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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. VII, nº 403, 10 de octubre de 2002

STIGLITZ, Joseph E. El malestar en la globalización. Traducción de Carlos Rodríguez Braun. Madrid: Taurus, 2002. 314 p. [ISBN: 84-306-0478-2] (Original: Globalization and its Discontents, 2002.)

Mercedes Arroyo
Universidad de Barcelona


Palabras clave: globalización, Fondo Monetario Internacional, países en vías de desarrollo

Key words: globalization, International Monetary Found, countries in development


Creemos que el libro que reseñamos a continuación puede colaborar a un mejor conocimiento de los mecanismos políticos y económicos que se encuentran tras el fenómeno de la globalización, fenómeno que, de una u otra forma, afecta ya a toda la población mundial. Desde un punto de vista privilegiado -ya que fue vicepresidente del Banco Mundial entre febrero de 1997 y febrero de 2000- el reciente Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, ha podido observar las políticas macroeconómicas que en el último decenio se han aplicado al desarrollo de algunos países y que supuestamente estaban dirigidas a aumentar el bienestar de las respectivas poblaciones. Sin embargo, la realidad se empeña en demostrar que las diferencias entre países ricos y pobres no han hecho más que aumentar y al análisis de las causas de esa creciente diferenciación aplica el profesor Stiglitz sus conocimientos.

Tras años de desempeñar un lugar preeminente en diversas Universidades norteamericanas, y últimamente, en la Universidad de Columbia, el profesor Stiglitz fue en 1993 presidente del Consejo Asesor del Presidente Clinton en materias de política económica. Hasta esa fecha, y en tanto que profesor universitario, había dividido su tiempo de trabajo e investigación entre la economía matemática abstracta -ayudó, como él mismo explica en el prólogo de su libro, a desarrollar una rama de la ciencia económica, conocida desde entonces como "economía de la información"- y otros aspectos de la economía, como la aplicación de ésta al sector público y otros asuntos relacionados con las políticas monetarias desde un punto de vista teórico.

En su obra, y en relación con su teoría de la política económica de la información, ya había observado que en los mercados se producen imperfecciones por el hecho de que éstos se mantienen en constante asimetría, debido a las diferencias entre las informaciones de que disponen el trabajador y el empleador; o el prestamista y el prestatario, o el asegurador y el asegurado. De manera que ello explica, desde un punto de vista diferente al del "equilibrio natural" del mercado, la razón de la existencia del desempleo o porqué los que necesitan créditos son a menudo quiénes menos los obtienen.

Se debe señalar, también, que Joseph Stiglitz ha mantenido durante su carrera académica numerosos vínculos con algunos aspectos de la economía de los países en vías de desarrollo, sobre todo, entre los años 1969 y 1971 en Kenia, donde, como él mismo confiesa, una importante parte de su labor teórica fue inspirada por lo que allí tuvo ocasión de observar. En los años ochenta, tuvo también ocasión de participar en los estudios sobre la incorporación de las economías comunistas a la economía de mercado.

Durante veinticinco años, el profesor Stiglitz se mantuvo atento al desarrollo de la economía mundial y escribió sobre los problemas derivados del gobierno de las grandes corporaciones, sobre la apertura de los mercados internacionales y el acceso a la información o sobre el estudio objetivo de las quiebras económicas, todo lo cual le proporcionó un marco de referencia que le fue reconocido con el Premio Nobel de 2001(1).

Si, como reconoce el autor, todos esos estudios e investigaciones le formaron profesionalmente, no le prepararon para abordar los problemas que se encontró al llegar a Washington. Su carrera académica no le instruyó para afrontar los problemas derivados del sesgo ideológico y político que observó en las grandes formaciones económicas que tienen la responsabilidad de favorecer un sistema de relaciones igualitario entre países en un mundo crecientemente globalizado (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, esencialmente (2)) al tomar decisiones que debían -y deben de- afectar a poblaciones enteras, sobre todo, a las de los países en vías de desarrollo.

La tesis general del libro que comentamos se puede sintetizar como sigue: en un contexto de globalización, en que todas las economías nacionales se encuentran en constante interacción, se debe favorecer el crecimiento económico de los países menos desarrollados; pero para que ello sea posible, no basta con que las instituciones económicas supra-nacionales se apliquen a proporcionar recetas de crecimiento, sino que éstas deben de respetar  las secuencias y los ritmos que exigen algunas economías con un débil grado de desarrollo. Paralelamente, la tesis principal del libro se complementa con un ataque frontal a la ideología neoliberal que supone el abandono de las ideas sobre el papel desempeñado por los Estados en el fomento de las economías nacionales, tal como se había propuesto a partir del final de la II Guerra Mundial, para -en una vuelta a la línea del pensamiento liberal de Adam Smith- dejar actuar a dichas economías según las leyes del libre mercado, según las cuales la motivación del beneficio constituye la fuerza que dirige la economía hacia resultados eficientes como si la llevara una mano invisible.

En un estilo decididamente narrativo y, por tanto, alejado del tono académico de las obras teóricas, el autor irá señalando a lo largo de las páginas de su libro todos los errores que se fueron sucediendo durante su mandato como vicepresidente senior del Banco Mundial, por parte de las instituciones económicas supra-nacionales, sobre todo por parte del FMI, la institución "hermana" del Banco Mundial, aunque diferenciada de éste por sus objetivos y sus procedimientos; sobre todo, debido al hecho -reconocido por Pierre Bourdieu y que el autor de este libro subraya- de que, en lugar de comportarse como estudiosos y entrar en debates serios y contrastados, los intereses políticos de los analistas económicos del FMI les hace chocar constantemente con la realidad, ya que están demasiado ocupados en violentarla para adaptarla a ideas preconcebidas.

El libro está estructurado en nueve capítulos en los que se muestra diferentes ejemplos de las políticas seguidas por las autoridades económicas mundiales -esencialmente el FMI- para lograr un equilibrio económico entre los países más ricos (el G-7 (3)) y los países menos favorecidos económicamente. Cree el autor que la razón última de las diferencias en los resultados se debió -al menos, hasta la fecha- al hecho de que el FMI aplicó a contextos muy diferentes unas recetas idénticas fabricadas en los despachos oficiales sin tener en cuenta las características diferenciales de cada uno de los países en los que se solicitó su ayuda para enderezar las respectivas economías y ponerlas en situación competitiva.

De manera inversa, el juicio del autor sobre la trayectoria del Banco Mundial es mucho menos negativo, y ello se debe en parte a la propia orientación de ambas instituciones. Realizaremos un breve inciso para señalar algunas características que se explican en el contexto de la globalización actual al que nos referiremos después.
 

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dos instituciones nacidas para prestar ayuda a los países en vías de desarrollo

El FMI -junto al Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio- nació, como es conocido, después de finalizada la II Guerra Mundial, por iniciativa de las Naciones Unidas en la Conferencia Monetaria y Financiera celebrada en Bretton Woods, New Hampshire, en julio de 1944. Fue la creencia en la necesidad de una acción colectiva a escala global con la finalidad de lograr la estabilidad económica lo que llevó a la formación de dichas instituciones que, no se olvide, no rinden cuentas directamente "ni a los ciudadanos que los pagan ni a aquellos a cuyas vidas afectan"(4). El FMI, formado por los ministros de Hacienda y por los gobernadores de los Bancos Centrales de los gobiernos del mundo, se rige por un complicado sistema de votación basado en buena medida en el poder económico de los países al final de la II Guerra Mundial. A pesar de algunos ajustes, el poder efectivo del FMI está en manos de los países más industrializados sobre cuyas decisiones un sólo país, Estados Unidos, puede ejercer su derecho de veto.

Por su parte, el Banco Mundial, cuyo nombre originario fue significativamente el de Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, se creó paralelamente con el objetivo de prestar el dinero necesario a los países con dificultades de crecimiento para que solucionasen sus problemas estructurales, aunque dicho Banco debe contar siempre con la aprobación del FMI.

Las ideas que sustentaban la creación de éstas y las otras instituciones internacionales era la de esquivar de manera definitiva las crisis estructurales, manifestadas por altas tasas de paro, tal como se había producido durante la "Gran Depresión" norteamericana de los años treinta. Siguiendo las teorías de John Maynard Keynes, la persistencia de una situación de paro se debía atribuir a las fluctuaciones del mercado, razón por la cual éste no debía ser dejado sin control -para que actuase la Mano Invisible de Adam Smith- sino que se debía actuar colectivamente para evitar en lo posible dicha situación.

Keynes demostró, igualmente, que esa acción colectiva global era imprescindible por la razón de que las acciones de un país afectan a otros, creando una situación de potencial contagio de unas economías a otras. Esto tiene su explicación en el hecho de que, en teoría, las importaciones de un país son las exportaciones de otro y en un estado de equilibrio económico perfecto, el resultado de ambas debería sumar cero; en consecuencia, cualquier recorte en las importaciones de un país dañan la economía de otros. Si un país entra en recesión, se genera paro laboral, con lo que el consumo pierde volumen, lo cual afecta a la demanda de productos, sean nacionales o importados. La recesión en un país lo lleva a importar menos y eso perjudica a sus vecinos. Una forma de solventar esa situación de recesión era, en opinión de Keynes, por un lado, reducir la presión de los impuestos; por otro, o simultáneamente, incrementar el gasto público, es decir, aumentar la demanda agregada. Los Estados podían y debían endeudarse para mantener el nivel de empleo del país en tasas aceptables.

Podía ser, sin embargo, que a pesar de esas medidas, algunos países no tuviesen la capacidad de endeudarse para financiar el gasto público o mantener por sí solos la reducción de impuestos y necesitasen del concurso de otros. El FMI podía, en opinión de Keynes y los economistas y políticos reunidos en Bretton Woods, mejorar las cosas: el FMI, como institución supra-nacional, podía presionar a los países para que mantuviesen sus economías en pleno empleo, mediante la aportación de dinero a aquellas naciones que debían afrontar recesiones con el objetivo de que adoptasen políticas más expansivas que las que escogerían por sí solos.

Hasta aquí, hemos presentado de manera harto resumida la teoría subyacente en la creación del FMI y de las otras instituciones económicas vinculadas. En opinión de Stiglitz, sin embargo, el FMI ha derivado desde esos principios hacia un fundamentalismo del mercado volviendo al pensamiento de Adam Smith y su Mano Invisible, en un claro giro ideológico: es el Estado el que funciona mal y es el mercado -sobre todo el bancario- el que funciona bien. Desde este punto de vista, la regulación natural del mercado no sólo alcanza al mercado de bienes, sino, más especialmente, al mercado del dinero. Lo cual supone que el modelo central en la política económica impulsada por el FMI son los mercados financieros, haciendo prevalecer la economía financiera sobre la economía real (5).

Con la caída del Muro de Berlín, los campos de actuación entre el FMI y el BM se delimitaron aproximadamente de la siguiente manera: el FMI se ocupó desde entonces de las cuestiones macroeconómicas de los países que se encontraban en dificultades, es decir, su déficit presupuestario, su política monetaria, su tasa de inflación, su déficit comercial o su deuda externa. Paralelamente, el Banco Mundial se debía ocupar de las cuestiones estructurales: a qué asignaba el Gobierno del país en cuestión el gasto público, cómo funcionaban las instituciones financieras del país, su mercado laboral o sus políticas comerciales.

El problema entre ambas instituciones derivó, para Stiglitz, del papel imperialista del FMI, cuyos dirigentes no creyeron necesario entrar en discusión con los dirigentes del BM sobre las políticas que mejor encajarían con una situación determinada, ya que, fieles a su concepción del mercado como elemento dominante, consideraban imprescindible la aplicación de una fórmula idéntica a todos los países en vías de desarrollo, lo cual llevaría a la situación harto pintoresca de remitir los correspondientes pliegos de condiciones a determinados países a los que se proponían las medidas económicas necesarias en los que ni tan siquiera se había modificado el nombre del país.

La consecuencia de una política basada en recetas generales es, en opinión de Stiglitz, una de las principales razones de que se haya agravado las mismas dificultades que se pretendían arreglar y, peor todavía, lo que ha permitido que esas dificultades se repitan una y otra vez.

En el libro que presentamos se describe un buen número de casos en los que se observa la estrategia que ha seguido el FMI y hasta las resistencias de determinados países a dejarse ayudar por dicha institución. Los casos de épocas recientes en países tan dispares como Etiopía, Rusia, Corea, Malasia, Tailandia, o China, y los resultados de políticas económicas no siempre acertadas, son una lección que no sólo los economistas, sino los geógrafos deberíamos tener en cuenta, sobre todo, cuando nos debemos referir al actual contexto de globalización.

A continuación, señalaremos algunas características de dicho contexto que, según el autor, es simultáneamente objeto de "tanto vilipendio y tanta alabanza" y que nos pueden ayudar a reflexionar sobre una realidad ante la que, de momento, no parecen existir alternativas.
 

El proceso de globalización a examen

El impacto sociológico e ideológico que supuso el atentado del 11 de septiembre puso de manifiesto, entre otras cosas, que nos encontramos, nos guste o no, en un mundo globalizado, ante el que el autor se pregunta (p. 28) "¿por qué la globalización -una fuerza que ha producido tanto bien- ha llegado a ser tan controvertida?"

Entre las ventajas de la globalización se cuentan la disminución de una situación de aislamiento experimentada por numerosos países en vías de desarrollo; la posibilidad real de un intercambio entre éstos y otros países desarrollados en un mercado internacional; la globalización ha permitido crecer a numerosos países mucho más rápidamente que en otras épocas; ha permitido, igualmente que un número mayor de personas gocen en la actualidad de un mayor nivel adquisitivo y de un nivel de vida muy superior al que habían disfrutado nunca y ha brindado a un mayor número de personas el acceso a un grado de conocimientos que sólo hace un siglo no era alcanzable ni por los más ricos del planeta. A todo ello ha colaborado, sin duda, el acceso a las fuentes de información, entre ellas, la más poderosa, Internet. Los ejemplos en ese sentido son múltiples, desde las posibilidades de interconectar políticas activas para mejorar las condiciones de países sometidos a peligros reales, como las minas anti-personas, o aquellas campañas destinadas a condonar las deudas de países demasiado pobres.

En la parte negativa, no cabe duda de que la globalización ha favorecido una mayor diferencia entre los países ricos y los que se encuentran en vías de desarrollo; el número de pobres ha aumentado de forma dramática a escala global, mientras que los ricos lo son cada vez más. En África, los proyectos de desarrollo han chocado contra políticas mal orientadas que han precipitado en la miseria a un número creciente de población, mientras que las elites dirigentes acumulan mayores índices de riqueza.

En Asia la globalización no ha conseguido reducir la pobreza; y tampoco ha favorecido su estabilidad económica. La crisis del Este Asiático de 1997 pareció arrastrar toda la economía mundial; y en Latinoamérica, el "corralito" argentino puede constituir sólo la punta de un iceberg que puede contagiarse a todo el continente, mientras que la globalización y la introducción de la economía de mercado en Rusia y en la mayoría de economías en transición desde el comunismo tampoco han producido los resultados esperados. Desgraciadamente, las escasas políticas llevadas a cabo en África no permiten más que constatar el estado de abandono en que se encuentra la mayoría de los países de ese continente.

A todos esos países se les aseguró que el nuevo sistema económico les brindaría una prosperidad sin precedentes; y los resultados han sido más bien magros, buenos para enriquecer a unos pocos mientras que para el resto se generó una pobreza mucho mayor.

Se acusa a la globalización de haber favorecido la hipocresía de los países ricos al permitir que éstos forzasen a los de menor desarrollo económico a eliminar las barreras comerciales a partir de una política económica que los países industrializados no estarían jamás dispuestos a aceptar; pero, entretanto, los países ricos mantienen sus barreras arancelarias frente a los bienes procedentes de los países en vías de desarrollo, sobre todo, los bienes procedentes de la agricultura.

No sólo los países industrializados se niegan sistemáticamente a abrir sus mercados a los productos agrícolas originarios de los países en vías de desarrollo; sino que, además, insisten en que éstos abran sus mercados a los productos manufacturados de dichos países industrializados y continúan subsidiando sus productos agrícolas, mientras que insisten en que los países en vías de desarrollo retiren sus subsidios a sus productos manufacturados.

Como Presidente del Consejo de Asesores Económicos de la administración Clinton, Stiglitz batalló enérgicamente contra esa doble moral que, como él mismo reconoce, tampoco beneficiaba a la economía de los Estados Unidos. Los elevados precios que debían pagar los consumidores norteamericanos por los productos procedentes de su propio país, más los elevados subsidios a su propia agricultura que como contribuyentes debían financiar, suponían miles de millones de dólares que de otra forma -permitiendo la entrada de productos de países en vías de desarrollo- hubiesen podido ahorrase.

"Incluso cuando Occidente no fue hipócrita, marcó una agenda de la globalización, y se aseguró de acaparar una cuota desproporcionada de los beneficios a expensas del mundo subdesarrollado" (p. 31)
Estas cuestiones no hacen más que repetir esquemas bien conocidos en los que se basaron la mayoría de países colonialistas desde los siglos XVIII-XIX. El problema actual se ve agravado por la entrada en la escena económica del papel desempeñado por los bancos occidentales en los mercados de capitales que, a menudo, han cumplido un papel desestabilizador de las economías en desarrollo. Al entrar y salir bruscamente de las bolsas locales un dinero de clara raíz especulativa, sólo con la esperanza de obtener ganancias rápidas que suelen obedecer a expectativas de devaluación o apreciación de la moneda local, deja tras de sí "divisas colapsadas y sistemas bancarios debilitados" (p. 32).Y, sin embargo, la globalización, como señala el autor, es (¿o debería ser?) fundamentalmente,
"la integración más estrecha de los países y pueblos del mundo, producida por la enorme reducción de los costes de transporte y comunicación y el desmantelamiento de las barreras artificiales a los flujos de bienes, servicios y capitales, conocimientos y (en menor grado) personas a través de las fronteras." (p. 34)


La explicación de los errores

Ya hemos señalado que la estructura del libro se divide en nueve capítulos, de los que destacaríamos algunos, esencialmente, el cuarto, dedicado a la crisis del Este asiático, en el que se analiza las políticas del FMI utilizadas en esa zona, políticas que llevaron al mundo "al borde de un colapso global". A partir del hundimiento del bath tailandés, en 1997, las entradas y salidas rápidas de dinero en las bolsas asiáticas llevaron a situaciones que, según el autor, no se hubiesen producido si se hubiese dejado a cada uno de dichos países desarrollarse de manera más acorde con su potencial económico, político y social, es decir, respetando las secuencias y ritmos que mejor se adaptasen a cada una de dichas economías. En ese sentido, el autor subraya el papel desempeñado por los respectivos gobiernos del Este asiático -que en la mayoría de países habían tenido un papel fundamental al crear las condiciones para que se produjese un elevado nivel de ahorro y de inversión interna- en contraste con el proceso excesivamente rápido de la liberalización de los mercados de capitales. La entrada de capitales foráneos que sólo buscaron un rápido incremento de las tasas de beneficio financiero, dejaron a sus espaldas una seria situación de crisis.

En ese capítulo, Stiglitz explica de manera pormenorizada los casos de China, Corea del Sur, Tailandia, Malasia e Indonesia para mostrar que la apertura de los respectivos sistemas económicos a los capitales extranjeros y una prematura reestructuración orientada a la liberalización del mercado de capitales fueron los principales errores que habría cometido el FMI en su interés por "mejorar" un sistema bancario y empresarial que en las tres décadas precedentes había crecido hasta llegar a conformar el llamado "milagro del Este asiático" sin más recursos que los propios y sin necesidad de la entrada masiva de capitales extranjeros en sus respectivas bolsas. Sin compartir la "teoría de la conspiración", según la cual dicha entrada de capitales foráneos se habría dirigido a debilitar las economías de esos países, no deja de señalar que los responsables directos de la crisis del Este asiático fueron "los burócratas" del FMI y del Tesoro norteamericano que actuaron de manera indiscriminada sobre unos sistemas bancarios frágiles(6).

Destacaríamos, también, los tres capítulos siguientes, que están dedicados a la crisis de 1998 en Rusia, y que constituyen un ejercicio de profundización de las diferentes condiciones -sociales, económicas, históricas y políticas- que influyeron en la transición desde una situación económica en que el Estado controlaba todas las actividades productivas a una liberalización que llevaría a una situación de mayor pobreza y desigualdad, una inflación galopante y un estado de corrupción generalizado potenciados por unas estrategias que se suponían "de choque" elaboradas por el Tesoro norteamericano y el FMI que debían enderezar la situación; pero que sólo consiguieron que se entrase en contradicción con un proceso de crecimiento más armónico.

Stiglitz es muy crítico con dichas estrategias, que no llevaron al desarrollo de Rusia sino, a lo sumo, a una cierta estabilización. De hecho, él mismo, como vicepresidente del Banco Mundial y prescindiendo de las recomendaciones del Tesoro de los Estados Unidos, emprendió un viaje a Rusia en el curso del cual pudo comprobar que las privatizaciones que se habían llevado a cabo en el país sólo habían hecho que enriquecer a unos pocos oligarcas.

"En Rusia se pensaba, no sin razón, que EE UU se había aliado con la corrupción. En lo que había sido percibido como una exhibición de apoyo, el subsecretario del Tesoro, Lawrence Summers invitó a su casa a Anatoly Chubais, que había estado al cargo de las privatizaciones, había montado la estafa de los préstamos a cambio de acciones (...). El Tesoro de EE UU y el FMI entraron en la vida política del país" (p. 217).
El contraste entre lo que sucedió en países que no se plegaron a las recomendaciones del FMI (China, por ejemplo) y los que sí lo hicieron (como es el caso de Rusia) es tan marcado que no ofrece dudas. China pondría por delante de la privatización la creación de una situación de competencia entre empresas; y antes de que se reestructurasen las empresas estatales, el gobierno central se ocupó de crear nuevas empresas en áreas rurales, con lo que durante un cierto tiempo el sistema económico chino se benefició de los dos tipos de empresas, las de carácter privado y las de carácter público del anterior régimen. Al no desmantelar demasiado rápidamente el sistema anterior, el crecimiento, más lento, se pudo afianzar y obtener éxitos a largo plazo. En Rusia, por el contrario, se sabe que el camino hacia la estabilización, la privatización y la liberalización deberá continuar; pero ahora se sabe, también, que en ese camino por recorrer son necesarias instituciones sólidas, auque se desconozca por qué medios conseguirlas. En contraste con China, en que la liberalización fue promovida desde un Estado central, el colapso del poder central en Rusia propició la "instalación permanente de los oligarcas y de la cleptocracia y el capitalismo de amiguetes/mafiosos" (p. 239) apoyados por el FMI y el Tesoro de EE UU.
 

La respuesta ante las crisis estructurales

Los dos últimos capítulos del libro que comentamos están dedicados a mostrar la pérdida de coherencia intelectual que ha ido experimentando el FMI nacido en Bretton Woods y las necesarias modificaciones que debe sufrir para llenar una "nueva agenda" en la que se muestra necesaria la existencia de instituciones públicas internacionales desprovistas de intereses económicos y de ideología, en que la transparencia sea el primer requisito de las acciones futuras.

En el penúltimo capítulo, el autor realiza un interesante experimento consistente en analizar la política del FMI como si dicha organización estuviese propiciando los intereses de los mercados financieros, en lugar de aplicar los recursos a ayudar a los países en dificultades a salir de las mismas; según esa nueva visión, las políticas del FMI constituyen un conjunto absolutamente coherente en lugar de las contradicciones que se observan.

Del último de los capítulos del libro destacaríamos la nueva agenda en siete puntos que, a modo de conclusiones, propone el autor y que enumeramos a continuación de manera resumida.

En primer lugar, se hace evidente la necesidad de aceptar los peligros de la liberalización de los mercados de capitales y el hecho de que los flujos de capital de corto plazo ("dinero caliente") imponen abultadas externalidades, que se traducen en mayores costes soportados por quienes no son parte directa en las transacciones.

En segundo lugar, es preciso realizar reformas sobre quiebras y moratorias, que tendrían la virtud de inducir a la precaución a los futuros inversores en países en desarrollo, en lugar de estimular un tipo de préstamos temerarios, comunes en el pasado.

En tercer lugar, se impone destinar menos recursos a los salvamentos económicos -los rescates- que se orientan a garantizar que los acreedores occidentales cobren más que lo que habrían cobrado en otras circunstancias.

En cuarto lugar, el autor sugiere mejorar la regulación bancaria, tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo, ya que una mala regulación bancaria en los países desarrollados puede conducir a malas prácticas de préstamos y a los que se encuentran en crecimiento, a una exportación de inestabilidad.

En quinto lugar se debe mejorar, también, la gestión del riesgo producido por la volatilidad de los tipos de cambio. El actual desastre de Argentina muestra que una paridad demasiado estricta con el dólar no resuelve tampoco los problemas cambiarios, sobre todo, a los países pequeños o a los que presentan una economía frágil. Los países desarrollados pueden sin duda absorber mejor las fluctuaciones en los mercados de capitales, y deberían ser éstos quienes deberían ayudar a los menores en forma de créditos que mitiguen esos riesgos.

En relación con esto, la sexta condición para un crecimiento global más armónico reside en gestionar el riesgo inherente a los cambios económicos de manera que dicho riesgo no deba ser absorbido por los más vulnerables dentro de los países en recesión, lo que supone fomentar la capacidad de incluir programas de desempleo más efectivos.

Por último, Stiglitz propone una mejor respuesta a las crisis. La asistencia a países en vías de recesión económica debería considerar necesario un mayor conocimiento de las condiciones políticas y sociales. Y, lo más importante, se debería regresar a los principios económicos básicos postulados en la teoría keynesiana por una parte; por otra, el autor propone poner en práctica estrategias expansivas de carácter fiscal y monetario en los países en dificultades, de la misma manera que se realiza cuando EE UU atraviesa una recesión económica, y no a la inversa, como ha venido sucediendo hasta ahora (7).

"más que concentrarse en la efímera psicología de los inversores, en la impredecibilidad de la confianza, el FMI debe retornar a su mandato original de proveer financiación para restaurar la demanda en los países que afrontan una recesión económica" (p. 299).
Para todo ello, el autor considera que la ayuda al desarrollo debería ser liderada más que por el FMI por el Banco Mundial, ya que cree que esta institución responde mejor a las preocupaciones de los países en desarrollo. El Banco Mundial puede ajustarse mejor a las restricciones presupuestarias, es más sensible a la importancia de la educación -incluida la de las mujeres- y a la necesidad del establecimiento de una sólida base tecnológica, incluido el apoyo a una formación avanzada. Respecto a la condonación de la deuda para determinados países, Stiglitz es terminante: sin dicha condonación de la deuda, muchos países en desarrollo no podrán crecer. Todos conocemos que muchos de los países deudores sólo pueden pagar los intereses de su deuda a los países desarrollados; pero no tienen capacidad económica para nada más. Todavía va más lejos y considera que no sólo los países más pobres deberían acogerse a las condiciones de condonación de la deuda, sino muchos otros que, sin estar en esa situación, ya están experimentando las consecuencias de los errores de las instituciones supra-nacionales en el pasado.

En opinión del autor, es posible todavía promover la igualdad y el crecimiento rápido al mismo tiempo, a condición de que dicho impulso provenga de políticas más igualitarias y de la creación de nuevas empresas que potencien las exportaciones, para lo que el papel del Estado es fundamental al estimular sectores concretos y al ayudar a crear instituciones que promuevan el ahorro y a dirigir esos fondos de una manera eficiente.

Una "globalización con un rostro más humano" sería lo mejor que le podría pasar a la sociedad actual; una globalización que implicase el cambio de no sólo las estructuras institucionales, sino del propio esquema mental de dichas estructuras institucionales. Si en la actualidad la globalización se entiende en términos económicos, para muchos en el mundo subdesarrollado es bastante más; la globalización conlleva cambios que no han hecho más que empezar: está el problema del debilitamiento de las sociedades rurales tradicionales en favor de un proceso acelerado de urbanización; está el problema del ritmo de la integración global, que debería constituir un proceso gradual que no arrolle las instituciones precedentes, sino que se adapte y pueda afrontar la nueva situación observada desde más ángulos que el propiamente económico.

Está también, para Stiglitz, lo que la globalización debería poder hacer por la democracia. A menudo, sugiere Stiglitz, parece que a las antiguas dictaduras de las elites nacionales, les está sucediendo la dictadura ejercida por las finanzas internacionales (8), lo cual explica el riesgo de la pérdida de soberanía que pueden experimentar algunos países que necesitan ayuda económica. Dichos países en desarrollo son avisados de que si no cumplen determinadas condiciones, los mercados de capitales o el FMI se negarán a prestarles el dinero que necesitan para su progreso. En esencia, pues, dichos países son obligados a ceder una parte de su soberanía y dejar que los mercados de capitales "incluidos los especuladores, cuyo único afán es el corto plazo" influyan en sus políticas de desarrollo que, evidentemente, han planificado a unos plazos mucho más largos. O los países pobres se someten a los "caprichos" de los especuladores o se arriesgan a seguir su camino solos; y, en un mundo globalizado e interdependiente, pocos países están dispuestos a correr ese riesgo.

De momento, para el autor la globalización actual no funciona.

"Para muchos de los pobres de la Tierra no está funcionando. Para buena parte del medio ambiente no funciona. Para la estabilidad de la economía global no funciona. La transición del comunismo a la economía de mercado ha sido gestionada tan mal que -con la excepción de China, Vietnam y unos pocos países del este de Europa- la pobreza ha crecido y los ingresos se han hundido" (p. 269).
Sin embargo, el autor concluye que, a pesar de todo ello, la globalización puede ser una fuerza benigna. Puede ayudar a generalizar el conocimiento y el intercambio de ideas, puede contribuir a la transmisión de concepciones sobre la democracia y promover una sociedad civil más justa; y puede beneficiar a los países que, sin confiar en la noción de un mercado autorregulado, reconozcan el papel que puede cumplir el Estado en el desarrollo, y que, en consecuencia, estén en condiciones de resolver sus propios problemas.Su larga trayectoria académica, autoriza suficientemente, sin duda, al Premio Nobel de Economía 2001 a emitir su opinión ante el neoliberalismo acelerado que invade todas las parcelas de la vida social, política y económica de los pueblos en un mundo crecientemente globalizado.

No obstante, su declarado alegato en favor de la vuelta a las teorías económicas keynesianas quizás le ha hecho olvidar en el relato de los hechos recientes el papel desempeñado por las otras grandes corporaciones internacionales, como el propio Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio.

La impresión general que se obtiene tras la lectura de su extenso libro es que de la actual situación de desequilibrio económico, social y político a escala global prácticamente las únicas instituciones culpables son dos: el FMI y el Tesoro americano. Sin duda, el autor conoce de cerca las diferentes circunstancias que han coincidido en la historia económica reciente; pero para que se llegase a esa situación de indefensión en que se encuentran muchos de los países menos favorecidos algo han debido hacer los gobiernos de esos mismos países.

Quizás, y ahí radica una de las mayores virtudes de este libro, a partir de todo lo que se expone en él puede suceder que los gobiernos, especialmente los de países en vías de desarrollo valorarán más cuidadosamente el "abrazo del oso" que implica a menudo la ayuda internacional.
 

Notas

1Ver un resumen de sus obras más recientes en http://www.worldbank.org/knowledge/chiefecon/stiglitz.htm

2En adelante, y respectivamente, FMI, BM y OMC. En esencia, el autor en este libro se ocupa de las estrategias seguidas por la primera de dichas instituciones, mientras que las actividades de las otras dos quedan bastante diluidas.

3Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Italia, Reino Unido y Francia. El G-7 se reúne actualmente de modo habitual con Rusia, formando así el G-8.

4Cabe recordar que en Betton Woods se tomaron otras importantes decisiones, como adoptar un Sistema Monetario Internacional, basado en la convertibilidad del dólar en oro. Habiendo quedado desfasado dicho sistema en 1971, por la decisión unilateral de los Estados Unidos de suspender la convertibilidad, todo ello ha sido ya superado por la mundialización de los mercados monetarios y financieros. Ver sobre ésta y otras cuestiones relacionadas con la globalización RAMONET, I. Un mundo sin rumbo. Crisis de fin de siglo. Madrid: Debate, 1997 (5ª ed. 1999). 246 p.

5Aunque con alguna anterioridad, Ignacio Ramonet, desde la geopolítica y el análisis de las estrategias internacionales, llega a similares conclusiones sobre las consecuencias del proceso actual de globalización. Ver Ramonet, op. cit. especialmente p. 91 y ss.

6En ese mismo sentido se dirige la reflexión del catedrático de la Universidad Central de Ecuador, Alberto Acosta, cuando afirma en un reciente artículo que las imposiciones del FMI a determinados países con economías frágiles, como las de algunos de América Latina, ha degenerado hacia la inestabilidad social y económica en lugar de potenciar el crecimiento, lo que lleva, según el autor de dicho artículo y en coincidencia con Stiglitz, "a un puro ejercicio de poder" por parte del FMI. (Ver La ayuda envenenada del FMI.La Vanguardia, 25 de agosto de 2002, Suplemento Dinero, p. 5).

7Aplicar políticas menos restrictivas respecto a los tipos de interés o revisar a la baja la política fiscal, por ejemplo. Es decir, todo lo que pueda favorecer el consumo y la inversión.

8Se ha escrito no hace mucho tiempo, y no sin razón, que a los regímenes totalitarios de los años treinta está sucediendo un régimen globalitario. Descansando sobre los dogmas de la globalización, y del pensamiento único, no es posible otra política económica que la que sustentan las grandes corporaciones financieras, "dejando de lado las libertades del individuo (..) y abandonando a los mercados financieros la dirección total de las actividades de la sociedad dominada." Ver Ramonet, op. cit. p. 77.
 

© Copyright: Mercedes Arroyo, 2002.
© Copyright: Biblio 3W, 2002.

Ficha bibliográfica

ARROYO, Mercedes. Stiglitz, Joseph E. El malestar en la globalización. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VII, nº 403, 10 de octubre de 2002.  http://www.ub.es/geocrit/b3w-403.htm [ISSN 1138-9796]


 
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