Scripta Nova Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788]. 
Nº 27, 1 de octubre de 1998.

LOS DOS SIGNIFICADOS DE LA CIUDAD O LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD COMO LÓGICA Y COMO RETÓRICA.

José Luis Ramírez



Los dos significados de la ciudad o la construcción de la ciudad como lógica y como retórica (Resumen)

En este artículo se estudian dos perspectivas contrarias y a veces complementarias en la consideración de la ciudad. Una ciudad puede considerarse como un escenario meramente físico en el que las actuaciones humanas (la vida humana) "tiene lugar". Esta forma de ver la ciudad se denomina aquí perspectiva estructural o paradigma geométrico del urbanismo. La ciudad puede sin embargo también concebirse como el complejo de actividades humanas de una sociedad local, siendo una actividad entre otras, si bien de extraordinaria importancia, la de construir el escenario en que la misma vida activa humana se desarrolla. Se llama a ésta, en el artículo, perspectiva de la acción o paradigma histórico del urbanismo. La cultura europea es una cultura urbana que ha transcendido de un paradigma histórico a un paradigma geométrico, lo cual puede descubrirse en el lenguaje. El artículo de José Luis Ramírez trata de mostrar las consecuencias de esta transformación en lo que hace al concepto de planificación urbana. En el paradigma geométrico predomina el cientificismo y la retórica de los expertos. En el paradigma histórico la ciudad es el resultado de un diálogo que tiene su fundamento en una retórica auténtica, la cual tiene que empezar a ser tenida en cuenta, si es que realmente opinamos que la democracia y la planificación urbana han de ir unidas.

Palabras clave: ciudad/ retórica/ perspectiva estructural de la ciudad/ acciones, perspectiva de/ paradigma histórico del urbanismo



The double meaning of the City, or Urban construction as Logic and Rhetoric (Abstract)

In this article, I deal with two contrary, sometimes complementary perspectives on the city. A city may be regarded as a physical stage in which human actions (lives) "take place". A city may also be regarded as a system comprising the life events of a local community, one of the most important of wich is building up a scenario in which that life is to be played out. I refer yo the first as a structural perspective, or a geometrical planning paradigm, the second is an action perspective, or a historical paradigm, which can be traced in the etymology itself (Greek polis is translated to Latin civitas, which is then transformed to city). I show the practical consequences of this change with regard to the ideal of what urban planning is. In the geometrical paradigm, planning is dominated by the logical scientific approach, and expert rhetoric. In the historical paradigm, the city is a result of a dialogue based on health rhetoric to which attention must be paid if we truly aspire to unite planning and democracy.
 

Key words: city/ rhetoric/ structural perspective of city/ actions, perspective of/ historic paradigm of urbanism



Indice

Disensiones (es decir, diferencias de sentido)
La estructura y el sentido de la ciudad
La ciudad como utopía geométrica y como historia vital humana
Etica y praxis de conocimiento
Diferentes formas de conocimiento y diferentes formas de lógica: el diálogo como acción
La ciudad: lugar del sentido o espacio sin sentido
Diálogo Saber profesional (ciencia) Diálogo Decisión Diálogo
Notas
Bibliografía


Disensiones (es decir, diferencias de sentido)

  El poder del lenguaje supone el derecho a hablar y la competencia de hacerlo. Los humanos ejercen ese poder los unos sobre los otros. Pero hay además un poder oculto que el lenguaje ejerce sobre los hablantes mediante aquello que éstos creen decir y aquello acerca de lo cual creen estar de acuerdo.

Es sabido que las lenguas sufren incesantemente cambios de forma y de contenido. Pero el problema no reside tanto en que las lenguas evolucionan muy deprisa cuanto en que la rapidez de cambio de la forma y del contenido o referencia semántica no siguen un ritmo paralelo. La forma o aspecto externo de las palabras posee en general mayor estabilidad y es más resistente al cambio que el contenido, lo cual nos hace ciegos para las variaciones de sentido que se dan tras de una expresión que se mantiene inalterada. Como ejemplo de ello podemos mencionar la propia palabra "forma" a que acabo de aludir. ¿Qué significa propiamente "forma"? Si alguien se detuviera a investigar este término tan usual, incluído además como ingrediente fonemático en cientos de palabras ("información", "conformismo", "reforma", "transformación", "informal", etc.), sucumbiría en un proceloso mar de contradicciones. Las palabras de mayor antigüedad y persistencia en su uso, creadoras a menudo de muchos derivados, son al mismo tiempo las más sospechosas. No obstante las usamos inconscientemente como algo obvio. Las palabras pueden cambiar de sentido y hasta llegar a significar lo contrario de lo que otrora quisieron decir, lo que puede descubrirse mediante un buceo en la historia de su uso semántico. Pero las palabras no sólo cambian de una época a otra, sino también, como decía, de una situación a otra. Los conceptos no son tan redondos y definibles como la escuela en contradicción con la experiencia personal nos enseña. En cada uso concreto de un concepto hay una parte iluminada y otra en sombra que puede ser actualizada cuando la situación lo exige.

¿Qué tiene esto que ver con la ciudad y su estudio? Analizar o discutir el tema de la "Ciudad" presupone que estamos de acuerdo acerca del objeto de nuestra discusión, acerca de la ciudad. Cabe empero preguntarse si verdaderamente lo estamos. Se me ocurre pensar que la discusión se hace tanto más interesante precisamente por cuanto no lo estamos del todo.

Acerca de la ciudad se ha hablado ya hace más de dos mil años. Su concepto parece unívoco y claro. Los griegos llamaban a la ciudad polis y los romanos la llamaban civitas. Así lo hemos aprendido y así las traducimos: polis = civitas = ciudad. El término griego sigue presente en expresiones modernas como "metrópolis" y "política", que todas las lenguas europeas contienen, mientras que el término latino ha dejado derivados en varias lenguas: "ciudad", "cité", "city". Sin embargo, cuando los antiguos decían polis o civitas, no querían decir exactamente lo mismo que nosotros cuando decimos "ciudad" o los ingleses o suecos, cuando dicen "city". Mejor dicho: con esas palabras queremos nosotros decir lo mismo y al propio tiempo algo diferente que los antiguos. No se trata de una transformación propia y clara del contenido conceptual como totalidad, sino más bien de un cambio de perspectiva que nuestros diccionarios no pueden captar bien. Los términos se presentan en su forma gráfica como perfectamente fijos y unívocos y ello nos seduce a creer que el contenido conceptual goza de una consistencia semejante. Somos así víctimas de un autoengaño a causa del poder de la palabra. Oímos una expresión y le adosamos mentalmente un concepto sin reparar en la diferencia del carácter de ambos y en su desigual desarrollo cultural o histórico. Las transformaciones en las formas de vida conducen a menudo a transformaciones en el vocabulario, pero conducen sobre todo y con mayor rapidez a transformaciones en el uso conceptual de palabras que siguen teniendo la misma configuración literal o fonética. Es decir que la transformación conceptual se produce ya antes de que la propia imagen de la palabra se haya comenzado a transformar. Pues las transformaciones de lo material son por lo general más lentas que las de su sentido, lo cual nos hace ciegos ante otras formas de vida y otras formas de pensamiento que aquellas en las cuales nos encontramos inmersos.

Cuando usamos la palabra "ciudad" vacilamos, sin apenas advertirlo y según la situación o la finalidad de lo que decimos, entre por lo menos dos aspectos conceptuales diferentes. Esta oscilación mental es un fenómeno tropológico que la Retórica llama metonimia, una figura de la misma familia que la metáfora pero más difícil de indentificar que ésta. "Metáfora" se ha convertido en una palabra de moda. "Metonimia" es todavía un término especializado que no todos conocen. Ambas representan sin embargo un cambio de sentido o un cambio de nombre, si bien el cambio metonímico resulta menos visible que el metafórico. El cambio o desplazamiento de orden metonímico entre nombre y significado no se da por motivos de semejanza, como es el caso de la metáfora, sino con base a alguna forma de contigüidad material o figurada con respecto de aquello de lo que propiamente se habla(1). Mientras que la metáfora nos ayuda a menudo a crear nuevas palabras para nuevos objetos o nuevos fenómenos, nos ayuda la metonimia a hacer cambios de aspecto y carácter en las palabras al pasar de una situación a otra o de un tiempo a otro. La metonimia es así el más importante de los mecanismos de poder lingüístico, constantemente presente en la propaganda, la política y la planificación urbana. Su uso debiera por lo tanto advertirse más conscientemente de lo que es el caso. La metonimia nos seduce a creer que seguimos hablando de lo mismo cuando hemos comenzado a hablar de algo distinto. Permítaseme ahora estudiar su función en la concepción de la ciudad.

La estructura y el sentido de la ciudad

Una ciudad puede entenderse como estructura física, como edificación. Esta es, creo yo, la idea primera y más inmediata que surge en la mente de todos cuando nos encontramos con la palabra "ciudad". Pero una ciudad es también la comunidad humana, la forma urbana de vida que desarrolla una población de cierta magnitud. El espacio edificado es por supuesto el escenario en que la vida urbana tiene lugar, pero una cosa es pensar en la ciudad desde el punto de vista de los edificios y otra pensar en la vida urbana como tal. La perspectiva del sociólogo exige a menudo este último aspecto, pero la perspectiva dominante es la del arquitecto. Sostengo pues que estamos culturalmente programados para entender la ciudad en primer lugar como una estructura física dentro de la que se desarrollan las relaciones humanas. Sólo en segundo lugar entendemos la ciudad como el propio sistema de relaciones humanas que crea tanto estructuras sociales como físicas. No son los ordenadores los que imitan a nuestros cerebros, somos nosotros los que a veces funcionamos como ordenadores. Si yo no hago nada para que el estilo de mi ordenador cambie, el texto impreso lo estará en estilo Dutch Roman 12 puntos. Si quiero y hago las pulsaciones necesarias para ello, puedo hacer que el estilo de la impresora sea Swiss Bold 15 puntos o Swiss Italic 12 puntos, por ejemplo. Pero para ello tengo yo que tomar la iniciativa, en caso contrario la ordenadora escribirá en el estilo que tiene básicamente programado. También la cultura nos proporciona, en cada momento histórico, una forma principal de ver las cosas, juntamente con una serie de formas secundarias que se hacen valer sólo cuando el contexto lo exige explícitamente.

Estructura física y vida humana son dos aspectos que siempre han ido unidos a nuestra manera de entender la ciudad, pero la relación entre esas dos formas de entender y la prioridad entre los dos aspectos (que en otro lugar he llamado la parte iluminada y la parte en sombra del concepto) varía con el tiempo y con la situación. Cuando los atenienses decían polis se referían primordialmente a "la comunidad humana" y sólo en segundo lugar a "la estructura o entorno físico". Los romanos por su parte usaban la palabra civitas casi exclusivamente en la acepción humana.

En el siglo VI, al hacer una exposición sobre el origen de las palabras, San Isidoro de Sevilla escribía en sus Etimologías lo siguiente:
 

Los romanos y sus inmediatos sucesores cambiaban por consiguiente de civitas a urbs cuando querían referirse a la ciudad como estructura física(2). Nosotros decimos "ciudad" para ambas pero (aun contando también con la palabra "urbe") pensamos primordialmente en su estructura física y sólo en segunda acepción, cuando la necesidad lo exige, en la vida urbana de los seres humanos. La palabra "urbe" es hoy sinónima de "ciudad física" y se usa para designar ciudades grandes.

Quizá parezca todo esto banal o poco problemático. Si el que usa la palabra es un arquitecto o un urbanista, es natural que éste considere la ciudad desde su aspecto físico. Si la usa un activista cultural, entonces la ciudad se presenta como un complejo de actividades humanas. Todo esto parece sencillo y natural. Sin embargo, es la perspectiva física (la visión del arquitecto) la que predomina por encima del aspecto humano. Esto se debe a que el aspecto físico es el que se hace visible de modo inmediato y a que el ojo ha tenido en nuestra cultura una influencia decisiva tanto en nuestras formas de pensar como en la evolución lingüística. Nuevos nombres y nuevas metáforas se crean a partir de lo visible y lo tangible. Una visión auditiva del mundo ha ostentado en nuestra cultura un rango secundario, lo cual no deja de reflejarse en la discusión acerca de lo masculino y lo femenino. Incluso cuando nos dedicamos a "sociología urbana" parece como si la "vida ciudadana" entendida como vida dentro del escenario físico, otorgara a ese aspecto físico un papel decisivo.

Por supuesto que es posible adoptar la otra perspectiva y pensar la ciudad como el conjunto de actos humanos, pero parece como si esto fuera a contracorriente de la cultura. Cuando se alude a la ciudad como lo humano ("Toda la ciudad se echó a la calle" no se refiere a las piedras, sino a los hombres), viene a nuestras mientes la imagen de las masas de individuos en la calle, lo cual también es una imagen visual y desviada. Las acciones que constituyen la ciudad como realidad humana no son literalmente visibles; sólo pueden ser entendidas e interpretadas a través de lo que se ve. Pero sin interpretación tampoco habría ningún conocimiento de lo puramente físico, ni aun de las cosas más individualizadas. Creemos ver buzones de correos cuando nos encontramos en la calle ante esos objetos metálicos redondos y pintados de amarillo. "Buzón de correos" es una interpretación funcional que nos remite a experiencias arraigadas y a conductas humanas institucionalizadas. También "objeto metálico", e incluso la "redondez" o el color de las cosas son interpretaciones intelectuales de cualidades y formas que hemos aprendido. El conocimiento y la experiencia humanas son el resultado sintético del encuentro de una inevitable realidad física sometida a determinados procesos con una construcción de sentido que utiliza dichos procesos, en la medida que es posible, para fines propios. Es lo que Hegel llamaría la "astucia de la razón". El problema de la cultura tecnológica consiste, simplificando un poco, en que creemos poder manejar el mundo del sentido con la misma lógica y los mismos métodos que utilizamos para manejar la realidad física. Ésta última es una realidad que nos proporciona un conocimiento científico atemporal e inmutable que puede acumularse y manejarse mediante métodos exactos de cálculo, mientras que la realidad humana es histórica y por ende más imprevisible y reacia a la inalterabilidad y a la manipulación de causa-efecto.

La prioridad que se otorga a lo físico no es, por lo tanto, mero resultado del prestigio de la profesión de arquitecto sobre la de las ocupaciones de tipo social. Se trata más bien del paradigma cultural (la supravaloración de lo físico en nuestro conocimiento) que otorga a profesiones determinadas (arquitectos, ingenieros, técnicos) un rango superior al de las profesiones sociales. En la organización del sector público (en mi experiencia de Suecia esto es evidente) suelen tener más peso las instituciones orientadas a las funciones técnicas que las que se dedican a asuntos más relacionados con la atención ciudadana, a pesar del carácter instrumental de lo técnico con relación a las funciones sociales. La instrumentalización de la ciudad que supone la consideración de ésta como un artefacto visible, en lugar de atender a la competencia del obrar ciudadano como lo característico de ella, es una de las muchas expresiones de la mentalidad cientificista y tecnológica que domina nuestros ideales culturales.

La ciudad como utopía geométrica y como historia vital humana

Voy por consiguiente a confrontar dos perspectivas diferentes de la ciudad:

1. La ciudad como escenario físico dentro del cual los seres humanos desarrollan ciertas formas típicas de vida llamada "urbana". Llamo a esta perspectiva paradigma geométrico. Se trata aquí de "la vida en la ciudad"

2. La ciudad como sistema organizado de actividades humanas que ante todo crean las estructuras sociales y físicas que han de permitir su propio desarrollo y renovación. Concibo esto como el paradigma biográfico o histórico de la ciudad(3) Se trata aquí de "la ciudad como vida".

Estas dos concepciones se diferencian pues no por su contenido conceptual, considerado como totalidad, sino por la relación entre los elementos que lo integran y la perspectiva desde la que son considerados. Esta diferencia es no obstante de tanta importancia que constituye una línea divisoria entre dos éticas sociales o, si se quiere, entre dos formas culturales. Ambas incluyen la vida en común de los seres humanos y ambas pueden en principio presuponer formas democráticas de actuación, pero mientras la una piensa la ciudad como una estructura física, como un escenario terminado que da cabida a una vida urbana democrática y a una política local, concibe la otra la ciudad como un complejo de actuaciones democráticamente inspiradas, consistiendo una de las más importantes de ellas en la planificación y la construcción de la estructura física de la ciudad y en el establecimiento de las instituciones democráticas que tienen por misión la reproducción de las formas básicas de vida.

El paradigma geométrico de la ciudad pretende hacer posible la vida buena y la conducta democrática como si ésta fuera una especie de implemento de la estructura física. Esta es la idea del funcionalismo: el urbanista creador de estructuras físicas tiene que ser consciente de que han de dar cabida y hacer posibles las actividades humanas, lo cual trae como consecuencia natural la utopía y el perfeccionismo.

El paradigma histórico supondría que la propia estructura física es un resultado de la vida organizada en formas democráticas. Esto supone un modelo de participación en el que la acción crea su resultado, sin pretensiones de perfeccionismo ni utopías previas.

Esto no quiere decir sin más que solamente el segundo modelo se ajusta a la tarea democrática, pero el primero supone simplemente un escenario para la actuación democrática, en la que dicha actuación se da dentro de un marco previamente establecido. El segundo modelo en cambio supone una actuación democrática que afecta a la propia construcción del escenario. Entre las tareas de los actores se incluye así también la de erigir su propio escenario. La primera representa un tipo de sociedad paternalista y dirigida por expertos, en la que unos cuantos saben de antemano lo que es bueno o malo para todos los demás; la otra representa una actividad dialógica totalmente democrática. Se trata de elegir entre abarcar la vida en el espacio edificado o abarcar la construcción del espacio dentro del tiempo de la vida. La cuestión es qué forma es posible y cuál de ellas es preferible.

Cuando los griegos del siglo VI antes de J.C. acentuaban la concepción de la ciudad como forma de vida humana frente a una concepción meramente física(4), iba esto acompañado de la aparición de la idea política de la democracia. En un principio la polis era el recinto elevado y amurallado en que el rey o basileus ejercía su poder. Cuando ese poder y con ello la denominación de polis se desplaza del castillo al agora o plaza pública, adoptando un sentido nuevo y humano, cuando la muralla desaparece para convertirse en un diálogo abierto, se transforma la vieja polis en akropolis, es decir en "polis de arriba".

Entre los romanos se advierte una evolución en dirección contraria. En su concepto de ciudad comienza subrayándose el aspecto humano, si cabe aun más fuertemente que en la denominación griega. Esto a pesar de que los romanos son los primeros grandes planificadores urbanos, construyendo infraestructuras según la necesidad prevista de antemano para la ciudad. Ahí está el acueducto de Segovia, destinado a proveer de agua a una población que nunca, en época romana, llegó a la magnitud que se calculaba. Los romanos tenían ya un aparato planificador, aun cuando las prognosis estaban en manos de los sacerdotes o augures. La palabra "auspicios" (de avis spicio, "observar las aves"), hoy sinónima de previsión o prognosis, es así uno de los términos más antiguos en la historia de la planificación. Los auspicios se basaban en creencias superticiosas ligadas al movimiento de las aves. Me pregunto si nuestras prognosis son menos supersticiosas que las de los romanos. El sacerdocio y la teología han sido ahora sustituídos por la Ciencia Económica y la Estadística institucionalizada se encarga de los augurios o auspicios. Son otra clase de pájaros los que ahora cuentan. Pero ya los romanos dejaron claro que la planificación física total es un instrumento de poder. Los griegos nunca llegaron tan lejos.

Mientras que la palabra civitas era usada de manera unívoca por los romanos para designar la vida de los ciudadanos, para la ciudad como estructura física se utilizaba otro término: urbs(5), que también significa "muralla" y está emparentado con orbis, aludiendo a la forma redonda. Lo curioso es que la palabra civitas, que carece de connotaciones físicas, haya originado algo tan petrificado como la city actual, la cual sólo nos hace pensar en las estructuras físicas.

En la medida en que se establece este traslado semántico de carácter metonímico en la idea de ciudad hacia su aspecto físico, se percibe a partir del Renacimiento un interés creciente por las soluciones totales y por las utopías, es decir por las imágenes de una sociedad local totalmente organizada hasta sus mínimos detalles.

Frente al aspecto totalmente irregular y carente de plan de las viejas ciudades, en las que la tarea del arquitecto consistía en construir casas individuales, dando el conjunto expresión a muchas voluntades individuales diferentes(6), tenemos las modernas ciudades urbanizadas y sus suburbios, en los que distritos enteros han sido construídos a partir de una misma idea. No me estoy refiriendo en primer lugar al aspecto estético, pues también las expresiones en piedra del poder, por ejemplo San Petersburgo, pueden dar muestras de belleza. Las dos concepciones de la ciudad representan sin embargo dos visiones distintas de lo que es el la construcción de la ciudad y la dificultad práctica de integrar la forma física de ambas da testimonio de una incompatibilidad más profunda. En el casco antiguo de Toledo se han integrado durante casi 10 siglos estilos y formas de edificar diferentes, pero hoy es inconcebible la incorporación a la ciudad intramuros de las formas modernas de construir, que son relegadas a la periferia externa y alejada de la ciudad.

Etica y praxis de conocimiento

Nos movemos aquí tanto entre dos formas de ética social como de praxis cognoscitiva. La elección se halla entre despotismo o democracia y entre conocimiento profesional o experiencia de vida. El despotismo encaja mejor con el primero que con la segunda. La mayor paradoja de la ilustración y la modernidad reside, a mi parecer, en la obstinación de querer hacer compatible un ideal científico que conduce al dominio de los expertos profesionales con un ideal comunitario que quiere deshacerse de todo cuanto signifique dictadura. El resultado es la oligarquía, el parlamentarismo si se quiere, pero no propiamente la democracia. La confusión entre parlamentarismo y democracia procede de nuestra constumbre de entender la ciudad como piedras, no como vida humana comunitaria. El parlamentarismo no es exactamente lo mismo que la democracia, sino una estructura y una técnica previas que no garantiza sin más la democracia, si bien puede apoyarla y defenderla, una vez arraigada. La democracia es la forma de vida (vida en sentido histórico, no biológico), el parlamentarismo son sólo las reglas codificadas de juego. La tragedia de la tecnología reside en que, habiendo logrado crear las condiciones materiales para hacer posible una forma de vida común democrática, se convierte en su principal obstáculo.

La planificación pública del parlamentarismo es, por lo tanto, una mezcla de oligarquía profesional y democracia. Al identificar el parlamentarismo con la democracia desenmascaramos nuestra tendencia a otorgar primacía a las estructuras frente a las formas de vida (17). Nuestro pánico ante toda forma de democracia directa, aun en comunidades reducidas, que consideramos como una utopía imposible, y nuestra costumbre de elegir, incluso dentro de grupos pequeños(7), representantes que hablen en nombre de ellos, pone de manifiesto nuestra desconfianza en la capacidad humana de desarrollar una competencia cívica y nuestra sumisión al despotismo profesional. Es grotesco advertir que un grupo de ciudadanos elegidos dediquen toda su vida activa a tomar decisiones sobre los demás ciudadanos. Ni siquiera los tribunales, que exigen mucho mayor conocimiento en materia específica, funcionan de esta manera. Todo esto parecerá propaganda (anti)política; trataré de matizar un poco.

Quisiera aludir a todos los intentos hasta ahora fallidos de establecer formas de influencia ciudadana en la planificación municipal de Suecia desde 1970. Esos intentos eran testimonio suficiente de la necesidad reconocida de lograr una construcción más democrática de la sociedad. El fracaso de esos esfuerzos muestra sin embargo que existen obstáculos insuperables en el camino de la democratización del llamado proceso de planificación. A lo más que se ha llegado ha sido a la discusión por parte de un sector de la opinión pública de los proyectos elaborados por expertos, antes de que sean sometidos a la decisión de los detentores de la política. Esto supone que el conocimiento profesional ha hecho su tarea antes o al margen del "diálogo" con los usuarios y con los ciudadanos de a pie. Todo esto se lleva a cabo no sin escaramuzas retóricas entre expertos y políticos, para vender el proyecto en el mercado de las resoluciones. Primero es la ciencia, luego la democracia; primero una descripción de lo bueno, formulada por los ingenieros sociales, a continuación un mero opinar de los menos informados que, no obstante, serán afectados por el proyecto. Así funciona un proceso paternalista de planificación:

                        Ciencia-> retórica profesional-> "diálogo"-> decisión

Escribo "diálogo" entre comillas para distinguir el diálogo consciente y auténtico de una mera conversación entre planificadores y opinión pública del tipo mencionado. La palabra "diálogo" se ha convertido en un tópico util en cualquier contexto, no menos cuando se trata de investigar sobre el urbanismo. Se habla hoy mucho de "urbanismo dialogado". ¿Quién no va a decir que hay que llegar a un "diálogo", sea en lo que fuere? Esa palabra llena de connotaciones positivas que se utiliza, como muchos otros substantivos, de manera imprecisa, tiene más de conjuro que de intención.

Diferentes formas de conocimiento y diferentes formas de lógica: el diálogo como acción

Una cosa es decir que queremos establecer un diálogo, otra tener intención de ello, querer decir. Una tercera es hacerlo. Esto exige saber ciertas cosas, creer en la posibilidad de otras y querer realizarlas de hecho. Cada uno de esos aspectos

(saber, creer, querer) conllevan su lógica particular. Un diálogo en sentido propio tiene que reunir una serie de condiciones que no son fáciles de cumplir. El filósofo alemán Jürgen Habermas ha inspirado a una serie de investigadores sociales y del urbanismo con su Teoría de la acción comunicativa. Habermas parte de un modelo dialógico que exige simetría y abstención de motivaciones manipulativas entre los dialogantes, estipulando una idea de cuáles son las premisas de un diálogo auténtico. Su modelo se detiene, sin embargo, cuando lo más importante comienza: la realización concreta de uno u otro diálogo. Para ello es preciso profundizar, más a fondo que lo que hace Habermas, en la naturaleza del diálogo como actividad y en su "cómo" práctico. Es preciso observar detalladamente la estructura discursiva de los diálogos, es decir la forma en que el diálogo se constituye como tal, y las condiciones o contextos en los que surge y se desarrolla.

Una conversación entre uno que sabe y otro que está menos informado rompe la simetría exigida por un auténtico diálogo, si no se toman medidas extraordinarias. La confrontación entre el experto y el usuario se lleva a cabo a menudo de ese modo asimétrico. Los expertos suelen constatar (a veces abiertamente, a veces en reunión cerrada) que la comunicación con personas que no entienden tanto como ellos es una empresa sin sentido. Muchos intentos de participación ciudadana resultan en un sentimiento más o menos patente de superioridad por parte del profesional. "La democracia es difícil", oímos a veces decir. Parece que nunca se llega a un resultado aceptable. Esta situación es producto de un total malentendimiento de lo que es el diálogo y de aquello que es dialogable.

El primer error consiste en creer que lo que se discuten son los conocimientos instrumentales que el experto ha adquirido mediante su formación profesional. Naturalmente que es imposible discutir elementos puramente técnicos con personas sin conocimiento técnico. En su autosuficiencia para diseñar el proyecto no ven los expertos que lo que están manejando no son sólo factores técnicos, sino que con ellos pretenden además determinar lo que es lo bueno. Todo proyecto técnico está transido de valoraciones, ya que trata de realizar algo concreto y no simplemente de describir hechos dados. Se trata en parte, pero muy poco, de lo que en verdad podemos saber y más de lo que es razonable creer. Pero se trata, sobre todo, de lo que queremos y debemos hacer.

El conocimiento empírico y las soluciones técnicas del experto no distinguen lo instrumental y profesional de la finalidad que la solución pretende alcanzar para los usuarios. Cierto que un experto también es un ser humano, por consiguiente también usuario, y que puede entender lo que "la gente quiere" y de qué manera algo es bueno o malo, es decir de su finalidad humana. "Puesto que yo puedo saber lo que es bueno tanto (o más) que cualquier otro, basta con mi decisión, sin necesidad de diálogos inútiles", puede pensar. La buena vida que la política de la ciudad pretende promover no es, sin embargo, algo que cada uno pueda dilucidar por propia cuenta. Los valores que afectan a toda la sociedad sólo pueden ser dilucidados si todos pueden participar en un discurso igualitario, no en una conversación entre sabiondos y necios.

El error fundamental acerca de la esencia del diálogo en una cultura que ha dado prioridad a las estructuras y a los resultados visibles frente a la actividad autocreadora de la acción, reside en creer que la comunicación es algo que se "hace" o lleva a cabo con miras a un resultado previsto. La acción de comunicar se instrumentaliza así y se hace en sí misma carente de interés, siendo lo único importante su resultado. La planificación se convierte entonces en lo que ha dado en llamarse "planificación negociada". ¿No es acaso esto lo que explica lo ceñido de nuestra existencia al calendario y a los horarios prefijados? Totalmente dominados por la efectividad, rehusamos el perder tiempo en una comversación que nunca llega a un fin concreto. Sin embargo, quizá alguien haya descubierto que también una comunicación sin finalidad prevista puede enseñarnos mucho. Si no fuera así se quedarían los psicoterapeutas sin trabajo; pero por alguna extraña razón da la casualidad de que lo que caracteriza esa profesión es el pleno empleo. Jamás han tenido los seres humanos una necesidad mayor de hablar por hablar. Que la finalidad de la comunicación quizá no sea otra que la propia comunicación es una idea que quizá nos sorprenda ... hasta que nos empecemos a acostumbrar a ella.

Nuestra intrumentalizada conciencia nos ha hecho ciegos para una distinción que Aristóteles establecía entre una actividad que tiene su motivación en un objeto o efecto exterior a ella misma, un objeto que trata de producir o de alcanzar, y una acción que supone su propia realización. Esto quiere decir que un proceso no es lo mismo que una acción, es decir que deberíamos distinguir lingüísticamente entre obrar y hacer algo. Edificar es un proceso constructivo que sólo alcanza su fin, el edificio construído, cuando el proceso de construcción ha logrado su algo, quedando concluído. Habitar el edificio, en cambio, no es ya un proceso, sino una acción. No hace falta habitar más o menos tiempo la casa para alcanzar el fin del habitar. Se habita desde el mismo instante en que se comienza a habitar y sólo mientras se habita. Construir casas y habitarlas son, por lo tanto dos categorías o formas distintas de actuación. Nosotros utilizamos un mismo concepto para lo que necesitaría dos: uno para las actividades instrumentales y otro para las que suponen su autorrealización.

Esto no es sin embargo fácil de entender, pues las acciones autorrealizantes se hallan a menudo involucradas en (quizá diríamos mejor "involucrando a") actuaciones instrumentales, originando así una serie de productos y resultados, a modo de añadidura o biefecto. Si quiero mostrar a mi esposa mi afecto quizá le regale un anillo de diamantes el día de su cumpleaños. ¿No pertenece acaso la acción afectiva al tipo de acciones auténticas o autorealizadoras a que me he referido? Cierto. ¿Y no es acaso el regalo, el anillo de diamantes, un resultado material de mi actuación? Es verdad, pero el anillo no es el motivo o fin de la acción. Todo fin instrumental o técnico no es más que un medio, más o menos adecuado, para satisfacer una finalidad de otro orden, de un orden humano. El bien técnico es relativo, el bien humano es absoluto y autosuficiente. Una acción con valor intrínseco abarca a menudo muchos procesos o actividades instrumentales. Obsérvese que el regalo a mi esposa, en mi susodicho ejemplo, no es un resultado de mi afecto. Yo no aprecio a alguien para hacerle un regalo, sino que le hago un regalo para expresar mi aprecio. El regalo sería más bien un medio que un fin. La actuación instrumental que ha resultado en la entrega del regalo (ir a la tienda, pagarlo, transportarlo, etc.) es algo que obtiene su sentido, que le da el sentido de "regalo" y de "felicitación", a través de una acción superior a ese quehacer. Es la acción de apreciar a alguien lo que da sentido a mi actuación de adquirir y entregar un regalo.

Se construyen casas para habitarlas. Unas veces se alquilan, otras se compran. A veces se construye uno mismo su morada. Pero es el habitat lo que verdaderamente importa y lo que otorga sentido al proceso de construir(8). Ser experto en construir casas no es sin más lo mismo que saber cómo se quiere y se necesita vivir. Un experto en construcción no es un experto en habitar. Por eso, aun cuando la ciudad sea el resultado de un proceso de construcción, es la vida humana lo que le da sentido y lo que hace que los humanos realicen una serie de procesos instrumentales en su servicio.

La arrogancia de los expertos no reside tanto en que no perciben que el conocimiento profesional es meramente instrumental cuanto creen tener mayor vocación que otros ciudadanos a hacer lo que hacen, porque ellos saben lo que es verdadero y lo que es falso. Pero la proyección de algo no es ni verdadera ni falsa. Proyectar y planear no es hacer una descripción científica, sino razonar acerca de lo que debe o no debe ser con relación a lo que consideramos razonable o no razonable. El conocimiento del sentido no es nada que se aprenda simplemente en una Politécnica ni en ninguna otra institución de enseñanza. El conocimiento del sentido no se basa tampoco en observaciones empíricas o en experimentos científicos, sino que se fundamenta en la experiencia de la vida humana. Su expresión surge y se desarrolla solamente en un discurso que es esencialmente diferente del discurso científico. Todo conocimiento transmitido por medio de la enseñanza esta subordinado al sentido de la vida, no al revés. Por eso, todo proceso de planificación debería acuñarse desde su comienzo en un diálogo en el que el sentido va buscando formas de expresión que orienten a los expertos acerca del terreno en que deben abrir camino con las herramientas de su conocimiento profesional.

La ciudad: lugar del sentido o espacio sin sentido

Un proceso de planificación llevado a cabo democráticamente tiene que seguir un orden de etapas diferente al anteriormente mencionado. Este es el esquema que debe seguir:

                            Diálogo-> Saber profesional (ciencia)-> Diálogo-> Decisión-> Diálogo

El diálogo ciudadano no es aquí un proceso instrumental, sino la actividad fundamental que coordina todo cuanto la ciudad (considerada como la comunidad de seres humanos) hace, incluyendo, claro está, el diseño y el desarrollo de su imagen física. Un diálogo auténtico crea, lenta pero firmemente, la competencia cívica que está a la base de la forma humana de la ciudad. Se trata de un diálogo cívico que enlaza a las generaciones y está transido de historia y de tradición; un diálogo, en suma, que crea lugares en lugar de meros espacios.

En nuestra confusión moderna entre espacio y lugar, encuentro otro de los puntos ciegos de nuestra cultura. Lugar y espacio no son propiamente términos sinónimos, como algunos creen. El espacio es una dimensión vacía, una dimensión física concebida geométricamente. El lugar (que los griegos llamaban topos) carece de dimensiones fijas. Un lugar aparece doquiera que algo importante sucede, doquiera que el sentido humano logre imponerse y articularse. La tópica era, en la jurisprudencia tradicional o en la Retórica clásica, ese arsenal creador del que obtenemos los elementos que otorgan su sentido concreto al discurso.

Un lugar es, en la ciudad, un enclave con sentido, con un sentido que el lugar asimila dentro de una tradición histórica. "De aquí salió Colón para descubrir América", "En esta casa nació mi padre", "En este café se daban cita los escritores y los artistas", "Aquí es donde sucedió tal cosa". Hablamos así de lugares de recreo, de lugares del crimen, etc. Mientras que la tradición del lugar siga viva y pueda evocarse, continúa el lugar siendo un lugar. Un edificio que tuvo un uso y ahora se destina a otro, sigue comunicando un sentimiento de historicidad y de cambio de sentido, que lo hace sin duda más agradable que un edificio de reciente creación, históricamente aséptico. El respirar la historia es importante para cada lugar y para el diálogo de la ciudad. Con la destrucción de un casco antiguo o de un barrio popular se transforma ese lugar en mero espacio. Esto quita la vida a las ciudades. Pero, al igual que en la tragedia de Edipo, no son las intenciones de los urbanistas las que fallan, sino simplemente su resultado. Todos somos culpables pero niguno es responsable.

El sociólogo chileno residente en Suecia Mauricio Rojas ha descrito la ciudad sueca moderna de la siguiente manera:

"Las ciudades no parecen tener vida propia ni otras funciones que las funciones prácticas. Va uno a la ciudad a comprar, a trabajar o a resolver otros asuntos, para después abandonarla totalmente. La vida callejera, los seres humanos que se encuentran en la calle sin otro fin que ése, encontrarse en la calle, la atracción de la plaza, la muchedumbre que se mueve caprichosamente, los rituales sofisticados del ocio, la vida del café, nada de esto existe o existe solamente en parodias difícilmente reconocibles. Los lugares de encuentro son contados y lo público en sí es algo que parece evitarse al máximo. Los suecos se mueven deprisa, con pasos decididos y atléticos, hacia una meta que siempre está en otro sitio, lejos de lo público urbano." (Moderna tider, nº 1/1993, pág. 23: "Landet som döljer sig" (El país que se oculta).

La ciudad funcionalista ha sido diseñada por expertos a partir de un modelo de análisis de fines y medios que puede ser útil para soluciones técnicas, es decir para los artefactos materiales cuya construcción supone una lógica deductiva y una aplicación práctica de una teoría, de un saber, pero no para una vida humana impredecible y creadora.

La ciudad humana no puede planificarse a partir de formulaciones concretas de fines. La formulación de fines y las utopías tienen su lugar solamente en lo lógicamente predecible. La lógica de la inseguridad y de la voluntariedad lleva un nombre que para nosostros se ha hecho digno de menosprecio: retórica. La retórica se ha convertido para nosotros en una forma de manipulación. Pero donde verdaderamente se da la manipulación es sobre todo en la divulgación retórica de los proyectos de los expertos. Un buen diálogo se eleva, en cambio, sobre la lógica abierta y llena de sentido de la retórica, una lógica no formal que sabe unir la razón con el sentimiento. Esta lógica humanizada fructifica en un diálogo que carece de fines absolutos y definidos, estando en cambio transida de sentido.

Los expertos, con sus proyectos, dicen querer satisfacer las necesidades de los seres humanos, sus deseos y exigencias. Y para conocerlos realizan encuestas y hacen preguntas concretas, clasificando luego y cuantificando las respuestas obtenidas. De esta manera se obtiene una imagen fantasmal, parecida a la que la policía hace del rostro de un criminal a partir de las descripciones de los testigos visuales. Es una imagen que no corresponde a persona determinada alguna sino a un ser humano medio. Es para este tipo medio para el que se urbaniza y construye en la sociedad moderna. Lo cual resulta, desde luego, infinitamente más sencillo que enfrentarse a una multitud concreta de ciudadanos que hablan y opinan. En realidad no es posible, como creen nuestros investigadores del bienestar social, inventariar las necesidades y exigencias humanas de manera definitiva y en términos claros. Necesidades, exigencias, deseos y sentido son cosas que no se pueden decir y nombrar directamente, sino solamente mostrar y precisar sucesivamente en un diálogo humano desarrollado en igualdad de condiciones.

La planificación y el urbanismo suelen entenderse como una actividad práctica, pero los únicos que practican las construcciones de que hablan los planificadores y urbanistas son los obreros de la construcción, los cuales sólo hacen lo que les han dicho que hagan, perdiendo la significación que tenían, a pesar de su anonimato, los artesanos de las iglesias medievales. Los planificadores y urbanistas no hacen otra cosa que hablar con palabras y con proyectos, hacer cálculos y planos o modelos dibujados. Es curioso que los planificadores apenas reflexionen sobre el lenguaje y sobre la expresión, a pesar de que su actividad consiste exhaustivamente en manejar diferentes formas de lenguaje y de expresión. Creen utilizar el lenguaje para describir algo, pero no advierten que el lenguaje construye justamente el mundo que vamos a habitar. Esto lo sabe bien el diálogo auténtico. Una cosa es la corporeidad pura e inevitable, otra el sentido que creamos al manejar esa corporeidad (18). Es en el proceso dialógico creador de sentido en el que las actuaciones instrumentales, transformadoras de lo físico, hallan su contexto.

El fracaso de nuestros intentos de dar participación a los ciudadanos depende de la impaciencia que rodea a un proceso comunicativo que es entendido como instrumento y exige siempre un resultado unívoco. En una sociedad de expertos en la que cada uno cultiva su especialidad y en la que el diálogo en torno a nuestros asuntos comunes se ha hecho raro y se ha puesto en manos de expertos del sentido, llamados "políticos", en una sociedad en la que la influencia de muchos ciudadanos sobre la evolución de su ciudad se reduce a votar cada cuatro años por una lista de poderosos anónimos compuesta por el aparato de un partido, en una sociedad como ésa se hace difícil la realización de una participación ciudadana. Pues la participación ciudadana exige paciencia, exige la creación lenta de nuevos lazos de actividad social entre los seres desarraigados, procedentes de todas partes, que el mercado de trabajo ha concentrado en las ciudades dormitorio y que apenas ven a sus vecinos más que en los fines de semana. La participación ciudadana exige una inversión sinceramente sentida en todo aquello que pueda fortalecer el contacto y el diálogo acerca de las condiciones de la vida humana.

Quizá sea ya demasiado tarde. Quizá sea todo esto imposible en una sociedad de rápidos medios de comunicación, automovilismo y televisión, por no hablar de la informática, en la que tenemos más contacto con nuestros compañeros de trabajo y con otros seres humanos distantes en el espacio que con los vecinos de la misma casa. Antes de que la lógica de la tecnología nos convierta en prolongaciones de todos nuestros artefactos e instalaciones, hemos de restaurar el diálogo y la competencia cívica. Es posible que sea demasiado tarde, pero no tenemos otro remedio.

Notas

1) Decimos que algo pertenece a «la Corona», en vez de decir a «la Casa Real», que a su vez es también una metonimia de «Patrimonio Real». Vamos a «tomar un vaso», cuando bebemos vino. Sucede de vez en cuando que alguien nos pregunta si «tenemos fuego», como si fuéramos antorchas vivas. Y damos el nombre del órgano que albergamos en la boca, la lengua, a la actividad que con su ayuda realizamos y, por ende, al sistema de palabras utilizado como medio para dicha actividad.

2) Es curioso que la palabra city en ciertas lenguas haya venido a designar de manera unívoca la parte central petrificada de la ciudad.

3) Me atrevería a llamar a éste paradigma biológico, si no fuera porque la palabra griega bios (que significa "vida" en sentido humano y biográfico, no en sentido orgánico) ha sido utilizada para otros fines.

4) Algo parecido sucedía con la oikía que designaba la comunidad familiar más bien que la casa en la que la vida familiar se desarrollaba.

5) Véase lo dicho anteriormente. Cfr. Richard Sennett [1990] (pág. 10-11). En las antes citadas Etimologías escribe San Isidoro de Sevilla: "El nombre de urbs (urbe) deriva de orbis, porque las antiguas ciudades se construían en círculo, o quizá la denominación provenga de la mancera (urbum) del arado que se utilizaba para trazar el emplazamiento de los muros" Nótese que civitas, al igual que la palabra griega polis, puede usarse también somo acepción secundaria para designar la fábrica de la ciudad. Para nosotros sucede al revés: la ciudad son los ciudadanos en acepción secundaria.

6) "The medieval builders were masons and carpenters, not philosophers". (Sennett [1990] s.12). "The Church of Isidore's time became a congregation of builders" (s. 11).

7) En Suecia alcanza esta costumbre extremos inconcebibles para una mentalidad meridional.
 

8) La mediatización del lenguaje del dinero ha logrado, sin embargo, instrumentalizarlo todo. Un constructor dirá que edifica casas, no porque propiamente le importe la necesidad humana de habitarlas, sino porque eso le proporciona ganancia. El dinero conviertetodo en mercancía. El que vende droga no tiene como fin la creación de la drogadicción, sino el beneficio que eso le redunda.
 

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