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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 94 (1), 1 de agosto de 2001

MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL

Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

INMIGRACIÓN, CIUDAD Y POLICÍA

Jesús Requena Hidalgo
Universidad de Barcelona
 


Inmigración, ciudad y policía (Resumen)

No es cierto que la policía haya existido siempre. Al menos, pienso que la afirmación anterior debe matizarse pues, en la forma en que hoy la conocemos, la policía, como institución y como actividad, es un invento reciente, un desarrollo propio del siglo XIX que hunde sus raíces, todo lo más, en la Ilustración. Tanto en su organización como en su funcionamiento, la explicación de la policía contemporánea no puede llevarse a cabo sin tomar en consideración los movimientos migratorios que motivaron el crecimiento de las ciudades desde el siglo XVIII: tal es la imbricación de ambos fenómenos.

Esta comunicación pretende exponer muy brevemente cuales son los aspectos de la inmigración urbana que más marcaron la aparición y el desarrollo de la policía en España y más particularmente en Barcelona. En primer lugar, en el primer apartado, se propone una explicación de la aparición y la organización de los cuerpos de policía que no reduce las implicaciones de la inmigración a los aspectos más relacionados con la represión de la delincuencia y que presenta este tipo de servicios como agencias de gobernabilidad. En segundo lugar, se destacan dos medidas de policía que el gobierno español tomó a finales del siglo XVIII a propósito del crecimiento demográfico, medidas referidas especialmente a la llegada de personas a las ciudades sobre las que se pretendía ejercer, sobre todo, un control esencialmente político y "de entrada". En tercer lugar, se ponen en relación el fenómeno migratorio y los servicios locales de policía en la ciudad de Barcelona en la segunda mitad del siglo XIX, y se trata una dimensión distinta de la anterior del trabajo de la policía que tiene que ver con la integración de la inmigración al proyecto de ciudad industrial de la época.

Palabras clave: ciudad / policía / Barcelona siglo XIX


Crecimiento urbano y policía

En general, las ciudades españolas experimentaron un crecimiento generalizado a lo largo de todo el siglo XVIII aunque sólo 40 de ellas superaban los 10.000 habitantes en 1787. A finales de ese siglo, Madrid tenía poco más de 215.000 habitantes y Barcelona, que había triplicado su población durante la centuria, unos 115.000 (1). Al finalizar las guerras napoleónicas, que interrumpieron este proceso de crecimiento, Barcelona empieza su transición demográfica, con el descenso, lento pero progresivo, de la mortalidad y la natalidad (2).

En 1857, entre el derribo de las murallas (1854) y la aprobación del plan del Ensanche (1859), la ciudad de Barcelona tenía poco más de 183.000 habitantes. En 1887, tenía más de 272.000 y diez años más tarde, en 1897, contando con la población de los municipios agregados, Barcelona era ya una ciudad de más de medio millón de habitantes (509.589) (3).

Los cambios en el movimiento natural de la población barcelonesa tienen poco que ver con el crecimiento demográfico que experimenta a lo largo de todo el Diecinueve: la natalidad era muy baja en relación al nivel todavía alto de la mortalidad. Como ya se sabe, es la inmigración principalmente rural la que, atraída por el desarrollo de la industria y su impacto sobre la expansión de la ciudad (con el derribo de las murallas y la aprobación del plan del Ensanche, la celebración de la Exposición Universal de 1888 o la absorción de los municipios del Llano), explica el crecimiento demográfico en todo el siglo XIX. En la segunda mitad del siglo, entre 1857 y 1900, Barcelona recibe una migración neta de unas 335.000 personas; este saldo es superior al crecimiento que experimentó Cataluña en su conjunto e igualmente superior al total de población que perdieron los municipios catalanes durante ese período, de lo que se desprende que los inmigrantes no sólo procedían del campo catalán sino que venían de otras provincias españolas, de Valencia y Aragón principalmente. Según el censo de 1887, sólo el 57% de los barceloneses había nacido en la provincia y más del 41% eran de otras (4).

Reducir las implicaciones que tuvo esta masiva llegada de personas foráneas a la ciudad en la organización del modelo policial español a los aspectos más vinculados a la idea del orden-desorden y a la represión de la delincuencia y de las infracciones en general supone dejar de lado una dimensión que me parece mucho más relevante de aquélla. La policía, como agencia de gobernabilidad de lo urbano, participó activamente en la difusión de una nueva forma de ejercicio del poder que se extiende desde el siglo XVII; participó en lo que Foucault llamó la formación de "la sociedad disciplinaria", y lo hizo, en parte, contribuyendo a la inversión funcional del conjunto de prácticas disciplinarias. Si antes éstas eran de signo negativo y constituían una disciplina de bloqueo porque pretendían, "detener el mal, romper las comunicaciones", ahora serán de signo positivo, disciplina de mecanismo que debe ser extendida desde el limitado contexto de las instituciones de encierro hasta el último rincón de la ciudad para alcanzar a toda su población:

"En su origen, se les pedían que neutralizaran peligros, que fijaran poblaciones inútiles o agitadas, que evitaran los inconvenientes de las agrupaciones demasiado numerosas; luego se les pide (pues son capaces de hacerlo) que desempeñen un papel positivo, que hagan crecer la utilidad posible de los individuos (5)".

La ciudad está siendo repensada. Se está convirtiendo en una máquina y es preciso crear las condiciones para que todo en ella, mercancías, ideas y personas, fluya de forma armónica de acuerdo con el proyecto que la racionalidad ilustrada pretende desarrollar (6). Tan ingenuo puede resultar pensar que la vida en la ciudad del XIX en general y en Barcelona en particular respondía a las pretensiones de los militares, los ingenieros y los higienistas como pensar que la intervención política sobre la ciudad es la negación misma de lo urbano, que los espacios públicos que conforman la ciudad son "una apología instantánea de la autogestión" y que los comportamientos en ellos responden a lógicas diversas y siempre cambiantes (7). Las innovaciones que precisamente aparecen en la organización de la Administración para el gobierno de las ciudades, especialmente en la municipal y muy especialmente en la organización de los distintos servicios de policía, obligan a pensar que el día a día en la ciudad del siglo XIX, en esa ciudad que, como consecuencia de las migraciones, vivió una degradación de las condiciones higiénicas y sanitarias por el amontonamiento de personas (8), respondía, en menor o mayor medida, a las estrategias puestas en marcha por el gobierno urbano. En este sentido, la actividad de la policía, como instrumento de ese gobierno, puede ser percibida como un continuo movimiento entre el proyecto, la polis, y la ciudad cotidiana, la urbs, y esa dimensión represora a la que antes se aludía y que tan comúnmente es referida para explicar el papel de la policía sólo en términos de separación, ruptura o destrucción se ve cuando menos completada con otra más positiva del poder que puede crear.

El modelo policial español, que con escasas variaciones ha llegado hasta nuestros días, se formó precisamente en este período en el que las ciudades españolas empiezan a crecer por la llegada de inmigrantes desde las áreas rurales. Desde el principio, la llegada de foráneos a las ciudades, extranjeros o nacionales, fue objeto de especial preocupación por parte los sectores que organizaron los tres elementos básicos de este modelo, la Superintendencia General de Policía, antecesora del actual Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil y la policía municipal. En los primeros dos casos, la preocupación es explícita y es posible encontrarla expresada en documentos. En el caso de la policía municipal, al menos para el caso de Barcelona, no es así. No hay referencia alguna a la inmigración ni directriz específica alguna relacionada con las obligaciones de los guardias respecto de los recién llegados a la ciudad en los distintos reglamentos de servicio que aparecieron entre 1846 y 1902. Sin embargo, una lectura detenida de los mismos revela enseguida que la pretensión del gobierno municipal a través de sus funcionarios de policía era asegurar unas formas de vida acordes con las transformaciones que la ciudad experimentaba desde principios de siglo.
 

Inmigración urbana y policía en la España de finales del XVIII

Un primer aspecto de la inmigración que preocupó al gobierno del país y al de las ciudades en general fue el de la difusión de las ideas, especialmente las de carácter revolucionario, sobre todo cuando estalla y se desarrolla la Revolución Francesa. Con el fin de expulsar de la ciudad a cuantos no justificasen satisfactoriamente su presencia en ella, las autoridades tomaron medidas para saber de la identidad de los extranjeros así como de sus medios de vida y de las razones de su estancia. Entre las más destacadas está la creación de la Superintendencia General de Policía, en 1782, y el dictado de la Real Resolución y orden de 12 de julio de 1791 y la Cédula del Consejo del día 20 de julio.

Como culminación de las reformas ilustradas de la seguridad pública que pretendían, a lo largo de todo el siglo XVIII, establecer un mayor control policial por parte de los gobiernos europeos en las grandes ciudades, Carlos III y Floridablanca crean en 1782 la Superintendencia General de Policía, la única institución de policía establecida con autonomía en España a principios del siglo XIX (9). El decreto fundacional alude a las causas de su creación y se señala, en especial, el incremento demográfico, que generaba las dificultades propias de toda aglomeración urbana. La Superintendencia se suprimió en 1792 y sus atribuciones fueron devueltas por Carlos IV a la administración de justicia y policía anterior, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, con lo que cada alcalde de barrio volvía a ser el máximo responsable de la policía en su distrito. Antes, persiguió las contravenciones de la prohibición de publicación de periódicos, excepto la Gaceta de Madrid, en la que no podían tocarse temas políticos, y confeccionará una especie de censo de extranjeros en nuestro país, residentes o transeúntes, con la intención de saber de sus movimientos y de su posible influencia en los mentideros de la ciudad y en los locales públicos, objetos de especial vigilancia.

La Real Resolución establecía la "formación de matrículas de extrangeros residentes en estos Reynos con distinción de transeúntes y domiciliados", matrícula que ya se había ordenado hacer con anterioridad y que, según Martínez Ruiz, sólo se había realizado en algunos sitios (10). El Registro empezó a hacerse en Madrid, completando los datos que ya tenían los Alcaldes de cuartel y de barrio con constancia de nombres, procedencia, familia en la ciudad, religión, oficio, objeto de su estancia y su declaración sobre si deseaban avecindarse en la ciudad como súbdito del rey o seguir siendo transeúntes. La Resolución hacía especial hincapié en esta última circunstancia: el deseo de avecindarse en el país, en Madrid o en cualquier otra ciudad, requería la condición de católico y renunciar a todo fuero de extranjería jurando fidelidad tanto a la Religión como al Rey. La presión sobre los transeúntes era notable: no podían permanecer en la Corte sin licencia expresa ni podían ejercer oficio alguno en ninguna ciudad; tampoco podían ser criados ni dependientes de españoles. A todo extranjero que quisiese ejercer alguna actividad se le obligaba a avecindarse.

Aunque tomadas en el Antiguo Régimen, estas medidas sentaban ya las bases de las prácticas de control de un elemento social especialmente difícil de controlar como eran los extranjeros. Estas y otras referidas a otros asuntos, como la mendicidad o la vigilancia de los usos y las costumbres, deben ser consideradas en la línea de ese propósito gubernamental de neutralizar los sectores de la población que no tuviesen arraigo y localización precisa en las ciudades con el fin último de habilitarlos como recursos de mano de obra tan necesarios, según la mentalidad ilustrada, para la utilidad pública.
 

Inmigración y policía municipal en la Barcelona del siglo XIX

Como ya se ha dicho, la inmigración no fue explícitamente señalada como un objeto de atención especial o preferente en el trabajo de los policías que dependían del gobierno de la ciudad. Sin embargo, hasta la misma aparición de los servicios municipales de policía cabe ser interpretada, al menos en parte, en función de la aceleración del ritmo de llegada de gentes a la ciudad que se produce, como se ha dicho, desde el siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX. Como en el resto de ciudades europeas y norteamericanas, los servicios municipales de policía en Barcelona aparecen a mediados de siglo, cuando el cambio cuantitativo que supone la presencia de más personas en el mismo territorio deviene un cambio cualitativo por la aparición de nuevas mentalidades y de nuevas actividades, y por los mismos cambios que se están produciendo a nivel de la estructura social por la consolidación de unas nuevas relaciones de producción.

Los efectos económicos y políticos derivados de la acumulación de personas que llegaban a las ciudades fueron los responsables de que los espacios urbanos se viesen desbordados por los primeros desarrollos de la industrialización. Pronto se impuso la urgencia de controlar el crecimiento demográfico mediante mecanismos de poder distintos, más adecuados a la nueva realidad urbana., mecanismos que funcionan por medio de instituciones como la policía.

La Guardia Municipal de Barcelona, que fue creada en 1841, se organiza como institución y funcionará como actividad con ese propósito que, en la práctica, suponía intervenir sobre la población, sobre sus usos y sus costumbres, e intervenir sobre el espacio, para adecuarlo a un proyecto de ciudad concreto, un proyecto referido a la ciudad entendida como sistema orgánico en el que la buena convivencia se definía, tal y como lo entendían los ingenieros urbanos, desde los que trabajaron en el siglo XVIII hasta Ildefonso Cerdà, en términos de movimiento fluido, sano, libre, etc. Como ya se sospecha, estos dos aspectos de la intervención de los servicios municipales de policía son como las dos caras de la misma moneda: se intervenía sobre los ciudadanos allí donde sus comportamientos eran más visibles, en las calles, plazas y espacios públicos, con el fin de que éstos, en su conjunto, fuesen, más que un mero escenario, un instrumento para el ejercicio de las mismas funciones de gobierno, un operador de las conductas en un sistema en el que resulta imprescindible la concentración de mano de obra donde se localiza la producción y en el que el conflicto o las disfunciones deben mantenerse dentro de unos límites tolerables por la misma producción.

Por un lado, no cabe explicar la evolución de la plantilla, tanto en volumen como en organización, sino en función de la voluntad de extender una vigilancia eficaz sobre una ciudad que crece por la llegada incesante de inmigrantes. Podemos considerar cómo crece la plantilla de la Guardia Municipal de Barcelona, en número de efectivos y a qué ritmos, en esa segunda mitad del siglo en la que Barcelona recibe una inmigración neta de 330.000 personas. Rápidamente puede advertirse que el ritmo de crecimiento se acelera en determinados momentos y que puede hacerse una lectura del mismo en función de la evolución de la población, de la llegada de inmigrantes, y de algunos hechos destacados que guardan relación con el crecimiento de la ciudad (cuadro 1).
 
 

Cuadro 1
Barcelona: Evolución de su población y de la plantilla de su Guardia Municipal (1846-1903).
 
Plantilla
Población
 
1846
15
   
1850
25
   
1854    
Derribo de las murallas
1857  
183.787 (44.446)
 
1859    
Aprobación del Plan de Ensanche
1872
250
   
1877
500
248.943 (96.958)
 
1887  
272.481 (125.000)
 
1888    
Celebración de la Exposición Universal
1895
651
   
1897  
509.589 
Anexión de municipios del Llano
1903
949
   

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Censo de Población de 1897 y ARRANZ, 1989, p. 555. Entre paréntesis, en la columna de evolución de la población, aparece la población de los municipios agregados en 1897 (Les Corts, Gràcia, Sant Andreu de Palomar, Sant Gervasi, Sant Martí de Provençals, Sants y Vallvidrera).

Por otro lado, la organización de los efectivos en una estructura piramidal responde a la necesidad de optimizar el flujo de información que generaba la vigilancia continua entre la cotidianidad de las calles y el gobierno urbano. Al mismo tiempo que la población barcelonesa crece y la ciudad se extiende sobre el Llano, se incorporan más agentes y surgen escalas intermedias de mando. De este modo, sobre la división territorial de la ciudad se superpone una retícula de vigilancia capaz de dar cuenta de esa naturaleza informacional y negociadora que tiene la policía cívica. Jerarquía arriba, la Alcaldía tiene noticia de cuanto acontece en las calles y plazas, de cuantos aspectos no convienen al proyecto de ciudad que se tiene; jerarquía abajo, el proyecto trata de desplegarse por medio de instrucciones y prevenciones sobre aquellas cuestiones que más conviene controlar en cada momento.

Pero más allá de las implicaciones que la inmigración tuvo en la aparición y en la organización del servicio municipal de policía, hay que hablar de aquéllas que tuvo en el trabajo cotidiano de los guardias que lo integraban. Me parece que lo más destacado de estas primeras décadas de funcionamiento de la Guardia Municipal de Barcelona fue, al margen de su consolidación como institución (11), el hecho de que se preocupase, sobre todo, del uso que hacían los particulares de los distintos espacios urbanos en sus quehaceres diarios, quehaceres que, sin duda, eran propios de la vida en el campo o, al menos, poco adecuados para la convivencia en una ciudad que albergó, durante buena parte de la centuria, densidades muy altas. Creo que la Instrucción y guía del guardia municipal de Barcelona de 1876, el único documento operativo que he podido localizar del servicio, así lo atestigua.

La Instrucción es una selección los artículos del Reglamento propio del Cuerpo de 1871 que el guardia debía tener especialmente presentes y recoge además hasta 57 de las Ordenanzas Municipales sobre los que se exigía especial vigilancia. Todos ellos, sin excepción, regulaban aspectos de la vida cotidiana en la ciudad que se referían o a la ocupación de los espacios públicos o a la circulación por ellos. Prestarles atención remite inmediatamente a una cuestión que me parece fundamental cuando se trata de establecer relaciones entre la inmigración y el trabajo más cotidiano de los policías: en ciertos casos, los inmigrantes parecen tener un sentido del tiempo y del espacio distintos a los de la sociedad en la que recalan o a los que los grupos que las gobiernan tratan de imponer. La Instrucción no venía sino a llamar la atención sobre el hecho de que los ciudadanos recién llegados mantenían prácticas rurales en la ciudad, prácticas que eran incompatibles con las nuevas circunstancias: nuevas construcciones, nuevas actividades, más personas, más tráfico. Si hacemos una lectura "en negativo" del articulado seleccionado de las Ordenanzas, debemos pensar que se realizaba fuego en las calles (art. 329) (12), que una parte significativa de la jornada no laboral de la población transcurría fuera de los domicilios, a las puertas de las casas (art. 433), que, como en el campo, allí mismo se tendía la ropa, se trataba o se soltaba los animales (art. 424), se cortaba la leña, se trabajaban los tejidos o se preparaban comidas (art. 447). La denuncia de las infracciones y, en mayor medida, la mera presencia de los agentes debía disuadir de estas conductas. En el fondo, lo que me parece es que se trataba de crear una sociabilidad distinta que, en términos espaciales, se traducía en la separación entre el espacio público, aquél que debía verse liberado de obstáculos y ocupado racionalmente sólo por medio de licencias, y el espacio privado, aquél que debía albergar todas las actividades privadas.

En relación a todo esto, pienso que no es necesario hacer un gran esfuerzo para imaginar semejante situación desde nuestros días. Es cierto que el avance de la urbanización y la mejora de las comunicaciones desde entonces ha homogeneizado las formas de vida en los medios rural y urbano, y que la inmigración que hoy recibimos no se caracteriza ya por su procedencia rural sino por la distancia cultural que, en mayor o menor media, la separa de la vida una sociedad como la nuestra. Sin embargo, la mayor parte de los servicios en los que la policía municipal se relaciona con inmigrantes o con otros sectores de la población igualmente marginales, como los gitanos, tiene que ver con esta cuestión. Se siguen celebrando fiestas de comunidad en las calles, hay sectores de la economía sumergida en los que estos colectivos se ocupan casi de forma exclusiva, como la venta ambulante o la chatarra, que tienen por único escenario la vía pública. La ocupación de algunas plazas y parques públicos por parte de algunos obedece, más que a la mera necesidad de ocio, a estrategias de relación que, en el caso de la mayor parte de la población, se reproducen en ámbitos privados. Me parece que, la mayor parte de las veces, más que como deliberadas infracciones de las ordenanzas municipales, hay que interpretar estas prácticas a la luz de un sentido distinto del espacio y de la sociabilidad. De hecho, así lo hacen la mayor parte de las veces los policías tienen que atender quejas o denuncias que tienen por objeto el modo en que los inmigrantes organizan sus actividades en el tiempo y en el espacio de nuestras ciudades, conflictos cuya resolución pasa por disponer de la mayor información posible sobre los inmigrantes en cuestión y por la constante negociación para que, más allá del ordenamiento jurídico, las distintas prácticas urbanas se adecuen a una determinada idea de la urbanidad.

Si la preocupación de la policía municipal por el uso que los habitantes recién llegados a la ciudad hacían del espacio urbano debe ser entendida en relación a ese proyecto dirigido por militares, ingenieros y médicos que pretendía racionalizar la ciudad industrial en crecimiento del XIX, lo mismo puede decirse de otra dimensión del trabajo diario de los policías relacionada con la inmigración como era la vigilancia y el control de las costumbres que apartasen a los inmigrantes de las obligaciones del buen obrero.

La reorganización de las relaciones laborales tras la descomposición del Antiguo Régimen supuso una reorganización del control social. En este proceso, se fueron consolidando una serie de instituciones que dirigieron la transformación de súbditos en ciudadanos a partir de una cosmovisión en la que Dios fue sustituido por las leyes como referencia primera. La modificación de las relaciones de producción implicó un cambio en el tipo de coacción al trabajo que nada tenía que ver ya con el vasallaje. Con la divisa de una mayor apreciación del trabajo como valor y como mecanismo de integración social, surgieron una batería de instituciones de socialización con objetivos diversos que convergían en la legitimación del nuevo estado (desigual) de cosas. La escuela, por ejemplo, enseñaba el respeto y la subordinación al nuevo orden social; la familia inculcará roles sexuales y de autoridad; el Estado liberal, avanzando en el campo de la intervención social, ganará terreno a la iglesia en materia de asistencia y prevención social. La policía, como es de suponer, no iba a quedar al margen de esto (13).

Para los grupos que estaban definiendo el nuevo orden urbano, y en particular para los que participaban del ideario higienista, la ciudad industrial era el "asilo del crimen y de los vicios (14)", el marco más idóneo para la degradación moral de la inmigración, procedente de las rectitudes y salubridad rurales (15). Los inmigrantes, los nuevos obreros, que sufren del desarraigo y de la pérdida de la cerrada solidaridad de que gozaban en sus comunidades rurales de origen, quedaban expuestos, según aquél ideario, a los nuevos "males urbanos" como la prostitución o el alcoholismo. El anonimato y la mayor capacidad de movilidad que la población recién llegada encuentra en la ciudad una vez se libera del férreo control que la comunidad rural ejerce sobre todos los aspectos de la vida cotidiana eran factores no menos importantes que fueron tenidos en cuenta y era necesario intervenir para recomponer esas fijaciones descompuestas. De este modo, la policía municipal estará especialmente atenta a las costumbres impropias del nuevo dispositivo urbano-industrial, sobre todo a las relacionadas con el ocio, como la concurrencia a bares y tabernas, la prostitución y el juego, a las que "empujarán" hasta espacios y horarios adecuados, siempre con el fin de que no se distraiga al inmigrante, al nuevo obrero, de su compromiso con el esplendor urbano y con las virtudes de la obediencia, la sobriedad y la laboriosidad. Los patronos de la época se quejaban de que los trabajadores, expuestos a "las tentaciones de la vida urbana", llegaban tarde al trabajo o, simplemente, faltaban. Informes policiales denunciaban el incremento de los problemas que generaban las "rudas" y "brutales" maneras de los jóvenes inmigrantes atraídos a la ciudad por las crecientes oportunidades de empleo y el mayor consumo de alcohol que una moral más cada vez más relajada permitía (16).

En Barcelona, desde 1852, los policías, convertidos en "misioneros domésticos (17)", reciben la orden de hacer cerrar las tabernas y cafés a partir de ciertas horas, de acompañar a cualquier vecino que "a deshora" no estuviese ya en su casa, de dar parte de cualquier casa de juego o reunión sospechosa de la que tuvieran noticia (18). Dando cumplimiento a lo establecido en las ordenanzas municipales, deberán prohibir manifestaciones culturales, especialmente las musicales, que deberán cesar a las once de la noche. A medida que la plantilla crezca, la clase trabajadora tendrá que hacer frente a "la plaga azul" por medio de la cual el gobierno urbano y las clases propietarias pretendían monitorizar su tiempo libre con el fin de que no se constituyese en parcela aparte de una correcta moral del trabajo y de que no sirviese para ocultar o permitir la actividad subversiva que dirigirá, en su momento, el incipiente movimiento obrero.
 

Conclusiones

No es posible explicar la aparición y la organización de los distintos cuerpos de policía sin tomar en consideración la inmigración. Desde muy pronto, las transformaciones urbanas inducidas por la industrialización y la llegada de nuevos habitantes a las ciudades dispuestos a trabajar en sus fábricas y talleres obligaron a las elites que las gobernaban a adoptar nuevos mecanismos de control que, en la práctica, suponían extender la vigilancia y la disciplina en el tiempo y en espacio para hacer posible un proyecto determinado de ciudad.

Como ocurre hoy día, desde un primer momento la inmigración y los inmigrantes tuvieron un tratamiento distinto por parte de las distintas instancias de gobierno y de los servicios de policía que éstas dirigían. Si para la policía de Estado la inmigración es abordada a su llegada e interesa registrar al inmigrante y controlar sus movimientos, los servicios municipales de policía, la policía de la ciudad, se ocupa del inmigrante no con la intención de "mantenerlo diferente" o identificado como diferente sino como un agente más del orden social urbano.

En la segunda mitad del siglo XIX, los policías de la Guardia Municipal de Barcelona, como los de otras ciudades, trabajaron para asegurar que la inmigración adecuaba sus formas de vida y de pensar a las nuevas necesidades de una ciudad cuya transformación impulsaba y dirigía la industrialización. Como hoy, ese trabajo debe ser entendido más allá de las tesis del desorden y de la criminalidad que insisten en las crisis motivadas por el desarrollo urbano entre las que cabría contar la presencia de personas consideradas como diferentes, tesis que se alejan de esa idea de cotidianidad que en definitiva es el objeto preferente del gobierno urbano.

Notas

(1) Capel. 1990, p.20.

(2) Pujadas. 1988.

(3) Datos del Censo de Población de 1897, en PUJADAS. 1988, p. 16.

(4) Pujadas. 1988, p. 17.

(5) Foucault. 1998, p. 213.

(6) En el caso de Barcelona, el Bando General de Buen Gobierno de 1839 reconoce que "es una población dedicada en su mayoría al tráfico y a la industria" y advierte que la ciudad "se está convirtiendo en una máquina".

(7) Esta es la tesis que sostiene Manuel Delgado (1999).

(8) A mediados del siglo XIX, en Barcelona había una densidad cuatro veces mayor a la actual. En sus Noticias estadísticas de Barcelona, de 1855, Ildefonso Cerdá asegura que en el interior de las murallas vivían 770 personas por hectárea.

(9) Sobre la Superintendencia General de Policía, que fue restaurada en 1807, véase MARTINEZ, 1988, p. 95-133.

(10) Más detalles de esta Resolución en MARTINEZ, 1988, p. 227-230.

(11) Los reglamentos aparecidos entre 1846 y 1902 son esencialmente de naturaleza organizativa y las referencias a las funciones son las menos.

(12) Este artículo de las Ordenanzas Municipales establecía la prohibición de mantener hornillos o braseros encendidos en las calles; éste, y todos los artículos que se citan en adelante, se recogen en la Instrucción y guía del guardia Municipal de Barcelona.

(13) Pavarini, 1986.

(14) Monlau. 1841, 11-12.

(15) Sobre el pensamiento higienista y la ideología antiurbana, véase Urteaga. 1985, p. 398-404.

(16) Spencer. 1990, p. 374.

(17) La expresión es de Robert. D. Storch (1976), que estudió estas cuestiones del trabajo de la policía de las ciudades del norte de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX.

(18) Reglamento de la Guardia Municipal, 1852, art. 15.
 

Bibliografía

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