Coloquio sobre "El desarrollo urbano de Montréal y Barcelona en la época contemporánea: estudio comparativo"



Universidad de Barcelona, 5-7 de mayo de 1997



(Documento de trabajo que no puede ser difundido o publicado sin autorización del autor)

EFECTOS DE LOS CAMBIOS EN EL SISTEMA PRODUCTIVO SOBRE LA EXPANSIÓN METROPOLITANA DE BARCELONA

Joan-Eugeni Sánchez

(Universidad de Barcelona)


El propósito básico de esta presentación es el de conocer cuál ha sido el proceso de transformación de Barcelona y de su entorno metropolitano bajo la influencia de los cambios en su sistema productivo a lo largo de estos últimos años.

Una perspectiva desde las transformaciones territoriales nos muestra que en las últimas décadas, especialmente a partir de los años cuarenta, Barcelona se adentra en el proceso de formación metropolitana. La expansión territorial del municipio de Barcelona que se había iniciado con el derribo de las murallas y el plan de Ensanche de Cerda de mediados del siglo XIX se concretó de forma administrativa en la anexión de los municipios que la circundaban, proceso del que ahora se celebra precisamente su centenario. Ya a lo largo del siglo XX, hasta los años setenta, con todas las vicisitudes políticas que se vivieron, la capacidad de atracción de Barcelona fue innegable, al igual que ocurría con otras ciudades españolas, alcanzándose en la etapa de articulación metropolitana.

Esta expansión urbana no se efectuó en el vacío, sino que estaba vinculada a la dinámica económica y productiva que la revolución industrial habían propiciado. La industrialización catalana, y más concretamente la de Barcelona, había arrancado en su forma moderna durante el siglo XIX, desarrollándose sobre la base de una industria tradicional dominante hasta la década de 1950, a partir de cuyo momento importantes cambios la harán evolucionar desde la preponderancia del sector tradicional, asentada sobre capitales autóctonos, hacia actividades industriales de mayor componente tecnológico y, especialmente, hacia actividades terciarias bajo la lógica de los cambios generales que a escala mundial aún estamos viviendo, siendo uno de sus componentes la presencia dominante del capital extranjero.

Al llegar a los cambios recientes también debemos considerar las características de la relación entre Barcelona y los territorios más amplios en los que se integra. Aquí son significativas las escalas catalana y española, a las cuales se unirá especialmente desde los años ochenta, y en concreto a partir de la integración española en la Unión Europea la escala continental, sin olvidar las características particulares e históricas de la relación de España y Barcelona con el continente americano.


Posición territorial de Barcelona

Un primer elemento de aproximación a lo que es y lo que representa Barcelona debe referirse a su posición territorial en relación a las escalas que acabamos de mencionar y especialmente en su papel como ciudad en España, en Cataluña (Cuadros 1 y 2) y en Europa.

El contexto español se caracteriza por una fuerte bipolaridad alrededor de dos grandes ciudades como son Madrid y Barcelona. Por sí solas concentran más del 10% de la población española (14,5% en 1970, 13,0% en 1981 y 11,8% en 1991), donde Barcelona representa aproximadamente el 5% del total.

En relación a Cataluña el papel de Barcelona es de una polarización aún mayor, ya que el municipio concentra casi un tercio de toda la población catalana (aún cuando en proceso de descenso desde el 34,1% en 1970 al 24,8% en 1996).

Pero a finales del siglo XX, cuando nos referimos una ciudad millonaria en habitantes debemos pensarla en términos metropolitanos. Sobre todo si la analizamos desde un punto de vista económico y productivo. Por ello la consideración internacional de toda ciudad se efectúa sobre su base metropolitana, al considerarse que forman un todo territorial en su capacidad competitiva frente a otras ciudades metropolitanas. En este sentido Barcelona y su entorno metropolitano dispone de una base demográfica que la sitúa entre las primeras áreas europeas (con datos de finales de los ochenta Barcelona se situaba como la séptima con mayor número de población).

Son su potencial económico y de su potencial demográfico los que aportan la base sobre la que se alimentan sus expectativas como ciudad de rango internacional en las que se está viviendo durante estos últimos años.


Las transformaciones en el sistema productivo

La revolución industrial en Barcelona se apoyó en capitales de base comercial que la posición portuaria y las relaciones que existían en el siglo XIX con el Mediterráneo y con América habían favorecido. La escasez de recursos físicos que el territorio podía proporcionar hizo que la actividad industrial se centrase en las fases de transformación sobre materias primas importadas. Las actividades textiles, químicas, metalúrgicas, acompañadas de la producción de gas y de la construcción, formaron la base de la economía industrial de Barcelona. A mediados del siglo XX, en el momento del inicio de la modernización del sistema productivo metropolitano, el sector textil continuaba siendo el dominante, representando cerca de la mitad del total de la producción industrial (54% junto a cuero y confección en 1955), acompañado por las actividades químicas, sobre todo de productos finales y de las actividades metalúrgicas (con valores alrededor del 13%). Barcelona representaba la mayor concentración industrial española, aportando el 21% del PIB total español y el 85% del catalán. (1)

Al llegar a la década de los años 90, Barcelona sigue manteniendo su primacía industrial, aún cuando con una cierta pérdida de peso (ahora representa el 17% sobre la producción española y el 75% sobre la catalana), pero con un importante cambio en la estructura interna de su actividad productiva, tanto en los actividades industriales, como en el peso de los servicios.

La industria, sin considerar la construcción, desciende desde aportar el 46% del PIB en 1955 al 31% a principios de los noventa, mientras que los servicios incrementan su participación desde el 45% al 61% en el mismo período. Al mismo tiempo, la industria se ve sometida a un proceso de modernización, con importantes consecuencias en las relaciones de poder, tanto interno, como en el papel del territorio en la articulación productiva, especialmente a escala europea.

La burguesía textil, que junto a la metalúrgica habían formado el bloque de poder barcelonés, desaparece prácticamente de la escena para dar paso a una debilitada burguesía apoyada en actividades terciarias (por ejemplo hoteleras) o inmobiliarias(2)

. La debilidad que detectamos se corresponde con su incapacidad para internacionalizarse, en el sentido de asumir una actitud dinámica de expansión internacional. De hecho asistiremos a un proceso de subordinación, donde los representantes del capital local en las grandes empresas lo harán como subsidiarios de los capitales extranjeros que se habrán hecho con el control de las antiguas empresas, junto a actividades empresariales de nueva implantación sin participación de capitales locales, relacionadas con nuevos productos, por ejemplo en el ámbito de la electrónica, la informática, o las nuevas actividades del sector químico.

Junto a las dificultades de modernización competitiva de ciertos sectores tradicionales, como ha sido mantener la producción textil sin efectuar el salto cualitativo hacia los ámbitos del diseño y la moda, influyen también en los cambios en la estructura productiva los cambios culturales relacionados con la expansión de la sociedad de consumo que demandarán nuevos productos. El textil cae desde el 25% al 5% en su participación sobre el total de la producción, mientras que el sector químico aumenta ligeramente su participación industrial, aún disminuyendo su peso en el conjunto de la economía metropolitana. En contrapartida, y con fuerte vinculación en los cambios culturales y de nivel de vida, la producción metalúrgica aumenta su peso gracias sobre todo a la expansión del automóvil y de las motocicletas (se pasa del 6% al 10% en el PIB total) constituyéndose en la primera actividad industrial, la cual aporta un tercio del volumen total de producción industrial. En las relaciones de poder descritas se constata claramente en este sector la pérdida casi absoluta de control, ya que sólo se mantiene una empresa bajo control local (Derbi), mientras que todas las demás (Seat, Nissan, Honda, Yamaha, Iveco, etcétera), que habían comenzado como empresas locales o de capital español, han sido paulatinamente absorbidas por empresas internacionales, hasta alcanzar el control casi total de las mismas.

Por su parte, la expansión de los servicios tendrá importantes consecuencias para las zonas metropolitanas dado que son emplazamientos que por sus propias características ofrecen ventajas de aglomeración y de escala. De hecho el proceso de expansión metropolitana tiene una de sus bases en la articulación territorial de actividades concentradas y complementarias. Los procesos de externalización en la organización de la actividad industrial se apoyan en estas economías de aglomeración, uno de cuyos pilares son los servicios a las empresas y a la producción que ponen a su disposición. Como dinámica de proceso se constituye una realimentación positiva en la cual el crecimiento de economías de aglomeración refuerzan las economías de escala y éstas, a su vez, apoyan la expansión de nuevas actividades de servicios que aumenta la dinámica la oferta de aglomeración. Proceso expansivo que seguirá hasta que aparezcan diseconomías de aglomeración. Este umbral dependerá de la propia organización del territorio. Por ello es importante el control de la expansión metropolitana a fin de que contrarreste de forma efectiva las diseconomías que puedan generarse.

En el contexto español ya hemos indicado la importancia que presenta la relación entre las dos ciudades que bipolarizan el territorio. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX Barcelona pierde peso en su poder económico, no tanto por el descenso de su aportación económica al PIB español, que puede considerarse de débil descenso (del 15,4% al 14,9%) y que podría ser signo de una cierta tendencia al reequilibrio territorial español, sino en relación a su competidor que es Madrid, dado que éste aumenta de forma sustantiva su participación en el PIB, del 11,3% al 16,5%, sobrepasando claramente al de Barcelona. En cambio, internamente en relación a Cataluña parece apuntarse una cierta tendencia al reequilibrio, aún cuando manteniendo la polarización de Barcelona, ya que está desciende del 80% al 76% en el grado de concentración de la producción total catalana. En conjunto Cataluña aumenta ligeramente la participación en el total español del 19,3% al 19,6%. Idéntico proceso se detecta en la actividad industrial por cuanto, aún manteniéndose como la primera zona industrial española, desciende del 21 al 17% del total industrial español, frente a un aumento de casi cuatro puntos (9% al 13% de Madrid) y una mayor redistribución interior catalana (del 85% al 76%).

Por último, en el contexto europeo desde Barcelona se han aprovechado las oportunidades que ofrecía un marco de competencia internacional más abierto y donde la integración de España en la Unión Europea aportaba ventajas de localización. Aún cuando Barcelona ha sido siempre lugar de paso entre Europa y la península, el cambio de escala territorial al integrarse en el espacio económico europeo representa pasar de una posición periférica peninsular a ser un nudo de enlace entre la Península y Europa y entre Europa y el Mediterráneo y los territorios conectados por mar, especialmente hacia el sudeste asiático.(3)



La concreción territorial de los cambios

Un aspecto previo sobre el cual nos gustaría llamar la atención en el caso de Barcelona es el papel de la orografía. Para el conjunto metropolitano puede ser muy útil introducir la figura de los parques naturales programados, tal como se ha hecho en los mapas que se presentan, ya que en este caso se hallan claramente vinculados al relieve, mostrando aquellas zonas que rompen la conectividad territorial. Se trata pues de barreras a la movilidad cotidiana. Queda evidente que no nos hallamos ante un territorio abierto, sino que, por el contrario, presenta unas complejidades de accesibilidad y conectividad importantes, a las cuales se van adaptando las distintas actuaciones. Ello complica también las relaciones interpersonales y las de dominancia territorial. No será de extrañar que las subzonas territoriales que geográficamente quedan constituidas tiendan ha no dejarse absorber por la unidad central y quieran mantener su personalidad territorial.

Frente a las interpretaciones que priman el modelo de expansión en mancha de aceite, creemos que en el caso de Barcelona la interpretación de los procesos de relocalización de la población y de las nuevas implantaciones productivas deba apoyarse en el papel del sistema viario. Como es lógico, la complejidad de la orografía ha condicionado la disposición de la red viaria. Esta particularidad resalta el papel de las redes de transporte como factor explicativo de localización, por encima del criterio de coronas centradas en Barcelona que a menudo se aplica en el análisis y que implicaría una difusión indiscriminada sobre el territorio .

La red de autopistas que se fueron construyendo a partir de los años 70 aparece como un factor condicionante de la accesibilidad, sobre todo si tenemos en cuenta la predominancia del automóvil privado en los flujos de transporte cotidianos que se ha impuesto en nuestra sociedad durante este mismo periodo. En términos de efectos territoriales hemos representado la red existente en 1991.

En primer lugar, la combinación entre potenciación del transporte privado junto a la construcción de la red de autopistas y la mejora de la red de carreteras generales tuvo como efecto de extraordinaria importancia el cambio del área de accesibilidad cotidiana entre los distintos puntos del territorio. El Mapa 1 muestra la representación estimada de las isócronas correspondientes a 1 hora tiempo/distancia con relación a la ciudad de Barcelona a principios de los años setenta y en la actualidad. La expansión superficial accesible posibilita la ocupación y refuncionalización de los nuevos territorios, los cuales entran a formar parte del ámbito de intervención desde la ciudad central. La evidencia de las potencialidades que se abren con sólo este cambio deberán tener el reflejo sobre distintos aspectos de la articulación territorial de esta nueva área. Podemos pensar que éste será un factor fundamental en la configuración de la región metropolitana.

Tres son las consecuencias principales que nos interesan resaltar aquí: 1) el aumento de movilidad en la relación lugar de residencia-lugar de trabajo; 2) como efecto se abren posibilidades a la potencial relocalización residencial sin necesidad de cambiar el lugar de trabajo, y 3) las potencialidades de conversión de suelo agrario en suelo productivo, sea suelo industrial o de servicios o en suelo residencial que reforzará el proceso de cambio residenciales.

Situémonos en el periodo comprendido entre 1986 y 1991, único del cual se dispone de datos desagregados a nivel municipal sobre cambios en la estructura de la población, del mercado de trabajo y de la ocupación. Parece claro que la evolución de los puestos de trabajo y de las población residente por municipio no sigue una tendencia paralela. Con aparente independencia de la evolución de la demanda en el mercado de trabajo, se ha producido una cierta redistribución interna de la población en el entorno metropolitano, hecho que queda reflejado en el Mapa 2. Los símbolos circulares reflejan los municipios con crecimiento absoluto de su población a lo largo de estos cinco años (el resto de municipios muestra saldos negativos) . Podemos destacar tres grandes zonas de crecimiento y dos zonas de pérdida de población. Como zonas de crecimiento encontramos la franja costera al norte de Barcelona, es decir el Maresme, la siguiente se sitúa en el eje de las autopistas que bordean la parte interior de Collcerola en dirección norte, quedando reforzará por el cruce de la autopista Barcelona-Terrasa; por último los territorios de la costa sur de Barcelona.

Por su parte las áreas de pérdida absoluta de población, o de débil crecimiento, se concentran en ese momento en primer lugar, y de forma destacada, en Barcelona y el continuo urbano inmediato (Hospitalet, Sant Adrià y Santa Coloma), y en segundo lugar en zonas de tipo rural más alejadas.

Por su parte, la dinámica de creación territorial de empleo no sigue las mismas pautas, sin que aparezca una exclusiva correspondencia entre evolución de la población y ocupación por municipios. En el Mapa 3 hemos representado un ratio de creación o pérdida neta de ocupación en relación a la evolución de su población. Los valores superiores a cero (dibujados con un sombreado continuo) indican que la dinámica de evolución de puestos de trabajo fue superior a la dinámica de población (en algunos casos significa que la pérdida relativa de puestos de trabajo en relación al conjunto metropolitano fue inferior a la pérdida relativa de población en relación al mismo conjunto metropolitano). Los municipios representados con líneas son aquellas en los que la dinámica del mercado de trabajo fue inferior a la de la población, en términos relativos metropolitanos.(4)


A lo largo de los últimos años hasta la actualidad, el crecimiento diferencial de la población se distribuye territorialmente de una forma relativamente compleja y, como refleja el mapa, de forma evidentemente no circular o por coronas. Queda claro que a lo largo de los veinte años que separan 1975 de 1996 se acentúa la disminución absoluta de población del todo el continuo urbano de Barcelona, que equivale al ámbito territorial de la ciudad real, así como el de las ciudades de mayor volumen de población y de mayor madurez y más alejadas, como son Sabadell y Terrasa. El cuadro deja claro como sólo hay una ciudad con más de cien mil habitantes que crezca en población (Mataró), todas las demás pierdan. Aún así Mataró sufre un crecimiento menor que el de su entorno. El resto de pérdida dentro de la región metropolitana se sitúa en zonas rurales que todavía se mantienen esencialmente como tales. Parece que las condiciones urbano-rurales de base son más importantes, como factor explicativo, que las distancias territoriales, en un contexto de extensión urbana como el de la región metropolitana, sometido a un proceso de ocupación de los territorios de fácil recalificación como nuevo suelo urbano.

Por tanto, la evolución parece más compleja que lo que muchas veces se da a entender cuando se interpreta exclusivamente como vaciamiento de los centros y expansión hacia la periferia urbana. Con matices, la evolución del último periodo entre 1991 y 1996 sigue las mismas tendencias estructurales que acabamos de señalar para el período global comprendido entre 1975 y 1996.

Estas disparidades se explican por el profundo cambio ya señalado en la movilidad cotidiana por razones de trabajo, y que expande las áreas de mercado de trabajo a los que se puede tener acceso desde cualquier punto del territorio metropolitano . Los Mapas 4 y 5 explícitan con suficiente claridad este hecho. En ellos observamos cómo el continuo urbano de Barcelona, así como Sabadell, Terrasa y Granollers, aumentan considerablemente su atracción sobre personas que residen fuera del municipio. Ello se asienta en la posibilidad alcanzada de deslocalización entre lugar de residencia y lugar de trabajo. Los ejes viarios articulan esta red, más tupida en el centro y que adopta forma puntual alrededor de los mayores núcleos a medida que se aleja del núcleo fundamental de la región metropolitana.

Centrándonos en el incremento de la movilidad absoluta por trabajo con Barcelona, éste ha sido el factor fundamental de readecuación entre asentamiento de la población y puesto de trabajo. El Mapa 6 refleja, en valores absolutos de personas que se desplazan por razones de trabajo, un incremento de movilidad absoluta para casi todos los municipios (medida por la suma de las entradas y las salidas que se efectuaban entre Barcelona y cada uno de los otros municipios en 1991 respecto a la misma suma en 1986). Esta movilidad absoluta total, que afectaba a 236.096 personas en 1986, se incrementa durante estos años en 104.523 personas, hasta alcanzar en 1991 la cifra de 340.604 (240.036 entradas y 100.568 salidas)

Todo ello encaja con la distribución de suelo industrial representada en el Mapa 7, la cual, dentro de la Región Metropolitana de Barcelona, ha ido evolucionando teniendo en cuenta el doble factor, de proximidad a Barcelona y a las antiguas ciudades industriales maduras, y de vinculación con la red de transportes. Implantaciones que, por su parte, presionaban para una mejora y reforzamiento de la propia red en un proceso de realimentación sistémica positiva típica. Este proceso sigue el modelo clásico histórico de implantación industrial (no artesanal) en localizaciones periurbanas, en permanente búsqueda-desplazamiento hacia la periurbanidad cuando se ven envueltas por el crecimiento urbano. En esta lógica territorial, la expansión periurbana en mancha de aceite se ve canalizada por las vías de comunicación. En nuestro caso, este hecho es extremadamente significativo en la expansión siguiendo el enlace de la autopista A7 desde Montmeló al Papiol, incorporando una parte importante de la B30. Un espacio periurbano hasta entonces prácticamente inaccesible a la implantación industrial quedaba abierto a la colonización, lo que será aprovechado para la localización de industrias y de servicios de uso extensiva de suelo. La necesidad de garantizar el mantenimiento y la expansión de la actividad industrial ha estado incentivando a los agentes públicos por medio de la planificación, y a los privados por medio de la creación de polígonos industriales que pueden demandar la reforma de los propios planes de urbanismo, a crear suelo industrial en la periferia de los antiguos núcleos.

Lo que también se hace evidente, tal como también refleja el Mapa 7, es el agotamiento de suelo industrial en la zona central, lo cual no significa desindustrialización en sentido estricto ya que es la que todavía ofrece mayor cantidad absoluta del suelo industrial (recordemos que el municipio de Barcelona es el que aporta todavía la mayor área industrial de toda Cataluña, con sus 950 hectáreas, muy por delante de Tarragona, que con 814 hectáreas es la segunda ciudad industrial, o Martorell, ya con 370 hectáreas). Por ello la expansión industrial deberá producirse en la zona central de la región metropolitana, eminentemente agraria hasta entonces, o hacia el sur, en Vilanova i la Geltrú y Vilafranca. De ello se derivarán efectos inductores sobre estas zonas, a la vez que como, veremos más adelante, tendrá efectos jerárquizadores del territorio desde el punto de vista social.

No parece que, de seguirse este mecanismo social de expansión territorial, se pueda hablar de desconcentración o descentralización, si se las quiere presentar como una pérdida de centralidad o una "cesión" de centralidad, dado las implicaciones ideológicas que, de ser cierto, tendría este hecho. Más bien podríamos decir que las "manchas de aceite" de Terrasa, Sabadell, Rubí, Cerdanyola, Molins de Rei, Martorell, etcétera, llegan a tocarse entre sí y con Barcelona, al tiempo que se extienden siguiendo los nuevos ejes de transporte.

Como decíamos, que sean las ciudades maduras las que pierden población, acompañada de la pérdida de suelo industrial intersticiado en el conjunto urbano residencial, puede explicarse perfectamente por la conjunción de procesos que, con significaciones diferentes, no obstante coinciden en un mismo tipo de efecto territorial de periurbanización de la implantación industrial. Periurbanización en relación a Barcelona, pero también, y no hemos de olvidarlo, periurbanización en relación a Sabadell, Terrasa, Badalona, o Martorell.

Estos procesos, a pesar de ser bien conocidos, vale la pena recordarlos ya que no siempre parecen ser tenidos en cuenta en las explicaciones de los cambios en las distribuciones funcionales del territorio. El precio del suelo vinculado al mercado comporta que según la localización, la funcionalidad y la jerarquización del territorio, asuma valores altamente diferenciados. Una ubicación central es mucho más valorada que una periférica. Una clase de función, como son ciertos tipo de servicios (pensemos lo que esta dispuesto a pagar una entidad financiera por un local en un centro urbano) o zonas residenciales, posibilita pagar unos precios muy superiores que los que pueden permitirse pagar por una función industrial o agraria. A través de este mecanismo se abre la puerta a la especulación, para la cual el propietario de un suelo urbano que asiste a una importante revalorización por el hecho de quedar inmerso dentro de la trama urbana como efecto de la expansión de la ciudad, puede obtener por su venta ingresos que justifiquen la relocalización industrial hacia zonas periurbanas, con precios del suelo mucho más bajos. Esta posibilidad especuladora se ve propiciada por la importante cantidad de superficie que acostumbran a ocupar las antiguas instalaciones industriales, y que, al ser multiplicado por el diferencial de precio del suelo, puede significar cifras fabulosas.

Otro factor que ha llevado a la disminución de industria en los centros urbanos es la vinculada a los cambios de modelo de planificación urbanística. El inicio de la industrialización urbana se realizó con ausencia de criterios o normativas de localización, ya que, como aspecto importante, la necesidad de garantizar la proximidad de los mercados de trabajo en momentos de baja movilidad cotidiana de la fuerza de trabajo, configuró un modelo que permitía la coexistencia de cualquier uso del suelo, con una clara intersticialidad entre industria, vivienda y servicios. La racionalización y aplicación de criterios urbanísticos introduce la figura de la zona funcional, dividiendo y separando el territorio por funciones. En nuestro caso, concentrando la industria en zonas exentas de viviendas bajo la figura del polígono industrial. El modelo abre el proceso hacia la reubicación paulatina de las actividades hacia los espacios que le han estado reservados a medida que se producen nuevas actuaciones. Bajo esta premisa, las autoridades locales establecerán por medio de los planes de urbanismo la cantidad de suelo industrial que consideren el adecuado para el futuro inmediato en relación a una cierta previsión (no discutiremos cómo se habrá hecho) de necesidades, en gran medida vinculadas a una situación previa del entorno. No debiera sorprendernos que los municipios próximos a otros con clara implantación industrial, o agentes privados con visión de futuro, piensen en la conveniencia de ofrecer suelo industrial para absorber las futuras expansiones industriales. Aspecto que ha queda claramente reflejado en el Mapa 7.

Por último, la desaparición de industria en el interior de los centros urbanos puede venir determinada por la dinámica propia de la actividad industrial. La primera sería la simple desaparición de la actividad empresarial, hecho que entre nosotros ha sucedido de forma evidente con el desmantelamiento del sector textil que ocupaba partes muy importantes de los actuales perímetros urbanos de las ciudades maduras. Una segunda sería la derivada de la imposibilidad de expansión en un proceso de crecimiento empresarial ya que, ni existe suelo disponible anexo, y de existir no se podría pagar el coste de los precios del suelo, ni, en la mayoría de casos, podría producirse la ampliación, por no corresponderse con suelo clasificado en los planes de urbanismo como suelo industrial. Por último, el paso de periurbanas a urbanas de muchas antiguas implantaciones industriales por envolvimiento residencial ha llevado a conflictos medioambientales entre la actividad de la empresa y la calidad de vida de los nuevos residentes; este mecanismo ha sido especialmente importante en la expulsión de industrias químicas polucionantes o de industrias muy ruidosas.

Todas estas tendencias convergen en un mismo punto que permite explicar los procesos generales. Por ejemplo, la pérdida de peso en Barcelona de las actividades de transporte podría ser en gran parte explicada por la pérdida de peso industrial de la zona de Poble Nou, hecho que resta funcionalidad al sector vinculado a la industria en aquella ubicación, pero que puede mantenerla en el segmento que corresponde a la redistribución interior a la ciudad de mercancías. Al tiempo que se puede jugar con el incremento de los precios del suelo, hasta el punto de financiar nuevas instalaciones "periurbanas" modernizadas en infraestructura. La "1ª corona" vinculada a la B30 habrá sido la receptora de industria.


Una evolución adaptada a las nuevas circunstancias sin transformación estructural

No ha de entenderse que la nueva situación representa un proceso de homogeneización territorial, sino, por el contrario, lo que resultará es una articulación a otra escala de los modelos socio-territoriales que están en la base de cualquier modelo social, en nuestro caso el liberal-capitalista, bajo unas condiciones de desarrollo económico determinadas. Aquello que se quiere significar es que unos cambios en las escalas no representan un cambio de estructura, sino únicamente una adecuación para que, como tantas veces se ha dicho, todo pueda continuar funcionando bajo el mismo sistema.

A veces la multidimensionalidad de los cambios puede mostrar distintas apariencias según la perspectiva desde la que se observe. Al pasar de desplazarse usualmente a pie a hacerlo con automóvil, dentro de una misma unidad de tiempo se alcanzan desplazamientos de más de 10 veces la distancia (estás lo que intentábamos poner de manifiesto en el Mapa 1) . Si lo analizamos desde la perspectiva de la distancia observamos cambios importantes, pero si lo observamos desde la perspectiva del tiempo y de las necesidades cotidianas, lo que interesa es saber lo que da de sí la misma hora para al mismo hecho social.

Insistamos en que la división y la jerarquización están en la esencia del sistema. Este aspecto puede observarse en cualquier municipio, sea cual sea su dimensión, donde queda perfectamente claro cuál es la estructura socio-territorial interna, de la que el precio diferencial del suelo es el exponente visible. Este ha sido un aspecto bien definido por los propios análisis funcionalistas en el estudio de los centros urbanos y de las áreas de especialización del espacio interno de las ciudades.


Adecuación de la escala territorial a los cambios de la relación espacio-tiempo

Hacer intervenir el factor tecnológico con efectos en la relación espacio-tiempo, con implicación en la redimensión de las áreas de mercado de trabajo y con cambios en el sistema productivo, nos permite establecer como hipótesis que si se mantienen las mismas leyes socio-territoriales básicas del sistema, será precisa la reestructuración territorial a una nueva escala, es decir, asistiremos a la reproducción sobre un territorio más amplio del mismo modelo de división jerárquica y funcional del territorio.

Cada unidad poblacional, sea pueblo o ciudad, contiene una división social de su territorio. Los barrios, que podrían representar estas unidades socio-territoriales, caracterizan por la homogeneidad social, más o menos acusada, de sus moradores. En cada pueblo o ciudad encontramos representadas las distintas capas sociales ocupando de forma bastante clara zonas o barrios distintos a los que es fácil atribuir categorías socios-territoriales estrictas.

La hipótesis que apuntamos pretende señalar que al pasar a la nueva escala metropolitana su consolidación como nueva unidad socio-territorial comportará como aspecto de cambio el que paulatinamente se irán produciendo una pérdida de las diferencias socio-territoriales internas de los antiguos municipio, para reproducirse a la nueva escala. En otras palabras, aparecerán unidades de población más homogéneas en sí mismas, formando lo que podríamos asimilar a barrios de la nueva ciudad metropolitana, homogéneos y diferenciados respecto a los otros barrios-municipio que ahora adoptaran la forma de pueblos y ciudades.

Los Mapas 8 y 9 pretenden aportar una primera visión de este hecho para el la Región Metropolitana de Barcelona. Estos mapas se han construido sobre la base de constatar las diferencias notables de concentración de grupos sociales que se han ido desplazando y concentrando en municipios determinados. Así encontramos núcleos de población en los que la dominancia de la burguesía y de las nuevas clases medias supera el 40% de su población frente a otros en que representa un escaso 4% (máximo Sant Cugat con el 41.6% de su población, mientras la media para la región es del 15.6%, siendo el mínimo el 4,7% en municipios no solo rurales, sino aquellos otros de base obrera como Polinya, 5.9% o Sta Coloma de Gramanet 6.5%). En otros municipios, claramente diferenciados de los anteriores, la dominancia social se concreta en otros segmentos de la jerarquía social. El Mapa 9 refleja el ejemplo de la clásica población obrera, asalariados de la industria, la construcción y los transportes.

La diferencia entre los dos mapas es notable y, de alguna forma, similar a la que podríamos encontrar en el interior de una gran ciudad. De hecho son como un negativo el uno del otro, reflejando los dos extremos de la jerarquía social. La burguesía y las clases medias se concentran en unos pocos puntos privilegiados, no debe sorprendernos la proximidad de estos núcleos al mar y a los parques naturales, reflejo de una calidad ambiental. En la ciudad clásica en unos pocos barrios, en la ciudad metropolitana en unos pocos municipios, mientras que las categorías sociales más bajas se expande por el resto del territorio, pero separados entre sí se cada vez más.

De verificarse la hipótesis significaría que los procesos de desplazamiento de la población son socialmente selectivos de territorio. Unas categorías cambian de residencia aprovechando la nueva articulación territorial hacia localizaciones que se consideran de mayor categoría. Mientras que otras seguramente se ven expulsados de antiguos territorios que aumentan su posición jerárquica, o sólo encuentran alojamiento en estas zonas, y se concentran en los nuevos territorios que paulatinamente se homogeneizan a su categoría, en la nueva lógica de articulación a la escala de articulación territorial metropolitana.

La presencia de estas tendencias, con los matices particulares de cada caso que otorga un interés específico al análisis pormenorizado, refleja una articulación estructurada, donde el territorio no es usado ni homogéneamente ni aleatoriamente, sino siguiendo unas reglas de adecuación lógica a la evolución de los procesos socio-económicos que tienen lugar sobre un territorio, otorgando a su globalidad la forma de unidad significativa en sí misma. En este caso como conjunto metropolitano vinculado a una ciudad que marca la dinámica básica del proceso general, pero donde luchan por persistir las personalidades de las ciudades, especialmente de las maduras preexistentes, y donde, por otro lado, se transforman al servicio de esta unidad territorial global otros municipios más pequeños en origen, los cuales pierden su función primaria para pasar a ser, o bien receptores de industria y de servicios, o bien receptores de residentes con categorías socio-profesionales muy homogéneas y diferenciadas entre municipios.

A pesar de las divisiones administrativas en municipios que persiste, emerge una nueva ciudad extensiva articulada bajo relaciones dominantes en forma de red, en la que los ciudadanos deberán luchar para conseguir el equilibrio entre la calidad de los espacios vivenciales y la funcionalidad de sus actuaciones puntuales sobre el territorio amplio, sea para desplazarse a trabajar, sea para ir a comprar, para ir a estudiar, para ir a divertirse, o sea para resolver sus problemas de salud.

Barcelona, abril de 1997

1.Datos basados en Banco Bilbao Vizcaya (varios años), Renta nacional de España y su distribución provincial. Dada la inexistencia de series estadísticas históricas a la escala metropolitana tomaremos estadísticas de base provincial, por ser las de escala más próxima a la metropolitana. Consideramos que las desviaciones que puedan existir al nivel comparativo que aplicaremos no son importantes ya que de hecho la Región Metropolitana representa más del 90% de toda la provincia de Barcelona.

2. En este aspecto sería interesante analizar estos cambios a través de las relaciones de poder internas en las instituciones empresariales, como por ejemplo la Cámara de Comercio.

3. En ello se apoyan los proyectos logísticos, que son uno de los objetivos actuales y de futuro en la política local.

4. El indicador se ha obtenido por el cociente entre el diferencial de evolución de cada municipio con relación a la media de evolución metropolitana de los puestos de trabajo existentes en el municipio en 1986 y en 1991 y de la población en el mismo período. Valores positivos pueden representar crecimientos menores de la población que de los puestos de trabajo, pero también disminuciones menores de la ocupación local que de la población. Cuando la tasa de crecimiento de la ocupación fue superior a la de la población puede darse el caso, como ocurre con Barcelona, que aún habiendo incrementado en términos absolutos los puestos de trabajo éstos hayan sido inferiores a la media de crecimiento general en la de la Región metropolitana, resultando un valor global negativo.


© Copyright Joan-Eugeni Sanchez.

Volver al indice