SEGUNDA PARTE
 
Capítulo Segundo

ETIOLOGÍA (1)

Empeño temerario sería buscar la cuna de la prostitución, cuya etiología nació con la mujer, se desarrollaron sus primeros síntomas bajo la influencia intersexual, pronunció el tiempo el diagnóstico, la sociedad formuló el pronóstico y los Gobiernos han ejercido el tratamiento, paliativo unas veces, contraproducente por lo restrictivo otras, y casi siempre desacertado por su vaguedad.

Esta enfermedad social crónica e incurable, como hemos dicho antes, necesita para su desarrollo cierto número de causas que llevando su semilla a un terreno apto para la fructificación, como es el sexo débil, da lugar su efloración a estados patológicos, capaces de destruir el organismo de la nación más poderosa.

El conocimiento de las fuentes en donde manan las corruptoras aguas de la prostitución, nos inducirá a encontrar una medicación que, si por la densidad de los agentes miasmáticos no baste a purificar el caudal de las costumbres públicas, servirá, de todos modos, para demostrar a los gobiernos, para evidenciar ante el público, la posibilidad de desinfectar, hasta cierto límite, ese pantano del libertinaje, cuya completa desecación consideramos de todo punto imposible.

Para estudiar con provecho la etiología de la prostitución, fácil nos será hacerlo recorriendo el siguiente cuadro demostrativo de las causas que producen aquella enfermedad:
 

CAUSAS DE LA PROSTITUCIÓN
 
PREDISPONENTES Escasa ilustración del sexo femenino
Falta de aptitud de la mujer para ganarse el sustento
Falta de equidad entre la consideración que merecen respectivamente el seductor y la seducida
Concurso de ambos sexos en las fábricas, talleres y minas
Lectura de novelas inmorales
OCASIONALES Abandono de los padres, maridos, tutores o amantes
Viudez: prole numerosa o falta absoluta de ella
Carencia de trabajo
Lujo
Bailes obscenos
Las alcahuetas
El alcohol
Cafés, restaurantes, pastelerías y dulcerías
 
Entre las causas predisponentes, encontramos en primer término la escasa ilustración del sexo femenino.

Nadie se atreverá a poner en tela de juicio que la ignorancia es una de las causas más eficientes de la prostitución.

"Desgraciadamente, en nuestra España —ha dicho un autor contemporáneo— la educación de la mujer se halla en un estado deplorable de rutina; se sembró hace cuarenta años, asaz débilmente; creció poco la semilla; raquíticos son sus frutos, y poco se ha hecho por mejorarla."

Todavía predomina la idea que la mujer, para ser buena esposa, buena madre y saber cuidar de los quehaceres domésticos, no necesita saber más que deletrear un devocionario y poner una mala firma. Que este modo de pensar fuese exclusivo de entendimientos romos, como el de cierto individuo de una Junta de instrucción primaria rural, —para quien las niñas no deben aprender a leer ni escribir— sería un tanto dispensable; pero que en las altas esferas del poder se dude en pleno siglo XIX de si la mujer se halla con derecho a poseer un título profesional o facultativo, es retroceder a los tiempos de la civilización griega, en que los atenienses consideraban tan sólo a la mujer como un mueble temporal de sensualismo.

Sólo conociendo por medio de una vasta instrucción, los escollos de la sociedad en que vive, podrá la mujer librarse del contagio de esa enfermedad social que, minando sus sentimientos morales, acaba por destruir su propio instinto de conservación.

Las estadísticas de la prostitución referentes a la ilustración de la mujer son raras. Los autores han creído inútil averiguar el grado de instrucción de la mujer pública, suponiendo que si la mujer honrada y de cómoda posición social no la posee, con mayor motivo carecerá de ella la prostituta.

No obstante, Parent-Duchâtelet nos proporciona los siguientes datos, de los que resulta. entre las mujeres públicas parisienses, una instruida por 2,23 ignorantes y en la población rural una por 1,97.
 

De 4.470 mujeres públicas nacidas en París:
No saben firmar 2.332
Firman, pero mal 1.780
Firman bien y algunas perfectamente 110
Se ignora si saben firmar 248
TOTAL 4.470
 
De 39 mujeres públicas suministradas por las dos sub-prefecturas del Sena:
No saben firmar 25
Firman, pero mal 14
TOTAL 39
 
De 264 mujeres públicas suministradas por las poblaciones rurales:
No saben firmar 146
Firman, pero mal 74
Se ignora si saben firmar 44
TOTAL 264
 
A pesar de todo, España va entrando en la buena vía. No nos cabe duda que se va operando una saludable revolución en la enseñanza del sexo femenino. Cuando llegue a ser un hecho la validez de los títulos académicos de las mujeres, éstas irán indefectiblemente a engrosar el contingente de las Universidades, y entonces la difusión de la enseñanza llegará a borrar de entre las causas de la prostitución la que más predispone a ella, o sea la ignorancia, con lo cual será más susceptible de curación aquel afecto social.

Otra de las causas que predisponen a relajar las costumbres de la mujer, es su falta de aptitud para ganarse el sustento.

Es cierto que la mujer es un ser débil con relación al hombre; pero también lo es que la mujer se halla dotada de una voluntad superior a la de aquel. Además ¿no posee la mujer un organismo susceptible de una educación física, mucho más vasta que la que generalmente se le concede? ¿Acaso las hijas de Esparta, al soportar las fatigas de la guerra, tenían una conformación diferente que las de otros países? ¿No hemos tenido en nuestros tiempos heroínas en Zaragoza, en el Bruc y aun en nuestras luchas intestinas, con un valor físico y moral a prueba de hombre?

Si la aptitud de la mujer no es suficiente para atender a su subsistencia, cúlpese a los que se hallan en el deber de procurar los medios conducentes al desarrollo de una buena higiene popular, a fin de que las fuerzas físicas de la nación correspondan a la civilización moderna. Adóptese, entre otras medidas, la de que los ejercicios gimnásticos formen parte integrante de la primera enseñanza en ambos sexos, con lo cual el organismo femenino adquirirá una fuerza y vigor prepotentes, y desaparecerán esas naturalezas anémicas que ni resistir pueden el soplo de la brisa.

Por otra parte, dese acceso a la mujer a las oficinas telegráficas, de correos y a otros cien puestos desempeñados hoy por barbudos hombres, cuyos brazos reclaman la agricultura y otras labores de igual potencia, pues al fin y al cabo, la mujer, por su temperamento y por las funciones genésicas a que se halla sujeta, jamás podrá igualarse en robustez a la que, gracias a su poderosa fibra muscular, reúne el hombre.

Así, pues, no es extraño que la mujer —cuyo salario no basta a satisfacer las necesidades de su estómago, a las cuales pospone para atender a sus atavíos,— al ver como la sociedad le niega protección, se arroje en brazos del libertinaje, el cual, abriéndole sus doradas puertas, la retiene luego, tras ellas, en un inmundo calabozo.

La falta de equidad entre la consideración que merecen respectivamente el seductor y la seducida es otra causa que presta a la prostitución abundante personal. Efectivamente; muchas mujeres abandonan el hogar doméstico por no haber podido soportar el estigma de la deshonra.

¿No habéis oído alguna vez al cobarde seductor contando a amigos y conocidos sus conquistas amorosas, hacer alarde de la debilidad de una joven, seducida por una promesa de casamiento, por un instinto erótico irresistible o quizás por amenaza brutal?

¿No habéis sentido con estremecimiento una carcajada al unísono, como muestra de aprobación del infame proceder del seductor?

Si la sociedad, pues, en vez de anatematizar al culpable le tributa un aplauso... ¿habrá persona de mediano criterio a quien cause extrañeza la resolución de la joven víctima, que al ir a engrosar las filas de la prostitución, lo efectúa despechada, separándose de una sociedad que así escarnece su falta?

"La seducción —ha dicho el Dr. Giné— es una lucha desigual entre la fuerza persuasiva del hombre y el sentimiento de los deberes que anima a la mujer. Aquel cuenta en su favor, además del ascendiente de la virilidad, el deseo no menos vehemente que por su parte mina la fortaleza de la moral, única resistencia que puede oponer el bello sexo."

Siendo la lucha, por lo tanto, tan desigual, ¿es justo, es equitativo que la sociedad reserve para la seducida el desprecio y la deshonra, mientras que el miserable seductor sigue gozando de todas las consideraciones sociales?

Otra causa de prostitución es el concurso de ambos sexos en las fábricas, talleres y minas.

Generalmente sucede que los jóvenes de ambos sexos, al ingresar en una fábrica o taller, han salido de la escuela —si es que la mayor parte jamás asistieron a ella— a la edad de ocho a diez años, cuando su instrucción se hallaba en estado rudimentario, y toda la educación consistía en respetar apenas al maestro dentro de la clase. En tan deplorable estado se les coloca en una fábrica para empezar a ganar a costa de su salud, un miserable jornal que no basta a compensar ni con mucho los elementos indispensables a la nutrición del niño. De ahí que la mayor parte crezcan endebles y acaben sus días al saludar a la juventud, víctimas de afecciones consuntivas.

La continuidad de relaciones dentro del taller o en la oscuridad de una mina, es causa en ambos sexos de que ya en la pubertad, se produzcan excitaciones prematuras en sus órganos sexuales. Las palabras obscenas empiezan a despertar el sentido genésico. Los tocamientos abren luego la marcha del libertinaje, y a medida que la joven se desarrolla en medio de aquella atmósfera de relajación, se encuentra en una pendiente resbaladiza. La más leve causa, ora consista ésta en el cierre de la fábrica o taller, ora en el menor conato de seducción, o bien en la inclinación al lujo y a la holganza, precipitan a la mujer en el cieno del escándalo público.

La lectura de novelas inmorales, es a no dudar otra de las causas que predisponen a la mujer a entregarse en brazos de la prostitución.

En otro capítulo tendremos ocasión de conocer la historia clínico-social de una prostituta que, según confesión propia, la lectura de novelas obscenas fue la única causa de que ella y tres compañeras más se entregaran en brazos del libertinaje.

La mujer, cuyas dotes literarias suelen hallarse comúnmente a un nivel bastante bajo, toma muchas veces un libro, para leerlo con avidez, si el título y las láminas corresponden a las ilusiones que alimentara en su juventud. Si la novela empieza hablando de un amor contrariado, de un adulterio, o de las aventuras de una cortesana, el autor no ha de quedar a buen seguro desairado.

La lectora, cuyos sentimientos eróticos hallábanse velados por el pudor, es presa de una dasazón uterina inexplicable, a medida que el autor refiere los episodios amorosos del marquesito A. con la linda señorita B., a quien aquel secuestra del hogar doméstico para transportarla en desierta quinta y gozar a solas de los placeres de la sensualidad.

Las escenas descritas en la novela con tan subidos colores, predisponen a la lectora al erotismo. Si ésta sostiene relaciones con algún joven calavera, o sin tenerlas, es requebrada de amores por un Tenorio, se reproducen en la imaginación de la joven los capítulos que ha leído. Entonces...¡ah! entonces el terreno se halla en condiciones abonadas para dar lozanía a la semilla que la literatura inmoral sembrara en el corazón de la joven. Con la lectura de la última página del libro, se desprende el primer pétalo de la flor de su virginidad.

Tales son las causas que predisponen a algunas jóvenes a contraer los primeros síntomas de esta peste conocida en sociología con el nombre de prostitución.

Existe, además, otro orden de causas que conducen directamente a la mujer a contraer aquella enfermedad, y son las llamadas determinantes u ocasionales

La primera de ellas es el abandono de la mujer por parte de los padres, tutores, maridos o amantes.

Cuando una joven se ve arrojada del hogar doméstico, la primera idea que cruza por su imaginación es la miseria en que puede verse envuelta, faltándole el apoyo del padre, tutor, marido o amante. Si ha sido educada convenientemente y se ha distinguido por su amor al trabajo, aun cuando para ganarse el sustento haya de trasladarse a Barcelona, —si es que vivía fuera de la capital— con la frente erguida y seguro paso se dirige a un taller, busca una casa en donde prestar servicios domésticos, o bien llama a la de algunos amigos o parientes para que le faciliten cualquier trabajo con el cual pueda ganarse honradamente la subsistencia.

Mas ¡ay! si ha sido arrojada de la casa paterna por los disgustos que con su conducta holgazana o sus instintos libertinos turbaban la paz doméstica; si el marido se ha visto obligado a repudiarla por sus reiteradas infidelidades, o si el amante con quien vivía en ilícito concubinaje, ha resuelto desprenderse de ella por su conducta caprichosa e inconstante, no hay esperanza de volverla al buen camino. Aun cuando no lo busque, no dejará de encontrar muy presto un agente reclutador —alcahuete de uno u otro sexo— que le proponga una buena colocación, y la infeliz, inclinada ya del lado del vicio y de los malos hábitos, se deja prender fácilmente en las redes de la prostitución.

Viudez, prole numerosa o falta absoluta de ella.— Acostumbrada la mujer a la tranquilidad y relativo bienestar que proporciona el matrimonio cuando reina entre los cónyuges una buena armonía, poco o nada se preocupa del porvenir que le aguarda si un día llega a faltarle la columna en la que se apoya la familia. Mas la muerte arrebata en flor la existencia del marido, y la esposa, sumida instantáneamente en la miseria, empieza a vacilar, entre cumplir los deberes de buena madre, pidiendo una limosna para sus tiernos hijos o ceder a las reiteradas instancias de un seductor, que, con vil intento, brinda a la viuda un puñado de oro, para arrastrarla hacia la corriente cenagosa del vicio.

Esta causa poco influye en el aumento de las inscripciones, sobre todo si la viuda ha quedado en tal estado con prole más o menos numerosa. Si se degrada, es más bien de una manera clandestina, pues es lógico y natural que la viuda con hijos se resista a inscribirse en el padrón de mujeres públicas.

Entre 5.183 prostitutas de París, citadas por Parent-Duchâtelet, encontramos tan sólo 23 viudas que sostenían a su familia, o sea la cifra menor de todas las causas determinantes de degradación.

La viuda que carece de prole, se halla en condiciones diametralmente opuestas. Aburrida de la infecundidad que atribuyera a su marido, o embotada su sensibilidad por una larga serie de disgustos que se han sucedido con motivo de la pérdida de todos sus hijos, al encontrarse sola y sin apoyo de ninguna clase, es más fácil se deje seducir por el primero que halague sus oídos, cuando no ingresa directamente en una casa de tolerancia.

Carencia de trabajo.— He aquí una de las causas más poderosas de la prostitución. La mujer que acostumbrada a ganarse el sustento por medio del trabajo cifra toda su felicidad en poder atender a la subsistencia de su padre valetudinario, de su hermano pequeño aún; que, modesta en el vestir, no le falta, sin embargo, su buen vestido de fiesta y botitos de charol, ve cerrarse, por falta de trabajo, la fábrica o taller donde ejercía su oficio, forzosamente ha de recibir su sensibilidad un golpe mortal.

Al principio, la esperanza de encontrar trabajo en otra parte, alienta su corazón; tenía un pequeño ahorro, y aún confía no apurarlo del todo. Pasa una semana y otra sin encontrar trabajo; ya los ahorros han desaparecido. Réstale una débil esperanza: posee prendas, con cuyo empeño puede pasar algunos días más. ¡Fatalidad! el prestamista no aprecia el valor de la ropa sino en un décimo de lo que costó... y el trabajo no se encuentra.

¿Qué hacer en tan crítica situación? La joven, a pesar de su virtud, mira desfallecer en la miseria a su padre, a su hermano; contempla sus vestidos rasgados, y ensimismada en tan tristes reflexiones, halla, al paso, una mujer que le ofrece pan, vestido, dinero... todo; pero ¿a costa de qué? ¡a consta de su honra! Ignorando nuestra pobre víctima las ulteriores consecuencias de aquel nuevo trabajo tan bien remunerado, se entrega en brazos de su infame protectora y es conducida a una casa de tolerancia, en donde ejerce el oficio de prostituta con la sonrisa en los labios y la hiel en el corazón.

Las hay algunas de instintos libertinos, aficionadas al ocio, al lujo o quizás a la glotonería, que al carecer de trabajo, no se toman la molestia de buscarlo con insistencia, sino que ingresan directamente en la prostitución clandestina y de ésta a la inscrita.

El lujo es de las causas que proporcionan a la prostitución enorme contingente.

El lujo es la tentación mayor de la mujer. Pocas son las jóvenes seducidas, cuya primera paga del seductor no consista en una prenda de vestir.

El instinto del lujo es innato en el bello sexo. Preguntad a cualquier niña si prefiere estrenar un vestido o recibir unas monedas para comprar golosinas y la veréis inclinarse a lo primero. A medida que la niña crece, va sintiendo con mayor intensidad el aguijón de las modas, y al saludar la pubertad, son sus únicos ideales la modista y la toilette.

El lujo en el vestir, infiltrándose con insidiosa persistencia, ha concluido por invadir y confundir todas las clases sociales. No es ya la aristocrática marquesa la que, ataviada con rico vestido de terciopelo, se presenta deslumbrante en lujosa carretela, y luce en la tertulia y en el teatro rica diadema de brillantes, dejando absorta a la esposa del rico comerciante y del opulento banquero —que sólo por consideraciones de orden social no igualan a la noble señora; — no: ya no existen clases. ¿Veis aquella dama con rozagante vestido del mejor faill, rico sombrero adornado con plumas, cubierto su pecho con aderezos de diamantes, paseando en carretela descubierta tirada por dos soberbios caballos? Pues es la esposa de un comerciante de bacalao. Y esa señora, con rico mantón de blonda, lujoso vestido de raso, y guantes de manopla, ¿creéis, por ventura, sea la esposa de algún distinguido abogado, catedrático o militar de alta graduación? No: es la mujer de un tablajero, que encontraréis por la mañana tras el mostrador en el mercado, cortando carne de carnero o de buey. Y esa otra joven tan pericompuesta, con vestido de seda y pañuelo de fino crespón ¿es la hija de algún hacendado o propietario? ¡ca! es una doncella lavaplatos, que exige ocho duros de mensualidad, impone condiciones ridículas a su señora y no quiere ir a la compra sin subir al tranvía. No hablemos de las costureras, que en los bailes, teatros y paseos rivalizan en lujo con la más apuesta señorita.

Acostumbrada la mujer de posición modesta, como la mayor parte de las que acabamos de citar, a un lujo no correspondiente a su clase, ¿consideráis tan fácil pueda soportar por mucho tiempo las exigencias cada día más crecientes de la moda, sin empeñar la prenda más valiosa que posee, el honor?

Dícese, y es lo cierto, que el jugador, cuando pierde, busca dinero para sostener el vicio que le domina, hasta por los medios más criminales. Pues bien: ¿qué no hará la mujer aficionada al lujo, al objeto de procurarse un vestido o unas polacas, si llega a recibir un revés de la fortuna o si el exiguo jornal no basta a cubrir sus primeras necesidades?

No obra tan sólo el lujo como elemento genésico de degradación, sino que, además, impide a la mujer degradada abandonar su abyecto vivir: a todas las privaciones se sujetará, si retorna a la vida honesta, menos a la de no vestir a la moda.

Es que en la mujer pública, el lujo se impone por necesidad. Podría decirse que vive por el lujo y para el lujo. Ya se ve: ¿qué atractivos tendría la ramera si no se presentara ataviada con toda la elegancia posible ante el hombre que sólo mira en ella un mueble del sensualismo?

Así lo ha comprendido la prostituta, y con tal motivo derrocha cuanto dinero posee para satisfacer las exigencias de la vanidad y de la coquetería.

El lujo deslumbrador con que algunas prostitutas —pocas por fortuna— se presentan ante el público de Barcelona en pleno día, paseando por la Rambla en aristocrática carretela, atrayendo las miradas de honradas gentes ¿no es un sarcasmo a la miseria, una tentación brindada a las jóvenes que no poseen profundo amor al trabajo y un acto de inmoralidad que las autoridades se hallan en el deber de reprimir?

Como en el capítulo referente al tratamiento nos hemos de ocupar de las disposiciones que, según nuestro criterio, convendría adoptar en tales casos, nos abstenemos de emitir idea alguna acerca de la exhibición en público de las mujeres inscritas.

Bailes obscenos.— Las jóvenes aficionadas a esta clase de bailes públicos, en que la pareja protagonista es la que mejor baila el can-can, contraen fácilmente hábitos de libertinaje. En tales espectáculos se embota el sentimiento moral, se pervierte la educación y se aviva el instinto erótico. Esta causa, unida a la anterior, favorece con rapidez la depravación de un gran número de jóvenes que buscan en la prostitución el medio de satisfacer los caprichos de la moda y el falaz placer que les proporciona la orgía del baile.

Apenas encontraréis una prostituta que entre sus pasiones —antes de degradarse— no figuraran, en primer término, la de vestir con lujo y la de la danza obscena.

Las alcahuetas son, a no dudarlo, una causa muy directa de la prostitución. No nos referimos tan sólo a las amas de las casas de libertinaje, conocidas con aquel nombre: éstas, por su degradación pública, no se hallan en condiciones de poder seducir a la mujer honrada.

La alcahueta que mayor pasto proporciona a la prostitución, es ese tipo repugnante de mujer, que, abrigada con el manto de la hipocresía, se introduce ora en la iglesia, ora en el paseo, ora en el teatro, ora en el mismo hogar doméstico, y pretextando una decidida protección a favor de la hija algo descontenta del trato de los padres, hermanos o tutores, o bien participando a la casada la pasión que por ella siente un buen mozo y rico caballero, o tal vez proporcionando a la doncella un destino que la transformará de sirvienta en señora, está en continuo acecho para estrujar entre sus garras, como la hiena a su víctima, la honra de la incauta joven soltera, casada o viuda que atiende, en hora malhadada, las proposiciones de la infame alcahueta.

El alcohol obra también como causa inmediata de la prostitución. La mujer presa de esa funesta pasión, —quizás mejor diríamos locura, — llamada alcoholismo, hállase grandemente predispuesta a aumentar el número de prostitutas. Para poder satisfacer el vicio que la deshonra, es capaz de entregarse al ser más abyecto. Las mujeres reclutadoras de que hemos hablado en el párrafo anterior, no tardan en seducir a la joven más recatada, si conocen su afición a las bebidas espirituosas.

Cafés, restaurantes, pastelerías y dulcerías.— No en balde es considerada la gula como un pecado grave. La mujer dominada por este terrible vicio, se encuentra favorablemente predispuesta a dejarse seducir, por quien sepa explotar su flaqueza, llevándola, en una noche de baile, a un restaurante, a una pastelería o a una dulcería. Una comida confortable, acompañada de almibarados postres y rociada con un excelente Burdeos y unas botellas de Champagne, es un puente que facilita el acceso a la seducción.

La mujer pública que no posea entre sus vicios el de la gula, es una excepción verdaderamente rara.

Según veremos más adelante, una joven a quien no habían podido seducir los halagos de un vestido, de una joya, ni de un puñado de plata, vendió su castidad por unas ricas almendras azucaradas.

No haremos mención de otra infinidad de causas que como la vanidad, la pereza, la miseria, etc., tienen sus equivalentes en el cuadro que acabamos de delinear.

Según Parent-Duchâtelet (2) las causas determinantes de la prostitución, entre 5.183 prostitutas de París, se hallan distribuidas en el siguiente cuadro:
 

CAUSAS DETERMINANTES Nacidas en París En las capitales de partido En las sub-prefecturas En las poblaciones rurales En el extranjero TOTAL
Exceso de miseria; desnudez completa 570 405 182 222 62 1.441
Pérdida de padre y madre; expulsión de la casa paterna; abandono completo 647 201 157 211 39 1.255
Por sostener parientes viejos y enfermos 37 0 0 0 0 37
Primogénitas, sin padre ni madre para educar sus hermanos y hermanas, y algunas veces sobrinos y sobrinas. 29 0 0 0 0 29
Mujeres viudas o abandonadas para educar una familia numerosa 23 0 0 0 0 23
Venidas de provincia para ocultarse en París y encontrar medios de subsistencia 0 187 29 64 0 280
Conducidas a París y abandonadas por militares, cómicos, estudiantes y otras personas 0 185 75 97 47 404
Sirvientas seducidas por sus amos y despedidas de la casa 123 97 29 40 0 289
Concubinas, durante más o menos tiempo, despedidas por sus amantes, y que no saben en qué ocuparse 559 314 180 302 70 1.425
TOTAL 1.998 1.389 652 936 218 5.183
 

Tales son las causas que consideramos eficientes para que la mujer, cuyos sentimientos morales no se hallen arraigados en su corazón desde sus primeros años, ingrese en la prostitución privada o pública. La primera, aunque al parecer menos culpable, es la que ofrece mayores peligros sanitarios, la que turba con más facilidad la paz doméstica y la que desgraciadamente lleva su ponzoña hasta el seno conyugal. Los efectos de la prostitución pública pueden, si no extinguirse, a lo menos modificarse; los de la privada son desastrosos por ejercerse casi siempre a la sombra.

 
Notas bibliográficas

(1) ETIOLOGÍA. (Del griego œthia causa, y logos discurso).— Parte de la Medicina que tiene por objeto el estudio de las causas de las enfermedades.— (Vocabulario técnico-vulgar, por D. Amancio Peratoner.)

(2) Obra citada, pág. 107, t. I.


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