Scripta Nova |
El territorialismo y el ecologismo frente al turismo
Macià Blázquez Salom
Departament de Ciències de
Proyecto de investigación
"Gestión turística del patrimonio natural y cultural y desarrollo
local" (BSO2001-3302-C02-02) del Ministerio de Ciencia y Tecnología i
FEDER.
E-mail: mblazquez@uib.es
El territorialismo y el ecologismo frente al
turismo (Resumen)
La
ciudadanía se enfrenta a las agresiones ambientales que agravan la
insostenibilidad mediante el territorialismo, entendido como la defensa local
del entorno. La universalización de este objetivo, haciendo frente al riesgo
ambiental y a la inequidad social, es el ecologismo ciudadano. Se analiza el
parecer de estas ideologías políticas frente al turismo, más en particular frente
al ecoturismo que mantiene un estrecho vínculo con el ideal ecologista, tomando
de ejemplo el caso particular de las islas Baleares, por considerarlas
paradigmáticas y tener desarrollados estudios de indicadores de sostenibilidad
y participación en las respuestas ciudadanas.
Palabras clave: turismo,
ecoturismo, territorialismo, ecologismo, Islas Baleares, ciudadanía.
Territorialism and ecologism of tourism
(Abstract)
Citizens
fight against environmental aggressions that make deeper unsustainability through
“territorialism”, understood as local defence of the environment. The
universalization of this objective, affronting environmental risk and social
inequity, is the aim of the citizens’ ecologism. Tourism opinion of these
political ideologies is analysed, especially concerning on ecotourism which
maintains a strong link with the ecologist ideal. This is done through the
example of the
Keywords: tourism, ecotourism,
territorialism, ecologism,
Introducción. Transdisciplinariedad y
política de la ciencia
La dialéctica
transdisciplinar se desprecia por generalista; de manera que el corporativismo
favorece la evolución de la ciencia limitada a parcelas estancas, dificultando
el establecimiento de interconexiones. Éste proyecto unidimensional de los
estudios científicos los hace dóciles y acríticos.
Los
intentos de manejar la complejidad deben pasar por el establecimiento de las
interconexiones y de los paralelismos entre modelos analíticos y explicativos
de la realidad. Éste complicado camino se hace más necesario aún si la
pretensión de la ciencia es la resolución de problemas y la mejora de la
realidad (Funtowicz y Ravetz, 2000: 62).
A
esta sazón, se ensaya a continuación una propuesta crítica que plantea la
ligazón entre la defensa de la habitabilidad del entorno inmediato, aunque sin
más transcendencia transformadora o moral –a lo que llamaremos territorialismo–
y el ecologismo, que pretende alcanzar objetivos más ambiciosos de
transformación social. Con todo, se pretende definir la ambigua equidistancia del
ecoturismo, que saca provecho de ésta clorofilia a favor del mercado y el
consumismo, aunque parte de un papel simbólico y emblemático para el
ecologismo.
La insostenibilidad deviene de los
desequilibrios sociales –especialmente en el acceso a los recursos– y de la
crisis ecológica. Los primeros se evidencian por el agravamiento de la pobreza,
de la polarización o de la opresión armada (Oliveras, 2004); y son fruto de los
pilares monopolísticos del dominio de los centros mediante el armamentismo, el
control monetario y del mercado financiero, la uniformización cultural y la
confianza ciega en el aumento de la eficiencia mediante el desarrollo
tecnológico (Amin, 1999: 18). Mientras, la crisis ecológica se manifiesta cada
día con más urgencia en la pérdida de biodiversidad o en el agravamiento del
riesgo ambiental y de la incertidumbre (Funtowicz y Ravetz, 2000: 12). La
asunción de la pluralidad y de la complejidad en su resolución política, y no
sólo técnica –como sí propone quien desliga la ciencia de la política
(Phlipponneau, 2001, pp. 23)–, abordan la insostenibilidad mediante
herramientas de diagnosis como la huella ecológica. Ésta, por ejemplo, mide
agregadamente variables sociales y ambientales, mediante el cálculo de la
apropiación humana de la capacidad natural de provisión de recursos y absorción
de residuos (Murray, I. 2003). Su uso contribuye a definir conceptos críticos
con supuestos como el de la deuda externa de los países de
El riesgo ambiental caracteriza nuestra
relación con la naturaleza, debido a nuestra pretensión de dominio. Éste mismo
principio, de dominio, lo aplicamos “con éxito” y de antaño sobre nuestros
congéneres, a los que nos imponemos mediante la violencia, para mantener una
distribución inequitativa de los recursos naturales, o limitando la libre
circulación de personas, al tiempo que la promovemos de capitales o de
mercancías. El sistema-mundo capitalista evoluciona hacia esquemas de “dominio
fuerte”, con guerra global permanente, crecimiento de las empresas
transnacionales y desmantelamiento del Estado social, “en base a la fuerza y al
miedo colectivo” (Fernández, 2003: 31). En cambio, para con la naturaleza el
dominio nos está dando mal resultado, como demuestran la sutil alteración de
los ciclos ecológicos o la pérdida de calidad de nuestra propia salud (Colborn,
Meyers y Dumanoski, 2001). Los mecanismos de acicate colectivo son el dinero,
emancipado de todo control social, y el individualismo competitivo, que
erosiona la empatía, la alteridad y el apoyo mutuo (Fernández, 2003: 57).
El turismo es un reflejo de la desigual
distribución de la riqueza de la actual economía-mundo capitalista, que
favorece que una pequeña proporción de la población mundial se beneficie del
drenaje de los rendimientos de la explotación de la mayoría de los recursos
mundiales. El restante 85% de la población mundial, que no es receptora del
privilegio, se encuentra en una situación que es peor a la de anteriores
sistemas históricos (Wallerstein, 2004). La simple previsión de conceder la
expectativa de irse, por lo menos una vez, de viaje turístico al 80% de la
población mundial que todavía está excluida de participar en dicha actividad
sólo sería posible mediante su racionamiento, dados los estragos que dicha
actividad provoca (Wallerstein, 1999: 53). Los estudios de indicadores de
sostenibilidad del turismo contribuyen a analizar la responsabilidad de esta
“industria sin chimeneas” respecto de la insostenibilidad (Blázquez, Murray y
Garau, 2002), para posteriormente plantear modelos de intervención con medidas
correctoras o paliativas en pro de la sostenibilidad (Murray, 2002).
El
turismo es un espejismo de armonía, como lo es el territorialismo
La
relación entre la humanidad y la naturaleza da muestras de enrarecimiento,
hasta alcanzar diagnósticos de insostenibilidad. Las conciencias sensibilizadas
por los síntomas de esta incertidumbre suelen aplicarse en la conservación de la
naturaleza y su harmonización para con la humanidad, iniciando su preocupación
por la protección de especies de flora y fauna silvestres, y de sus hábitats.
Más tarde, se percatan de que sólo ordenando las actividades humanas pueden
pretender perpetuar la calidad del entorno. En todo caso, con pretensiones
únicamente de alcance local, NIMBY[1] o territorialista, al preocuparse sólo de la
“habitabilidad” (Rueda, 1996: 65-66), especialmente por el incremento del suelo
artificializado –aunque sólo se trate del eco en superficie de transformaciones
profundas (Murray, et a. 2005)– o de la densidad de población. Finalmente, la
progresión causal puede llevarlas a cuestionar el orden de relaciones
personales, como raíz primera de la insostenibilidad. Bernat Riutort y Joaquín
Valdivieso (2004: 313) postulan la ampliación de la ideología ecologista con
valores de ámbito de crecimiento universal: justicia, responsabilidad
intergeneracional y global, civismo...; «convertido en “sentido común”, incluso
cortando transversalmente algunas divisiones políticas clásicas» (2004: 309).
Con ese mismo objeto, la organización asamblearia y voluntaria que adoptamos
los grupos ecologistas, y otros movimientos sociales antisistema, promueve la
horizontalidad en las estructuras de poder y de responsabilidad, potenciando la
participación y la creatividad (Cembranos y Medina, 2003: 131). Con ello se
pretende, también, promover transformaciones sociales más profundas de
politización ciudadana (Biehl y Bookchin, 1998). Entendemos que esta progresión
caracteriza la diferenciación entre el territorialismo, de objetivos más
limitados y simplemente egoístas, y el ecologismo, más comprometido y
solidario.
Por otra
parte, el turismo pasa por ser el ejemplo de cómo se puede armonizar la
relación entre la humanidad y el medio. Su apariencia inocua y únicamente
enriquecedora –tanto para el huésped, como para el anfitrión y para con el
entorno atrae nuestra atención; especialmente en las modalidades ecoturísticas,
que contribuyan a rentabilizar la conservación de la naturaleza y conviertan el
viaje en un tránsito personal de crecimiento transformador, cargado de
autenticidad y de relaciones personales interculturales. El ecoturismo, en
tanto que ocio en la naturaleza, se convierte en un referente de simbiosis
entre la humanidad y la naturaleza: por un lado posibilita su comunión –cada
día más remota en el seno de santuarios de conservación (los espacios naturales
o el trópico mítico), y al mismo tiempo nos sirve como modelo de relación
harmónica, libre de los síntomas de la insostenibilidad, y contribuyente y
dependiente –de ahí su simbiosis de la calidad del entorno. Esta deriva del
interés hacia la sostenibilidad del turismo –como también respecto de otras
actividades de servicios se fundamenta en su teórica “desmaterialización”. Un
ejemplo nos los arguye Tim Swanson, “Muy probablemente, el mayor poder de
ganancia de los hábitats naturales en el futuro no resida en su capacidad para
producir bienes únicos, si no en su capacidad para producir servicios únicos...
esta es finalmente la vía por la cual el desarrollo puede desligarse de la
destrucción de la diversidad” (1991: 199). Pese a lo cual, el control y la
especialización en la prestación de servicios (que junto al turismo son el de
seguros, la actividad financiera, la información, etc.) por parte de las
economías del Centro contribuyen a promover su dominio de la economía-mundo
capitalista (Fernández, 2003: 118), perpetuando el monopolio de las
herramientas y del poder que posibilitan el desarrollo.
Asimilando
la distancia establecida entre el territorialismo y el ecologismo a lo que
entendemos que pasa con el turismo, el espejismo arcádico del ecoturismo
desatiende todas las implicaciones del fenómeno turístico: ¿En qué medida
también el turismo daña, quién se lo puede permitir y a quién favorece más?
El
alcance de la socioecología ecologista
El pensamiento ecologista se nutre
esencialmente del amor por la vida (Panikkar, 2001), expresado en la
fascinación por
El crecimiento universalizante de estos
valores morales a partir del ecologismo se ve favorecido por su organización
horizontal como movimiento ciudadano, y por su conexión con los espacios
naturales, que representan los reductos arcádicos de comunión con la
naturaleza.
La organización asamblearia tiende al
colectivismo y al pensamiento grupal, ya sea en la toma de decisiones de su
organización –por definición antisistémica y crítica– o en la organización de
actividades reivindicativas y con voluntariado afín. Por ejemplo, la ocupación
libertaria reivindicativa de la isla de Sa Dragonera, el verano de 1977 (Rayó,
2004:30), los campos de trabajo para la restauración de patrimonio con
participación de voluntariado (caso de la reserva de
Por otro lado, el ecologismo entronca con la
simpatía con el entorno virginal de las arcadias de conservación de la
naturaleza, que cumplen la función de santuarios de comunión con la madre
naturaleza; reductos de armonía, que, cuando no, pueden librar a las malas
conciencias de la losa de culpabilidad por haber contribuido al actual
paroxismo socioambiental.
El claroscuro entre la habitabilidad y la
resolución ecologista de la insostenibilidad lo ocupan las arcadias en las que
el ecoturismo pretende la cuadratura del círculo, armonizando la relación entre
la humanidad y
El movimiento conservacionista inicia su
inquietud por la degradación del entorno natural, especialmente en espacios
naturales protegidos. La relación entre la humanidad y la naturaleza que en
ellos se establece es privilegiada, dado que se les asigna el papel de
“santuarios” de armonía, donde el entorno pretende alcanzar su máxima calidad
de conservación y la experiencia recreativa debe ser más auténtica y solitaria,
así como menos banal. Contribuye a ello su gestión privilegiada y autónoma,
prevaleciendo a la planificación de otros sectores de actividad[3].
La prestación de servicios turísticos
proporciona beneficios económicos y contribuye a la conservación del patrimonio
natural. Pero al mismo tiempo pone en uso los reductos intocados de naturalidad
que sostienen el equilibrio ecológico y que son el referente simbólico e
ideológico del ecologismo, como actitud de denuncia a
La búsqueda de la anhelada simbiosis con la
naturaleza, el mito robinsoniano de la comunión en solicitud o la meta de la
convivencia colectivista utilizan estos últimos espacios no perturbados, aun y
a riesgo de quemar los últimos cartuchos, para no acabar de perder la
esperanza, y aun a sabiendas de que se trata de un espejismo que no hará otra
cosa que subyugar los últimos reductos de resistencia a las dinámicas
cosméticas y de dominio del poder.
Igual que el territorialismo, el espejismo
ecoturístico (cuadro 1) atiende sólo a sus virtudes locales –como la
complementariedad al desarrollo rural o su aporte al crecimiento personal–,
desatendiendo su contribución a
Territorialismo |
ESPEJISMO en tierra de nadie |
Ecologismo |
Conservacionismo |
Arcadia Ecoturística Viaje |
Sostenibilidad |
Habitabilidad |
Simbiosis |
|
Desarrollo local |
Colectivismo |
|
Turismo |
Horizontalidad organizativa |
|
Cosmética |
El
cuadro pretende resumir los valores que defienden o que caracterizan al
territorialismo y al ecologismo, así como la consideración del ecoturismo como
el punto de encuentro, que puede contribuir al avance del primero hacia el
segundo, o a la mala interpretación del segundo para subordinarlo al primero.
El establecimiento de indicadores de
sostenibilidad del turismo de las islas Baleares (Blázquez, Murray y Garau,
2002; Andreu, et al. 2003a; Andreu, et al. 2003b) –a partir de
análisis y estudios previos destacables (Rullan, 1998; GOB, 2000)– nos ofrece
la oportunidad de ilustrar la conceptualización que antecede, con un caso
concreto como ejemplo. Con éste propósito nos detendremos a establecer el
impacto territorial, social, económico y ambiental de la “explosión” turística
acaecida en las islas Baleares desde el inicio de su popularización como
destino turístico de masas (1956-60), hasta nuestro días (2001). En un segundo
apartado, nos aventuraremos a prever su trayectoria futura, de acuerdo a las
expectativas permitidas y potenciadas por el planeamiento de infraestructuras y
urbanístico, de incidencia territorial. En tercer lugar, esbozaremos las
implicaciones globales de tal metabolismo socioeconómico, bien sea por su
acaparamiento de capacidad ecológica (de abastecimiento de recursos y de
absorción de residuos), como por su efecto impulsor de estructuras semejantes
de transformación, mediante la inversión de capital en
La explosión turística de las islas Baleares
se detecta “a ras de suelo” por sus cambios de ocupación y uso. El sellamiento
de suelo –con urbanización y asfaltado– alcanza a multiplicarse por cinco: del
1,1% en 1956, al 5,5 % en 2000 (Pons, 2003). Este crecimiento se desacelera a
finales del periodo: mientras entre 1956 y 1973 se sella un promedio de
La urbanización se ceba especialmente en el
litoral balear, en el que se alcanza el promedio del 26% de suelo sellado,
dentro de la franja de
Algunas variables ilustrativas del corolario socioambiental de esta
transformación territorial se desgranan en el cuadro 2.
Variables socioambientales de las islas Baleares,
1960-2001
|
|||
|
1960 |
2001 |
Factor de crecimiento |
Número
de pasajeros en los aeropuertos |
638.419 |
26.467.144 |
x 42 |
Población
residente |
441.732 |
841.669 |
x 2 |
Plazas
de alojamiento |
465.938 |
1.899.357 |
x 4 |
La variable clave, en cuanto a la presión
humana, es el número de plazas de alojamiento. De los casi 2 millones de
“camas” actuales, sólo el 22% son de uso turístico legal, pero hasta un 38% del
resto tiene un uso diferente al de primera vivienda (Roca y Roca, 2003). Las
plazas turísticas se estabilizaron con un aumento de sólo el 6,4% en 10 años,
de 389.239 en
Esta última capacidad de alojamiento de
licencia residencial alberga al 35% de la afluencia de pasajeros que no se
alojan en oferta turística legal (Integral-GaaT, 2000). La acomodación
turística en éste alojamiento de licencia residencial –y por consiguiente no
reglado o autorizado por la autoridad turística– ha ampliado su abanico de
preferencias; si en un principio se trataba de apartamentos ilegales, cercanos
a los alojamientos turísticos reglados, más recientemente se han añadido las
viviendas urbanas y las rurales. El entorno agrario atrae la atención del
turista por su autenticidad mediterránea, siempre a condición que se incluya
una piscina. Ésta nueva demanda turística ha promovido la edificación dispersa
en el campo, a modo de villa-mansión de carácter rururbano, y su cambio de uso
de agrícola a turístico-residencial. La proliferación en Mallorca de éste
hábitat no ha sido del todo legal; mientras a efectos fiscales –de pago del
Impuesto de Bienes Inmuebles– el registro aumentó de 4.000 edificios en
La evolución del consumo de recursos
naturales y de producción de residuos de la actividad turística, ejemplificada
en el caso de las islas Baleares entre 1989 y 2000, muestra incrementos en el
consumo de electricidad (82,08 %), producción de residuos (83,14 %), huella
ecológica del consumo de energía (59,53 %), suelo sellado por la urbanización
(27,07 %) y agua de abastecimiento urbano (20,29 %) (Andreu, et al.
2003: 66). Por un lado, se frenaba la degradación del entorno inmediato –con
menor aumento del sellado de suelo mientras estuvieron vigentes las
“moratorias” (2000-2004)– y se gestionaban mejor los recursos para con los
cuales se ha desarrollado una mayor sensibilidad –como es el caso del agua–.
Pero por otro se desata el consumo de energía –al que contribuye especialmente
el transporte, pero también el consumo eléctrico para climatización y
desalación– y la producción de residuos –tratados mediante incineración–;
traduciéndose ambos mecanismos de control en una mayor contaminación
atmosférica, que compromete la salud del planeta y de las personas –aunque de
forma más sutil y a largo plazo que los anteriores sistemas de proveimiento de
agua salinizada por sobreexplotación de los acuíferos o de vertido de los
residuos sólidos urbanos, con sus consiguientes problemas de lixiviación,
combustión espontánea y emisión atmosférica de metano–. Por ese camino las
islas Baleares exportaban los inconvenientes de la insostenibilidad, asegurando
el máximo de habitabilidad local, mediante la “gasificación” de la
balearización (Andreu, et al. 2003: 75). Así, mientras España aumentó
sus emisiones de CO2 en un 38% entre 1990 y 2002, las islas Baleares lo
hicieron en un 61% para el periodo entre 1989 y 2001; contribuyendo así en
mayor medida al cambio climático, provocado por el efecto invernadero.
La reanudación de la balearización más
clásica (a partir de la reconquista del gobierno balear por parte del Partido
Popular, en de mayo de 2003 y su coalición con Unió Mallorquina –partido
liberal y regionalista–), ha revertido el proceso de limitación del crecimiento
urbanístico y de la red viaria de alta velocidad y capacidad; con la sola
excepción de Menorca, que mantiene el espíritu de las “moratorias”, con un
gobierno todavía progresista. Las primeras actuaciones de éste reestreno
político han consistido en la desprotección de
En este nuevo escenario se altera el
diagnóstico que presentábamos en el párrafo anterior, como lo demuestra el
análisis diacrónico que acompaña de las hectáreas selladas hasta hoy día en
Mallorca (Pons, 2003), junto con la proyección de su evolución según las normas
recién aprobadas[6].
Resumidamente, desde 2003 se reemprende el ritmo de crecimiento urbanístico y
del viario de alta velocidad de los años 70, que acuñó la “balearización”, con
un promedio de sellamiento previsto de
El análisis de las interconexiones entre el
turismo y la insostenibilidad, como es el caso de las islas Baleares, desvanece
el espejismo arcádico de su supuesta simbiosis harmónica. En el fondo, se nos
desvelan los mecanismos de cosmética del dominio fuerte, mediante la aplicación
de medidas paliativas de sus síntomas locales. En último término, se alcanza
nada más la habitalidad para la atracción turística, a costa de agravar la
contribución a la insostenibilidad, como se demuestra con el ejemplo de la
“gasificación” y la exportación de la “balearización”, de la actividad
turística de las islas Baleares.
La solidaridad une a los movimientos locales
junto al GOB, cada cual defendiendo su rincón de la isla, pero todos
coincidiendo bajo un mismo lema que se opone al crecimiento urbanístico y de las
infraestructuras, considerándolos el germen de la crisis ambiental de estas
islas. Además, esta misma campaña, todavía en marcha, incluye también la
reivindicación de limitar la incineración de residuos y la capacidad de acogida
de los aeropuertos, como forma de enfrentarse a las emisiones contaminantes que
contribuyen al efecto invernadero, de óptica más universalizante. La actitud
del GOB frente al turismo es crítica, llegándose incluso a proponer la rebaja
en 1 millón del número de turistas llegados a las islas; aunque sin marcarse el
criterio de oposición radical. Más a menudo se plantean medidas paliativas y se
busca la complicidad de los sectores económicos y sociales implicados:
empresarios, sindicatos y ciudadanía que asume su total dependencia económica
del turismo.
Lo antedicho posibilita el establecimiento de
paralelismos. De entre las actividades compatibles, la recreativa
(interpretativa y concienciadora) es la más indicativa del potencial
armonizador. Los prerrequisitos de ésta armonía, como el límite de cambio
aceptable, entre la autenticidad y la banalización (Blázquez, 2002), son
igualmente válidos para diferenciar el enriquecimiento del “viaje”, del
entretenimiento del “turismo”. Pese a su origen de “comunión” con la naturaleza
el ecoturismo se ha convertido en un espejismo, producto mercantil de consumo
de masas. Igual que como sucede entre el ecologismo transformador y el
territorialismo cosmético y egoísta, que rebaja sus exigencias, conformándose
con mejoras locales de
Los
experimentos en “probeta” –ya sea en la gestión del uso público de espacios
naturales o en la organización interna de organizaciones ciudadanas– deben
aportar modelos de funcionamiento exportables a la realidad más compleja y
incierta. Su traslado a la ordenación del territorio y para con todos los
sectores de actividad humana, o a la organización de la sociedad supone,
convencionalmente, retos de subversión que nos enfrentan al sistema. Por muy
“amigable” que pueda semejarnos el turismo, contribuye igualmente a la degradación
ambiental y a la injusticia social. Igual que en otros sectores de actividad,
su reconversión ecológica debe pasar por la reducción de los niveles de consumo
de energía y materiales, por ejemplo mediante la creación de proximidad y la
minimización de los desplazamientos, o con la imposición de límites de cambio
aceptable también sociales y económicos. Ni siquiera este servicio que se
pretende arcádico libra al entorno local o global de daño, aunque éste sea
gaseoso y diferido.
La solución política de éste, como de otros
conflictos, pasa por el apoderamiento ciudadano como prioridad, previa incluso
a la posibilidad de mejora del bienestar que puede proporcionar el desarrollo
turístico, mediante la consolidación de redes sociales de solidaridad y justicia.
[1] Not in my backyard, “no en mi corral”, en referencia a la denuncia de la ubicación
concreta de una agresión ambiental, en tanto le afecta a uno, pero que no
amplía esa oposición a su ejecución en otros lugares.
[2] Como le sucediera a P’otr Aleksejevič Kropotkin que desplazó su
interés del estudio de la naturaleza al de
[3] Por ejemplo,
[4] Las primeras “moratorias” son de carácter turístico (Leyes 4/1998 y
2/1999) y aplican el numerus clausus al otorgamiento de autorizaciones
previas a la construcción de alojamientos turísticos, haciendo necesario dar de
baja las plazas obsoletas equivalentes, en una especie de “reconversión
obligatoria”. Las “moratorias” urbanísticas fueron cautelares previa aprobación
de las Directrices de Ordenación Territorial y los planes territoriales
insulares. Por ejemplo, para Mallorca: el acuerdo del Consell Insular de
Mallorca sobre 77 sectores urbanizables, en 1998,
[5] Decreto 55/2005, de 20 de mayo, por el cual se regulan las viviendas
turíticas de vacaciones en el ámbito de la comunidad autónoma de las Illes
Balears (BOIB, número 81, del 28-05-2005).
[6] El Plan Territorial de Mallorca (BOIB núm. 188 ext., de día
31-12-2004) y el Plan Director Sectorial de Carreteras de les Illes Balears
(isla de Mallorca) (BOIB número 174, de día 18-12-2003). En el entendido que su
vigencia debe ser de 10 años desde la aprobación de
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Ficha bibliográfica:
BLÁZQUEZ, M. El territorialismo y el
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Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (24).
<http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-24.htm> [ISSN: 1138-9788]
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