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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (24), 1 de agosto de 2005

 

El territorialismo y el ecologismo frente al turismo

 

Macià Blázquez Salom

Departament de Ciències de la Terra de la Universitat de les Illes Balears y miembro del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa, GOB.

Proyecto de investigación "Gestión turística del patrimonio natural y cultural y desarrollo local" (BSO2001-3302-C02-02) del Ministerio de Ciencia y Tecnología i FEDER.

E-mail: mblazquez@uib.es

 


El territorialismo y el ecologismo frente al turismo (Resumen)

La ciudadanía se enfrenta a las agresiones ambientales que agravan la insostenibilidad mediante el territorialismo, entendido como la defensa local del entorno. La universalización de este objetivo, haciendo frente al riesgo ambiental y a la inequidad social, es el ecologismo ciudadano. Se analiza el parecer de estas ideologías políticas frente al turismo, más en particular frente al ecoturismo que mantiene un estrecho vínculo con el ideal ecologista, tomando de ejemplo el caso particular de las islas Baleares, por considerarlas paradigmáticas y tener desarrollados estudios de indicadores de sostenibilidad y participación en las respuestas ciudadanas.

 

Palabras clave: turismo, ecoturismo, territorialismo, ecologismo, Islas Baleares, ciudadanía.


Territorialism and ecologism of tourism (Abstract)

Citizens fight against environmental aggressions that make deeper unsustainability through “territorialism”, understood as local defence of the environment. The universalization of this objective, affronting environmental risk and social inequity, is the aim of the citizens’ ecologism. Tourism opinion of these political ideologies is analysed, especially concerning on ecotourism which maintains a strong link with the ecologist ideal. This is done through the example of the Balearic Islands, because they are considered as paradigms of this relation, because author’s previous research on sustainability indicators and on participation of citizens in popular movements.

 

Keywords: tourism, ecotourism, territorialism, ecologism, Balearic Islands, citizenship.


 

Introducción. Transdisciplinariedad y política de la ciencia

 

La dialéctica transdisciplinar se desprecia por generalista; de manera que el corporativismo favorece la evolución de la ciencia limitada a parcelas estancas, dificultando el establecimiento de interconexiones. Éste proyecto unidimensional de los estudios científicos los hace dóciles y acríticos.

 

Los intentos de manejar la complejidad deben pasar por el establecimiento de las interconexiones y de los paralelismos entre modelos analíticos y explicativos de la realidad. Éste complicado camino se hace más necesario aún si la pretensión de la ciencia es la resolución de problemas y la mejora de la realidad (Funtowicz y Ravetz, 2000: 62).

 

A esta sazón, se ensaya a continuación una propuesta crítica que plantea la ligazón entre la defensa de la habitabilidad del entorno inmediato, aunque sin más transcendencia transformadora o moral –a lo que llamaremos territorialismo– y el ecologismo, que pretende alcanzar objetivos más ambiciosos de transformación social. Con todo, se pretende definir la ambigua equidistancia del ecoturismo, que saca provecho de ésta clorofilia a favor del mercado y el consumismo, aunque parte de un papel simbólico y emblemático para el ecologismo.

 

Los retos a los que se enfrenta el ecologismo y su juicio respecto del turismo

 

La insostenibilidad deviene de los desequilibrios sociales –especialmente en el acceso a los recursos– y de la crisis ecológica. Los primeros se evidencian por el agravamiento de la pobreza, de la polarización o de la opresión armada (Oliveras, 2004); y son fruto de los pilares monopolísticos del dominio de los centros mediante el armamentismo, el control monetario y del mercado financiero, la uniformización cultural y la confianza ciega en el aumento de la eficiencia mediante el desarrollo tecnológico (Amin, 1999: 18). Mientras, la crisis ecológica se manifiesta cada día con más urgencia en la pérdida de biodiversidad o en el agravamiento del riesgo ambiental y de la incertidumbre (Funtowicz y Ravetz, 2000: 12). La asunción de la pluralidad y de la complejidad en su resolución política, y no sólo técnica –como sí propone quien desliga la ciencia de la política (Phlipponneau, 2001, pp. 23)–, abordan la insostenibilidad mediante herramientas de diagnosis como la huella ecológica. Ésta, por ejemplo, mide agregadamente variables sociales y ambientales, mediante el cálculo de la apropiación humana de la capacidad natural de provisión de recursos y absorción de residuos (Murray, I. 2003). Su uso contribuye a definir conceptos críticos con supuestos como el de la deuda externa de los países de la Periferia (CDEs, 2004).

 

El riesgo ambiental caracteriza nuestra relación con la naturaleza, debido a nuestra pretensión de dominio. Éste mismo principio, de dominio, lo aplicamos “con éxito” y de antaño sobre nuestros congéneres, a los que nos imponemos mediante la violencia, para mantener una distribución inequitativa de los recursos naturales, o limitando la libre circulación de personas, al tiempo que la promovemos de capitales o de mercancías. El sistema-mundo capitalista evoluciona hacia esquemas de “dominio fuerte”, con guerra global permanente, crecimiento de las empresas transnacionales y desmantelamiento del Estado social, “en base a la fuerza y al miedo colectivo” (Fernández, 2003: 31). En cambio, para con la naturaleza el dominio nos está dando mal resultado, como demuestran la sutil alteración de los ciclos ecológicos o la pérdida de calidad de nuestra propia salud (Colborn, Meyers y Dumanoski, 2001). Los mecanismos de acicate colectivo son el dinero, emancipado de todo control social, y el individualismo competitivo, que erosiona la empatía, la alteridad y el apoyo mutuo (Fernández, 2003: 57).

 

El turismo es un reflejo de la desigual distribución de la riqueza de la actual economía-mundo capitalista, que favorece que una pequeña proporción de la población mundial se beneficie del drenaje de los rendimientos de la explotación de la mayoría de los recursos mundiales. El restante 85% de la población mundial, que no es receptora del privilegio, se encuentra en una situación que es peor a la de anteriores sistemas históricos (Wallerstein, 2004). La simple previsión de conceder la expectativa de irse, por lo menos una vez, de viaje turístico al 80% de la población mundial que todavía está excluida de participar en dicha actividad sólo sería posible mediante su racionamiento, dados los estragos que dicha actividad provoca (Wallerstein, 1999: 53). Los estudios de indicadores de sostenibilidad del turismo contribuyen a analizar la responsabilidad de esta “industria sin chimeneas” respecto de la insostenibilidad (Blázquez, Murray y Garau, 2002), para posteriormente plantear modelos de intervención con medidas correctoras o paliativas en pro de la sostenibilidad (Murray, 2002).

 

 

El turismo es un espejismo de armonía, como lo es el territorialismo

 

La relación entre la humanidad y la naturaleza da muestras de enrarecimiento, hasta alcanzar diagnósticos de insostenibilidad. Las conciencias sensibilizadas por los síntomas de esta incertidumbre suelen aplicarse en la conservación de la naturaleza y su harmonización para con la humanidad, iniciando su preocupación por la protección de especies de flora y fauna silvestres, y de sus hábitats. Más tarde, se percatan de que sólo ordenando las actividades humanas pueden pretender perpetuar la calidad del entorno. En todo caso, con pretensiones únicamente de alcance local, NIMBY[1] o territorialista, al preocuparse sólo de la “habitabilidad” (Rueda, 1996: 65-66), especialmente por el incremento del suelo artificializado –aunque sólo se trate del eco en superficie de transformaciones profundas (Murray, et a. 2005)– o de la densidad de población. Finalmente, la progresión causal puede llevarlas a cuestionar el orden de relaciones personales, como raíz primera de la insostenibilidad. Bernat Riutort y Joaquín Valdivieso (2004: 313) postulan la ampliación de la ideología ecologista con valores de ámbito de crecimiento universal: justicia, responsabilidad intergeneracional y global, civismo...; «convertido en “sentido común”, incluso cortando transversalmente algunas divisiones políticas clásicas» (2004: 309). Con ese mismo objeto, la organización asamblearia y voluntaria que adoptamos los grupos ecologistas, y otros movimientos sociales antisistema, promueve la horizontalidad en las estructuras de poder y de responsabilidad, potenciando la participación y la creatividad (Cembranos y Medina, 2003: 131). Con ello se pretende, también, promover transformaciones sociales más profundas de politización ciudadana (Biehl y Bookchin, 1998). Entendemos que esta progresión caracteriza la diferenciación entre el territorialismo, de objetivos más limitados y simplemente egoístas, y el ecologismo, más comprometido y solidario.

 

Por otra parte, el turismo pasa por ser el ejemplo de cómo se puede armonizar la relación entre la humanidad y el medio. Su apariencia inocua y únicamente enriquecedora –tanto para el huésped, como para el anfitrión y para con el entorno atrae nuestra atención; especialmente en las modalidades ecoturísticas, que contribuyan a rentabilizar la conservación de la naturaleza y conviertan el viaje en un tránsito personal de crecimiento transformador, cargado de autenticidad y de relaciones personales interculturales. El ecoturismo, en tanto que ocio en la naturaleza, se convierte en un referente de simbiosis entre la humanidad y la naturaleza: por un lado posibilita su comunión –cada día más remota en el seno de santuarios de conservación (los espacios naturales o el trópico mítico), y al mismo tiempo nos sirve como modelo de relación harmónica, libre de los síntomas de la insostenibilidad, y contribuyente y dependiente –de ahí su simbiosis de la calidad del entorno. Esta deriva del interés hacia la sostenibilidad del turismo –como también respecto de otras actividades de servicios se fundamenta en su teórica “desmaterialización”. Un ejemplo nos los arguye Tim Swanson, “Muy probablemente, el mayor poder de ganancia de los hábitats naturales en el futuro no resida en su capacidad para producir bienes únicos, si no en su capacidad para producir servicios únicos... esta es finalmente la vía por la cual el desarrollo puede desligarse de la destrucción de la diversidad” (1991: 199). Pese a lo cual, el control y la especialización en la prestación de servicios (que junto al turismo son el de seguros, la actividad financiera, la información, etc.) por parte de las economías del Centro contribuyen a promover su dominio de la economía-mundo capitalista (Fernández, 2003: 118), perpetuando el monopolio de las herramientas y del poder que posibilitan el desarrollo.

 

Asimilando la distancia establecida entre el territorialismo y el ecologismo a lo que entendemos que pasa con el turismo, el espejismo arcádico del ecoturismo desatiende todas las implicaciones del fenómeno turístico: ¿En qué medida también el turismo daña, quién se lo puede permitir y a quién favorece más?

 

 

El alcance de la socioecología ecologista

 

El pensamiento ecologista se nutre esencialmente del amor por la vida (Panikkar, 2001), expresado en la fascinación por la naturaleza. De ella se deriva su convicción en las interrelaciones socioecológicas y en la resolución colectiva de los conflictos, contrarias al cientifismo parcelario y al individualismo[2].

 

El crecimiento universalizante de estos valores morales a partir del ecologismo se ve favorecido por su organización horizontal como movimiento ciudadano, y por su conexión con los espacios naturales, que representan los reductos arcádicos de comunión con la naturaleza.

 

La organización asamblearia tiende al colectivismo y al pensamiento grupal, ya sea en la toma de decisiones de su organización –por definición antisistémica y crítica– o en la organización de actividades reivindicativas y con voluntariado afín. Por ejemplo, la ocupación libertaria reivindicativa de la isla de Sa Dragonera, el verano de 1977 (Rayó, 2004:30), los campos de trabajo para la restauración de patrimonio con participación de voluntariado (caso de la reserva de La Trapa del GOB, http://www.gobmallorca.com/latrapa), la organización de la Contracumbre de Ministros de Medio Ambiente en Palma de Mallorca durante el mes de mayo de 2002 (http://www.gobmallorca.com/comuni/com2002/020527.htm), o la organización del Fòrum Social de Mallorca el año 2003 (Aranda, et al. 2005).

 

Por otro lado, el ecologismo entronca con la simpatía con el entorno virginal de las arcadias de conservación de la naturaleza, que cumplen la función de santuarios de comunión con la madre naturaleza; reductos de armonía, que, cuando no, pueden librar a las malas conciencias de la losa de culpabilidad por haber contribuido al actual paroxismo socioambiental.

 

El espejismo ecoturístico

 

El claroscuro entre la habitabilidad y la resolución ecologista de la insostenibilidad lo ocupan las arcadias en las que el ecoturismo pretende la cuadratura del círculo, armonizando la relación entre la humanidad y la naturaleza. El viaje cuenta en su haber que contribuye a la transformación de nuestro parecer abriéndonos los ojos a la diversidad, y puede contribuir a generar puentes de dialogo y hermanamiento en el seno de la humanidad y para con la naturaleza (Mowforth y Munt, 1998). Aunque también se pueda interpretar como “una alternativa para conservar y prolongar lo moderno y protegerlo de sus propias tendencias a la autodestrucción” (MacCannell, 2003: xxii), análogo a la religión como instrumento de evasión, de elevado poder alienador; al tiempo que convierte al turista en escaparate viviente de la opulencia del Centro en la Periferia, reconstruyendo la modernidad (MacCannell, 2003: 231). Además, la masificación consumista del turismo “rutinario” banaliza el espacio –construyendo “no lugares estereotipados”– (González, 2003: 147). Esta oferta turística banal monopoliza a los clientes con ofertas “all inclusive” –todo incluido–, dificultando su relación con el espacio “real”, más allá de las fronteras del resort turístico.

 

El movimiento conservacionista inicia su inquietud por la degradación del entorno natural, especialmente en espacios naturales protegidos. La relación entre la humanidad y la naturaleza que en ellos se establece es privilegiada, dado que se les asigna el papel de “santuarios” de armonía, donde el entorno pretende alcanzar su máxima calidad de conservación y la experiencia recreativa debe ser más auténtica y solitaria, así como menos banal. Contribuye a ello su gestión privilegiada y autónoma, prevaleciendo a la planificación de otros sectores de actividad[3].

 

La prestación de servicios turísticos proporciona beneficios económicos y contribuye a la conservación del patrimonio natural. Pero al mismo tiempo pone en uso los reductos intocados de naturalidad que sostienen el equilibrio ecológico y que son el referente simbólico e ideológico del ecologismo, como actitud de denuncia a la insostenibilidad. Incorporar estos espacios al carrusel de la comercialización y de la sobreexplotación puede representar la muerte de éxito del ecologismo, malinterpretando su denuncia y atendiendo únicamente a sus aspectos “territorialistas”.

 

La búsqueda de la anhelada simbiosis con la naturaleza, el mito robinsoniano de la comunión en solicitud o la meta de la convivencia colectivista utilizan estos últimos espacios no perturbados, aun y a riesgo de quemar los últimos cartuchos, para no acabar de perder la esperanza, y aun a sabiendas de que se trata de un espejismo que no hará otra cosa que subyugar los últimos reductos de resistencia a las dinámicas cosméticas y de dominio del poder.

 

Igual que el territorialismo, el espejismo ecoturístico (cuadro 1) atiende sólo a sus virtudes locales ­–como la complementariedad al desarrollo rural o su aporte al crecimiento personal–, desatendiendo su contribución a la insostenibilidad. Ambas dicotomías enfrentan la primacía de lo individual –en el territorialismo y el ecoturismo–, a lo colectivo –en el ecologismo, como movimiento ciudadano o como relación harmónica y colectivista en la naturaleza–.

 

Cuadro Nº1

 

Territorialismo

ESPEJISMO

en

tierra de nadie

Ecologismo

Conservacionismo

Arcadia

Ecoturística

Viaje

Sostenibilidad

Habitabilidad

Simbiosis

Desarrollo local

Colectivismo

Turismo

Horizontalidad organizativa

Cosmética

El cuadro pretende resumir los valores que defienden o que caracterizan al territorialismo y al ecologismo, así como la consideración del ecoturismo como el punto de encuentro, que puede contribuir al avance del primero hacia el segundo, o a la mala interpretación del segundo para subordinarlo al primero.

 

 

Habitabilidad e Insostenibilidad turística en las Islas Baleares

                                                                                                           

El establecimiento de indicadores de sostenibilidad del turismo de las islas Baleares (Blázquez, Murray y Garau, 2002; Andreu, et al. 2003a; Andreu, et al. 2003b) –a partir de análisis y estudios previos destacables (Rullan, 1998; GOB, 2000)– nos ofrece la oportunidad de ilustrar la conceptualización que antecede, con un caso concreto como ejemplo. Con éste propósito nos detendremos a establecer el impacto territorial, social, económico y ambiental de la “explosión” turística acaecida en las islas Baleares desde el inicio de su popularización como destino turístico de masas (1956-60), hasta nuestro días (2001). En un segundo apartado, nos aventuraremos a prever su trayectoria futura, de acuerdo a las expectativas permitidas y potenciadas por el planeamiento de infraestructuras y urbanístico, de incidencia territorial. En tercer lugar, esbozaremos las implicaciones globales de tal metabolismo socioeconómico, bien sea  por su acaparamiento de capacidad ecológica (de abastecimiento de recursos y de absorción de residuos), como por su efecto impulsor de estructuras semejantes de transformación, mediante la inversión de capital en la Periferia de la economía-mundo capitalista. Para, por último, analizar la respuesta social territorialista y ecologista a esta transformación puramente turística.

 

 

La explosión turística de las islas Baleares se detecta “a ras de suelo” por sus cambios de ocupación y uso. El sellamiento de suelo –con urbanización y asfaltado– alcanza a multiplicarse por cinco: del 1,1% en 1956, al 5,5 % en 2000 (Pons, 2003). Este crecimiento se desacelera a finales del periodo: mientras entre 1956 y 1973 se sella un promedio de 1 ha./día –correspondiéndose al urbanismo intensivo del primer boom turístico–, la cuantía aumenta a 1,5 entre 1976 y 1995 –en la extensión urbanística del segundo boom–, para disminuir a 0,6 entre 1995 y 2000. El porqué de esta desaceleración del tercer boom quisiéramos pensar que se debe a la asunción de la responsabilidad política en materia de ordenación del territorio de los partidos progresistas que gobernaron entre 1995 y 2003, poniendo en práctica las denominadas moratorias turísticas y urbanísticas[4]. Aunque el mantenimiento de la aceleración del consumo de cemento (que pasa de 143 a 204 toneladas por km2, entre las décadas 1981-1991 y 1991-2001) dé a entender que pese a que la urbanización deja de extenderse, la construcción mantiene su ritmo de crecimiento; como, por otra parte, corrobora el incremento del número de plazas de alojamiento de licencia residencial –aunque de uso también turístico “no reglado”–, que se detalla más adelante.

 

 

La urbanización se ceba especialmente en el litoral balear, en el que se alcanza el promedio del 26% de suelo sellado, dentro de la franja de 500 m desde la línea de costa. Según el tipo de litoral, el más afectado por la urbanización es el escalonado bajo rocoso o de nip (41%), el de playa arenosa (37,4%), el acantilado (22,1%), las playas de cantos rodados (9,7%) y el de vertiente estructural (6,5%) (Blázquez y Murray, 2002). La transformación paisajística que ésta urbanización conlleva mereció el calificativo peyorativo de “balearización”, como modelo de “teórico” agotamiento del atractivo turístico.

 

Algunas variables ilustrativas del corolario socioambiental de esta transformación territorial se desgranan en el cuadro 2.

 

 

Cuadro Nº2

 

Variables socioambientales de las islas Baleares, 1960-2001

 

1960

2001

Factor de crecimiento

Número de pasajeros en los aeropuertos

638.419

26.467.144

x 42

Población residente

441.732

841.669

x 2

Plazas de alojamiento

465.938

1.899.357

x 4

 

 

La variable clave, en cuanto a la presión humana, es el número de plazas de alojamiento. De los casi 2 millones de “camas” actuales, sólo el 22% son de uso turístico legal, pero hasta un 38% del resto tiene un uso diferente al de primera vivienda (Roca y Roca, 2003). Las plazas turísticas se estabilizaron con un aumento de sólo el 6,4% en 10 años, de 389.239 en 1991 a 414.120 en 2001. Mientras el incremento de la capacidad de alojamiento se desplazó hacia las de licencia residencial, que aumentaron un 19,4% (3 veces superior al turístico), de 1.231.816 en 1991 a 1.470.385 en 2001.

 

 

Esta última capacidad de alojamiento de licencia residencial alberga al 35% de la afluencia de pasajeros que no se alojan en oferta turística legal (Integral-GaaT, 2000). La acomodación turística en éste alojamiento de licencia residencial –y por consiguiente no reglado o autorizado por la autoridad turística– ha ampliado su abanico de preferencias; si en un principio se trataba de apartamentos ilegales, cercanos a los alojamientos turísticos reglados, más recientemente se han añadido las viviendas urbanas y las rurales. El entorno agrario atrae la atención del turista por su autenticidad mediterránea, siempre a condición que se incluya una piscina. Ésta nueva demanda turística ha promovido la edificación dispersa en el campo, a modo de villa-mansión de carácter rururbano, y su cambio de uso de agrícola a turístico-residencial. La proliferación en Mallorca de éste hábitat no ha sido del todo legal; mientras a efectos fiscales –de pago del Impuesto de Bienes Inmuebles– el registro aumentó de 4.000 edificios en 1975 a 38.878 en 2000, en el mismo periodo sólo se concedieron 7.000 nuevas autorizaciones por parte de la autoridad competente (Munar, 2004: 573). Por otro lado, la fuerte fragmentación de la propiedad rústica ha posibilitado la socialización de éste negocio de construcción y alquiler, atenuando la oposición popular al proceso de transformación del campo. Recientemente, se ha promulgado el decreto que regula las “viviendas turísticas de vacaciones”[5], que posibilita la regularización de este sector de actividad, aunque sin exigir la verificación de legalidad urbanística de las obras de alojamiento. La mercantilización turística de la vivienda residencial se organiza mayoritariamente por Internet, para periodos semanales, con precios que oscilan entre 2.000 y 6.000 euros por semana. Con todo, el precio de compra de viviendas ha aumentado en un 70% de media entre 1998 y 2001, dificultando especialmente su adquisición, pese al abaratamiento de los préstamos hipotecarios. Además, el salario medio en las islas Baleares es crecientemente inferior a la media española: en un 5,5% en 1989, bajando hasta un 10,7% por debajo de la media española en 2001 (Andreu, et al. 2003).

 

 

La evolución del consumo de recursos naturales y de producción de residuos de la actividad turística, ejemplificada en el caso de las islas Baleares entre 1989 y 2000, muestra incrementos en el consumo de electricidad (82,08 %), producción de residuos (83,14 %), huella ecológica del consumo de energía (59,53 %), suelo sellado por la urbanización (27,07 %) y agua de abastecimiento urbano (20,29 %) (Andreu, et al. 2003: 66). Por un lado, se frenaba la degradación del entorno inmediato –con menor aumento del sellado de suelo mientras estuvieron vigentes las “moratorias” (2000-2004)– y se gestionaban mejor los recursos para con los cuales se ha desarrollado una mayor sensibilidad –como es el caso del agua–. Pero por otro se desata el consumo de energía –al que contribuye especialmente el transporte, pero también el consumo eléctrico para climatización y desalación– y la producción de residuos –tratados mediante incineración–; traduciéndose ambos mecanismos de control en una mayor contaminación atmosférica, que compromete la salud del planeta y de las personas –aunque de forma más sutil y a largo plazo que los anteriores sistemas de proveimiento de agua salinizada por sobreexplotación de los acuíferos o de vertido de los residuos sólidos urbanos, con sus consiguientes problemas de lixiviación, combustión espontánea y emisión atmosférica de metano–. Por ese camino las islas Baleares exportaban los inconvenientes de la insostenibilidad, asegurando el máximo de habitabilidad local, mediante la “gasificación” de la balearización (Andreu, et al. 2003: 75). Así, mientras España aumentó sus emisiones de CO2 en un 38% entre 1990 y 2002, las islas Baleares lo hicieron en un 61% para el periodo entre 1989 y 2001; contribuyendo así en mayor medida al cambio climático, provocado por el efecto invernadero.

 

 

La reanudación de la balearización más clásica (a partir de la reconquista del gobierno balear por parte del Partido Popular, en de mayo de 2003 y su coalición con Unió Mallorquina –partido liberal y regionalista–), ha revertido el proceso de limitación del crecimiento urbanístico y de la red viaria de alta velocidad y capacidad; con la sola excepción de Menorca, que mantiene el espíritu de las “moratorias”, con un gobierno todavía progresista. Las primeras actuaciones de éste reestreno político han consistido en la desprotección de 22.400 ha. de parques naturales, el desmantelamiento de las “moratorias urbanísticas” y la revisión al alza las previsiones de crecimiento de los planes sectoriales de carreteras y  territoriales insulares. Sólo en Mallorca podrán urbanizarse 45 km2 a partir de la entrada en vigor del Plan Territorial Insular de Mallorca (BOIB nº 188 ext. del 31 de diciembre de 2004), que establece un techo potencial normativo que permite duplicar la capacidad de alojamiento turístico-residencial actual (http://www.gobmallorca.com/comuni/com2004/040205.htm); pasando del parque actualmente construido, de 1.411.573 plazas, a un parque potencial de 3.000.007 plazas. Éste mismo techo se sitúa para todas las islas Baleares en torno a los 4,2 millones de plazas (Rullan, 1999: 436). Concomitante a esta prospectiva, la previsión establecida para la ampliación del aeropuerto de Mallorca, Son Sant Joan, aumenta en más de un 50% su capacidad de recepción de pasajeros (de 24 a 38,5 millones de 2003 a 2015).

 

 

Figura Nº1

 

 

 

En este nuevo escenario se altera el diagnóstico que presentábamos en el párrafo anterior, como lo demuestra el análisis diacrónico que acompaña de las hectáreas selladas hasta hoy día en Mallorca (Pons, 2003), junto con la proyección de su evolución según las normas recién aprobadas[6]. Resumidamente, desde 2003 se reemprende el ritmo de crecimiento urbanístico y del viario de alta velocidad de los años 70, que acuñó la “balearización”, con un promedio de sellamiento previsto de 2 ha./día (figura 1).

 

 

Aunque más intangiblemente, la balearización también supone la apropiación objetiva de capacidad ecológica más allá de sus fronteras. Ivan Murray (2003) cuantifica la huella ecológica de la economía balear en una superficie equivalente a la extensión de 6 veces el archipiélago balear (p. 112), para 1998. Por otro lado, las mayores cadenas turísticas españolas tienen su origen en las islas Baleares: Iberostar, Barceló, Sol-Melià, Riu...; y su afán por crear nuevos destinos turísticos en la Periferia tropical (especialmente en el Caribe y en Centroamérica) no es otra cosa que la exportación de la balearización aquí descrita, con la expatriación de los beneficios, aunque más hacia paraísos fiscales que hacia las propias islas Baleares.

 

 

El análisis de las interconexiones entre el turismo y la insostenibilidad, como es el caso de las islas Baleares, desvanece el espejismo arcádico de su supuesta simbiosis harmónica. En el fondo, se nos desvelan los mecanismos de cosmética del dominio fuerte, mediante la aplicación de medidas paliativas de sus síntomas locales. En último término, se alcanza nada más la habitalidad para la atracción turística, a costa de agravar la contribución a la insostenibilidad, como se demuestra con el ejemplo de la “gasificación” y la exportación de la “balearización”, de la actividad turística de las islas Baleares.

 

 

La respuesta social, territorialista y ecologista

 

La actividad humana que transforma el entorno local en las islas Baleares supone la pérdida subjetiva de bienestar que se acusa desde las campañas ciudadanas de protesta.  El movimiento ecologista consolidó su presencia a principios de los años 70, con la aparición del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa[7]. Las temáticas de su reivindicación empiezan siendo las propias de los movimientos territorialistas: la protección de espacios naturales y la biodiversidad y la defensa del paisaje –especialmente frente a la urbanización y la construcción de infrastructuras–. Estos objetivos los comparte con plataformas ciudadanas que coinciden en la defensa local frente a una amenaza, según el modelo NIMBY antes definido. Pero el GOB ha añadido las temáticas de mejora en la gestión de los recursos –agua y energía–, así como de los residuos y otras formas de contaminación. La adición de temas también ha dado lugar a iniciativas de defensa de la paz, la globalización social, los derechos de los inmigrantes o la cooperación al desarrollo. Esta ligazón en el seno de una organización ciudadana, que es casi la única de las islas Baleares que aborda exclusivamente el ecologismo, genera el esfuerzo constante por alcanzar los propósitos universalizantes de la causa ecologista.

 

 

El apoyo  social al GOB se comprueba por su afiliación, que casi alcanza el 1% de la población residente, el eco social, político y mediático de sus comunicados y actividades, y por el apoyo ciudadano a sus manifestaciones reivindicativas y pacíficas.

 

 

La última de estas manifestaciones la formaron 50.000 personas en Palma, Mallorca, el 14 de febrero de 2004 bajo el lema “Quien ama Mallorca no la destruye”, contra los planes de urbanización y construcción de autopistas que mencionamos. Su trascendencia pretendía ser especialmente territorialista, con el apoyo de plataformas ciudadanas locales. El principal motivo de la movilización era la pérdida de habitabilidad, que se concreta en el sellamiento de suelo, el agobio que es consecuencia del aumento de densidad de la población residente y flotante, el encarecimiento de la vivienda, que se debe a su uso turístico y a su atractivo como activo financiero, y la amenaza a la identidad que suponen el crecimiento y la inmigración –aunque sea en torno a símbolos como los espacios naturales–.

 

 

La solidaridad une a los movimientos locales junto al GOB, cada cual defendiendo su rincón de la isla, pero todos coincidiendo bajo un mismo lema que se opone al crecimiento urbanístico y de las infraestructuras, considerándolos el germen de la crisis ambiental de estas islas. Además, esta misma campaña, todavía en marcha, incluye también la reivindicación de limitar la incineración de residuos y la capacidad de acogida de los aeropuertos, como forma de enfrentarse a las emisiones contaminantes que contribuyen al efecto invernadero, de óptica más universalizante. La actitud del GOB frente al turismo es crítica, llegándose incluso a proponer la rebaja en 1 millón del número de turistas llegados a las islas; aunque sin marcarse el criterio de oposición radical. Más a menudo se plantean medidas paliativas y se busca la complicidad de los sectores económicos y sociales implicados: empresarios, sindicatos y ciudadanía que asume su total dependencia económica del turismo.

 

 

Conclusión

 

Lo antedicho posibilita el establecimiento de paralelismos. De entre las actividades compatibles, la recreativa (interpretativa y concienciadora) es la más indicativa del potencial armonizador. Los prerrequisitos de ésta armonía, como el límite de cambio aceptable, entre la autenticidad y la banalización (Blázquez, 2002), son igualmente válidos para diferenciar el enriquecimiento del “viaje”, del entretenimiento del “turismo”. Pese a su origen de “comunión” con la naturaleza el ecoturismo se ha convertido en un espejismo, producto mercantil de consumo de masas. Igual que como sucede entre el ecologismo transformador y el territorialismo cosmético y egoísta, que rebaja sus exigencias, conformándose con mejoras locales de la habitabilidad. También los colectivos libertarios experimentan en sociedad, a pequeña escala, sistemas de organización colectiva de apoyo mutuo, que pretenden ser extrapolables al conjunto de la humanidad. La diferencia entre habitabilidad y sostenibilidad (Rueda, 1996: 65-66) plantea la última dicotomía de la que podemos extraer también las recomendaciones que deben regirla, rebajando los ritmos –calmando y conteniendo–, hacia el necesario decrecimiento (Blázquez et al., en prensa).

 

 

Los experimentos en “probeta” –ya sea en la gestión del uso público de espacios naturales o en la organización interna de organizaciones ciudadanas– deben aportar modelos de funcionamiento exportables a la realidad más compleja y incierta. Su traslado a la ordenación del territorio y para con todos los sectores de actividad humana, o a la organización de la sociedad supone, convencionalmente, retos de subversión que nos enfrentan al sistema. Por muy “amigable” que pueda semejarnos el turismo, contribuye igualmente a la degradación ambiental y a la injusticia social. Igual que en otros sectores de actividad, su reconversión ecológica debe pasar por la reducción de los niveles de consumo de energía y materiales, por ejemplo mediante la creación de proximidad y la minimización de los desplazamientos, o con la imposición de límites de cambio aceptable también sociales y económicos. Ni siquiera este servicio que se pretende arcádico libra al entorno local o global de daño, aunque éste sea gaseoso y diferido.

 

 

La solución política de éste, como de otros conflictos, pasa por el apoderamiento ciudadano como prioridad, previa incluso a la posibilidad de mejora del bienestar que puede proporcionar el desarrollo turístico, mediante la consolidación de redes sociales de solidaridad y justicia.

 

 

Notas



[1] Not in my backyard, “no en mi corral”, en referencia a la denuncia de la ubicación concreta de una agresión ambiental, en tanto le afecta a uno, pero que no amplía esa oposición a su ejecución en otros lugares.

 

[2] Como le sucediera a P’otr Aleksejevič Kropotkin que desplazó su interés del estudio de la naturaleza al de la sociedad. De la naturaleza extrajo la convicción de que la solidaridad es más natural y más eficiente que la competencia individualista. Este principio, al que denominó de “ayuda mutua”, era por consiguiente natural y no sólo moralmente extrapolable a la sociedad (Galois, 1976).

 

[3] Por ejemplo, la Ley 4/1989, de 27 de marzo, de Conservación de los Espacios Naturales y de la Flora y Fauna Silvestres sitúa al instrumento de planificación de los espacios naturales, los Planes de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN), por encima de “cualesquiera otros instrumentos de ordenación territorial o física, cuyas determinaciones no podrán alterar o modificar dichas disposiciones” (art. 5.2).

 

[4] Las primeras “moratorias” son de carácter turístico (Leyes 4/1998 y 2/1999) y aplican el numerus clausus al otorgamiento de autorizaciones previas a la construcción de alojamientos turísticos, haciendo necesario dar de baja las plazas obsoletas equivalentes, en una especie de “reconversión obligatoria”. Las “moratorias” urbanísticas fueron cautelares previa aprobación de las Directrices de Ordenación Territorial y los planes territoriales insulares. Por ejemplo, para Mallorca: el acuerdo del Consell Insular de Mallorca sobre 77 sectores urbanizables, en 1998, la Ley 6/1998, de 23 de octubre, de medidas cautelares hasta la aprobación de las Directrices de Ordenación Territorial (BOCAIB de 24 de octubre de 1998), o el acuerdo de 28 de julio de 2000 (BOIB núm. 93 ext. de 31 de julio de 2000), acompañada de otras, y para cada isla. A día de hoy, han decaído o han sido alzadas todas.

 

[5] Decreto 55/2005, de 20 de mayo, por el cual se regulan las viviendas turíticas de vacaciones en el ámbito de la comunidad autónoma de las Illes Balears (BOIB, número 81, del 28-05-2005).

 

[6] El Plan Territorial de Mallorca (BOIB núm. 188 ext., de día 31-12-2004) y el Plan Director Sectorial de Carreteras de les Illes Balears (isla de Mallorca) (BOIB número 174, de día 18-12-2003). En el entendido que su vigencia debe ser de 10 años desde la aprobación de la Ley 6/1999, de 3 de abril, de las Directrices de Ordenación Territorial de las islas Baleares y de medidas tributarias (art. 3.2).

 

[7] www.gobmallorca.com, www.gobmenorca.com, www.gengob.org

 

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© Copyright Macià Blázquez Salom, 2005

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Ficha bibliográfica:

BLÁZQUEZ, M. El territorialismo y el ecologismo frente al turismo. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (24). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-24.htm> [ISSN: 1138-9788]

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