reino, si hemos de entender por comunicación cualquier vía directa por donde puedan marchar carruajes acelerados!". Incomunicación que afecta incluso al propio correo, o a la llegada de periódicos procedentes de Madrid(21).

Nos habla de la importancia, ya comentada, que tiene en los pueblos y ciudades costeras la comunicación marítima en una necesidad de buscar su riqueza económica entablando relaciones comerciales e industriales con otras ciudades o paises. Aparece en sus relaciones de viajes el buque de vapor con el cual realizaría algunas travesías, por ejemplo, en su viaje de Málaga a Cádiz, o el viaje, también en vapor, remontando el curso del Guadalquivir hasta Sevilla.

El ferrocarril es un elemento fundamental de progreso y así lo entiende Alarcón: la aparición de una estación de ferrocarril constituye un factor de urbanización, al atraer otros servicios y actividades. La propia presencia de la red ferroviaria potencia, por otra parte, los elementos de riqueza, ya agrícola o industrial, de una amplia región.

"En estas Ventas se juntarán con el tiempo varios ferrocarriles. Por consiguiente, allí habrá algún día un pueblo que empezará por una fonda, un hospital y una estación, se aumentará con una cárcel y un café, llegará a tener su mercado y su iglesia, aspirará luego a teatro y a plaza de toros, y concluirá por reclamar su Alcalde Corregidor..."(22)

Por último, abre las ciudades "al espíritu generalizador de nuestro siglo, pasando de las manos muertas de la historia o de la rutina, al libre dominio de la vertiginosa actividad moderna"(23).

Ya Valladolid, la "Sevilla del Norte" por la calidad y cantidad de monumentos artísticos que exhibe ha claudicado ante el ferrocarril, que sin duda alguna permitirá la valorización de su riqueza agrícola e industrial tradicional; y Toledo, "ciudad eterna", puede, gracias a este nuevo medio de locomoción, poner al alcance de una mayor cantidad de visitantes su arte. Es a través del ferrocarril donde se puede ver claramente que Alarcón no era únicamente un romántico trasnochado, sino que compartía la idea de progreso que le querían denegar sus detractores. Si ya hablando de las ciudades sureñas Alarcón alababa su carácter laborioso y moderno frente a la tradición y al recogimiento histórico de la ciudad castellana, sucedería lo mismo con el tren. Véase si no este párrafo en el que canta las excelencias de este medio de transporte, un elemento más, integrado completamente en el paisaje:

"Parecía aquello una sombra de ferrocarril (...) Pero yo me alegré en el alma de hacer aquellas nueve leguas tan solitaria y cómodamente, corriendo de una ventanilla a otra para admirar soberbios paisajes montañosos, en que se veían confundidos árboles, rocas, malezas, viaductos, prados, cabañas, túneles, desmontes, bosques, arroyos, puentes...¡Todos los encantos de la naturaleza y de la civilización!"(24).

El mismo escritor se jacta de haber contribuído manualmente en los trabajos de construcción del tramo de vía férrea entre Los Corrales y Torrelavega de la línea de Palencia a Santander. Es una imagen que, en definitiva, refleja las aparentes contradicciones que definen el romanticismo, pero que en el fondo parecen coincidir en una extraordinaria fascinación por las posibilidades de creación del hombre, su voluntad de ser, y al mismo tiempo su pequeñez ante la Naturaleza y ante Dios.

b.Los elementos de progreso en la ciudad.

Paradójica parece la postura de Alarcón, que apuesta en los transportes por el progreso, pero que rechaza el vendaval de modernización que se apoderó de las ciudades a mitad del XIX. En efecto, la oleada de reformas políticas, de nuevas ideas y modas que parece quieren acabar con todo lo que signifique tradición, idealismo, medievalismo y demás valores que él consideraba propios del carácter español, parecen arremeter, según este escritor, con todo lo histórico y monumental que guardan muchas de las ciudades y villas del país. El grito de "¡A Salamanca, antes de que la reformen, antes de que la mejoren, antes de que la profanen!", encarna todo el significado que guarda para Alarcón la extensión de la construcción de los ensanches en las poblaciones importantes españolas, así como las oleadas de vandalismo aparecidas tras la revolución setembrina(25).

Por otro lado, hacía poco tiempo, en 1878, que había sido inaugurado el tramo de ferrocarril entre Medina del Campo y Salamanca, y ya se ha hablado del efecto modernizador que conlleva, según Alarcón, la introducción de este medio de transporte sobre la ciudad.

Alarcón residente en una ciudad importante en cuanto a número de habitantes (400.000 hab. nos dice), con una gran actividad, febril, por ser ciudad cortesana, a la que califica de antiartística y prosaica no puede quedarse impune ante la ola de modernismo y la poca sensibilidad artística que demostraron con la introducción de los ensanches:

"Pero ¡ay!, por dondequiera que voy, veo caerse a pedazos las más antiguas ciudades (...) El prurito de derribar para ensanchar o reedificar, que se ha apoderado de Madrid, trasciende ya a las más apartadas y sedentarias villas (...) Mucho ganará en ello, no la higiene, sino el ornato público: pero mucho perderán el arte, la historia y la poesía..."(26).

Llega también a las provincias el afán especulador inherente al desarrollo urbano en la sociedad capitalista, en forma de lo que él llama la "nueva moda europea" de hacer construcciones de más de dos pisos; "jaulas" que están afectando a gran parte de las ciudades, profanando sus construcciones típicas, como sucede con la ciudad de Almería o la de Palencia. Ante ello, la postura de Alarcón sigue siendo la de defensa de lo tradicional, de la libertad y de la holgura: "¡Pues reedifiquémoslos a la española, sin economizar tanto el terreno!. ¡Viva cada cual en una casa y Dios en la de todos!"(27)

Otro elemento característico de la ciudad del siglo XIX es la pobreza y la conflictividad social. Ni una ni otra aparecen en los escritos alarconianos a no ser como elemento de equilibrio del relato, sin darle, sin embargo, una mayor importancia. La razón la podamos hallar tanto en el tipo de público al que van dirigidos sus escritos, como una razón de estética del ideal romántico, o bien a una imposibilidad de solucionar estos conflictos o desigualdades sociales, tal como comenta en su crítica a la obra teatral Los pobres de Madrid, en donde tras una reprobación de la obra dice: "¡Las miserias sociales que no tienen cura no deben servir de diversión a los señores abonados!"(28).

Es característico ofrecer la visión de una pobreza que incorpore el elemento picaresco, típico de ciertos barrios como el del Perchel, en Málaga, o la de los mercados urbanos. Como así hizo el género costumbrista. Diferente sentido tienen, sin embargo, otros tipos de pobreza: la moral. Así habla de barrios típicos de Salamanca o de Málaga, en donde los males o vicios sociales, se han arraigado, y que como enfermedad era imprescindible evitar su contacto, eliminándolos.

Pero no todos son males en las ciudades del siglo XIX. El adoquinado de las calles y la canalización del agua, son claros progresos. Y no se puede olvidar hacer referencia a los nuevos monumentos del progreso en la ciudad, los "obeliscos" urbanos, esto es, las numerosas chimeneas de fábricas que pueden verse decorando las ciudades, como Málaga o Valladolid, índices del crecimiento industrial del país.

c. Las ciudades del norte; las ciudades del sur.

Ante todo, como ya se apuntó, hay que recalcar la sesgada percepción que nos presenta Alarcón de unas y otras ciudades, y ello debido a diversas influencias. La primera de ellas, es la de hombre procedente del sur, enamorado de su tierra y sensible a todo lo que signifique cultura y estética árabes. En segundo lugar, su visión romántica de lo histórico, lo patrio, que le conducirán a supervalorar la tradición, elemento necesario para el buen progreso. En último lugar, su visión como habitante de la Villa y Corte, observador de la vida política que se desarrolla en la capital y punto de partida de sus viajes peninsulares. De esta manera, se puede entender, a modo de ejemplo, la emoción que le despiertan las piedras históricas del monasterio de Yuste o su pasión por la vitalidad andaluza.

El recorrido que hace por las ciudades comprende todos aquellos aspectos de interés histórico y cultural, en primer lugar, para seguir con el conocimiento de los rincones típicos, el de sus habitantes y el de sus costumbres.

La ciudad castellana representa para nuestro escritor la conservación de aquellos valores históricos que enseñorearon un día el mundo y que ahora se constituyen en el último bastión que las nuevas ideas procedentes de Europa quieren derruir. Salamanca y Toledo, representan elocuentemente este papel. Son ciudades antiguas, austeras, entrañables, de colores pardos que emergen con las características del propio paisaje castellano: "aquella interminable planicie casi negra, cobijada por un cielo azul y limpio, e inundada de luz por un sol alegre y esplendoroso, no carecía de encanto y grandiosidad, a causa de su misma sencillez", un paisaje, como él mismo diría, lunático. Ciudades que por su riqueza monumental parecen haberse quedado ancladas en el pasado, como aconteció con Medina del Campo(29).

¡Qué contraste con las ciudades del sur!, ¿Cabe mejor descripción que esta?: "y mis ojos estaban hechos a ver pueblos blanquísimos, relucientes, flamantes, nuevos por decirlo así, adornados de verdes balcones, de floridos patios expuestos al público, y de enjabelgadas horizontales azoteas al estilo de Africa; era que aún danzaban en mi imaginación aquellas ciudades muertas de risa, sin monumentos históricos, ni humos artísticos, sencillas, graciosas y coquetas, jóvenes vestidas de veraniego percal...", refiriéndose a Sanlúcar, San Fernando, los Puertos y a Cádiz(30).

Salamanca a la que califica como la "Atenas española", la "Roma chica", "Madre de las virtudes y de la creación" y a sus habitantes como los "Andaluces del norte, es a la que dedica una mayor atención. En su recorrido por esta ciudad destaca la riqueza y calidad de sus monumentos históricos y artísticos, "una sucesión infinita de altas construcciones de piedra (...) que nos infundían respeto y veneración". Salamanca, sin embargo, dice Alarcón, no es un museo, ni representa una raza muerta pues el espíritu que le concedió su esplendor mantiene todavía su vitalidad, aludiendo a los nuevos valores e ideas que pretendían imponerse en la sociedad. Y lo mismo acontece con Toledo, "un magnífico álbum arquitectónico, donde cada siglo ha colocado su página de piedra". Recuerdo patriótico de un antiguo esplendor(31).

Un dato característico es el reposado ritmo de la vida de la ciudad castellana, opuesto completamente a la vida febril de la Villa y Corte, y en la que resulta fácil perder la noción del tiempo. Sobre todo en ciertos rincones de la ciudad en el que se respira "un silencio plácido y augusto, como la de los claustros". Nos conduce esta idea, de nuevo, a la Castilla espiritual reflejada en sus dilatados horizontes "con no sé qué belleza propia de las llanuras, no sé qué majestad, no sé qué embeleso, no sé qué melancolía peculiar del Desierto y del Océano"(32).

Almería, Granada, Málaga y Cádiz son las ciudades que encarnan la vitalidad y el sentimiento andaluz y a las que hace referencia nuestro escritor. Calificativos como "odalisco soñado por los poetas", refiriéndose a Almería; "la ciudad de las mil torres", para Granada; "lujoso broche del manto verde de los campos", aludiendo a Málaga; y la "taza de plata, la perla de Andalucía", dirigida a Cádiz, ponen de manifiesto el fuerte atractivo que despierta lo andaluz para Alarcón. Todas ellas, a excepción de Granada, se lanzaron por el camino del progreso gracias a la afluencia de capital extranjero, especialmente el inglés, para la explotación de la rica minería de su suelo. Como ya se dijo, las difíciles comunicaciones con el interior peninsular hicieron desarrollar el comercio marítimo, única salida de su produción.

La imagen pintoresca que se vendía en las guías de viajeros de los andaluces contrasta vivamente con la Andalucía de Alarcón, y ya fuese, como así indica, por la mezcolanza racial y cultural entre lo semítico y lo británico, ya por otras razones, todo ello había contribuido a formar un ideal basado, como dice Alarcón de Málaga, "en el presente, en lo moderno, en el trabajo, en el capital, en el crédito, en el valor industrial y comercial de la firma"(33).

Son ciudades, un tanto desiguales en cuanto riqueza monumental histórica. De Almería destaca básicamente la morfología de sus edificis y el entramado urbano, "espejismo" de la costa africana en el sur peninsular, resonancias semíticas en el alma andaluza de Alarcón. De casas blancas, bajas y cuadradas; de tortuosas y estrechas calles, solamente en su segunda visita, comienzan a erigirse modernos construcciones de mayor elevación y a empedrarse sus calles. Sobre Málaga, en su primer viaje de 1854, destaca, en contraposición, su moderna factura fundada en "su sello fabril y comercial de la población, material y moralmente considerada". Es remarcable la numerosa presencia de fábricas en la ciudad, índice de su riqueza industrial. Cádiz, por su lado, es

"un modelo de poblaciones. Limpieza ejemplar en calles y en plazas, personas y cosas; regularidad y gracejo en su caserío, todo él adornado del más suntuoso herraje verde en cancelas, rejas y balcones; buen piso; ausencia absoluta de tejados, por los que suplen azoteas blanquísimas, que reciben del cielo el agua potable..."(34)

La riqueza de estas tres ciudades se opone completamente a la de Granada, más espiritual y monumental que práctica, cuyo ideal "se cifraba todavía en la Historia, en lo pasado, en la nobleza de los pergaminos". Habitan estas ciudades gente muy culta, acostumbradas a las corrientes de moda en el vestir, en las conversaciones, en los intereses, procedentes de Europa. Resulta para ellos imprescindible la lectura completa de los periódicos y la consulta del mercado bursátil(35).

Como en todas las ciudades en las que abunda la riqueza aparecen los barrios humildes. Los barrios malagueños del Perchel y del Mundo Nuevo son los dos únicos mencionados. Ambos, sin embargo, poseen caracteres diferentes, pues, mientras que el primero corresponde al asiento de la pobreza pícara y de la "tunantería fina", en el segundo, en cambio, acampan los gitanos, y en donde se reproducen "los cuadros más inmorales, hediondos y terribles", y cuya denominación sirve a nuestro autor para exhortar acerca de los nuevos tiempos(36).

Sin embargo, todas las ciudades visitadas por nuestro escritor no poseen la fascinación que ejerce la capital del Reino, "picadero de caracteres indómitos", "Madrid odiado por las madres de provincias", "Madrid deseado por los músicos, pintores y literatos de aldea"(37).
 

d. El Madrid de Pedro A. de Alarcón.

Los cuadros de costumbres presentan unas limitaciones que no tendría posteriormente la novela urbana y con contenido social que reclamaría Pérez Galdós. La necesidad de relatar brevemente una escena de la vida cotidiana, hacer una pequeña reflexión sobre algún suceso, restringía su tratamiento en profundidad, y sólo la pericia descriptiva del escritor podía compensarlo convirtiendo el artículo de costumbres en un texto sugerente y atractivo(38).

No cabe duda que Alarcón fue todo un maestro en el género y así lo plasma en sus cuadros madrileños. La imagen que de Madrid tiene este andaluz se encuentra principalmente reflejada a través de los artículos costumbristas aparecidos en "La Epoca", periódico de la capital. De todos ellos, sólo consideraría publicables para sus Obras completas dieciseis, los cuales lo serían bajo el título general de Cosas que fueron. En ellos se recoge la visión y se recrea la vida de la Villa y Corte entre los años 1855 y 59.

Alarcón durante estos años es un hombre con pocos recursos pecuniarios, con una buena dosis de vida bohemia, y al mismo tiempo muy bien relacionado socialmente. Por su parte, el Madrid que recibe a nuestro escritor, es una ciudad que acoge cordialmente a sus transeúntes, pero que encarna, ya a mediados de siglo, la frialdad de las grandes urbes: la soledad a la que se ven abocados todos aquellos desarraigados que van a vivir a ella. A través de dos artículos, La nochebuena del poeta (1855), escrito al año de residir en la capital, y Las ferias de Madrid (1858) se descubre este rasgo.

Madrid es una ciudad que posee un fuerte atractivo pues en ella buscan la fortuna, el triunfo, una colocación, una enorme gama de gentes. Es la "tierra conquistada" fácilmente, debido a la afabilidad de sus habitantes, pero que no deja de ser "un vivac, un destierro, una prisión, un purgatorio" para la numerosa población procedente de provincias(39).

Habita en la capital un microcosmos social en donde se encuentran representados todos los españoles:

"Hay en la corte una población flotante, heterogénea, exótica, que pudiera compararse a la de los puertos francos, a la de los presidios, a la de las casas de locos"(40)

El Madrid de Alarcón es un Madrid de tertulias literarias, con sus cafés, sus casinos, sus salones, en los que la política, la ópera, y los chismorreos son la conversación habitual, cuadros que quedan muy bien reflejados a través de "Diario de un madrileño" (1858), "Las visitas a la marquesa" (1859) y "El Carnaval de Madrid"(1859). De todo ello dirá este autor:

"Es una vida magnífica..., vida febril, artificial, necia si quereis, pero que mata las horas, ocupa la imaginación y distrae el hambre canina del espíritu más soñador y melancólico"(41)

Un tema importante de atención es el de los ritmos de la ciudad, ritmos anuales, estacionales y diarios que viven no ya sus habitantes, sino la clase alta y media con la que se codea nuestro escritor.

El ritmo anual viene definido principalmente por las fiestas de carácter religioso, a las que se les comunica un marcado sentido social. La inauguración de la temporada de representaciones, a principios de otoño, en el Teatro Real era considerado como el inicio del nuevo año en esta ciudad, al respecto de lo cual comenta: "Esta es la gran cita, el gran congreso, la hora solemne en que se toma el cargo de madrileño y se abre la legislatura de la sociedad elegante". Y desde esta fecha hasta mediados del verano, cuando el calor aprieta y la vida se hace imposible en ella, se suceden constantemente obligadas citas sociales como sucede con el día de los Santos Difuntos, el Año Nuevo, las fiestas de Carnaval, los actos de Semana Santa(42).

El ritmo estacional se dirime principalmente en las dos estaciones del solsticio, siendo el otoño y la primavera meras antesalas. La vida durante el verano y el invierno en la corte no guardan parecido alguno. Nos habla de la literal huída de las clases pudientes durante los meses de la canícula y del soterramiento de la vida social, a todos los niveles, mientras que las clases medias se han de conformar con los baños en el Manzanares, las mañanas en el Retiro, las largas siestas estivales y el trasnochar. Durante el invierno la vida en Madrid es más alegre, contrariamente a lo que sucede en los pueblos. Se animan los cafés, los casinos, tertulias y los paseos públicos, siendo con la llegada del crepúsculo cuando se inicia la verdadera vida social de la Villa y Corte.

El ritmo diario guarda una gran relación con el estacional, hasta el punto que existen pocas similitudes entre una jornada de verano y otra de invierno. Depende de la clase social a la que se pertenece, del tipo de oficio que se tiene. Como regla general, son las clases adineradas las que inician el nuevo día más tarde, levantándose entre las once y las doce; mientras que el horario de entrada de un funcionario público o de una empresa privada oscila entre las diez y las once de la mañana. Los trabajadores manuales, estudiantes suelen ser los más madrugadores, al mismo tiempo que aparecen los servicios de a diario, como la recogida de basuras, las burras de la leche, y vuelven a sus casas los trasnochadores.

En cuanto los horarios de comidas y de la cotidiana siesta, hallamos para todos los gustos, dependiendo del tipo de vida que se realiza. Como ya se ha dicho, la verdadera vida comienza a partir de las siete de la tarde, iniciándose con "la fiesta" de la cena; un banquete en donde es corriente la presencia de invitados. Y tras él, la asistencia obligada a las sesiones del Real, o a las tertulias, los casinos y cafés, supeditado a las posibilidades económicas del personal.

Nos habla Alarcón de la "conversación" como el principal acto social de las veladas nocturnas de los madrileños, "que por su originalidad no buscada, por su variedad característica y por sus espontáneos primores, no tiene igual en el mundo". Las últimas horas, entre las nueve y las doce de la noche, es cuando se realizan lo que nuestro escritor denomina "balances y liquidaciones de la sociedad"; el momento en que se pasan cuentas a todos los asuntos, en el que se crean y deshacen reputaciones, esto es, cuando la sociedad juzga implacablemente a sus miembros(43).

El Retiro, la Fuente Castellana y el Paseo del Prado, son los centros de encuentro, de paseo y esparcimiento de la sociedad madrileña, y como en todo este tipo de lugares, su visita es obligada en ciertos momentos del día, y en determinadas épocas del año. El Retiro era, en aquella época, el lugar de paseo estival, a pesar del mal estado de conservación en que éste se hallaba; por su parte, en la Fuente Castellana, iniciada en los primeros años del reinado de Isabel II, encontramos lo que él denomina las "flores de invernadero", "reinas de la moda y diosas del amor"; en el Prado, por último, se dan cita la alta y la baja sociedad, unos a relacionarse y otros a pedir(44).

Apenas comenta nada, en sus artículos sobre Madrid, acerca de las transformaciones urbanas que por estos años -1855-59- debieron producirse en ella. Habla un poco sobre los modernos cementerios instalados en las afueras de la ciudad, y del proyecto de conducción de las aguas del Lozoya a la capital, con lo que se remediaría la escasez de aguas en verano. Pero de entre todos los cambios urbanos remarcables, el más significativo sea el que resume en su loa a la Puerta del Sol a la que dedica el final de uno de sus cuadros. En él elogia su papel histórico en la vida social y política del Madrid del siglo XIX:

"¡Adios, nueva Palmira; fruto precioso de la revolución de julio; cascajal perdurable; Proteo geográfico, tan pronto laguna como pantano, hoy montaña si ayer derrumbadero, Maelstrom de los coches; digno atrio del Ministerio de la Gobernación de España; moderna Troya en cuyo centro mueren los ministros demasiado arrogantes; barricada eterna , en que los menestrales acechan a los ministriles; manzana no de casas, sino de la discordia entre ingenieros, arquitectos y capitalistas; Puerta Otomana, que has dado margen a toda una guerra, que empezó por donde concluyó la de Oriente (por la demolición de algunos edificios), y terminará Dios sabe cómo!(45)

Se trata de un Madrid de paso. De un mal necesario al que vuelven irremisiblemente todos los que en él han vivido alguna vez; en donde el lento y pesaroso pasar de las horas de la vida cotidiana, se hace más soportable merced a su trepidante ritmo de vida, siempre de gran atractivo para los provincianos. Hay que ir en otoño, cuando empieza el año de la Corte.

"¡Vente, pues, mi querido amigo! ¡Vente a este maremágnum que ya principia a encrespar sus olas! (...) ¡Ven y lánzate a este torbellino de ambiciones, de novedades y espectáculos, de peligros, de grandezas, de miseria y de locuras, fuera del cual no podemos vivir un año entero los que ya lo conocemos a fondo! Y es que Madrid se parece a esas coquetas encantadoras que despreciamos y que abandonamos para siempre todas las noches, sin perjuicio de volver a buscarlas todos los días"(46)

Conclusiones.

La visión que nos ofrece Alarcón de la ciudad española de mediados del siglo XIX no es real, si se entiende como ciudad no únicamente el espacio urbano, sino el conjunto formado por éste, por sus habitantes y por sus actividades. Se hallan todavía lejos de él, más intelectualmente que cronológicamente, las nuevas ideas de corte positivista que originarían el movimiento naturalista en la literatura. Alarcón sigue siendo en 1881, cuando abandonó la literatura y ya era conocido el naturalismo como tal en nuestro país, un escritor costumbrista, anclado en los parámetros que impondría la novela de Fernán Caballero, es decir, un realismo reducido a la escena, y una idealización de los personajes y de la sociedad de la época(47).

En el género costumbrista encontramos las claves que nos explican la visión de la ciudad en la obra de Alarcón, aunque él mismo nos diga que éste es un género anacrónico y se vea incapacitado para escribir como tal, pues, como él mismo decía "no se estilan las costumbres". No obstante, a través de sus artículos sobre la capital, o bien de sus relatos de viajes por la Península, nos retrata los aspectos tradicionales, típicos y pintorescos de un mundo urbano que se encuentra en transformación.

Sus cuadros sobre las ciudades españolas están condicionados por diferentes factores: por su carácter andaluz, que le conduce a alabar el carácter de la gente de su tierra y de sus ciudades, modelos de riqueza, limpieza y belleza; por sus convicciones políticas y religiosas de corte conservador y católico, que le llevarían a redescubrir las raices del supuesto espíritu español conservado en las poblaciones castellanas, especialmente Salamanca y Toledo; por último, por su condición de inmigrante madrileño y residente en la capital, una ciudad con un gran atractivo para los provincianos debido a su trepidante ritmo de vida, pero que también revela la frialdad de las urbes modernas, reflejado en la soledad, y el desarraigo físico y moral de sus habitantes.

La visión de Alarcón encarna una concepción burguesa conservadora del progreso, traslucido en un apoyo a las mejoras técnicas, que permiten aumentar el nivel de vida de los ciudadanos, pero condenando cuanto signifique un ataque a las costumbres tradicionales o a las creencias. De este modo, puede comprenderse el por qué de su apoyo a la mejora y acrecentamiento de la red ferroviaria, y el por qué de su rechazo a los nuevos tipos de construcción y al vandalismo antirreligioso que imperó en el período postrevolucionario.

Alarcón, por último, se debe a su público lector y a sus convicciones respecto la moral en el Arte y el papel pedagógico que debe éste cumplir, ideas que ya tenía en 1858 cuando decidió salir en defensa de la sociedad y de sus valores. Ello le impidirá evolucionar hacia lo que se consideraba la "evolución natural del arte", esto es, el Naturalismo(48). No surgen en sus obras aspectos escabrosos de la sociedad, de la misma forma que no aparece en sus cuadros urbanos el conflicto social, la inmigración, o la prostitución, a no ser a efectos de equilibrio del relato, o mostrar la armonía social imperante.

Finalmente y a modo de conclusión, a pesar de las reticencias con que se le trató, se debe reparar, más objetivamente, en la elegante y brillante prosa de Alarcón, cuya sensibilidad como artista nos ha permitido disfrutar, a través de sus descripciones de diversas poblaciones de nuestra geografía de las que han sido consideradas las páginas más bellas de la literatura moderna castellana.

NOTAS
 

1. Alvarez Mora, 1978, p.50. Según este autor el problema del campo no radicaba en los bajos rendimientos, compensados en cierta manera por la extensión de la superficie cultivada, sino en el problema endémico de la tenencia de la tierra. La despoblación continuada de la meseta castellana constituye un ejemplo claro de esta situación.

2. Quesada, 1987

3. Sobre cual fue el origen y el iniciador del género ver: J.L.Alborg, 1982, p.715 y ss.; y C.Seco, 1967, en Mesonero Romanos, [1832], 1967, pp. XXXVI y ss.

4. Mesonero Romanos, [1832], 1967, p. 38-39, y Correa Calderón, en Díaz Plaja, [1945], 1969, p.245.

5. M.Ucelay, citado por J.L.ALBORG, 1982, p.712

6. Calificada por ciertos autores más acertadamente como "prerrealista". De este modo, Alarcón, como heredero también de la práctica costumbrista podrían ser considerado del mismo modo. Ver Gómez-Ferrer Morant, 1986, p. 17.

7. Martínez Kleiser, en ALARCON, 1943, p.8.

8. Así se explica en Alarcón, Historia de mis libros, [1884], 1943, p.11. Sobre el tema de las "costumbres" el mismo autor escribe "¡Cómo han de estarlo [de moda] (...) si no se estilan ya las costumbres!, ¡Las costumbres que son, o que eran, el alma de la vida y la vida de la sociedad!", en Alarcón, Las ferias de Madrid,[1858], 1943, p.1678.En lo referente a este género literario véase J.L.Alborg, 1982, p. 709 y ss.

9. Correa Rodríguez, 1971, vol.I, p.449-50

10. E.Pardo Bazán, s.d., p.20

11. Alarcón, Historia de mis libros, [1884], 1943, p.13.

12. Op.Cit., p.28

13. Posteriormente, a partir de aproximadamente 1880, el Naturalismo, como corriente literaria de moda, substituiría al Realismo en esta contraposición.

14. Menéndez Pelayo, citado por Baquero Goyanes, en Díaz-Plaja, 1969, vol.V., pág.81. E.Pardo Bazán, s.d., p.47

15. Alarcón, Historia de mis libros, [1884], 1943, p.17-.18

16. Sobre la confusión a que daba lugar el término naturalismo entre los escritores españoles véase Bonet, 1972, estudio introductorio a la obra de Zola, 1972; y Pattison, 1965.

17. De la misma forma que cuerpo y alma son, para él, dos partes integrantes e inseparables del Ser Humano. Por otro lado, hay que aclarar, como él mismo dice, que la moral cristiana le sirve de guía moral, no obstante, no pretende causar entre sus oyentes una confusión entre el significado metafísico de tales ideas y los de la ortodoxia católica.

18. Sigue así: "Comenzóse por pedir una Moral independiente de la Religión (...) hasta el grito de los Internacionalistas demandando una Moral independiente del Estado, de la Familia y del Individuo". Alarcón, Sobre la moral en el arte, [1877], 1943, p.1761

19. Sobre la posición de Alarcón acerca del realismo, véase Alarcón, Historia de mis libros, [1884], 1943, p.8. El párrafo de Pardo Bazán está citado en Martínez Kleiser, en Alarcón, 1943, p.XXV

20. Baquero Goyanes, en Díaz Plaja, 1969, vol.V, p 86; y Martínez Kleiser, Op.Cit., pág.XXIV

21. Alarcón, Dos días en Salamanca, [1878], 1943, p.1128, Alarcón, Más viajes por España, [s.d.], 1943, p.1836 y 1838

22. Alarcón, De Madrid a Santander, [1858], 1943, p.1181.

23. Alarcón, "Dos días en Salamanca", [1878], en Viajes por España, 1943, p.1127

24. Alarcón, De Madrid a Santander, [1858], 1943, p.1183

25. Alarcón, Dos días en Salamanca, 1943, p.1127. Respecto el efecto de los planes de "ensanche" tendría sobre la conservación de monumentos y edificios para la historia, véase Menéndez Pelayo, 1938, p.328 y ss.

26. Alarcón, De Madrid a Santander, [1858], 1943, pág.1182

27. Alarcón, Más viajes por España, s.d., 1943, pág.1837, y De Madrid a Santander, [1858], 1943, pág.1182.

28. Obra de un autor francés, adaptada al teatro por Ortíz Pineda, y estrenada en 1857. En Alarcón, Los pobres de Madrid, [1857], 1943, págs.1780-81.

29. Alarcón, Dos días en Salamanca, [1878], 1943, pág.1132

30. Op.Cit., p.1134-1140..

31. Op.Cit., p.1134-1140.; Alarcón, Mi primer viaje a Toledo, [1858], 1943, p.1186

32. Alarcón, Dos días en Salamanca, [1878], 1943, p. 1140; Alarcón, Diario de un madrileño, [1858], 1943, p.1706

33. Alarcón, Más viajes por España, [s.d.], 1943, p.1840

34. La primera visita a Almería la realizó en 1854; el segundo lo realizó en 1860. Sobre Málaga y Cádiz, véase Más viajes por España, [s.d.], 1943, p.1840

35. Op.cit., [s.d.], 1943, p.1840

36. Op.cit., [s.d.], 1943, p.1841

37. Alarcón, Historia de una novela, [1858], 1943, pág.1788.

38. Pérez Galdós, 1870, págs. 161-172

39. Alarcón, La nochebuena del poeta, [1855], 1943, pág.1675

40. Op.Cit., pág.1675.

41. Alarcón, Diario de un madrileño, [1858], 1943, pág.1710.

42. Op.Cit., [1858], 1943, p.1717.

43. Alarcón, Las horas, [1884], 1943, pág.1851.

44. Alarcón, Diario de un madrileño, [1859], 1943, pág.1706.

45. Op.Cit., [1859], 1943, p.1707

46. Op.Cit., [1859], 1943, p.1716

47. El naturalismo, a diferencia del realismo de la generación de escritores del 68, no trata de retratar únicamente la realidad, sino que tratará de analizarla y experimentar con ella y los personajes. Para ello, era necesaria una buena caracterización física y psicológica.

48. Leopoldo Alas, en "La Diana" 16-II-1882, pág. 11, citado en Bonet, 1972, pág.13
 

BIBLIOGRAFIA GENERAL

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ZOLA, E. El Naturalismo. Barcelona, Ed.Península, 1972, 207p.
 
 

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA DE ALARCON

El orden utilizado corresponde al que propuso el autor en la primera edición de sus Obras completas, en 1884.

Historia de mis libros, (1884)

Viajes por España:

- Una visita al monasterio de Yuste (1873)
- Dos días en Salamanca (1878)
- La granadina (1873)
- De Madrid a Santander (1858)
- Mi primer viaje a Toledo (1858)
- El eclipse de sol de 1860 (1860)
- Cuadro general de mis viajes por España (s.d.)

De Madrid a Nápoles (1861)

La Alpujarra (1873)

Cosas que fueron:

- La nochebuena del poeta (1854)
- Las ferias de Madrid (1858)
- Lo que se ve por un anteojo (1854)
- El año nuevo (1858)
- Diario de un madrileño (1858)
- Visitas a la marquesa (1859)
- El cometa nuevo (s.d.)
- El Carnaval de Madrid (1859)
 

Juicios literarios y artísticos:

- Discurso sobre la moral en el arte (1877)
- Discurso sobre la oratoria sagrada (1884)
- Fanny (1858)
- Los pobres de Madrid (1857)
- Bellas artes (1883)

Ultimos escritos:

- Más viajes por España (s.d.)
- Las horas (1884)
- Los Lunes de "El Imparcial" (1884)
- Diciembre (1887)



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