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UNIVERSIDAD DE BARCELONA
ISSN:  0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año XVI.   Número: 94
Julio de 1991

 
FASCISMO Y GEOPOLÍTICA EN ESPAÑA
NOTA SOBRE EL AUTOR

Antonio Teodoro Reguera Rodríguez (León, 1954) es Profesor Titular de Geografía Humana en el Departamento de Geografía e Historia de las Instituciones Económicas de la Universidad de León.

Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Sevilla, en 1981, se integró en el Departamento de Geografía de dicha universidad, como Becario del Plan de Formación del Personal Investigador. Allí orientó sus primeras investigaciones hacia el estudio de las transformaciones del espacio rural. Entre sus trabajos en este campo cabe destacar:

«Las marismas del Guadalquivir: proyectos e intentos seculares para su puesta en cultivo y recuperación productiva». Archivo Hispalense, nº 210,1983, págs. 113-127.

« Análisis critico de la intervención estatal en la propiedad de la zona Regable del Bajo Guadalquivir». Estudios Humanísticos, n.° 6,1983, págs. 111-132.

«Criterios para la distribución del hábitat en los regadíos de realización estatal», Revista de Estudios Andaluces, nº 2,1984, págs. 89-98.

«Política de estructuras para la integración de la agricultura al sistema global de desarrollo», Estudios Humanísticos, nº 6,1984, págs. 71 -89.

Evolución de los paisajes en Andalucía Occidental (Área de Carmona-Marco de Jerez),Madrid, Casa de Velásquez, 1984,91 págs. (en colaboración).

«Algunos problemas derivados de la irrigación de amplias zonas de las Marismas del Guadalquivir», Actas del III Coloquio Nacional de Geografía Agraria, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1985, págs. 525-533.

Evolución de los paisajes y ordenación del territorio en Andalucía Occidental (Zona-test de Carmona), Madrid, Instituto del Territorio y Urbanismo, 1985,426 págs. (en colaboración).

Transformación del espacio y política de colonización. El Bajo Guadalquivir, León, Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, 1986,200 págs.

Paralelamente a los estudios de Geografía Agraria, participó en la redacción de diversos planes de ordenación urbana, interesándose por el análisis de los procesos urbanos, y en particular por la economía urbana y las políticas de planeamiento. Su tesis de doctorado, presentada en la Universidad de León en 1986, verso sobre «La ciudad de León. Análisis dialéctico de su construcción y de la política de planeamiento local».

Profesor en León desde el curso 1985-86, ha compaginado la docencia con una activa labor editorial e investigadora en los campos de la Geografía Urbana y del Análisis demográfico. Entre sus numerosas publicaciones sobre estos temas reseñamos:

Economía de mercado y procesos urbanos, León, Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, 1985,52 págs.

«Proyectos de grandes ejes varios en el casco antiguo de León. Ensayo de reforma urbanísticas a través de los planes de alineación decimonónicos», Estudios Humanísticos, n°8,1986, págs. 23-48.

Reforma liberal e infraestructural de saneamiento. El Informe de J. de Madrazo sobre León. León, Colegio de Arquitectos de León, 1987,100 págs. (en colaboración).

La ciudad de León en el siglo XIX. Transformaciones urbanísticas en el periodo de transición al capitalismo. León, Colegio de Arquitectos de León, 1987,198 págs.

La ciudad de León el siglo XX. Teoría y práctica en el urbanismo local, León, Colegio de Arquitectos de León, 1987,220 págs.

«Construcción urbana y modelos de planificación: la ciudad de León como ejemplo», Revista de Estudios de la Vida Local y Autonómica, n° 233,1987, págs. 317-353.

«Dinámica demográfica de la ciudad de León: un breve ensayo de interpretación», Estudios Humanísticos, nº 10,1988, págs. 33-56.

«Avances metodológicos sobre relaciones entre estructuras demográficas y fenómenos económicos: pirámides económicas de edades de la población española (1981)», en Análisis del desarrollo de la población española en el periodo 1970-1986, Madrid, Editorial Síntesis, 1989, págs. 396-404.

En los últimos anos ha extendido su interés al ámbito de la geopolítica, iniciando una sugestiva Iínea de trabajo sobre las relaciones entre Geografía y poder político:

«Orígenes del pensamiento Geopolítico en España. Una primera a-aproximación», Documents d'Analisi Geográfica, n° 17,1990, págs. 79-104.

«Recepción en España de la geopolítica alemana. Desde los fundamentos ratzelianos hasta el radicalismo nazi», Actas del V Coloquio Ibérico de Geografía, León, Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, 1991 (en publicación).

«Proyectar la ciudad para hacer la guerra», Polígonos. Revista de Geografía, n° 1, 1991 (en publicación).



 
A la memoria de Emilio Murcia Navarro


FASCISMO Y GEOPOLÍTICA EN ESPAÑA

Por Antonio T. Reguera

El espacio como componente activo del poder

De la identidad entre nación y estado, que arranca de la Revolución Francesa, surge el concepto de nación-estado como norma dominante de organización territorial que actúa en dos ámbitos: el interior y el exterior. En el interior asume la tutela del desarrollo y control de la formación social nacional. En el exterior recibe la parte correspondiente de una misión compartida con otros estados, como es la vigilancia, la represión y el control de elementos y actividades al amparo de la naturaleza contradictoria del desarrollo del capitalismo. Fundamentalmente se ha tratado de la represión del marxismo y del internacionalismo proletario. Está doble funcionalidad del estado genera una dialéctica geopolítica que es posible reconocer en los dos frentes citados. En el frente interior, el nacionalismo de la nación-estado entra en contradicción con los denominados «nacionalismos de las minorías», «nacionalismos periféricos» o reivindicaciones «etno-territoriales» (Urwin, 1983, pp. 6-8). Se plantea así un conflicto basado en la relación identidad nacional-territorio, que en rigor lo es entre nacionalismos, que puede desembocaren tres tipos de soluciones. Una de ellas se concreta en medidas coercitivas para reservar la integridad territorial. En dirección opuesta, para resolver el conflicto entre integridad territorial y legitimidad política, se acepta en beneficio de esta última la ruptura territorial del estado. La tercera solución consiste en el ensayo de «acomodaciones territoriales» que no implican la división geográfica del poder político, como por ejemplo los modelos federales o los estados integrales regionales. En el frente exterior, la dialéctica geopolítica se manifiesta en la lucha entre estados y entre diferentes expresiones nacionalistas.

En consecuencia, el descubrimiento de las implicaciones geográficas del estado no ha de suponer analizarlo en cuanto «creación cultura) que confiere a un territorio una unidad manifiesta y delimitada», como se proponía desde la Geografía Política clásica (Por ejemplo, Maull, 1960, p. 22). Tampoco la comprensión de la estructura geográfica y de las relaciones espaciales se puede reducir ni a una teoría del estado, ni a una teoría sobre el surgimiento del estado capitalista. D. Harvey propone construir una teoría general de las relaciones espaciales y del desarrollo geográfico bajo el capitalismo que pueda explicar el significado y la evolución de las funciones estatales, y que pueda explicar asimismo la desigual distribución del desarrollo, el imperialismo, la evolución de la urbanización, etc. Sólo en esta dirección -continua- se puede Negar a comprender como se modelan las estructuras territoriales y las alianzas de clase; o como el poder del estado, una vez constituido, puede convertirse en un instrumento de control que no impide la acumulación de capital, y en un centro estratégico desde donde se pueda seguir la lucha de clases y la lucha entre las naciones (Harvey, 1987, pp. 143-144). En términos similares es planteada por A. Lipietz la relación espacio-estado. Bajo la premisa de que el espacio no es neutro, sino un campo de acción de las fuerzas políticas, lo prioritario no es que el estado tenga su propia materialidad geográfica, o sea un ente geográfico, sino que es capaz de producir una especialidad propia a través de la administración, de la ordenación del territorio y de las políticas regionales (Lipietz, 1977, pp. 173-174).

En el fondo de esta diversidad de enfoques late el problema de la diferencia entre dos campos de estudio: el de la geopolítica y el de la geografía política. Aunque ambas disciplinas tienen de hecho muchos elementos comunes, sin embargo es posible admitir la especificidad del conocimiento geopolítico. Según el enfoque «clásico», perfilado ya por los teóricos de la disciplina en las primeras décadas de este siglo, la geopolítica tenia sentido en cuanto conjunto de influencia del factor geográfico en la formulación, programación y realización de una política determinada. Por esta vía, sensiblemente paralela a la de la geografía política, se Ilegaba a la valoración de un substrato físico que condiciona los fenómenos sociales y el desarrollo de las instituciones políticas. Dejando a un lado los peligros deterministas, que son evidentes, este tipo de enfoque es de muy escasa relevancia, ya que está primando el elemento geográfico, precisamente el menos importante dentro de la geopolítica. Por ello, creo que es necesario hacer una inversión epistemológica para situar a la política en el lugar que le corresponde en la formación y desarrollo de esta disciplina. Mi hipótesis al respecto es que el sistema o el proyecto político es el factor mas dinámico, con lo que el campo epistemológico de la geopolítica no estaría tanto definido por un soporte físico o por condiciones geográficas que se proyectan a modo de causalidad espacial de los fenómenos políticos, como por la especialización de un proyecto político en el que el espacio aparece como un componente activo del poder.

Un campo apropiado para comprobar estos planteamientos es sin duda el fascismo, entendido como proyecto político-ideológico y como agente territorial. Como ilustración, se hacen en el epígrafe siguiente algunas observaciones sobre el desarrollo del fascismo en España, bajo el supuesto de que es un referente ideológico y político esencial para comprender la aparición de una geopolítica comprometida con su causa durante los anos treinta y primeros anos cuarenta.

Desarrollo del fascismo en España

El fascismo, junto con los nacionalismos más agresivos, surge en un contexto de confrontación entre la progresión acumulativa del capital y la resistencia del proletariado. Definido por R. Paris como «un producto cuyos gérmenes se incuban en todos los estados capitalistas» (Paris, 1985, p. 121), el fascismo se identifica como un gran mecanismo de re-presión a escala internacional, por encima de las diferentes apariencias políticas que pueda adoptar. Por una parte se trata de la represión de la lucha de clases y del internacionalismo proletario, tratando de integrar al proletariado en el aparato del estado a través de fórmulas como el corporativismo o el nacionalsindicalismo. Por otra, pretende anular las naciones-estados que entorpezcan la expansión comercial, las anexiones territoriales y la satisfacción de las «necesidades vitales» del capital y del estado. Las concepciones ideológicas y los mecanismos operativos del fascismo se fundamentan, entonces, en una inversión dialéctica, en la medida en que trata de reconciliar las clases en lucha en el interior, y de exasperar las luchas entre estados fuertes y débiles en el campo de las relaciones internacionales. La conclusión fundamental es que se establece una relación inequívoca entre capitalismo y fascismo.

Cronológicamente el desarrollo del fascismo en España, como movimiento político con unos referentes ideológicos precisos y una práctica reconocible en la vida pública, se produce en los anos treinta, proyectando en influencia en la década siguiente al ser uno de los principales soportes ideológicos del régimen de Franco. Mirando hacia atrás, los brotes de fascismo que logran aclimatarse en Europa durante los anos veinte no dejan de influir en el origen y en el ejercicio del poder de forma dictatorial en España a partir de 1923. Sin embargo, para explicar los detonantes y los precedentes inmediatos seria necesario ensanchar los limites de la temporalidad histórica. Entonces, según la tesis que ha planteado de relación entre el fascismo y el desarrollo del capital, el fascismo en España hundiría sus raíces en las contradicciones y conflictos de clase que genera el desarrollo del capitalismo una vez que éste ha iniciado la fase de despegue definitivo.

El esquema de relaciones de producción capitalista pone en escena dos grupos sociales que al menos tendencialmente Ilegan a polarizar la estructura social: la burguesía y la case obrera. Aunque la composición social es mucho más compleja, estos dos grupos con sus intereses y actuaciones son los que dinamizan el sistema político. No es necesario insistir demasiado en que, por la naturaleza de las relaciones de producción que se están imponiendo, los intereses de ambos grupos sociales son contradictorios, determinando posiciones conflictivas en la escena política. Para tratar de ocultar este esquema de relaciones sociales, la burguesía como clase dominante pone en circulación las ideas que le interesan, y así durante todo este periodo se enarbola la bandera del cambio político rotulada con la proclama de la igualdad y de la libertad. Máxima expresión de la ideología burguesa en una sociedad de desiguales.

¿Como resuelve la burguesía los conflictos de clase? Mediante una adecuada concepción de la práctica política. Es decir, la burguesía impulsará las alianzas más insospechadas: con las clases populares, disfrazando de revolución un golpe de estado, o con la aristocracia, si ello era necesario para conservar o abrir algún mercado. Lo mismo impulsa temporalmente un proyecto político de base constitucional que niega toda práctica parlamentaria mediante un régimen pretoriano. Y, en fin, la burguesía recurrirá con normalidad y sin ningún tipo de escrúpulos al estado, a sus aparatos de represión, a las fuerzas armadas. Entre estos extremos se resuelve la historia política española durante el siglo XIX y primer cuarto del XX.

Durante todo este período se ha puesto de manifiesto que la monarquía parlamentaria española era un régimen político manipulado. Los diferentes grupos de la clase dominante siempre llegaban a un acuerdo para controlar todas las fuerzas socioeconómicas. El Ejército seria el principal instrumento de acción política, cuya participación se sistematiza a través del pronunciamiento. El propio monarca muestra una particular confianza en los generales, protegiéndose así de las clases populares y proyectando sus atribuciones políticas por encima del Parlamento. El paradigma de está ejemplaridad monárquica lo constituye la decisión de Alfonso XIII de nombrar jefe del Gobierno al general Primo de Rivera, cuando el pronunciamiento de este estaba muy lejos de triunfar (Ver, a propósito de estos hechos, Tuñon de Lara, 1982, pp. 33-36).

Si hasta los anos veinte se había demostrado que la democracia parlamentaria tenia mucho que temer del Ejército, el experimento dictatorial protagonizado por Primo de Rivera no permitía vislumbrar tiempos mejores, por mucho que este manifestara, en el preámbulo del decreto por el que se creaba el Directorio militar, que «era y sigue siendo nuestro propósito constituir un breve paréntesis en la marcha constitucional de España» (Rubio Cabeza, 1980, p. 42). Esta nueva experiencia política tiene su explicación última en las claves de la economía política. Se trataba, como ha señalado J. L. García Delgado, de «asegurar la permanencia y ampliación de los mecanismos de acumulación de capital, deteriorados como consecuencia de la crisis de los primeros anos veinte» (García Delgado, 1975, p. 208). No en vano serán los grupos de poder dominantes, como eran la oligarquía terrateniente y la patronal industrial y financiera, quiénes apoyan sin ningún tipo se reservas la medida de terapia política para mantener unas relaciones de producción amenazadas por la conflictividad social. Consecuentemente, la Dictadura certificará su presencia en la vida pública española por medio de la política de orden público, por la represión del movimiento obrero y por medio de una política de obras públicas y de gastos presupuestarios que no hace sino crear nuevas condiciones de expansión económica y renovar las oportunidades de beneficios para dichos grupos de poder dominantes. La promoción del capitalismo Ilegó a ser tan colosal durante estos anos que se ha hablado, a propósito, de «un caso de keynesianismo prematuro» (García Delgado, 1975, pp. 208-209).

Al comenzar los anos treinta, con el trasfondo de una profunda crisis económica, la acumulación de contradicciones es de tal magnitud que la lucha de clases adquiere una virulencia desconocida. Las clases dominantes ni impulsan, ni toleran cambio alguno. Sergio Vilar desarrolla el concepto de «clase inerte» para referirse a una burguesía española que no va mas allá de sus intereses económico-corporativos, y que ha dado muestras de una gran irresponsabilidad política al no luchar como clase, a veces ni siquiera en el nivel económico, pero sobre todo en el nivel político-ideológico, para construir un nuevo tipo de sociedad (Vilar, 1977, pp. 26-27). Dicho de otra forma; la burguesía española ha sacrificado incluso la revolución liberal: su propia revolución.

Hasta 1935 la temperatura social no deja de aumentar; si bien no se Ilegó al punto de inflexión al ocupar el poder las fuerzas reaccionarias durante el último bienio, refrigerando momentáneamente el sistema. Cuando en 1936 las fuerzas populares se reorganizan y ganan las elecciones, dos cosas quedan demostradas: que la burguesía tiene, en efecto, el poder económico y que su ineptitud política no le da ninguna garantía para conservar el control del Estado. Así se explica, pues, que tuviera ya una larga experiencia en prepararse militarmente para hacer frente a la situación. Es lo que S. Vilar denomina el recurso de nuevo a formas bárbaras de reorganización de las contradicciones entre clases; esto es, en julio de 1936 se inclina por la sublevación militar apoyada por los grupos integristas y fascistas (Vilar, 1977, p. 70). Declarada la guerra civil, la oligarquía, las fuerzas armadas y la ayuda extranjera consiguieron dominar la situación. En el marco de este «ecosistema político» germina y se desarrolla el fascismo en España.

En los anos treinta Ilega a cristalizar en la escena política española una síntesis programática con otros movimientos fascistas europeos. Se trata del partido Falange Española, fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933, y en el que posteriormente se integrarían las Juntas nacionalsindicalistas creadas por D. Redondo y R. Ledesma. Este movimiento, continuando propuestas anteriores, pretende situar en la escena ideológica y política la reivindicación de un nacionalismo radical y organizado que pudiera alentar el presunto sentimiento nacional de pérdida de las colonias y de la detracción de la imagen de España en el mundo. En este ambiente de efusión nacionalista surge la figura de José Antonio para reivindicar la obra política de su padre y a la vez defender su reputación pública. Aparentemente instado por móviles familiares, lo cierto es que reúne en torno suyo y del partido de la Falange a las diversas corrientes fascistas existentes durante los primeros anos de la República, incluidos los grupos que se inspiran directamente en el fascismo italiano y aquellos recientemente enardecidos por el triunfo del nacionalismo en Alemania con la subida de Hitler al poder. José Antonio se preocupó siempre de ocultar o matizar está relación de filiación para así no moverse en la dificultad de explicar la existencia de una «internacional fascista», cuando estos movimientos fascistas eran por esencia nacionalistas.

El proyecto político de la Falange se apoya en el nacionalismo como instrumento ideológico para preservar la integridad política de España y así poder situarla en los lugares preferentes del «nuevo orden nacionalista europeo». La nación representaba, por tanto, la superior autoridad moral, la integridad de las instituciones y el destino común. Este destino común llegaría a ser una «empresa nacional trascendente» si España lograba restaurar su dominio imperial y cumplir su misión de «destino en lo universal» (Payne, 1986, pp. 36 y 47). Este objetivo político exigía actuar en dos frentes, el interior y el exterior, ya que se trataba de crear el gran núcleo nacional, para a continuación proyectar hacia el exterior la fuerza expansiva. En el interior, el Estado y el Ejército serian los principales instrumentos autoritarios para garantizar la unidad permanente de la Patria, rechazando cualquier alternativa política inspirada en el liberalismo y amparada en la práctica parlamentaria. Por otra parte, el nacionalismo de la nación debía de ser unificador e integrador; es decir, excluyente frente a los nacionalismos periféricos o locales. José Antonio responsabiliza a la República de la «desintegración de la unidad nacional », aunque reconoce que la República surgió con la propia consunción de la institución monárquica. Teme expresamente la separación de Cataluña, Vasconia, Galicia y Valencia, constituyéndose en estados nacionalistas aparte, porque ello supondría, además de la desaparición de España como entidad nacional, «la muerte por aislamiento de sus tierras interiores» (primo de Rivera 1984, pp. 196-197).

Por lo que se refiere al frente exterior, el proyecto político falangista se apoya en dos condiciones. La primera de ellas era garantizar la unidad interior, para lo cual sólo había un camino: el Estado autoritario y el control del Ejército. Sobre esta base era posible reivindicar los impulsos imperiales y emprender la «misión universal» que en otros tiempos había realizado España. José Antonio señalaba que en esos momentos -mediados de los anos treinta- se daban las circunstancias apropiadas para que España se elevara a la posición de «cabeza del mundo» (Primo de Rivera, 1949, pp. 229). Su argumento es el siguiente. Relaciona la acumulación y concentración del capital con la proletarización de las masas; está con la revolución social, que finalmente conducía a la dictadura del proletariado. Por lo tanto, el capitalismo liberal desembocaba, necesariamente -dice-, en el comunismo; con la particularidad de que a mayor desarrollo capitalista, mayor aceleración en el proceso de transición al comunismo. Por está razón, España tenia suerte ya que al ser el desarrollo capitalista menor-¡bendito sea su atraso! llega a exclamar- podía salvarse la primera del caos que amenazaba al mundo. La conclusión artificiosa que saca el jefe de la Falange es que España se podía colocar otra vez a la cabeza del mundo.

Para cumplir estos objetivos y desde su fundación, la Falange había abogado por la toma del poder recurriendo a la acción armada. Aunque desconfiaba de la mayoría de los generales, comprendía que para obtener los fines señalados debía recurrir al Ejército. Para los preparativos del alzamiento de julio de 1936 y durante la guerra civil la Falange presta dos servicios básicos a la «causa nacional». Uno es elaboración ideológica y cohesión política para oponerse a los Programas de izquierdas. El Otro se refiere a los servicios militares y paramilitares desempeñados por las milicias o fuerzas de cheque. La meta final que se plantean en estos momentos los máximos representantes del fascismo español era convertir a la Falange en el partido único del nuevo Estado corporativo de Inspiración totalitaria que realizara la resolución nacionalsindicalista. Algunos de estos propósitos se cumplen con el decreto de unificación de 1937 por el que la Falange y algunas adherencias reaccionarias se convierten en el partido único oficial del nuevo Estado español con la auto proclamación de Franco como jefe nacional del mismo. Aunque el Objetivo de esta medida no iba más allá de dar cohesión política a la España nacionalista en su empeño de ganar la guerra, lo cierto es que se abre un periodo de gran exaltación falangista empezando a tornar cuerpo los fundamentos del Estado Nacional Sindicalista. Sin embargo, finalizada la guerra, si bien los Puntos Programáticos de la Falange siguen rellenando el vació ideológico del nuevo régimen, se empezarán a posponer las reformas sociales que pedían los falangistas quedando convertido el nacionalsindicalismo en una simple fachada del régimen. Por último, a medida que se iba acercando el final de la segunda guerra mundial, el declive político de la Falange se hacía más evidente. A partir de 1945 el régimen de Franco empieza a levantar una nueva fachada frente al exterior: la fachada liberal. Comenzaba así una nueva etapa en favor del reconocimiento exterior a la vez que se despojaba de la doctrina falangista.

Geopolítica de la nueva España en diferentes ámbitos profesionales y académicos

Antes de que se iniciara el giro «liberal» en la política oficial del régimen, en el proyecto político franquista se incluyen propuestas en las que se formula expresamente con diferentes grados de resolución la apertura de un «frente exterior», de una política de expansión nacional. En el contexto general de apología fascista que se vive en Europa, esta actitud mantenida por el Estado Español, a través sobre todo de algunos militares de alta graduación -como los que se mencionan en el capítulo 3-, seria «comprensible» en los primeros años de la década de los cuarenta si tenemos en cuenta que España, como satélite del «nuevo orden germano», podía aspirar a construirse «su propio lugar al sol». Es precisamente en el contexto de este planteamiento como se puede entender que en algunos medios de propaganda -especialmente los ligados al Ejército- se difunda la idea de la Península Ibérica como núcleo geopolítico en expansión, se glosen las cualidades geoestratégicas de la misma y se hagan propuestas de reconstrucción imperial. En dos palabras, el Estado español empieza a reivindicar su propio «espacio vital». Por ejemplo, hoy se sabe que si España no entró en guerra al lado de las potencias del Eje en 1940 fue porque, ni alemanes, ni italianos estuvieron dispuestos a satisfacer en compensación las reivindicaciones territoriales que los máximos responsables del régimen hacían sobre el norte de África. Franco sólo aceptaba entrar en la guerra si las ganancias territoriales incluían, además de Gibraltar, «el Marruecos francés del que se decía que por motivos de seguridad y de expansión natural era justa su incorporación a España-, el territorio de Oràn, la ampliación de los territorios saharianos y de los territorios del golfo de Guinea» (Marquina Barrio, 1986,pp.25y30).

Sin embargo, en el caso español la impotencia determinaba una política de castidad nacional, no pudiéndose cumplir el objetivo marcado por M. Serrano Súñer de «dar al pueblo español una empresa de política exterior para unificar y clarificar la situación interior» (Marquina Barrio, 1986, p. 43). Por imperativos económicos ligados a la inmediata post-guerra, España no estaba en condiciones de reivindicar «su espacio vital» con la voracidad y el empuje que lo hicieron la Alemania nazi y la Italia fascista, pero ello no es óbice para comprender que estamos ante un proyecto político cuyos fundamentos -quizás mas de los hasta ahora reconocidos- son idénticos, o cuando menos muy similares, a los de dichos regímenes. Creo que es preciso hacer algunas indagaciones -siendo éste en realidad el objetivo del presente trabajo- sobre el sentido que en esos años de apología fascista y de fascinación germana tuvieron conceptos tales como «espacio vital español», España frente a Hispania, España en y hacia África frente a España en Europa, «imperio ibero-magrebí», nuevo Estado español», «panhispanismo», «geopolítica del Estado y del Imperio», significativo subtítulo de una obra de J. Vicens, y en general lodo el conjunto de acciones geopolíticas consideradas como «manifestaciones exteriores de la Hispanidad». Estas indagaciones se centran sobre la obra de historiadores, militares y geógrafos, considerados como los estudiosos o profesionales mas familiarizados con las claves interpretativas y con la proyección de la geopolítica.

Entre los historiadores, el cultivador mas destacado de la geopolítica fue sin duda J. Vicens Vives. En una primera fase, el interés por esta disciplina surgió en él por una especie de «metamorfismo de contacto», debido al conocimiento de publicaciones y a la fluidez de relaciones con colegas alemanes e italianos precisamente en el período de mayor desarrollo de la geopolítica; de una geopolítica implicada ya en la causa política del fascismo. Sin embargo, no habría de pasar mucho tiempo para que J. Vicens Vives demostrara que su interés primigenio por la geopolítica dependía de la necesidad del llegar a una comprensión cometa del factor geográfico en los procesos históricos. La articulación de Mte planteamiento quedará plasmada en el dominado método geo-histórico; en la geohistoria definida por él como «ciencia geográfica de (M sociedades históricas organizadas sobre el espacio natural» (Vicens Vives, 1981, p. 76).

Para los militares que forman la cúpula del sistema de poder establecido por Franco, el discurso de una geopolítica con amplias y profundas resonancias fascistas les proporciona un excelente soporte ideológico. Como veremos en el Capítulo 3, conceptos como el de nación, raza, imperio, espacio vital español, hispanidad, etc. son ampliamente desarrollados a la manera de ideas-guía de un nacionalismo de extracción filofascista.

La posición de los geógrafos frente a la geopolítica es de mayor cautela; las implicaciones no son tan nítidas. Mientras tienen algunos puntos da coincidencia con los militares en la medida en que pueden valorar la geopolítica como un instrumento ideológico al servicio de la causa política de la «nueva España», sin embargo, las opciones prácticas son diferentes. Para los geógrafos el conocimiento geopolítico abría nuevas posibilidades en la «didáctica del espacio»; para los militares dicho sistema de conocimiento era especialmente útil si estaba impregnado de contenidos marciales. Finalizada la segunda guerra mundial, la geopolítica se conviene en una disciplina poco menos que proscrita entre los geógrafos. A los directores del régimen, de la política educativa y de los planes de estudio no les interesaba alentar nuevas posibilidades de «pensar el espacio» 1.

TEORÌA Y PRÀCTICA GEOPOLÍTICA EN LA OBRA DE J. VICENS VIVES

De la historia a la geopolítica. La primera síntesis

La personalidad y obra científica de J. Vicens Vives están avaladas por su prestigio como investigador y por sus éxitos académicos, así como por reconocimiento oficial en forma de premios de relevancia. Como historiador le ha sido reconocido el mérito de haber iniciado la renovación de la ciencia histórica española al entrar en contacto con diversas escuelas europeas -con Annales, con el pensamiento histórico de A. Toynbee con el que manifiesta haber Ilegado a una identidad conceptual, con la «historia total» de H. Pirenne- y adaptarse las corrientes metodológicas mas avanzadas (Batllori, 1980, pp. 62-63). Aunque la historia, con atención preferente a los hechos y fenómenos socioeconómicos, centra su interés investigador; sin embargo, el contenido de su obra es mucho mas amplio. Como prueba de está afirmación, siéndolo también de su fecundidad intelectual, J. Vicens Vives empezó a interesarse desde muy joven por la geopolítica; interés que cristalizó en la publicación de dos libros y de varios artículos (Vicens Vives, 1940a, 1941 a, 1941b, 1981 (5a ed.) en plena madurez investigadora que le acreditan como el principal tratadista de esta nueva disciplina en España, por mucho que la geopolítica pueda considerarse como una especialidad marginal en el conjunto de su obra.

Desde que en 1932 se encontró con un ejemplar de la revista alemana Zeitschrift für Geopolitik, como él mismo relata (Vicens Vives, 1981, p. 6), comenzó a interesarse por la geopolítica y a seguir el rápido -y quizá por ello sospechoso- desarrollo que estaba teniendo en Alemania a lo largo de los anos treinta. El motivo principal de su incursión en este campo no fue otro que el de examinar las posibilidades científicas de la geopolítica, así como su proyección ideológica y política. El resultado de los primeros trabajos será la publicación en 1940 de su obra España, Geopolítica del Estado y del Imperio (1940a). Esta obra se puede dividir en cuatro partes, siendo la primera, titulada «Introducción a la Geopolítica», la que tiene un valor de síntesis al examinar las influencias y tendencias que han Ilegado a conformar el nuevo campo disciplinar. En ella J. Vicens Vives no se limita a enumerar tendencias y describir situaciones; va mas allá haciende una labor crítica, de depuración, y exponiendo sus propias tesis sobre la geopolítica en particular y sobre la geografía en general. Las tres partes restantes son análisis referidos a la Península Ibérica desde un punto de vista geofísico y geodinámico. En principio nos interesa ver en que términos conceptuales y bajo que supuesto elabora la primera síntesis sobre la geopolítica peninsular.

A principios del siglo XX la geografía pasaba por una profunda crisis motivada, como en otros períodos, por problemas de crecimiento y a la vez de identidad. «Era preciso, entonces, -señala J. Vicens Vives- restablecer la pureza del pensamiento geográfico, y sobre todo salvaguardar la unidad de su conjunto» (Vicens Vives, 1940a, p. 5). En parte se iba Imponiendo una opción conceptual y metodológica, la del «paisaje geográfico», que permitía un adecuado tratamiento de fenómenos físicos, biológicos y humanos. Pero la aplicación de esta metodología plantea Inmediatamente problemas de escala, al quedar reducida la síntesis a marcos regionales de poca extensión.  ¿Cómo articular entonces el análisis geográfico de las grandes superestructuras humanas? Era necesario elaborar una nueva síntesis geográfica, complementaria de la anterior, que trate los fenómenos superiores, históricos y políticos, de la vida mancomunada de la Humanidad dentro del marco geográfico adecuado. La tesis que expone J. Vicens Vives es que la geopolítica puede ser esta nueva síntesis, después de haberse superado diversas propuestas nominales como la de Geografía del Estado, Geografía de la Historia o, entre otras, Geografía de la Política y de la Economía mundial. La propuesta es sugerente y la pretensión muy ambiciosa, razón por la cual se imponía una revisión del estatus de la geopolítica para garantizar su desarrollo científico y, en su caso, una depuración para limpiar las adherencias doctrinales. De esta forma J. Vicens Vives entraba de lleno en el debate sobre geopolítica y en el problema de nazismo.

El debate se descomponía en varias líneas de discusión. Una de ellas, muy general y a la vez bastante estéril, se reducía a conceder o negar todo a la geopolítica como nueva disciplina. Ambos extremos tenían como telón de fondo el fantasma real del nazismo; así, unos la veían como «una ciencia de la agresión y del imperialismo» que se había elevado incluso al rango de «metafísica del nacionalsocialismo», mientras que otros proclaman su «tono constructivo y pacífico» (Vicens Vives,  1940a, p. 6). Otra línea de discusión que pretende ser decisiva para Ilegar a determinar el carácter de la geopolítica es la que se plantea si se (rata de una ciencia geográfica, o de una ciencia política. J. Vicens Vives ve reflejada esta dicotomía, en el fondo más aparente que real, en las dos escuelas alemanas derivadas de la doctrina de Kjellen sobre el Estado: la de R. Henning y la de K. Haushofer. El primera de la «línea pura» da su predecesor definía la geopolítica como el «estudio de la intervención de los factores geográficos, en la acepción mas lata de la palabra, en los acontecimientos políticos de la vida de los pueblos y de los estados»; mientras que para K. Haushofer, máximo representante de la «línea dura», la geopolítica era la «ciencia de la sangre y del suelo» (Haushofer, 1986), sobrevalorando la importancia del componente racial y priorizando el crecimiento del organismo estatal hasta lograr su espacio vital máximo. Al margen de estas posiciones se situaban los denominados «círculos geográficos puros», formados por geógrafos alemanes -Passarge, Hettner- y por geógrafos franceses -Vidal de la Blache, Demangeon-, que no ocultaban su atracción y preocupación a la vez por la geopolítica, pero que formalmente pretendían verla disociada de la geografía.

J. Vicens Vives contempla este debate a cierta distancia, ya que no pretende entrar en el «interior» de la geografía y tampoco le seduce el aparato «externo», ya sea radical o moderado, desarrollado por la geopolítica alemana. Sin embargo, no pierde de vista los horizontes ya trazados por los autores citados cuando insiste en la confirmación de su tesis: la de la geopolítica como ciencia geográfica, como síntesis equivalente al paisaje. Esta equivalencia seria de método y no de escala, porque, como precisa, «la geopolítica sólo podía estudiar científicamente los fenómenos geográficos e históricos que tengan una expresión territorial dentro del marco de las grandes sociedades o de los estados, mas allá de los limites reducidos del Paisaje geográfico». La geopolítica conciliaba así la geografía y la historia en una «síntesis de las causas geográficas e histórico-políticas de la dinámica espacial de las sociedades» (Vicens Vives, 1940a, pp. 8-9).

En las formulaciones de J. Vicens Vives la geopolítica iba apareciendo, más que como una rama vigorosa de la geografía, como una alternativa a la geografía del paisaje de ámbito regional. Elio no impedía, sin embargo, que se viera envuelta en uno de los debates de mayor resonancia conflictiva que se venia manteniendo en el seno de las ciencias geográficas. Se trata de la polémica en torno al determinismo. Si la tesis central de la geopolítica se sustenta sobre la admisión de las influencias que los fenómenos geográficos ejercen sobre la evolución de las sociedades, la pregunta era ¿hasta dónde Ilegaba esa influencia? Algunos geógrafos alemanes comprometidos con la propaganda de la geopolítica nazi transcendieron el propio determinismo geográfico para Ilegar a un determinismo geopolítico mucho mas agresivo al interponer en los mecanismos causa-efecto los impulsos raciales. Contra la Iosa de determinaciones geohistóricas y raciales, J. Vicens Vives invoca la capacidad humana para ejercer el control y el dominio sobre las fuerzas naturales, y para cada sociedad puede organizar su propio campo de posibilidades geopolíticas. Este campo se compone de núcleos óptimos -o núcleos geopolíticos en expansión-, áreas de extensión y otros límites para determinados fenómenos fijados por factores geográficos, históricos y políticos. Concluye afirmando que la geopolítica es una ciencia contraria al fatalismo y al determinismo, ya que las posibilidades y las tendencias pueden superar las propias influencias geográficas e históricas. Desechado el determinismo, propone sustituir el posibilismo por el «relacionismo»; termino que justifica en la consideración de la geopolítica como «ciencia de las relaciones del medio geográfico y de lavida histórica con las formaciones estatales« (Vicens Vives, 1940a, p.12).

En la polémica sobre el determinismo no podía quedar al margen uno de los conceptos básicos de la teoría geopolítica cual era el del espacio vital J. Vicens Vives define el espacio vital como una «unidad geopolítica básica» (Vicens Vives, 1939,1940a), definición simple y a la vez cargada de contenido sin lograr despejar los equívocos. Por una parte se puede extender como la concreción territorial de una comunidad que ha logrado desarrollar sus propios medios de vida y de organización política durante un período histórico prolongado. Pero esta es una definición cargada de inmovilismo de difícil contraste con la realidad y en clara contradicción eco el dinamismo esencial de la geopolítica. Si nos atenemos a las zonas en que J. Vicens Vives dividía el campo geopolítico, la «unidad geopolítica básica» no será sino un «punto de partida», un núcleo en expansión desde el que se articula la especialización de los impulsos vitales. Se plantea entonces un dilema. Seria un contrasentido hablar de espacio vital inmóvil, sin proyección; ahora bien, si el espacio vital presupone en esencia la expansión y la constante proyección de energías, dónde está el límite. En teoría no hay límites geográficos para definir el alcance de un espacio vital, aunque en la práctica unos espacios vitales frenan a otros. La cuestión queda por lo tanto abierta, debiendo entender que el concepto «espacio vital» solamente tiene una utilidad inmediata para aquellos estados que pueden competir en la lucha internacional por el espacio.

En el análisis de componentes elementales que conforman la teoría geopolítica, J. Vicens Vives Ilega a la valoración del Estado. Como la mayoría de colectividades humanas aparecen organizadas políticamente formando estados sobre fracciones del espacio natural, propone considerar al Estado como la «síntesis geopolítica básica» (Vicens Vives, 1940a, p. 21). En la más pura tradición ratzeliana esto implica hablar del Estado como ente geográfico y como organismo fisiológico. Como ente geográfico dispone de un territorio, de una capital, una red de comunicaciones y unas fronteras. Como organismo fisiológico desarrolla as funciones propias de todo organismo vivo hasta que nace hasta que se muere. Siguiendo la teoría biológica anunciada por Ratzel, la evolución del Estado se resuelve en ciclos vitales. Dado que todo el discurso político se organiza en torno a los ciclos expansivos, analizar el Estado desde este punto de vista significa determinar su desenvolvimiento territorial, su crecimiento.

J. Vicens Vives propone las siguientes directrices analíticas para determinar el proceso de crecimiento territorial de un Estado. 1a.- Descubrir las causas de su nacimiento valorando a tales efectos el conjunto de hechos físico-geográficos y humanos denominados «acciones geopolíticas». Entre éstas se incluyen el valor geopolítico de la montaña, la cuenca hidrográfica como elemento de unificación geopolítica, la lucha por la posesión de los litorales, el espacio aéreo, o la ampliación del espacio de actividad humana a una «tercera dimensión», los hechos económicos, las rutas y finalmente la situación geodinámica que introduce los elementos geopolíticos dentro del campo de interpretación de los hechos históricos. 2-.- Analizar la formación de un espacio vital, entendido como área geopolítica básica. 3a.- Comprobar la existencia de núcleos de expansión fuera del propio espacio vital y su valoración como puntos de apoyo para nuevas tentativas de ampliación territorial. 4§.- Analizar el problema general de la colonización, reflejo de la presencia del estado-metrópoli en el conjunto universal de la vida geopolítica.

Esta última proyección estatal puede verse ampliada en una mas difusa territorialidad mediante lo que J. Vicens denomina «acciones ultra-estatales», y consideradas como «complementos de la expansión política o económica de un espacio vital» (Vicens Vives, 1940a, p. 20). Por ejemplo, la expansión de formas jurídicas como el Derecho Romano o el Código napoleónico, la infiltración de forma lingüística llegándose a hablar de una «geopolítica idiomática», o la difusión de la cultura occidental para dominar el mundo controlando los medios de comunicación de masas según la tesis desarrollada por A. Smith en su libro titulado La Geopolítica de la información (Smith, 1984).

Después de haber tratado de buscar un acomodo científico en el campo interdisciplinar y de precisar cuál era su objeto de estudio redefiniendo los conceptos de espacio vital y de Estado, J. Vicens Vives completa la síntesis introductoria haciende algunas recomendaciones metodológicas. Su preocupación en este sentido son los mapas geopolíticos o dinámicos, elaborados a partir de mapas geográficos sobre los que se imprime un complicado lenguaje grafico que ha de entenderse como la necesaria e imprescindible formalización del carácter dinámico que tienen las acciones y hechos geopolíticos. «La representación cartográfica concluye no es un elemento secundario de la Geopolítica, sino completa e inseparablemente integrado con su teoría. Todo fenómeno geopolítico que no tenga una traducción directa sobre el grafico, o escapa a las leyes de esta ciencia y por consiguiente es un elemento perturbador de la misma, o pierde casi lodo su valor en consideración y en trascendencia efectivas» (Vicens Vives, 1940a, p. 23).

Esta síntesis reelaborada por J. Vicens Vives no tiene un fin en si misma. La concibe como una sistematización de ideas y métodos geopolíticos que pretende aplicar al estudio del pasado y del presente de España bajo la premisa de que «como fundadora de Imperios y tierra de promisión de muchas ambiciones y codicias, España ha sido y es, con Roma e Inglaterra, una de las grandes entidades geopolíticas del Universo» (Vicens Vives, 1940a, p. 25). Por lo tanto, plantea el estudio dela geopolítica española con una doble finalidad: «comprobar en su espacio vital el funcionamiento de las leyes generales formuladas para otros países y otros Imperios, y contribuir a la intima comprensión de esta España que resurge ante nuestros ojos con su temple y sus características ancestrales» (Vicens Vives, 1940, p. 25). Estos son los propósitos que dan contenido a su obra, España. Geopolítica del Estado y del Imperio, publicada en 1940, y a sus dos artículos, «Spanien und die geopolitische neuordnung der Welt» y «Algunos caracteres geopolíticos de la expansión mediterránea de España», publicados ambos en 1941 en Zeitschrift für Geopolitik (München) y en Geopolítica (Milano), respectivamente.

Situación y estructura geofísica y geopolítica de la Península Hispana

No por casualidad J. Vicens Vives emplea la expresión «Península Hispana» en vez de « Península Ibérica». En esta distinción están implícitas dos concepciones geopolíticas diferentes. La primera supone o aspira a 'a unidad y uniformidad política del conjunto para formar un único espacio vital peninsular. La segunda contempla la existencia de un conjunto de pueblos con nítidas senas de identidad cuyo desarrollo político es susceptible de manifestarse de forma mancomunada negando a constituir el denominado «Estado integral regional», expresión que recoge la concepción republicana del estado español integrando los diferentes regímenes de autogobierno (Aracil Martì y García Bonafe, 1981, pp. 401-402).

J. Vicens Vives valora la Península Hispana como una de las unidades geopolíticas mas claras del conjunto europeo; esta unidad -dice- deriva, aunque no la condiciona necesariamente, de la formación geológica y tectónica y de la configuración fisiográfica general (Vicens Vives, 1940a, pp. 31 y 33). Los elementos geográficos más importantes del espacio vital peninsular serian la meseta, el núcleo básico de relación de las diferentes unidades, las depresiones periféricas y los elementos litorales. Este marco geográfico peninsular se corresponde con la unidad geopolítica superior del conjunto, formada por cuatro sistemas geopolíticos complementarios. De éstos, la meseta posee el núcleo político preponderante, el de Castilla, según J. Vicens Vives. Su posición central elevada y la facilidad para irradiar influencias en todas las direcciones han hecho posible la manifestación y dominio de tendencias geopolíticas propias. Las dos grandes depresiones periféricas, las formaciones fluviales del Guadalquivir y del Ebro, proyectan la meseta hacia el Atlántico-América y hacia el Mediterráneo-oriente: «los dos rumbos permanentes de la Hispanidad» (Vicens Vives, 1940a, p. 31 y 1941 b).

La situación o posesión relativa de la Península es calificada de excelente si se tiene en cuenta que el Universo está recorrido por «campos magnéticos de fuerzas geopolíticas», observándose que los mas importantes inciden en el territorio peninsular o bien son dominados completamente por sus bases estratégicas (Vicens Vives, 1940a, p. 35). Así, el cruce de varios sistemas de líneas geopolíticas sobre el territorio peninsular, incluyendo su espacio estratégico inmediato, hace que Galicia, las Canarias, el Estrecho y las Baleares sean las «cuatro Ilaves hispanas de los caminos mundiales» (Vicens Vives, 1940a, p. 35). Siguiendo el principal hilo argumental de la geopolítica, tales circunstancias geofísicas no podrían sino impulsar la expansión de la Hispanidad por todo el ekumene, parte del cual se conocía gracias a esta «fuerza vital». Además, los valores históricos coadyuvaban al mismo fin. Por una parte se consigue la unidad peninsular en dos tiempos: unión de los reinos de Aragón y Castilla primero y, «como consecuencia inevitable del sentimiento de continuidad geográfica e histórica desarrollado durante la Reconquista», unión con Portugal finalmente. Estas circunstancias geohistóricas son elevadas a la categoría de motivaciones geopolíticas a la vez que se recupera un concepto de profundas connotaciones politico-ideológicas: la idea de Hispania como legado geopolítico de la presencia del Imperio romano en la Península. Esta idea significaba defender la unificación en un mismo sistema político del territorio peninsular, la creación de una gran estructura administrativa que integra los diferentes núcleos geopolíticos que componían Hispania, y significaba hacer revivir lo que J. Vicens Vives denomina el «secular espíritu mediterráneo» formado por el clasicismo, la latinidad y el catolicismo (Vicens Vives, 1940a, p. 43).

La unión con Portugal supuso la culminación del proceso de reconstrucción del nuevo sistema geopolítico iniciado con la Reconquista. Sólo así «el espíritu hispano pudo Negar a la completa realización de su destino histórico» a finales del siglo XVI, iniciándose la primera etapa de florecimiento de la Hispanidad en lodo el mundo. Este sistema, agitado en sus profundidades por la efervescencia precapitalista y las tensiones que produce, se desequilibra con la ruptura de la unidad política peninsular. Hacia mediados del siglo XVIII se puede hablar de un segundo florecimiento de la Hispanidad coincidente con una fase de relativa solidez geopolítica en el sistema colonial que España mantiene en América (Solano, 1977). Esta fase culmina cuando a principios de la siguiente centuria comienza el repliegue del dominio territorial debido a los movimientos de independencia. El siglo XIX concluye con la sanción definitiva de este proceso; momento en el que se empiezan a crear nuevas expectativas sobre como mantener la presencia de España en el mundo. Las propuestas de los Áfricanistas (Gutiérrez Contreras, 1977-1978) deben de ser entendidas en este contexto y lo mismo las sugerencias y propuestas que hace J. Vicens Vives cuando en sus trabajos sobre geopolítica citados trata de exponer los fundamentos para una nueva acción geopolítica que permita iniciar una «tercera fase» de florecimiento de la Hispanidad.

Una geopolítica al servicio del Estado y del Imperio

La posición de J. Vicens Vives ante la geopolítica alemana se puede resumir en un vaivén de distanciamientos y aproximaciones. Recibe y reelabora, resume y asume el flujo de ideas básicas de la geopolítica de inspiración ratzeliana, aunque también es cierto que intenta protegerse de las desviaciones que dieron lugar a la geopolítica nazi. Sin embargo, existen fisuras. Si bien es verdad que su discurso está exento de la agresividad que caracterizó a la geopolítica nazi cuando esta pretendía impulsar una política de expansión nacionalista materializada por un Estado convertido en una gigantesca máquina de guerra, el esquema de justificaciones y premisas que le permiten hablar de una «geopolítica del Estado y del Imperio» se apoya en las mismas ideas-guía. Por ejemplo, el considerar en 1940 a España como «una de las grandes entidades geopolíticas del Universo» no es mera afirmación casual que no tenga nada que ver con proclamas de similar expresión que inundan los textos nacionalsocialistas, empezando por la propia obra de Hitler, Mi lucha (1984), en la que cualquier argumento conduce a la Gran Alemania y al papel que la raza aria debería desempeñar según su teoría del mundo. Lo mismo podemos decir de la «nueva España que estaba resurgiendo con sus características ancestrales...»; en este caso de idea de la España Imperial no es ajena a los fundamentos ideológicos del Tercer Reich sustentado política y militarmente en la asunción del Estado prusiano como núcleo geopolítico de la Gran Alemania. Incluso explícitamente J. Vicens Vives manifiesta haber una coincidencia entre la noción de «Imperio» y lo que significaba el «Tercer Reich» (Vicens Vives, 1941 a, p. 260).

Los fundamentos ideológicos para impulsar las acciones de reconstrucción y expansión geopolítica eran coincidentes, o al menos pertenecían al mismo tronco teórico. Sin embargo, otra cosa muy distinta eran los medios disponibles para hacerla efectiva. Aquí radica la gran diferencia. Mientras Alemania era una gran potencia industrial, con una capacidad de reproducción económica que desbordaba a cualquier competidor, España a lo más que podía aspirar era a ingresar como un satélite más en el «nuevo orden germano» que se pretendía construir. Por esta razón, la geopolítica de J. Vicens Vives carece de la agresividad de la geopolítica nazi amparada en el recurso y la fuerza para imponer cualquier idea. Como se vera mas adelante, J. Vicens Vives fundamenta la proyección geopolítica española en las llamadas «acciones ultra-estatales»: la cultura, el idioma, la religión.... los valores de la Hispanidad.

Cuando J. Vicens Vives escribe España. Geopolítica del estado y del Imperio lo hace con el convencimiento de que está contribuyendo al progreso de una rama científica que permite interpretar la esencia de los hechos territoriales y políticos registrados en el «solar hispano», para a continuación establecer «las líneas de una futura política estatal, interna y externa, que responda a las exigencias vitales de la nación» (Vicens Vives, 19401, p. 25). Es decir, concibe la geopolítica, o al menos pretende utilizarla, al servicio de un proyecto político, de una «futura política estatal». A propósito señala que «en la España creada por el movimiento nacional la Geopolítica puede y debe tener una tarea profunda y globalizadora... Sólo mediante sus métodos podemos Negar a la formulación científica definitiva de la unidad estatal como encarnación de la superación histórica de la multiplicidad orgánica de la Península, y sólo a través de sus conclusiones se puede lograr la total adaptación de la política estatal a las necesidades-geopolíticas-del país realmente permanentes» (Vicens Vives, 1941 a, p. 259). En el orden interno, el proyecto político en cuestión se traduce en la reivindicación de Hispania como espacio vital peninsular y como núcleo geopolítico de la Península, incluido Portugal. Sobre la cuestión de Portugal dice lo siguiente: «para nosotros, cuando no hablamos concretamente de España y de Portugal, sólo existe una Hispanidad y unos hechos hispanos como sólo hubo y hay un destino común para todos los pueblos que habitan el solar de la Península Hispana. Destino tanto mas glorioso cuanto mas se adaptó en el siglo XVI a la realidad viviente del espacio natural peninsular y a las características espirituales de sus pobladores» (Vicens Vives, 1940a, p. 27).

En otro orden de cosas J. Vicens Vives también fundamenta su tesis en el valor geopolítico de la población española. Aunque reconoce que extraer conclusiones geopolíticas generales de los fenómenos de poblamiento y hábitat es arriesgarse a entrar en «los problemas de la fusión de la Sangre y el Suelo, tan caros a ciertas escuelas deterministas»; sin embargo para él existen «hechos demográficos objetivos que poseen un valor en la Geopolítica moderna de España» (Vicens, 1940a, p. 209). En primer lugar, «el rápido crecimiento de la población en los últimos decenios» es valorado como «exponentes de la nueva potencialidad biológica del pueblo y del estado español» (Vicens Vives, 1940a, p. 209). Afirmación discutible en su aspecto cuantitativo y carente de todo fundamento científico desde el punto de vista cualitativo. Además difícilmente se podía entender «la potencialidad biológica del pueblo y del estado español», cuando el mismo J. Vicens Vives denuncia una situación general de desequilibrio geodemográfico provocado por el desajuste entre los «antiguos marcos económicos y las nuevas exigencias demográficos», y por los fenómenos migratorios internos desarrollados de forma inorgánica. A propósito, pretende Ilamar la atención de un modo particular sobre et hecho de que la población se concentre en la periferia de la Península, pudiéndose derivar de ello algún tipo de movimiento «en la balanza geopolítica del estado español». Recuérdese sobre esta misma cuestión, los temores que manifestaba J. A. Primo de Rivera al aislamiento del interior peninsular si Ilegaban a formarse «repúblicas locales» en la periferia.

De un modo general plantea la necesidad de buscar el equilibrio entre el campo y la ciudad porque ello -dice- equivale a «sanear las mismas raíces del estado». Considerada a la población campesina como «el eslabón geopolítico que ata el estado al suelo», y la gran ciudad como el polo que concentra las energías culturales y políticas de la nación, y a la vez como «campo abonado para los gérmenes disolventes de la sociedad». Por eso desde la geopolítica hace las siguientes propuestas en orden a conseguir el equilibrio demográfico: «regenerar la ciudad, repoblar el campo y revalorizar el suelo» (Vicens Vives, 1940a, p. 209). No es difícil ver reflejadas estas propuestas generales en acciones concretas de gobierno.

Si España había tenido un pasado imperial que la elevó a la categoría de «gran entidad geopolítica del Universo», si conservaba revalorizada una situación geofísica óptima, si estaba implantando un nuevo régimen que imponía la uniformidad del sistema político sobre todos los pueblos peninsulares -incluido Portugal por similitud de regímenes- y era filial de otros que estaban adueñándose de Europa, y si el crecimiento demográfico era un reflejo de la potencialidad biológica del pueblo y del estado, entonces cabía pensar en una nueva versión de una Hispanidad floreciente llamada a cumplir misiones históricas, tal y como se había señalado con insistencia desde la Falange. Estos son precisamente los argumentos que recoge J. Vicens Vives en su tesis del panhispanismo, concluyendo así su obra España. Geopolítica del Estado y del Imperio. Con el mismo carácter de síntesis que en esta obra, fueron reproducidas las claves de este movimiento panhispanista en la revista italiana Geopolítica, con el título de «Panispanismo». En una breve presentación que hace la revista se valora esta obra de J. Vicens Vives como «síntesis del pensamiento geopolítico de los geógrafos de la nueva España» (Vicens Vives, 1940b,p. 295).

Como tal movimiento de unificación, el panhispanismo apela a la idea de Imperio para extender los valores e la Hispanidad y con ellos la presencia de España en su mundo. Ahora bien, de que idea imperial se trata? Aquí es donde salen a flote las aspiraciones y las limitaciones, porque J. Vicens Vives habla de Imperio en el sentido clásico y mediterráneo; es decir, el Imperio puede o no ser territorial ya que se define por el «predominio del espíritu y no de la economía, y en el que la unidad se logra a través de afinidades morales y no por la opresión material». Los elementos geopolíticos que impulsarían este movimiento de unificación serían, en palabras de J. Vicens Vives, el idioma y la raza, teniendo así el pan-hispanismo «sólidos puntos de arranque en la Biología y en la Historia».

En términos geográficos, el movimiento de unificación panhispanista debería proyectarse preferentemente hacia América del Sur, «tierras y paisajes de epopeya donde la Hispanidad ha de cumplir de nuevo una misión histórica». El criollismo y el panhispanismo -sigue señalando J. Vicens Vives en el último capitulo de su obra habrían de ser los factores de la nueva estructuración del equilibrio Americano, reconstruido sobre la base de que el Centro y el Sur de América se emanciparan del «imperialismo del dotar», protegido por la Secretarla de Estado de los Estados Unidos al garantizar los intereses de las grandes empresas norteamericanas en toda la zona. En segundo lugar, no habría de olvidarse que África era el continente del futuro. Por varias razones seguía vigente la dirección Africana en los asuntos exteriores de la Península, y particularmente se entendía la presencia de España en Marruecos como una consecuencia de la lucha por el control del Estrecho y como una operación de estrategia defensiva al crear una zona de seguridad en la costa opuesta. En la práctica el control de territorios por parte de España era muy exiguo, pero conservaba posiciones de alto valor estratégico como eran las de Marruecos, Canarias y el Golfo de Guinea. En la apoteosis final del panhispanismo -sentencia J. Vicens Vives-, España no ha de limitarse a ser la cabeza de puente de América y África en Europa, sino que «ha recabar para sí sola, exclusivamente, el honor y la gloria de estructurar la Hispanidad en el Universo» (Vicens Vives, 1940, p. 211).

Desde el momento que el panhispanismo no incluye en sus actitudes las reivindicaciones territoriales como cuestión esencial, marca unas diferencias apreciables con otro de los movimientos mas conocidos de la misma familia, el pangermanismo. Sin embargo, algo hay que les une en una relación que podría ser de hermandad o de filiación: los principios. Si el idioma y la raza eran las energías geopolíticas que impulsaban el movimiento de unificación panhispanista, según J. Vicens Vives, el objetivo del pangermanismo de agitar el sentimiento nacional alemán se apoyaba en los parentescos raciales y culturales de todos los germanos. Y aún -lo comprobaremos mas adelante- las vinculaciones entre ambos serán mas estrechas cuando, para «purificar» las Hispanidad, se hagan algunas propuestas xenófobas.

Nuevos planeamientos: de la geopolítica a la geohistoria

Cuando en 1940 se publica la obra España. Geopolítica del Estado y del Imperio, J. Vicens Vives manifiesta que aún no nabla Ilegado el momento de elaborar un Tratado de Geopolítica general española, ya queel lamentable atraso de los estudios geográficos en España impedía el desarrollo de toda tentativa científica de síntesis ( Vicens Vives, 1940a, p. 25). En cierto modo, da a entender que la obra citada tenía un carácter provisional, de ensayo preliminar, que sin embargo no se libra de las influencias de la geopolítica alemana, o para ser más exactos de la geopolítica nazi. En esta obra, publicada en 1940, han quedado demostradas estas vinculaciones. Por esta razón, su autor manifiesto en el Tratado general de Geopolítica, publicado por primera vez en 1950, que esta obra estaba dedicada íntegramente a corregir errores, a rechazar la geopolítica nazi, a revisar planteamientos y a hacer nuevas propuestas (Vicens Vives, 1981, pp. 5-9).

Desde 1943 -fecha en la que se anuncia ya el declive de la Alemania nazi-, J. Vicens Vives empieza a replantearse la geopolítica. Por una parte pretende elaborar un Tratado general sobre esta disciplina, y por otra siente la necesidad de «controvertir ofuscaciones, errores y falsedades». ¿Cuáles? Principalmente los cometidos por la geopolítica nazi y que habían salpicado a su propia obra. En efecto, denuncia ahora las presiones políticas ejercidas por el Ministerio de Propaganda alemán para hacer de la geopolítica la disciplina doctrinal del nazismo, alegrándose de que esta geopolítica haya corrido la misma suerte que el propio régimen nacionalsocialista. Sin embargo, manifiesta que siguen perdurando los motivos geopolíticos en las directrices exteriores de los grandes Estados, y que esta disciplina es de gran utilidad para la correcta información del ciudadano y para todos los que tengan responsabilidades en la orientación exterior de la vida de una colectividad humana. Por lo tanto, sólo cabía esperar que la geopolítica Ilegara a consolidar sus estatus científico precisando sus bases conceptuales y metodológicas. Este es precisamente el empeño que asume J. Vicens Vives cuando redacta el Tratado general de Geopolítica, cuya primera edición en 1950 acompañó con la publicación de varios artículos de divulgación exponiendo sus nuevos planteamientos y métodos sobre la geopolítica - Vicens Vives, 1950ay 1950b).

Esta nueva obra se subtitulaba El factor geográfico y el proceso histórico, precisión que resume la tesis en torno a la cual gira todo el Tratado: «sentar las bases generales para una comprensión correcta del factor geográfico en el proceso histórico de las comunidades humanas» Vicens Vives, 1981, pp. 8-10). A la vez desautoriza expresamente la utilización de su obra como documento informativo al servicio de causas determinadas. Esto lo hace siendo consciente-él mismo lo vivió-deque la geopolítica corre siempre el peligro de ser utilizado por cualquier régimen totalitario triunfante. Como medida que pudiera tener algún efecto disuasor aconseja sustituir la palabra geopolítica por la de geohistoria, haciende una propuesta metodológica que consiste en sustituir el métodoo geopolítico centrado en el espacio vital por el método geohistórico.

Como es ya conocido, el primero se apoya en relaciones rígidas de determinación geográfica y biológica para explicar los procesos históricos y en particular la vida del Estado. De esta forma se justificaba cualquier política expansiva y cualquier irredentismo nacionalista, siendo éstas las bases teóricas que la geopolítica nazi se autoproporcionó para apoyar las «reivindicaciones naturales» alemanas.

El método geohistórico que ahora propone J. Vicens Vives se construye sobre la negación de los fundamentos de la geopolítica nacional-socialista. Ni la raza, ni el medio geográfico son factores determinantes del proceso histórico, por mas que puedan ser tenidos por factores influyentes; la sociedad no se parece a un organismo biológico y el estado no es el principal ente en juego de la Historia. Por lo mismo, no se puede entender el proceso histórico a través de desenvolvimiento de una nación. Lo que se pudiera considerar como algo propio o exclusivo -recursos, técnicas, espacio, características raciales, manifestaciones religiosas, sistemas de gobierno, etc- siempre se comparte con otros pueblos negando así al concepto de «total social» o de sociedad que J. Vicens Vives, siguiendo a A. Toynbee, denomina cultura o civilización, como la sumeria, la helénica, la islámica, la cristiana, etc. Cada una de estas sociedades históricas o civilizaciones no forman organismos biológicos sometidos a las fases del ciclo vital, ni se desenvuelven conforme a imperativos raciales o determinaciones geográficas. Se definen por «un sistema de relaciones entre los seres individuales que las componen» (Vicens Vives, 1981, p. 73), y a la vez son «el producto de la interacción del medio físico y los elementos biológicos» (Vicens Vives, 1981, p. 75). La interacción, lejos de ser pasiva, se traduce en un sistema de estímulos positivos y negativos que dinamizan la relación de una sociedad con su medio geográfico y con otras sociedades. El problema se plantea en discernir basta que punto la adversidad del medio geográfico puede provocar un estímulo positivo o imposibilitar materialmente el programa de la sociedad. Y la misma cuestión se plantea ante un medio geográfico pleno de recursos. J. Vicens Vives, siempre siguiendo a A. Toynbee, enuncia la que denomina ley de oro del método geohistórico, según la cual «el estimulo será tanto más eficiente cuanto más alejado se halle de la carencia o el exceso de adversidades ambientales» (Vicens Vives, 1981, p. 75). Lejos ya del determinismo racial y geográfico, la sangre y el suelo quedan reducidos a la categoría de estímulos que entran en juego en la complejidad de relaciones experimentales entre el hombre y la tierra.

La geopolítica, entendida como «doctrina del espacio vital» quedaba así reconvertida en una geohistoria que J. Vives pretende como «la ciencia geográfica de las sociedades históricas organizadas sobre el espacio natural». El sujeto agente y a la vez objeto de análisis no seria la nación o el estado, sino la sociedad cultural -la civilización de A. Toynbee-, conservando como método el dinamismo geopolítico (Vicens Vives, 1981, pp. 76-77).

Al comenzar los anos cincuenta J. Vicens Vives se dedica preferentemente a la creación de una infraestructura de apoyo a la investigación histórica -Centros de estudios, Seminarios, Publicaciones- (Grau y López, 1981, p. 154 y 1984, pp. 76-79), abandonando los estudios sobre geopolítica. Por ello, con la publicación del Tratado general de Geopolítica en 1950 culmina el período en el que, con intervalos, mantuvo una preocupación constante por las relaciones e influencias que suponía existían entre las condiciones geográficas, los fenómenos políticos y los procesos históricos en general. Este periodo se puede resumir en tres fases. Una primera coincide con los anos treinta en la que J. Vicens Vives conoce y asimila los fundamentos de la geopolítica alemana. Y al parecer lo hizo con la misma fuerza y convencimiento con los que pretendió subvertir los fundamentos de la historiografía tradicional catalana. Era la etapa de una juventud distinguida ya por su competencia y prestigio intelectual.

La segunda fase se desarrolla en torno a 1940, fin de la Guerra Civil y comienzos de la segunda Guerra Mundial. Entre 1939 y 1941, J. Vicens Vives publica sus trabajos más polémicos sobre geopolítica. Son los anos de la búsqueda de un equilibrio y acomodo difíciles, siendo acusado de «actitudes demasiado españolistas» y de transigencia con tal de conservar su puesto de la Universidad (Mascarell, 1985, p. 30 y Serra i Puig, 1985, p. 57); pero también en 1941 se inicia para él el período de las represalias y de la depuración siendo excluido de la Universidad hasta 1947 (Sobreques, 1985, p. 16 y Batllori, 1965, p. xii). Se ha dicho, quizás con la pretensión de justificar contradicciones, contrariedades y posibles convivencias que el descalabro de la guerra le había afectado y desorientado profundamente (Textualmente: «la desfeta l'afectà profundament, i restá durant uns quants anys com attuït i desorientat») (Benet, 1980,p.64).

Finalmente, en la tercera fase, J. Vicens Vives rechaza, como explicación de los procesos históricos, el determinismo geofísico o geopolítico; determinismo que había sido «una herencia inconscientemente asumida por él del pensamiento fascista de los anos treinta» (García Carcel, 1985, p. 55). Incluso, como manifiesta J. Nadal, J. Vicens Vives, publicado ya su nuevo y definitivo Tratado general de Geopolítica, se alza en los primeros anos cincuenta centra las aberraciones de los que en esos momentos defendían la «razón de España en el mundo moderno» y su papel de reserva moral de Europa como doctrina oficial del régimen (Nadal, 1980, p. 67).

EL NACIONALISMO RADICAL Y LA GEOPOLÍTICA DI ALGUNOS MILITARES

Fundamentos para la creación de un imperio ibero-magrebí

A principios de 1940 el coronel Ramón Armada, profesor de la Escuela de Estado Mayor, publicaba un artículo con el inexpresivo y a la vez dogmático título de «Así está escrito» (Armada, 1940, s. p.). Sin embargo, su contenido supone toda una lección de aprendizaje de la geopolítica alemana por parte de responsables españoles de la enseñanza militar. Comienza el autor haciende suya la conocida frase de Alejandro Dumas: «África empieza en los Pirineos». Pero mientras el escritor francés elevaba el desprecio a la categoría de manifestación literaria, el militar español asentaba el primer fundamento de un proyecto geopolítico. Con ello no pretendía establecer los Pirineos como límite exacto entre el continente Africano y el europeo, sino mas bien dar personalidad geográfica a una zona de transición que va desde los Pirineos al Atlas y que incluiría a España y a Marruecos. De está forma podría decirse que Europa acaba en los Pirineos y que África empieza en el Atlas. Si así fuera, tal y como pretende el coronel Armada, quedaría dibujada una unidad geográfica con capacidad de acoger y motivar procesos históricos específicos.

En síntesis, el coronel Armada pretende demostrar la existencia de «unidad en el suelo», de una «comunidad histórica» o «destino común» en el devenir de España y Marruecos y finalmente pretende demostrar la existencia de «afinidades actuales» por las que se justificaba las propuestas de dominación de España en la zona marroquí. Todo lo cual va a constituir un reflejo de la teoría geopolítica de la «sangre y el suelo», aunque desprovista de las estridencias de la propaganda oficial del nazismo.

La unidad geográfica pretende demostrarla estableciendo parentescos estructurales que implican procesos geotectónicos y geomorfológicos. Los movimientos orogénicos que explicaron la separación de los dos grandes bloques continentales formando el Estrecho explican también la formación de las dos grandes estructuras que son los Pirineos y el Atlas. Estas alineaciones montañosas delimitaron por el norte y por el sur la gran unidad geográfica, que, si bien dejó de «formar un solo bloque», no por eso se rompió la «continuidad de ambas orillas». El coronel Armada aduce como prueba de está continuidad la disposición análoga que existe entre los grandes conjuntos regionales de Marruecos y los de la Península Ibérica. Así, compara el Rif con la cordillera Bética, la cuenca del Sebú con la del Guadalquivir, la meseta marroquí con la española y los sistemas encadenados del Atlas con las alineaciones del norte de la Península Ibérica. A estas analogías estructurales el autor añade la composición litológica, la acción climática, la flora y la fauna para acabar definiendo a Marruecos como «un pedazo de España, una Iberia Africana que está sobre el mapa del continente negro». Aparte de otros parentescos geográficos que pueden ser reconocidos con mayor o menor esfuerzo, compara los oasis salpicados entre las mesetas arenosas y los barrancos desérticos con los «jardines Africanos de España» y particularmente con las huertas mediterráneas. Concluye diciendo que «tal es la comparación que puede establecerse entre la geografía de los dos países, que claramente se deduce la identidad de su aspecto de conjunto».

Como en su tesis la Geografía manda y la Historia ratifica, a la unidad geográfica le debe corresponder una «comunidad histórica»; y así es como el autor aporta todo un conjunto de suposiciones analógicas y analogías supuestas que traten de demostrar la existencia de un fondo de devenir comunitario entre los dos pueblos, o entre los pueblos al norte y al sur del Estrecho. Desde la Prehistoria se documenta la existencia de una estrecha relación entre la Península y el Marruecos mas septentrional. De esto no hay duda, aunque una relación de posición no equivale necesariamente a una relación de identidad. El coronel aduce como prueba la existencia a ambos lados del Estrecho de creencias, ritos y supersticiones similares que denotan la «supervivencia de manifestaciones religiosas primitivas que les fueron comunes en tiempos muy remotos». Con las reformas administrativas emprendidas por Diocleciano a finales del siglo III, la Tingitania norte Africana pasa a depender de la administración de Hispania, al parecer porque se le empezó a valorar como «guardaflanco» de la Bética. El coronel Armada, sin duda buen conocedor de la geoestrategia moderna, sabe valorar las lecciones que en tal sentido ofrece la historia.

Durante la dominación árabe en el sur del Mediterráneo, incluida la mayor parte de la Península Ibérica, el autor pretende documentar la existencia de un reflujo civilizador procedente de la España árabe y protagonizado por «moros andaluces» que se instalan en territorios del actual Marruecos. Después de neutralizada la revuelta del Arrabal de Córdoba centra el príncipe omeya Alhakem en el 814 fueron desterrados varios miles de supervivientes instalándose en el Magreb y fundando algunas ciudades, entre ellas Fez, que Negarla a ser un feudo intelectual y artístico de Córdoba. Será un siglo mas tarde cuando se consiga el modelo de «destino común histórico» que el coronel Armada anota como prueba decisiva en favor de la comunidad histórica de ambos pueblos. Se refiere a la expansión y denominación ejercida por los almorávides en el siglo XI, y por lo cual «España y el Mogreb forman un mismo Imperio». Cabe señalar que en está integración de ambas partes en un todo mas amplio, España es siempre presentada como el elemento dominante y civilizador. Si en un primer momento el sustrato hispanorromano se presentaba como la sena de identidad de una cultura que se pretendía superior, cuando la dominación árabe ha penetrado ya en profundidad, entonces se distingue una especificidad andaluza destinada a sobre valorar las creaciones de esa misma cultura árabe en España y a patentizar sus exportaciones. De está forma, la producción en el campo de las ciencias islámicas en el Mogreb estaría siempre en estrecho contacto con los focos de cultura en España; y finalmente manifiesta el coronel Armada que «en Marruecos toda civilización urbana llegó de España». Está dominación cultural que España ejerció sobre el Mogreb, según la tesis del autor, se entendería desde la baja Edad Media basta la implantación del Protectorado. Precisamente las prácticas coloniales que encubría la acción protectora pretenden justificarse con las denominadas por el autor «afinidades actuales». Estas forman parte de una estrategia ideológica que pretende seguir manteniendo la tesis de la «comunidad histórica» entre los dos pueblos, siendo el español el guía o elemento dominante.

Desde un punto de vista ideológico, los dos pueblos, el marroquí y el español, son creyentes, habiendo utilizado la religión como un concepto asociado al de patria y como un mecanismo catalizador de acciones políticas militares de independencia, de expansión territorial o de hostilidad hacia otros pueblos. Considera también el coronel Armada una sena de común identidad las cualidades que ambos pueblos han demostrado para la guerra. A la profundidad de los sentimientos religiosos y a las cualidades guerreras hay que unir la similitud de raza y psicología, ya declarada por otros autores. El coronel Armada se hace eco de las afirmaciones del antropólogo Antón y Ferrándiz quien sostiene que los bereberes pertenecen a la raza libioibérica, por lo que tanto iberos y bereberes, como vasco y ligures tienen una completa identidad racial.

Los marroquíes podrán ser entusiastas «hombres de fe», podrán ser «nuestros hermanos de armas» y tendrán similares caracteres raciales; sin embargo, en el seno de la comunidad histórica que se reivindica no se les reserva un estatus de igualdad con los españoles. La estrategia político ideológica de la que se ha hablado anteriormente se apoya en la idea de que el pueblo marroquí necesita guías, estímulos y catalizadores de fuerzas. Los marroquíes, dice el coronel Armada, son individualistas que no se someten a ningún plan colectivo, ignoran la jerarquía y la disciplina ateniéndose exclusivamente al lenguaje de la fuerza, y jamás han sabido unirse para alcanzar un fin superior. No son una «raza política» (sic) capaz de proyectar su propia actividad humana mas allá de los horizontes natales. Argumentos de está naturaleza expuestos por el coronel dejaban vía libre para que España realizara la misión superior de «guiar y estimular el resurgir del pueblo marroquí». iQuiénes mejor que los españoles -se pregunta- podrá comprender las acciones y reacciones, el bienestar o el malestar, las ansias espirituales y las necesidades materiales de los marroquíes puesto que tanto camino han andado juntos y tan cerca se conservan de ellos?

Los análisis y propuestas que hace el coronel Armada no implican de manera explícita la formulación de un plan político. Pero ello no era imprescindible ya que de lo que se trata es de comprobar el grado de penetración de las teorías geopolíticas alemanas en los cuadros superiores del Ejército español. Tal y como se planteó al comienzo del epígrafe, resulta evidente el reflejo en sus ideas y planteamientos de la teoría geopolítica de la «sangre y el suelo». La unidad geográfica como factor determinante de procesos históricos y como marco para un «suelo común», y el mismo fondo racial reconocido en la similitud de actitudes bélicas para la defensa o para la expansión así lo ratifican. Además, la reivindicación de una comunidad histórica, fraguada en determinaciones geográficas, que rememore los momentos álgidos del denominado imperio iberomagrebí no es una idea que esté totalmente al margen de la política que en ese mismo ano -1940- se estaba imponiendo en Europa a hierro y fuego.

España: espacio vital y entidad geopolítica de excepción

El título de este epígrafe recoge con exactitud, aunque de forma resumida, el enunciado de las tesis que el teniente general Alfredo Kindelán Duany expone y propone en 1941 sobre lo que él denomina el espacio vital geopolítico español. En un artículo publicado con el título de «Tiempos inciertos. España y el momento» (Kindelán, 1941), está autoridad militar hace una particular incursión en el campo de la geopolítica tratando de precisar el papel de la nación española en el mundo ante las convulsiones bélicas que se estaban produciendo a principios de los anos cuarenta. Estamos, por lo tanto, ante un valioso ejemplo de los efectos que produjo en la cúpula militar española la difusión de la geopolítica alemana.

He hablado a propósito de cúpula militar para significar la pertenencia a ella del teniente general A. Kindelán, lo cual se puede valorar como una circunstancia relevante al dar carácter oficial a sus opiniones y manifestaciones. Era conocida su proximidad al general Franco hasta el punto de haber sido uno de sus principales valedores en el momento decisivo del nombramiento de éste como Jefe de la Junta Militar, del Gobierno y del Estado, frente a otros posibles candidatos. Su especialidad técnico-profesional fue la navegación aérea, siendo nombrado en 1926 jefe superior de Aeronáutica; desde 1936 y durante toda la guerra desempeñó el cargo de jefe de los Servicios del Aire. Al proclamarse la República solicita el pase a la reserva trasladándose a África, desdedonde colaboró activamente y sin reservas en la preparación del alzamiento militar de julio de 1936. Ocupó la Capitanía General de Baleares en 1941 y la dirección de la Escuela Superior del Ejército en 1942. En sentido estricto sus opiniones no son manifestaciones oficiales del régimen, pero se puede aceptar que se trata de una persona autorizada para representarlo o para hablar en nombre de sus directores.

En el artículo citado se plantea como objetivo el explicar por qué España es una «entidad geopolítica de excepción» y por qué «necesita ampliar su espacio vital». Con tales propósitos entraba de Ileno en los capítulos mas controvertidos de la geopolítica. Todo su discurso se apoya en conceptos generales de difícil clasificación aunque podrían considerarse emanados de alguna «filosofía del espíritu» y en conceptos específicos tomados de los geopolíticos alemanes y de autores españoles, entre otros, de J. Vicens Vives. La fenomenología geopolítica qué trata de analizar fundamenta su explicación en la geografía como determinante y en la historia como comprobación. Para analizar la realidad de la nación española se apoya en conceptos-guía divulgados por la geopolítica alemana, no sin antes señalar las ventajas qué para Europa tienen los régimen fascistas y nazis sobre los de otros estados. Las naciones -dice- son «organismos con vida plena, como los seres inteligentes; como ellos nacen, crecen, se reproducen, enferman, sanan y mueren». El cuerpo nacional tiene, portante, unas manifestaciones vitales qué se pueden comprobar en su territorio, en la población qué lo habita y en el estado qué lo organiza. Pero como en su discurso todo remite al mundo del espíritu, el cuerpo nacional debe tener un alma qué no permita a la nación vivir «sin sentir ansia de eternidad, sin anhelar gloriosos destinos ni recordar con orgullo el pasado histórico», lo cual seria una prueba de falta de dinamismo y de atonía vital. En medio de tanta retórica argumental no se oculta la asimilación de la concepción biológica del estado sublimada por el recurso a un providencialismo qué cree en la protección divina para el desarrollo de las más grandes empresas.

Al comenzar los anos cuarenta, el problema mas grave qué podía afectar al ciclo vital de cualquier estado era el de la «seguridad nacional». En una situación de guerra mundial está se podía ver comprometida desde varios frentes. Y en su contexto general de lucha entre países, continentes y razas y de movimientos revolucionarios, era tal la complejidad de situaciones qué muy pocos países estaban en condiciones de hacer respetar su propio estatus de neutralidad o de quedar al margen de un recrudecimiento de la lucha de clases. Reconociendo el momento por el qué pasaban las relaciones internacionales, considera el teniente general A. Kindelán qué la seguridad nacional era el mas importante de cuantos problemas se presentaban en la vida de una nación, ya qué ello implicaba su propio existir o razón de ser. Pero el concepto de seguridad nacional tiene una doble dimensión geopolítica, ya qué se ha convertidoen un mecanismo ideológico por el qué se justifica la represión de cualquier movimiento revolucionario interno o el mantenimiento de posiciones estratégicas y derechos de territorialidad en el resto del mundo. A. Kindelán plantea el objetivo de la seguridad nacional como un problema de supervivencia del estado, sin olvidar las posibilidades de proyección exterior qué se pudieran aprovechar. Estas, a su juicio, eran extraordinarias teniendo en cuenta qué un inmenso territorio de nabla castellana, qué duplicaba la extensión europea, se hallaba frente a las grandes ciudades anglosajonas. Por está razón, su capitalismo Ilegaba hasta manifestar qué «los españoles eran los únicos qué podían disponer a los ingleses y a los rusos la preponderancia futura en los movimientos étnicos de la Humanidad».

Es a partir de estos planteamientos como se puede comprender la valoración qué hace de España como «entidad geopolítica de excepción». Para tratar de demostrarlo comienza formulando en términos geográficos la calificación de singular y de excelente qué con anterioridad había hecho de la nación española. En primer lugar manifiesta con rotundidad qué «España no es Europa». España ella sola constituye un pequeño continente unido al europeo por una gran barrera montañosa, lo qué en la práctica equivale a una separación -dice-. «En orografía, en metereología, en clima, en costumbres y en raza -manifiesta- es nuestra Nación una clara unidad sustancial, un ente geopolítico completo y distinto, y como tal actúa casi siempre en la Historia». El segundo argumento a favor de la singularidad geográfica española es su condición de puente. Puente entre continentes y mares, lo qué equivale a decir cruce de rutas y de culturas. Para el teniente general el qué el territorio peninsular esté cruzado por corrientes geofísicas y geopolíticas en todos los sentidos no es sino un «símbolo providencial o predeterminismo geográfico» qué la historia se encargó de materializar en «los siglos de esplendor imperial de Isabel, de Carlos y de Felipe». En la actualidad seguía conservando ese mismo valor de plataforma en la qué se cruzan las dos principales rutas de tráfico marítimo y sobre la qué empezaban también a cruzarse las principales del tráfico aéreo. El tercer argumento a favor de la singularidad hispana menciona su carácter de reducto o baluarte, superando estos calificativos las meras formalidades geográficas. Por una parte alude a la fortificación de la meseta por la disposición de los relieves periféricos, pero el sentido qué A. Kindelán da al termino baluarte va mucho más allá de la metáfora arquitectónica. Para él, el valor de España como reducto, o como «reserva de espiritualidad» al servicio de «grandes misiones ecuménicas», lo demostró defendiendo la civilización romana frente a los bárbaros, centra el Islam, centra los turcos, los protestantes, etc.

Un tratamiento especial le merecen al autor los procesos revolucionarios. «Nos sorprendió -dice- la infección revolucionaria de qué Francia nos contagió al finalizar el siglo XVIII. El virus Ilegó a prender en tanta parte del organismo nacional que pudo creársele perdido totalmente...; (sin embargo) tras siglo y medio de enfermedad, una vigorosa reacción orgánica logró eliminar del cuerpo de España todo el virus que las ideas disolventes del siglo XIX habían inoculado en él». Finalizada la terapia con el tratamiento de choque que supuso la guerra civil. A Kindelán ve a España por la « ruta verdadera» y a la mayoría de los pueblos modernos atrapados por el materialismo. «Debemos esperar -sentencia- que se nos incorporen las otras naciones que se extraviaron para servirles de guía».

Una vez saneado el cuerpo nacional, A. Kindelán propone su desarrollo y expansión, formulando así su teoría sobre el espacio vital español. Esto se resume en dos palabras: más población y más territorio. Como España ocupa una posición de privilegio y a la vez de origen al estar directamente relacionada con rutas estratégicas fundamentales, se impone el deber de ser fuertes, si no se tiene vocación de esclavo -dice-. Por otra parte, considera que cualquier nación que quiera ejercer una influencia real en los destinos de un Continente debe de integrar un porcentaje importante de los habitantes del mismo. Señala que para poder ser respetados e influir en los asuntos europeos se necesita poder hablar en nombre de 40 o 50 millones de personas. Como en esos momentos la población española era de unos 25 millones, el objetivo que se plantea es que en relativo corto plazo alcance los 40. ¡He aquí una de las explicaciones del tan difundido mito de los 40 millones en los anos de la postguerra!. Sin embargo, considera que, aunque éste es un máximo alcanzable con «medias eugenésicas, morales y económicas», es insuficiente. Propone como medida complementaria hacer «un esfuerzo indispensable para incrementar nuestra población a consecuencia de un reajuste en el Norte de África, ya inaplazable». Sólo así España Ilegaría a constituir un «grupo geopolítico natural de primera importancia» que seria respetado por su potencia actual y por su prestigio histórico.

El incremento demográfico y el reajuste en el Norte de África implicaban de manera evidente la expansión territorial. El teniente general lo manifiesta con toda claridad: «España necesita ampliar su espacio actual con la mira de rendir el máximo a la Civilización del Orbe». Para justificar está propuesta recurre al campo teórico y a las tendencias geopolíticas que en esos momentos triunfaban en Europa. Prevé que la guerra termine con una victoria alemana, produciéndose un nuevo reajuste de Europa «en el que se atenderá posiblemente a que las naciones rindan el máximo a la colectividad y al moderno concepto que se designa hoy con el nombre de espacio vital ». Con la intención -dice- de clarificar las explicaciones dadas por los geopolíticos alemanes, entre ellos Vowimkel y Haushofer, sobre lo que es el espacio vital geopolítico, A. Kindelán lo define como «el marco geográfico apropiado para que las reacciones reciprocas de la sociedad con el medio ambiente, y de éste sobre aquella, encuentran clima adecuado para un desarrollo fructífero de la Humanidad». Entonces España podía formular sus propias aspiraciones teóricas, aunque éstas en la práctica se iban a encontrar limitadas por realidades políticas difíciles de modificar. Sin embargo, las limitaciones se entendían circunstanciales y en ningún caso equivalían a renuncias porque «la voz de España -dice- debe alzarse, serena pero firme, para reclamar la totalidad de su espacio vital, sin la posesión plena del cual no podrá convertir en actual toda la energía potencial que guarda en reserva, y no podrá rendir al bien colectivo de la Humanidad lo que está tiene derecho a exigir de ella». Como ya se había señalado con anterioridad, el espacio vital inmediato que se reivindica para realizar los «destinos ibéricos» se localizaba al otro lado del Estrecho de Gibraltar, reiterándose de está forma la directriz prioritaria norteafricana en la conducción de la política exterior española.

Cuando el teniente general A. Kindelán habla de España como de una «entidad geopolítica de excepción» se apoya en la singularidad de los elementos geográficos que forman la Península Ibérica, en la situación estratégica de la misma con respecto al entramado de rutas de comunicación mundiales y en un pasado histórico que considera glorioso y capaz de suscitar profundas emociones nacionales en la actualidad -1941 -. También hace una declaración expresa de independencia frente a cualquier opción política que pudiera salir triunfante en Europa en esos momentos: de acuerdo con los dictados de la geografía y de la historia, con el sentir colectivo hispánico y con el supremo interés nacional no se puede hipotecar la más mínima parcela de soberanía, manifiesta.

Sin embargo, mantener un estatus de independencia no significa dejar de intervenir en los asuntos europeos, al contrario. España debía de intervenir en la política europea para fortalecer su propia personalidad asentada sobre «la etnografía, la geofísica y la historia», y para seguir representando la preponderante influencia que en los países del centro del Continente han ejercido los países marginales de la periferia, como ha sido también el caso de Italia, Turquía, Rusia o Inglaterra. Estas relaciones de buena vecindad que en tono diplomático anuncia para con todos los países del área, se podían y debían convertir en alianzas mas estrechas en plan de igualdad con «naciones o agrupaciones de Estados afines por identidad de idearios que posiblemente han de subsistir aún por largo tiempo en Europa». Se trataba de una esperanza, apenas velada, de que se produjera el triunfo de los países del Eje en la segunda Guerra Mundial, creando así el contexto político mas adecuado para que España pudiera cumplir sus objetivos geopolíticos.

EI poder marítimo como determinante para la expansión de la nacionalidad y de la raza

Al comenzar la década de los anos cuarenta, y cuando aún era incierto el desenlace de la segunda Guerra Mundial, desde las altas esferas del régimen se piensa que si España como idea nacional ha de plantearse objetivos de política internacional, éstos han de sustentarse sobre una geopolítica marítima. Defienden está idea profesionales ligados a la Marina y a la vez ocupantes de altos cargos de la Administración del Estado, entre los que destacan el entonces capitán de fragata y Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Luis Carrero Blanco, y el Ingeniero naval y presidente del Instituto Nacional de Industria, Juan Antonio Suanzes.

La tesis de geopolítica marítima que defiende L. Carrero Blanco (1941 y 1943) y que apoya J. A. Suanzes con un Programa naval concreto (1943) se fundamenta en la condición marítima española; condición Incuestionable por su situación, desarrollo costero, bases y relaciones económicas. Además, para España el mar es nexo de su dispersa territorialidad -islas y posesiones africanas-, afirma L. Carrero Blanco (1943, p. 93), con lo que entiende la creación de una potencia militar centrada en el poder naval como un objetivo de supervivencia en cuanto nación y de medio de proyección en la política internacional.

Es precisamente en este último aspecto en el que incide la tesis que de titulo a este epígrafe y que expone y defiende el capitán de corbeta Antonio Alvarez-Ossorio y de Carranza cuando trata de revalorizar el mar como «ruta imperial» (Alvarez-Ossorio, 1941, l y ll).Hasta tal punto resulta importante el poder naval en su aspecto militar y comercial que se puede identificar con la manifestación efectiva de la fuerza de cualquier estado. Prueba de ello puede ser la decadencia española asociada al paulatino declinar del poder marítimo, formado por el comercio, la industria, los recursos del mar, los valores estratégicos y geopolíticos del litoral, las flotas o medios de acción en el mar, etc.

Desde un punto de vista geopolítico resulta del mayor interés comprender la función geoestratégica que desempeña la fuerza naval, debido a que cada vez son mas densas las relaciones internacionales. Estas relaciones están canalizadas por rutas comerciales garantes/garantizadas de/por la fuerza naval. Por otra parte, el mar ha sido parcelado políticamente mediante la prolongación hasta las aguas internacionales de los límites nacionales, incrementándose la propensión al choque entre fuerzas expansivas que buscan productos, mercados y hacer manifestaciones de fuerza. Bajo estos preámbulos, el capitán Alvarez-Ossorio no hace otra cosa que rendirse a las tesis de los teóricos anglosajones y franceses sobre el dominio del mar, representados por los almirantes Mahan y Castex, respectivamente (Coutau-Bégarie, 1987, passim). El lema es claro y tajante: «quien domine el mar, vence en la tierra» (I, p. 29). El combinado de buques de guerra y marina mercante permite no sólo asegurar la independencia de cualquier estado, sino expandir la nacionalidad creando colonias que promueven el trabajo en todas las regiones del planeta. Esto es lo que le permite manifestar al capitán español que «el triunfo del dominio del mar consiste en la expansión de la raza» (I, p. 29). «El poder marítimo -sigue diciendo- determina en la paz las posibilidades de expansión de la nacionalidad y de la raza, y es el fundamento mas sólido de la industria y del comercio nacional, bases de toda prosperidad; es a la vez vehículo, el mas idóneo, de cambios culturales y de irradiación espiritual, y representa, en suma, el índice y conjunto de toda la energía y vitalidad nacional» (I, pp. 32-33).

Para que el poder marítimo pueda ser ejercido como tal es preciso relacionar varios elementos geográficos favorables, como son la situación, la configuración física y la extensión territorial, con las directrices geopolíticas emanadas de acciones de gobierno oportunas. Japón y sobre lodo Gran Bretaña pueden ser los modelos de está conjunción de elementos y factores imprescindibles para ejercer un poder marítimo amplio, intenso y duradero. No se puede decir lo mismo de España, aunque disfrute de la «mejor situación estratégica mundial», según palabras del capitán Alvarez-Ossorio (I, p. 35). Si bien es cierto, tal y como se viene reiterando, que España disfruta de una extraordinaria situación estratégica derivada de la posición central que ocupa en la conjunción de dos continentes y dos mares que le permite dominar las principales rutas marítimas del mundo; sin embargo, han existido inconvenientes geohistóricos que han impedido la materialización de dicho dominio más allá de un corto periodo histórico. La superación de estos inconvenientes constituye el programa implícito que España debería seguir para revitalizar el mar como «ruta imperial».

Los dos inconvenientes de primer orden que han mutilado el desarrollo del poder político peninsular han sido la separación entre España y Portugal y el dominio británico sobre Gibraltar. La separación de España y Portugal significaba para el capitán la anulación del poder naval del conjunto «porque las costas peninsulares forman una unidad, un todo armónico en el campo de la estrategia de «bases» y de la estrategia «geográfica» (II, p. 63). Por su parte, el dominio británico sobre Gibraltar ha sido tan beneficioso para la estrategia oceánica británica como perjudicial para la estrategia naval española. Mientras para los británicos es un comodín que puede entrar en juego en múltiples combinaciones políticas, de alta estrategia o tácticas, para España ha supuesto la ruptura de la unidad estratégica entre las costas del Mediterráneo y las del Atlántico y el control sobre las comunicaciones entre los dos continentes. Entonces, cualquier proyecto de reconstrucción del poder marítimo español aparecerá lastrado por estas hipotecas que ni España, ni el conjunto de pueblos peninsulares han sabido o han podido levantar.

Aunque nadie dudaba que los inconvenientes señalados no iban a tener ni una fácil, ni una rápida solución, el capitán Alvarez-Ossorio sigue confiando en que España imponga su presencia en el mundo para realizar las misiones históricas propias de su raza. Las bases para desplegar el poder necesario serian su situación geográfica, valorada como un determinante para el desarrollo político, y el poder naval, consecuencia de lo anterior. En el siguiente texto se resumen los objetivos y medios que han de servir a la «nueva España» para reconstruir su pasado imperial: «dada la situación de la Península, estudiadas las terribles lecciones de la historia, tenemos la firme convicción de que la misión histórica y ecuménica de «nuestra raza» tiene por base el poder naval, y España ocupará el puesto exacto que le corresponde por su espiritualidad rectora de veinte naciones, para también por su poder político, basado en el espléndido don de la Providencia que constituye su situación geográfica, por ese poder providencial que el trabajo y patriotismo de los nacionales ha de hacer efectivo» (II, pp. 63-64).

Un proyecto de Hispanidad centra la «red de araña de las fianzas judías en Hispanoamérica»

En 1944 el general la Llave publica un artículo titulado «Sobre geopolítica» (La Llave, 1944, pp. 3-7), con el deseo de dar a conocer los avances logrados por la nueva disciplina desgajada del complejo núcleo de los estudios geográficos. Solamente un reducido grupo de universitarios y algunos militares con responsabilidades de enseñanza en las Academias habían oído hablar de la geopolítica, razón por la cual el general estima necesario «conocer gran importancia a los estudios de carácter geográfico en el último curso del Mando», a la vez que califica a la geopolítica de «indispensable para los que se preocupan por los complejos problemas militares en su aspecto mas elevado» (p. 3). Alude a su utilización por parte de alemanes e ingleses para tomas decisiones de tipo estratégico y en general para preparar operaciones que comprenden continentes enteros. Resalta la importancia que tiene el hecho de que en el surgimiento de está nueva disciplina hayan estado implicados geógrafos de varios países como eran Vallaux, Vidal de la Blache, Ratzel, Kjellen, Mckinder y Haushofer. Por lo que respecta a la geopolítica alemana, es consciente de la utilización que se hizo de ella al servicio de necesidades de orden intelectual y propagandístico de la guerra, dando a entender que -con la guerra ya decidida- era necesario revisar los planteamientos dominantes y Negar a una reformulación de contenidos, objetivos y métodos que otorguen respeto a la geopolítica enel concierto general de las ciencias con las que mantenía alguna afinidad.

En este contexto, se preocupa de diferenciar entre geopolítica y geografía política. En general se trata de un tema recurrente, aunque del esfuerzo por hacer diferentes lo que suelen ser reiteraciones sistemáticas se pueden extraer aportaciones personales que enriquecen el campo epistemológico de la nueva disciplina. Mientras la geografía política no va mas allá de «una simple descripción estática de los límites y composición de los estados, bien actuales o en una época determinada de la Historia», la geopolítica es una síntesis dinámica de los hechos humanos pasados y presentes que en una zona determinada se producen con miras a explicar su evolución y predecir, dentro de lo posible, lo que determinados acontecimientos pueden producir en el futuro (p. 4). Es de notar que para el general estos acontecimientos pueden ser provocados por la acción humana o deberse a al imposición de una voluntad superior. Estamos, pues, ante unos planteamientos muy similares a los que anos después haría J. Vicens Vives con la exposición del método geohistórico, con el rechazo del determinismo geográfico y con la admisión de providenciales voluntades superiores interviniendo en el devenir histórico. Y lo mismo que J. Vicens Vives pretendía establecer una relación contradictoria centra la geopolítica y el materialismo histórico, el general La Llave manifiesta consolarse con «las posibilidades que la nueva ciencia ofrece centra la interpretación materialista de la Historia» (p.4).

El general La Llave será entonces consecuente con una geopolítica concebida como alternativa al materialismo histórico cuando expone los contenidos de la nueva disciplina. En este sentido. la novedad que aporta es la sobrevaloración de la «influencia geopolítica de las religiones». Si tesis es que una religión, a través de la cual se manifiesta una voluntad superior-dice-, actúa como un nexo que es capaz de producir fuertes tendencias unificadoras. En idéntico sentido, «un perfecciona-miento espiritual, un sistema filosófico o una religión nueva pueden elevar la parte anímica del hombre» para generar progresos, y con él potencial geopolítico, allí donde los recursos no aparecen con generosidad.

Sobre la «influencia geopolítica de las religiones», el general La Llave considera como pruebas irrefutables los cambios producidos en la historia de la Humanidad por la difusión de la religión cristiana y de la mahometana. Como prueba mas concreta para sostener su tesis analiza la historia reciente de América en la que aparecerá implicada la idea de Hispanidad concebida como una fuerza religiosa. Diferencia la colonización de América del Sur hecha por los españoles que actuaron siguiendo la directriz de «implantar una fe», al considerar a los indios como «seres con alma que había que salvar para Dios», y la colonización de Norteamérica, impulsada por el núcleo de protestantes que admitían ellibre examen y proclamaban la superioridad racial aniquilando a los aborígenes que se oponían a la explotación de las riquezas naturales. La primera es interpretar como una civilización de fondo espiritualista, mientras que la segunda tiene un carácter materialista. Y es precisamente está tendencia materialista la que ha justificado el empleo de fuerza de trabajo esclavo para explotar las riquezas naturales y la que ha alentado las apetencias de dominio sobre el resto de países del continente.

Textualmente el general La Llave habla de la «red de araña tendida por las finanzas de carácter judaico que va envolviendo las repúblicas hispanas, estando muchas de ellas ya dominadas» (p. 5). Y si la guerra se saldara con la victoria de los aliados se Ilegaría a producir la absorción económica y después la política de toda América. Centra este plan, heredero de las cláusulas no escritas de la «doctrina Monroe», el general propone como única defensa de las repúblicas de origen hispano, «acentuar su espiritualismo, uniéndose en una idea de catolicidad». De está forma se hace explicito un proyecto de Hispanidad reconstruido por medio de los nexos religiosos. Y si los Estados Unidos habían seguido en el campo político un proceso continuado de integración de nuevos territorios arrebatados a indios, españoles y franceses, las repúblicas hispanas deberían iniciar un proceso similar para contrarrestar una sistemática parcelación que ha originado conflictos constantes.

La propuesta del general La Llave hay que incluirla dentro de un conjunto de acciones geopolíticas que pretenden revitalizar la idea de la Hispanidad sin contar con medios materiales para ello, ni posición adecuada en las lonjas o foros de la política internacional. El idioma, la religión y la cultura, sin poder marítimo, sin finanzas, sin infraestructura productiva y sin un régimen político que pueda ser exportable o cuando menos respetado internacionalmente, no son otra cosa que aparatos en regresión del gran mecanismo ideológico que sustentaba el viejo Imperio. Pero como el nuevo régimen español se había empeñado en que la sociedad en vez de avanzar retrocediera, incluso hasta llegar a retrodivisar horizontes fundales, nada tiene de extraño que se proponga acciones geopolíticas fundamentales en un voluntarismo cuasimístico.

Aparte de sus contenidos alternativos al materialismo histórico sobrevalorando las religiones como elementos primordiales de progreso, la geopolítica del general La Llave destaca por otros aspectos de no menor importancia. En primer lugar contribuye a desmontar la teoría de la «sangre y el suelo», aunque en el intento Ilegue a contaminar su propio discurso; y en segundo lugar contiene formulaciones expresas sobre Hispanoamérica que desafían la «doctrina Monroe».

En relación con la teoría de la «sangre y el suelo» que llegó a convertirse en la doctrina geográfica del nazismo, reconoce que la raza constituye el fondo del elemento humano que habita en una región delplaneta y se desarrolla según condiciones de vida que dependen del medio exterior y del ser intrínseco de los habitantes; y rechaza que la sangre sea el único aglutinante del grupo humano que Ilega a formar una comunidad política. Existen otros aglutinantes muy activos, como son la religión, el idioma, la economía o el propio medio. Prueba de ello es que varias razas pueden convivir juntas formando una única agrupación política, y que «el medio ejerce una influencia unificadora sobre las razas que la habitan» (p. 4). Sin embargo, estas afirmaciones que atentan centra la mística del nacionalsocialista no concuerdan con la referencia a «las finanzas de carácter judaico» en las repúblicas hispanas que hace el general. Si de lo que se trataba era de Ilamar la atención sobre el dominio que el capitalismo norteamericano estaba ejerciendo en los países hispanoamericanos, no se comprende qué es lo que añade para bien o para mal el calificativo de «judaico». Creo que se trata de una reminiscencia de las proclamas antisemitas difundidas durante anos y a los cuatro vientos por la propaganda nazi.

Respecto a las propuestas que desafían la doctrina Monroe, el general La Llave se sitúa en la línea de otros autores que por diversos motivos ya se habían manifestado en centra del monopolio pretendido por los norteamericanos. El geógrafo británico H. Mckinder ya había propuesto orientar los intereses de la industria germana hacia las grandes potencialidades económicas de América de Sur si es que Berlín podía desafiar con éxito la doctrina Monroe (Mckinder, 1904, p, 378). Con posterioridad, J. Vicens Vives veía en el criollismo y en el panhispanismo los factores de la nueva estructuración del equilibrio Americano, reconstruido sobre la base de que el Centro y el Sur de América se emanciparan del «imperialismo del dólar». Ahora el general La Llave Ilama la atención sobre el dominio efectivo que los Estados Unidos ejercen sobre los países hispanoamericanos, proponiendo el rearme espiritual de estas repúblicas centra lo que considera una propagación del materialismo. Era la idea de catolicidad centra el imperialismo del dólar o el poder de las riquezas; aunque vano era el intento de enfrentamiento cuando la historia ha demostrado que nunca fueron incompatibles.

EL DEBATE DE LOS GEÓGRAFOS SOBRE GEOPOLÍTICA DURANTE LA POSTGUERRA

Las primeras precisiones conceptuales. José Gavira

En los primeros anos cuarenta, frente al radicalismo de los militares que asumen sin complejos conceptos y propuestas importados de la geopolítica alemana mas agresiva, los geógrafos adoptarán una posición de cautela general frente a una disciplina, la geopolítica, que si bien podía tenerse ya por un edificio sólidamente construido, existían dudas sobre que uso hacer de él. Por está razón, el desarrollo de la geopolítica entre los geógrafos presenta un cuadro variado y complejo. Para empezar, todos se hacen preguntas y muestran recelos frente a la nueva disciplina, rechazando de forma unánime los elementos más contravertidos y virulentos de la geopolítica nazi. Sin embargo, siguen teniendo continuidad las tesis ratzelianas a través de las cuales se deslizan contenidos y propuestas pronazis. Por otra parte, no cabe ninguna duda de que oficialmente se intentó implicar a la geografía con el desarrollo del nuevo régimen político surgido de la guerra civil. Se puede entender, entonces, que el apoyo institucional recibido nunca pudo ser tan gratuito como para no implicar directamente a la geografía con la geopolítica, si es que -según desde que punto de vista se considere- no pudiéramos hablar de una relación de proximidad estructural e incluso de identidad.

En los anos treinta, José Gavira conoció directamente en Alemania las implicaciones entre geografía y geopolítica. A los problemas epistemológicos que seguían arrastrando la geografía al debatirse entre un estatus de ciencia natural y de ciencia histórica, unía ahora su consideración de «materia en estrecha conexión con el suelo político (geopolítica)» (Gavira, 1934, p. 730). Sobre está base y a instancias de la subversión ideológica provocada por el nacionalsocialismo, J. Gavira hablaba ya en 1934 de una geografía acoplada a la nueva concepción política del Estado, la que provocaba el repudio de aquellos geógrafos que se mantenían al margen del fenómeno nacionalsocialista (Gavira, 1934 pp. 723-731 ). Sin embargo, en un «Plan de clasificación de materias geográficas» propuesto en 1940 para ordenar la biblioteca del Instituto de Geografía Elcano, J. Gavira contempla la geopolítica, junto con otras disciplinas afines, corno un aparato cuya importancia se equipara a la de la «Historia de la Geografía», la «Climatología y Meteorología» o la «Geografía de la ciudad». Bien es verdad que el Plan es de inspiración alemana -que como es lógico J. Gavira perfilaría durante su larga estancia en Alemania (Melon, 1951, p. 613)-, y tiene por objeto clasificar una ingente producción bibliográfica, pero también es cierto que los cuadros de la clasificación se han adaptado a la producción españolacon el criterio de no multiplicar excesivamente los títulos (Gavira, 1940), pp. 221 -224). Por consiguiente, se entiende que la aparición de la Geopolítica en la clasificación no se debe tanto a la exhaustividad en la relación de materias, como a la importancia que se le otorga a está disciplina en el conjunto de las ciencias geográficas. Sin embargo, mas adelante se podrá comprobar como este reconocimiento empieza a ser cuestionado.

Dos anos mas tarde, en 1942, J. Gavira publica una breve nota para dar a conocer los problemas de definición y conceptuales que a su juicio tiene la geopolítica. Aquí el autor se muestra ya reticente y critico frente a la nueva disciplina. Reconoce que en algunos países ha tenido una gran difusión «un cuerpo de doctrina Ilamado Geopolítica», debido al tratamiento con fundamento geográfico de las cuestiones políticas. El primer problema que se plantea es el de los parentescos con la Geografía Política, existiendo definiciones que diferencian e identifican a una y otra. Pero la cuestión fundamental que se discute es la del enfoque y utilidad que se puede dar a está nueva disciplina. Como ciencia que estudia los hechos políticos en relación con el ambiente geográfico y como «elemento precioso para explicar la historia de un pueblo en sus Iíneas generales» puede ser aceptada y valorada; pero es reprobable cuando pretende justificar con tendenciosidad y de un modo pseudocientífico reivindicaciones o anhelos nacionalistas.

En resumen, J. Gavira considera válida y aplicable a todos los países la geografía política «como ciencia de carácter universal». La geopolítica en cambio «sólo es aplicable -dice- a aquellos países que la construyen para si de acuerdo con sus específicos datos geográficos» (Gavira, 1942, pp. 632-633). Sugiere, por lo tanto, una actitud muy prudente ante está disciplina y un rechazo decidido a su utilización como fundamento científico de la actividad política y particularmente de la expansión territorial del Estado.

El compromiso político de una geografía reformada. Eloy Bullón

Aparentemente E. Bullón se mantiene alejado de cualquier implicación directa con la geopolítica, aunque comprobaremos como debajo de un somero disfraz aparecen en su obra las realidades políticas reclamando la complicidad de los fenómenos geográficos. Su curriculum como escritor, como geógrafo y como político está plagado de méritos relevantes que le confieren un carácter de «geógrafo oficial». En 1907 obtiene la cátedra de Geografía Política y Descriptiva de la Universidad de Madrid, el principal y casi único baluarte para la defensa de la geografía frente a imperios disciplinares que siempre han querido dominar elmundo académico. Su labor literaria y científica fue reconocida por las academias de mayor renombre. Como político activo pudo acreditar una larga experiencia ocupando cargos de diputado, director general y gobernador civil. Después de la guerra civil fue nombrado director del recién creado Instituto de Geografía «Elcano», a la vez que decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, cargo este último que desempeñó hasta principios de los anos cincuenta (Melon, 1957, pp. 227-229).

La posición destacada que ocupó en la geografía española durante varias décadas no permite entender su aislamiento con respecto a las principales tendencias y debates suscitados por los propios geógrafos, y particularmente a propósito de la geopolítica. Sobre está cuestión es posible advertir algunas divergencias entre las observaciones hechas por A. Melon en una nota bibliográfica dedicada «in memoriam» y los propios escritos de E. Bullón. A. Melon reconoce que la obra de Ratzel, Geografía Política, determinó la titulación de la cátedra como de «Geografíaa Política y Descriptiva», pero que en realidad está denominación venia a contraponer dos tendencias u opciones ante las cuales E. Bullón hubo de pronunciarse. Finalmente se inclinó, dice A. Melon, por la opción descriptiva «adecuándose a un contenido desapasionadamente geográfico y ortodoxo» y rechazando la opción política que hubiera supuesto la difusión de la doctrina ratzeliana. Difusión que posiblemente hubiera desembocado en la «creación de un discipulado en trance de hacer una geopolítica al estilo alemán u otra de tipo español, a base de circunstancias históricas y del quehacer colonizador y descubridor de nuestro país, pues tanto como «sentido o ansia espacial» puede determinar «ventajas y unilaterales leyes geográficas» la acción colonizadora y desveladora de horizontes terrestres de un pueblo» (Melon, 1957, pp. 232-233).

Consciente E. Bullón -siempre según A. Melon- de los peligros que las propagandas sectarias y nacionalistas podían suponer para la geografía, desvió la enseñanza de la Geografía Política hacia una de tipo universal, objetiva y válida o indiscutible para todos; hacia una enseñanza causal y analítica de los hechos geográficos «parecida a la de la escuela francesa acaudillada por Vidal de la Blanche» (Melón, 1957, p. 233). Sin embargo, ni el Estado, ni otras unidades políticas permanecerán al margen del análisis de los hechos geográficos que hace E. Bullón. No en vano asumió discretamente el compromiso político de ejercer de persona-puente entre el poder y la geografía. En la presentación que hace en 1940 de la Revista Estudios Geográficos fija el objetivo de los trabajos de los geógrafos españoles en el conocimiento de la geografía y cartografía de la Península Ibérica, de las posesiones españolas de África y de los pueblos hispanoamericanos con quienes nos une -dice-estrechos vínculos de afectos e intereses (Bullón, 1940, pp. 8-9). Conidéntico convencimiento justifica la creación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de una sección dedicada a la ciencia geográfica por su alto valor intelectual, por las transcendentales aplicaciones de está disciplina y el recuerdo de antecedentes tan gloriosos como el descubrimiento de América y la circunnavegación terrestre (Bullón, 1940. p. 3). Razones que concuerdan con el papel que el propio Franco reservaba a la Geografía y a la Historia para rememorar las gestas de los conquistadores y el glorioso pasado imperial. Y, lo que era más importante, para hacer del estudio de la geografía un instrumento de información al servicio del proyecto político de la «nueva España».

En 1941 E. Bullón, en calidad de director del Instituto de Geografía «Elcano», protagoniza la primera Reunión de Estudios Geográficos celebrada en Jaca. Teniendo como interlocutor directo al propio Ministro de Educación Nacional, expone en una conferencia titulada «Reformas urgentes de la enseñanza de la geografía» (Bullón, 1941, pp. 661 -678) algunas directrices que a su juicio se debían introducir tanto en los conceptos, como en los métodos de los estudios geográficos, a la vez que apoya cualquier gesto de fomento de la geografía desde el Gobierno, ya sea con nuevas Cátedras, con ampliación de Planes de Estudios u otros medios. Apoyándose en la tradición geográfica alemana representada por A. de Humboldt y C. Ritter considera que «es imprescindible ilustrar de continuo la investigación geográfica con las luces de la Historia» y particularmente para poder explicar los problemas mas elementales de la Geografía Política y Económica.

No es casualidad que E. Bullón se refiera expresamente a está rama política de la geografía, aún en un contexto de referencias muy generales a los problemas de está disciplina. Su disertación está salpicada de resonancias ratzelianas que atestiguan el fluir soterrado de las corrientes derivadas de la Geografía Política de Ratzel y de sus proyecciones geopolíticas. Cita expresamente a este autor para avalar el estudio de la historia de la geografía y la necesidad de conocer el pasado de las «realidades antropogeográficas». ¿Cómo explicar, se pregunta, la existencia sobre el espacio terrestre de Naciones y Estados si el geógrafo no inquiere su origen y las razones de orden físico y biológico que hayan contribuido a formarlos y sostenerlos?

Con un sentido mucho mas dinámico, y por lo tanto mas próximo a la geopolítica, justifica la intensificación de la enseñanza de la geografía en las Universidades y en el resto de grados de la jerarquía docente porque «ella ha de conducir al engrandecimiento de la Patria, no sólo por el valor intelectual de está hermosa ciencia, sino también por su trascendencia enorme para la dirección política y económica de los pueblos» (Bullón, 1941. p. 676). Aparentemente todo se podía justificar recurriendo a la frase de C. Ritter: para que los pueblos sean prósperos y grandes necesitan «poner de acuerdo la política con la física». Pero en el fondo, de loque se trataba en el caso español era de promover por la vía de las reformas que demanda E. Bullón una geografía políticamente controlada. Esto quería decir, despolitizada para los geógrafos y con capacidad de justificar la imagen de la «nueva España» para los responsables del régimen.

Geografía Política y «cuestiones geopolíticas de excepcional interés» en la obra de Amando Melón

A. Melón fue uno de los geógrafos que con mayor interés se planteó el estudio de la geopolítica publicando varios artículos en los que directa o indirectamente reflexiona sobre los contenidos y métodos de está disciplina. En el primero de ellos, «Geopolítica o Geografía Política. Su posible contenido» (Melón, 1941a), se pregunta si la geopolítica es una ciencia independiente o un capítulo mas de la geografía, cuestión está que no es tan relevante para el autor como dilucidar los parentescos y fundamentos teóricos de la disciplina, así como la proyección práctica que se le pudiera otorgar por parte de las instituciones, de los gobernantes o de los propios geógrafos. No acepta que la geopolítica «pueda conducir a un determinismo histórico», o que se la considera como «una suprema ley de los pueblos o de la humanidad». Ello supondría caer en un «agrio materialismo» y ponerse a la misma altura que los que estiman el factor económico como único y exclusivo determinante de la Historia. Por otra parte, encuentra sugestivo que se identifique la geopolítica con el estudio del Estado en cuanto organismo vivo sometido a ciclos o fases de desarrollo; pero a la vez Ilama la atención sobre el peligro que se corre de Negar por está vía a convenir la geopolítica en «una ciencia de propaganda» al servicio de ciertas ambiciones políticas, en clara alusión a la utilización que de ella hizo el nazismo. Aunque no deja de ser una mera cuestión nominal, prefiere hablar de geografía Política en vez de Geopolítica.

En realidad la distinción no es del todo adecuada ya que en el análisis de contenidos que hace hay campos temáticos para las dos. En efecto, habla de una geografía política cuyos contenidos pertenecen al campo de la geografía general y de una geografía política especial ligada a la geografía descriptiva desglosada por países o Estados. En uno y otro caso, los objetos de análisis son las llamadas «unidades político-geográficas», que estudia en trabajo aparte (Melón, 1941b), De éstas, la principal es el Estado también denominado «unidad política de orden primario», cuyo estudio se aborda siguiendo las directrices ya clásicas de la geografía política. Se describen situaciones, elementos y fenómenos de forma estática, (legando a lo sumo a sacar conclusiones comunes para varios países o estados con la pretensión de dar un valor universal a la disciplina. La temática de análisis incluye la situación geográfica, la fisonomía, la capital, las fronteras, las rutas de comunicación, los recursos naturales, el comercio exterior y la situación política de los estados vecinos. La importancia política propia se relaciona con el grado de independencia o soberanía real y con la posesión de «unidades políticas secundarias», es decir, colonias.

Para junto a está geografía política descriptiva, estática y carente de capacidad de comprensión de los fenómenos que caen dentro de su objeto de estudio, A. Melón habla de la existencia de un amplísimo margen de «excepcionales cuestiones geopolíticas de excepcional interés» (Melón, 1941 a, pp. 21 y ss.). Entiende por cuestiones geopolíticas de excepcional interés los problemas demográficos, relacionados a su vez con lo que denomina «problema geopolítico del espacio vital». En este sentido, considera que la geografía adquiere las dimensiones cualitativas de la geopolítica cuando el Estado interviene para influir en o modificar fenómenos y procesos sociales. Pone como ejemplo la formulación explicita de una política demográfica que pretende influir en las variables biológicas y dirigir y coordinas los movimientos de población; «tal actuación -dice- cae de Ileno dentro del marco de la Geopolítica». Y en un planteamiento mas general considera que «todo hecho de Geografìa humana en el que interviene para señalar normas e indicar directrices la organización estatal, se conviene en hecho de Geopolítica o Geografía política» (Melón, 1941 a, pp. 20 y 22).

Otras cuestiones geopolíticas de excepcional interés son la problemática etnográfica de los Estados o problemas de las minorías raciales, relacionados con el «florecimiento -dice- de doctrinas comunistas disolventes»; la tutela de los hechos económicos o economías dirigidas; y la geografía de las comunicaciones ligada a la de la producción y el consumo, bajo el supuesto de que las infraestructuras viales también se construyen con fines políticos y estratégicos. Finalmente trata, también como cuestiones geopolíticas de excepcional interés, de las denominadas «zonas neurálgicas, de tensión o fractura política» por analogía con las que desde la geología se consideran zonas de fractura de la corteza terrestre. Estas zonas son frecuentes donde hay colisión de culturas y entrecruzamiento de dispares elementos etnográficos y lingüísticos, aunque se producen por el cheque de ambiciones imperialistas, provocadas por causas estratégicas o inmediatamente económicas. Son los escenarios de lucha y de guerras declaradas y latentes, donde el termómetro de las relaciones políticas internacionales alcanza siempre una elevada temperatura. Como ilustración, analiza varios casos que pueden ser tomados como paradigmas de dinamismo geopolítico: Egipto y el canal de Suez, Nicaragua y el proyectado canal interoceánico, Filipinas en la órbita de las ambiciones imperialistas norteamericanas y japonesas, y en Europa, la zona arelato-lotaringia. Así denominada por los geógrafos alemanes, y extendida del litoral del mar del Norte hasta el golfo de León. Se trata de este caso -explica A. Melón- de una zona especial de «fractura política» en la que interfieren la geopolítica de Francia y la de Alemania. Mientras que Francia ha pretendido hacer del Rin su frontera natural por el este, el objetivo de Alemania era desplazar hacia la línea Ródano-Saona-Mosa-Escalda a su vecino occidental.

No se puede, por tanto, afirmar que A. Melón rechace la geopolítica, tal y como se ha señalado (Bosque Maurel y otros, 1984, p. 52). Al contrario, rechaza expresamente la geopolítica nazi-hitleriana por ser «una formación cancerosa o maligno tumor de la moderna Geografía teutona» (Melón, 1945, p. 438). Pero al mismo tiempo que denuncia la manipulación que de ella puede hacer cualquier régimen para convertirla en propaganda pseudocientífica, analiza y evalúa sus contenidos en dos direcciones. Una en la línea de la geografía política clásica, erudita y descriptiva; y otra tratando de reconstruir los contextos socioespaciales adecuados para explicar los fenómenos y acontecimientos que se producen, particularmente en las denominadas zonas de fractura política. De está forma está haciende una geopolítica dinámica y explicativa que no rehuye los problemas y que incluso se podría entender como alternativa a la Geografía humana.

Un ensayo de legitimación científica de la geopolítica. Las propuestas de José M.a Martinez Val

Ninguno de los autores citados llega a profundizar en el análisis y comprensión de la geopolítica como J. Mª Martinez Val. En su trabajo «Sobre el concepto y realidad científica de la geopolítica» (Martinez Val, 1942, pp. 833-864), se plantea hacer un ensayo de legitimación científica de está disciplina, sin olvidar que ha estado al servicio de pasiones nacionales e intereses políticos y que por su corta vida no permite aún despejar ciertas dudas sobre su origen y sobre los fines que persigue. Al igual que los autores citados, muestra algunas reticencias y adopta las oportunas precauciones ante la novedad, ya que se trataba de «la última especialización salida de la Geografía». Trata de someterla a la prueba del saber científico cuyos requisitos son la certeza, la universalidad y la ordenación sistemática, Negando a la conclusión de que la geopolítica, al igual que la geografía, se sitúa en «una zona crítica de inestabilidad científica». En está zona «la ciencia humana-dice-, sin Negar a perder del todo su rigor objetivo, gana una cierta e imprecisable dosis de saber subjetivo». Lo causal y lo teleológico ejercerían por igual su influencia en la zona intermedia de las ciencias geográficas y especialmente en la del conocimiento geopolítico.

Las relaciones de paternidad de la geografía para con la geopolítica no impiden reconocer a está una autonomía científica al tener un objeto propio y métodos específicos. «El objeto propio del estudio de la geopolítica serían los hechos de la geografía humana, en cuanto formase parte de un proceso total histórico o de un complejo económico universal». La interferencia de lo geográfico-humano, como unidad esencial, y de lo histórico y económico produciría lo geopolítico. La geopolítica es, entonces, geohistória y geoeconomía, en franca coincidencia con las tesis desarrolladas por J. Vicens Vives en su Tratado general de Geopolítica. Pero la conclusión mas importante que se puede extraer del trabajo de J. M- Martínez Val es que, en principio, considera a la geopolítica como una rama de la geografía con función especifica y útil para comprender determinados problemas, Negando a convertirse en un plan de renovación, o en una alternativa a la geografía humana. En cuanto a la metodología, las bases de análisis geopolítico serian la observación directa, la reconstrucción histórica del hecho pasado, la analogía de situaciones y la representación cartográfica. La unidad geopolítica básica sería el Estado, no en vano define la geopolítica como «ciencia del Estado, estudiado como un organismo social y no como ente geográfico -que también lo es- o como organismo biológico». De está forma se prima la concepción del Estado como «organización jurídica que se da la Nación para cumplir sus fines sociales colectivos», alejándose así de uno de los principales peligros que acechaban a la geopolítica, cual era el de convertirse en «arma de propaganda de expansiones imperialistas» justificadas por los impulsos de crecimiento del organismo-estado.

J. Ma Martínez Val concluye su trabajo con la exposición de un ternario sobre el contenido de la Geopolítica, no sin antes insistir en el carácter vitalista y dinámico de la geopolítica frente a una geografía humana estática, y en el valor que como «campo de pruebas y de experimentación científica» se le debe otorgar a la nueva disciplina para comprobar los hechos de la Geografía Social, tales como los movimientos demográficos o las variaciones en la distribución de la población. Finalmente la consideración de la economía universal se ha de producir bajo la integración de los factores económicos y la independencia de las relaciones entre los pueblos. Por este camino, desprovisto de dificultades, y por lo tanto alejado de la realidad, la geopolítica podría pasar de ser una «ciencia peligrosa para la paz» a ser un «instrumento de paz» en si misma.

Algunas conclusiones y una hipótesis

Durante los primeros anos cuarenta un grupo de geógrafos se preocupa de la geopolítica por dos motivos. Primero, para rechazar su desfiguración y utilización como cuerpo doctrinal del nazismo. Segundo, para valorar e incorporar las aportaciones que pudiera realizar al conjunto de las ciencias geográficas. Se muestra un vivo interés por depurarla de las adherencias doctrinales y someterla a un «control de calidad», siendo los trabajos de A. Melón y J. Mª Martìnez Val de los mas importantes de los que se plantean ese objetivo. Sin embargo, está practica de «poda, abonado y cultivo» pronto va a quedar paralizada sin que se pueda entender fácilmente la brusquedad del cambio producido. No obstante cabe plantearse una hipótesis. A finales de los anos cuarenta el debate sobre geopolítica entre los geógrafos había concluido. ¿Porqué, si unos años antes las discusiones y las propuestas se habían revelado de un gran interés para renovar la discusión epistemología sobre la geografía? La pregunta nos sugiere la respuesta. Tal y como se ha comprobado al estudiar la obra de varios autores, el desarrollo de la geopolítica implicaba la elaboración de una alternativa a la geografía. Está se iba a ver desbordada en sus planteamientos denominantes por un nuevo discurso que englobaba aspectos históricos, económicos, y políticos de la realidad. Seria por lo tanto una geografía mezclada con el «agrio materialismo» y politizada; algo totalmente ajeno a la voluntad de los responsables del nuevo régimen español. Estos, si bien piensan en una geografía que defiende y que justifique la realidad del nuevo régimen, no les interesa en absoluto potenciar el desarrollo de una disciplina politizada que sea capaz de comprender esa misma realidad.

La medida del tipo de geografía que en principio promueve el régimen le da, por ejemplo, J. L. Asián cuando cifra la utilidad y la importancia de la ciencia geográfica en que «amplia el horizonte de nuestro conocimiento del Universo, del Mundo y de la Patria, ampliando también nuestro Patriotismo y nuestro amor al Sumo Hacedor de tanta generosidad y belleza» (Asián, 1941, p. 10). Pero como está clase de planteamiento carecían de toda credibilidad científica y una disciplina como la geografía no podía justificarse como tal y cimentar su futuro profiriendo alegatos a favor de la identidad territorial que ocasionalmente defendían los máximos responsables del régimen, es por lo que, a partir de 1948, doblegados los principales centros de poder del fascismo, se impone en la geografía española la influencia y el predominio de las concepciones y métodos de la geografía francesa, y con ella el triunfo del paradigma regionalista. De está forma la mano del régimen quedaba impresa en una única geografía despolitizada y fraccionada en multitud de geografías; tantas como paisajes se pudieran diferenciar en los marcos regionales y comarcales.

Los ejemplos que se podrían citar son innumerables, aunque aquí sólo es posible intentar hacer una selección. En un artículo publicado en 1946 con el título de «Algunas consideraciones sobre el contenido real de la ciencia geográfica moderna», su autor, Pedro Plans, define la geografía como ciencia del paisaje, defiende el método regional comoprincipal fundamento analítico para el conocimiento geográfico y propone la exclusión de la Geografía humana de «aquéllos hechos pura y exclusivamente humanos que con harta frecuencia tratadistas poco objetivos incluyen en la Geografía...», como eran los etnográficos, históricos, políticos y económicos (Plans, 1946, p. 622 y en general, pp. 603-631). El triunfo de está corriente en la geografía española determina que, tanto la geografía política, como las «cuestiones geopolíticas de excepcional interés», desaparezcan de los planes de estudio, de los textos y de las Iíneas de investigación que siguen los geógrafos. A lo sumo algunas referencias marginales a la geopolítica o algunas menciones con un exelusivo valor taxonómico a la geografía política recuerdan la existencia de importantes difluencias en el curso de la geografía, ahora encajado entre los baluartes del régimen. Veamos algunos ejemplos.

En Hesperia.Curso de Geografía, en edición revisada de 1946, S. Llobet solamente se permite, hablando del Estado, mencionar el valor geopolítico de las comunicaciones, ya que «las rutas -dice- tienen gran importancia para la función ordenadora del Estado», reconociendo que la distribución radial de las carreteras partiendo de la capital, es debido a factores de geografía política. No hay más implicaciones entre espacio y política (Llobet y Pia, 1946, pp. 49-50). J. L. Asián, en su libro Geografía de las grandes potencias y los productos básicos., aún definiendo a los Estados como «organismos políticos influidos por el medio geográfico», no logra introducir ningún elemento explicativo que permita entender que entre el espacio y el ejercicio del poder existen relaciones dinámicas. El breve capítulo de geografía política que llega a completar no tiene mas valor que el de clasificación de los fundamentos y elementos geográficos del Estado y de las denominadas «unidades políticas secundarias»: colonias protectoradoso mandatos (Asián, 1947, pp. 5-10).

La obra de S. Andrés Zapatero, Los grandes países de la tierra, Geografía Política y Económica, publicada en 1950 (3ªedic.), representa de alguna forma la geografía oficial del régimen para el Bachillerato, al ser aprobada por el Ministerio de Educación Nacional como libro de texto para este nivel de la enseñanza. Pues bien, en no mas de tres páginas hace el autor un brevísimo remedo de clasificaciones de los componentes del Estado ya ampliamente popularizadas. Además se advierte como el Estado ha ido perdiendo interés como entidad geográfica en favor de su consideración como ente jurídico. Sin embargo, el autor reconoce que «una moderna ciencia llamada Geopolítica estudia las razones geográficas que, independiente o juntamente con las razones políticas, determinan en los Estados sus aspiraciones de expansión» (Andrés Zapatero, 1950, p. 7).

Finalmente, M. de Terán, en su obra titulada Introducción a la Geopolítica y a las grandes potencias mundiales (Terán, 1951), no aporta novedad alguna que disienta de los planteamientos hechos por los autores ya citados. En primer lugar, este libro de M. de Terán es una sorprendente reproducción del libro de J. L. Asián Geografía de las grandes potencias y los productos básicos publicado unos anos antes, en 1947, de tal forma que los ligeros retoques en la presentación y exposición de contenidos no hacen sino acentuar una incuestionable relación de identidad filial. Es por está razón por la que se puede explicar que el termino Geopolítica que aparece en el título no se corresponda con los contenidos que se desarrollan en el interior. En efecto, en el mismo sentido desarrollado por J. L. Asián, M. de Terán se refiere exclusivamente a la Geografía Política, su origen y sus posibilidades como disciplina que trata de «esclarecer lo que en la forma y en la vida del Estado existe de geográfico» (Terán, 1951, pp. 5-6). Pero en absoluto establece relaciones dinámicas entre la esfera de lo político y el espacio.

Las «cuestiones geopolíticas de excepcional interés» a las que tanta importancia había dado A. Melón habían desaparecido definitivamente del discurso de los geógrafos. En su situación de general complicidad o aceptación pasiva del régimen político impuesto por Franco, los geógrafos autolimitan sus posibilidades de comprensión de la realidad a niveles exclusivamente formales. Los objetos de estudio serán las formas y los elementos del paisaje, pero no las relaciones. Particularmente se rehuye toda posibilidad de establecer relaciones científicas entre la política y la geografía, aunque otra cosa muy diferente eran las relaciones personales y profesionales de los propios geógrafos.
 

NOTAS

1 Algunos geógrafos en la actualidad, intuyendo sin duda la importancia de las aplicaciones entre política y geografía durante el régimen de Franco, han abierto una línea de investigación de la que caben esperar valiosas aportaciones. Me refiero a los trabajos de los profesores Bosque Maurel, Bosque Sendra y de la profesora García Ballesteros (1984 y 1989, entre otros). Por mi parte, he planteado el estudio de estas mismas Implicaciones en el amplio contexto del origen y el desarrollo del pensamiento geopolítico «in España (Reguera, 1989 y 1990).
 
 

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