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Índice de Scripta Nova

Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. XII, núm. 277, 15 de noviembre de 2008
[Nueva serie de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


LA RIBERA DEL DUERO, GEOGRAFÍA DE UN MEDIO INNOVADOR EN TORNO A LA VITIVINICULTURA[1]

Javier Aparicio
japaricio@usal.es

José Luis Sánchez
jlsh@usal.es

José Luis Alonso
jlalonso@usal.es

Valeriano Rodero
vrodero@usal.es

Departamento de Geografía. Universidad de Salamanca

Recibido: 18 de octubre de 2007. Devuelto para revisión: 11 de marzo de 2008. Aceptado: 17 de julio de 2008

La Ribera del Duero, geografía de un medio innovador en torno a la vitivinicultura (Resumen).

La comarca vitivinícola de la Ribera del Duero, en la Comunidad Autónoma de Castilla y León (España), ha registrado una profunda transformación desde su pasado reciente, fundamentado en la elaboración de claretes a granel, hasta la construcción de un medio innovador en torno a la producción de tintos de calidad. La constitución de la Denominación de Origen en 1982 y su integración funcional en el sistema de innovación vitivinícola auspiciado por las autoridades regionales son dos factores imprescindibles en la explicación de este proceso de recualificación del sector que ha colocado a la Ribera del Duero entre las demarcaciones vinícolas más apreciadas de España. El fulgurante crecimiento del número de bodegas y la diversificación de su procedencia y de sus estrategias competitivas plantean, no obstante, interrogantes sobre el futuro de esta trayectoria tan dinámica.

Palabras clave: comarcas vitivinícolas, medio innovador, alimentos de calidad, Ribera del Duero, Castilla y León, España.
Ribera del Duero, the geography of a wine-producing innovative milieu (Abstract)

The Spanish wine district of Ribera del Duero, located in the region of Castille and León, has undergone a huge transformation from its recent past, anchored in the delivery of bulk rosé wine, until the development of an innovative milieu focused upon the production of quality and aged red wines. The constitution of the Designation of Origin in 1982 and its funtional integration within the wine-oriented innovation system supported by the regional authorities are two crucial factors for a proper understanding of this requalification process which has driven Ribera del Duero towards the upper part of the ranking for Spanish wine districts. Nevertheless, the sudden blossoming of new wineries of different ownership and competitive strategies raises some doubts and questions about the future development of such a dynamic path.

Key words: wine districts, innovative milieu, quality food, Ribera del Duero, Castile and León, Spain.


“Está claro que el viñedo ni ha constituido, ni puede constituir un monocultivo en la comarca porque,al no producir un vino de calidad,éste no asegura un comercio suficientepara integrarse en una economía de mercado”

(Fernando Molinero, La Tierra de Roa, la crisis de una comarca vitícola tradicional, pág.77)

“Los grandes vinos le deben la fama a sus mercados”

(Hugh Johnson, Historia del vino, pág. 133)

 

“El vino es uno de los primeros signos de civilización que aparece en la vida de los seres humanos. Está en la Biblia, está en Homero, brilla a través de todas las páginas de la historia, participa en el destino de los hombres de ingenio.Anima a todos aquellos que saben cómo saborearlo,pero castiga a quienes lo beben sin moderación”

Discurso del escritor francés Georges Duhamel,miembro de la Académie Française,en la reunión de la Confrérie des Chevaliers du Tastevin (Fraternidad del Vino de Borgoña),el 6 de noviembre de 1946,primera celebrada después de la II Guerra Mundial (citado en La guerra del vino de Don & Petie Kladstrup, pág. 284)

Introducción, objetivos y metodología

La teoría del entorno o medio innovador (Aydalot, 1986) afirma que la innovación económica es un proceso geográficamente localizado y socialmente interactivo donde participan agentes de distinta naturaleza (producción, investigación, formación, regulación, promoción) que aportan recursos tangibles e intangibles. Lejos de la imagen de la innovación como fruto de la intención explícita de una empresa o de un sistema secuencial investigación-desarrollo-aplicación (ciencia-tecnología-industria), este enfoque ecológico[2] de la actividad económica vincula la capacidad innovadora de las empresas con su entorno territorial, social e institucional, que proporciona los activos que las empresas no pueden internalizar o procurarse por sí solas, debido a su pequeño tamaño individual o a la naturaleza pública y colectiva de los mismos (materias primas, infraestructuras, cualificación de la mano de obra, propensión emprendedora, servicios avanzados, conocimiento codificado o tácito especializado...).

Esta teoría se sustentó inicialmente en una limitada serie de estudios de caso que compartían la especialización en industrias de alto contenido tecnológico y la localización en países avanzados y regiones metropolitanas con elevado nivel de desarrollo. Sin embargo, durante la última década se viene aplicando esta línea de reflexión a sectores tradicionales y territorios rurales (Lindkvist y Sánchez 2008, Doloreux y Dionne 2008). La Geografía Económica española ha participado en esta renovación teórica y empírica mediante la puesta en marcha del Programa de Investigación sobre Medios Innovadores en España, que se ha prolongado desde 1998 hasta 2006 mediante sucesivos proyectos coordinados de investigación dedicados al estudio de la innovación socioeconómica en sistemas productivos locales ubicados en espacios no metropolitanos (ver Sánchez 2006 o Sánchez -en prensa- para una síntesis).

 

 

Este artículo se encuadra dentro de dicho Programa de Investigación y aplica la teoría del medio innovador para explicar el proceso de modernización del sector vitivinícola en la comarca española de la Ribera del Duero, situada en la Comunidad Autónoma de Castilla y León (Figura 1). Los vinos de esta comarca apenas trascendían el ámbito regional en fecha tan reciente como 1950, pero en la actualidad, amparados por la Denominación de Origen «Ribera del Duero», figuran entre los más reconocidos en España. En palabras de Clarke (2005: 198), “... la Ribera del Duero se encuentra, en la actualidad, entre las mejores D.O. de España, por encima de sus vecinas de Castilla y León en lo que respecta a la calidad de sus vinos tintos y a su grado de desarrollo total, tan acelerado. La región, cada vez más, se llena de vida a medida que más vinicultores invierten y experimentan en sus viñedos, y sacan partido de la prometedora estrella que es la Ribera”. ¿Cómo se ha pasado, en apenas medio siglo, de ese anonimato a esta prominente posición en el disputado y complejo panorama vinícola internacional?

Para contestar a esta pregunta, el artículo sostiene la hipótesis de que la constitución oficial de la Denominación de Origen en el año 1982 desencadenó un proceso innovador en cuanto a los procedimientos de cultivo de los viñedos, de elaboración de los vinos y de distribución en los mercados que ha permitido aumentar la producción, estimular la inversión endógena en el sector, atraer capital exógeno y ganar prestigio en los mercados de calidad. Todo este conjunto de transformaciones pueden explicarse desde la perspectiva del entorno innovador porque se deben a la combinación localizada de recursos e iniciativas aportados por actores diversos, pero complementarios, en su función y en su localización geográfica.

En consecuencia, el primer apartado del artículo se dedica a discutir las oportunidades que brinda la figura legal de la Denominación de Origen para el fomento de la innovación socioeconómica. El segundo explica la constitución y resultados del medio innovador vitivinícola de la Ribera del Duero, subrayando el proceso de transición desde la producción tradicional de vinos claretes a granel hasta la elaboración actual de vinos tintos de calidad presentes en numerosos países[3]. El tercero adopta una perspectiva más amplia para poner de relieve que una parte importante de los recursos técnicos y de conocimiento necesarios para esta modernización local han sido aportados por actores exógenos, entre los que destaca el gobierno regional de la Comunidad Autónoma de Castilla y León, un elemento fundamental del entorno innovador de la Ribera del Duero. En el cuarto apartado se pone de relieve que, como consecuencia de su fulgurante desarrollo, el sector vitivinícola de la Ribera del Duero debe hacer frente a determinados desafíos derivados de la creciente presencia de bodegas de capital foráneo. El trabajo termina con unas conclusiones que sugieren además nuevas líneas de reflexión.

La información manejada procede, como es natural, de fuentes muy diversas: las imprescindibles lecturas (literatura teórica y empírica especializada) se complementan con  estadísticas y documentación específica sobre el sector y con otros datos extraídos de las observaciones de campo y de los cuestionarios postales remitidos a las bodegas de la comarca. El cuestionario de 2002 obtuvo una tasa de respuesta del 54% (contestaron 73 de las 135 bodegas de la Denominación de Origen), mientras en 2007 la cifra descendió al 20% (44 de las 225 bodegas inscritas). Además, se han mantenido entrevistas semiestructuradas con cinco bodegas, el Consejo Regulador de la Denominación de Origen, la Estación Enológica de Castilla y León, el Instituto de Tecnología Agraria de Castilla y León, el Servicio de Calidad Alimentaria de la Consejería de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León, la empresa pública EXCAL-Exportaciones de Castilla y León, la Mancomunidad de Municipios «Campo de Peñafiel», los grupos de acción local «PRODER Duero-Esgueva» y «PRODER Ribera del Duero Burgalesa» encargados de promover iniciativas económicas cofinanciadas con fondos aportados por la Unión Europea, y los sindicatos agrarios Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) y Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) de Castilla y León. De esta forma, contrastando fuentes distintas y triangulando la información recabada, se han podido reunir los datos válidos, fiables y contextualizados que Yeung (2003) considera imprescindibles para construir una Geografía Económica consistente, es decir, fundamentada en un material empírico capaz de verificar o refutar hipótesis relevantes y de fortalecer o socavar los conceptos y teorías vigentes[4].

La Denominación de Origen como marco institucional propicio para la construcción de un entorno innovador

El entorno innovador o la innovación como fenómeno colectivo

Como se ha indicado, la teoría del medio innovador parte de una concepción localizada e interactiva de la innovación. En virtud de este enfoque, la innovación en el seno de una empresa o de un sistema local de empresas especializadas en un producto determinado (caso de una comarca vitivinícola) es el resultado de la interacción y el aprendizaje colectivos en el seno de una red de actores vinculados por lazos sociales (confianza) y económicos (transacciones) construidos a lo largo del tiempo en un marco territorial definido de escala regional o local. La metáfora de la red evoca esa interdependencia biológica entre empresas y entorno geográfico. Este enfoque institucionalista subraya que los agentes económicos operan en un tiempo histórico donde el aprendizaje, fruto de las decisiones pasadas, orienta su labor cotidiana, lo que refuerza el valor de la confianza como condicionante de los procesos económicos y muy en particular de la innovación, siempre sujeta a riesgos sólo compartidos entre quienes se reconocen mutuamente como miembros de una comunidad. De ahí que la mera acumulación de transacciones mercantiles no sea suficiente para transformar un sistema local de empresas en un medio innovador: también es preciso constituir una red de agentes enfocada al aprendizaje colectivo (Figura 2).

 

 

Todo ello no obsta para que las redes locales y regionales de innovación deban mantenerse permanentemente abiertas al intercambio de experiencias y conocimiento con el exterior, so pena de caer en un aislamiento empobrecedor. Sin embargo, la traducción y aplicación local de los avances exógenos debe elaborarse siempre de forma contextual, adecuándolos a las características específicas del territorio, porque es el continuo empresas-entorno socioterritorial el que innova gracias a la institucionalización -formal e informal- de un circuito de generación y distribución de recursos económicos.

En el caso de la agroindustria rural, un potencial medio innovador debería estar integrado, al menos, por los productores agropecuarios y las empresas industriales transformadoras, los proveedores o distribuidores de bienes intermedios y equipos especializados, las firmas de servicios de valor añadido (asesoramiento técnico, comercial y gerencial) y el contexto institucional proporcionado por unas autoridades comprometidas con el desarrollo local y por un ambiente social propicio al establecimiento de objetivos comunes y a la colaboración para alcanzarlos, por ejemplo a través de las cooperativas de productores o de las asociaciones empresariales. Además, en un marco geográfico más amplio, de dimensión regional o nacional, habría que incluir la relación con otras empresas del mismo sector (cooperación en proyectos técnicos o comerciales conjuntos, rivalidad competitiva como acicate a la innovación) o del ámbito de la distribución minorista (que actúan como intermediarias en la relación con los consumidores y a menudo exigen la implantación de determinados procedimientos técnicos y de comercialización), el contacto regular con los centros especializados de formación e investigación agronómica y, por último, la incidencia de la normativa sectorial emanada de las instancias administrativas superiores, que en el caso español se remontan hasta las disposiciones de la Política Agrícola Común de la Unión Europea.

Las Denominaciones de Origen como oportunidad para la innovación en agroindustrias rurales

En una aproximación apresurada, la figura legal de la Denominación de Origen (D.O., en adelante) puede antojarse reñida con la constitución de un medio innovador en los términos descritos en el epígrafe anterior. En primer lugar por su carácter intervencionista, opuesto a la actual tendencia a la liberalización de los mercados. A continuación, por su larga historia, que se remonta a los últimos decenios del siglo XIX en Francia[5] y no evoca precisamente la novedad organizativa. Tercero, por su vinculación con alimentos tradicionales, de elaboración a menudo artesanal y con escasa magnitud productiva y comercial. Cuarto, derivado del anterior, por su localización en el medio rural, asociado al atraso en la mentalidad urbana dominante. Quinto, porque el reglamento de cada D.O. impone una serie de requisitos de obligado cumplimento a los productos y a los productores, coartando supuestamente su capacidad competitiva e innovadora.

¿Qué hay de cierto en estos prejuicios? Para responder a esta pregunta, es menester proponer una definición de D.O. para después poner de manifiesto su potencial de fomento de la innovación en agroindustrias de base rural como la vitivinicultura. Una D.O. es una asociación (un club, según el calificativo de autores como De la Calle 2002 o Torre 2006) que agrupa a los productores de un alimento reconocido como singular y diferente debido a las condiciones naturales del medio geográfico donde se elabora y a las materias primas y procedimientos técnicos empleados en su obtención. La D.O. distingue a sus productos con un sello o marchamo exclusivo cuya venta a los fabricantes permite sufragar los gastos de funcionamiento del Consejo Regulador, órgano rector de la D.O. donde participan los productores bajo la tutela de la administración, autonómica en el caso español. El Consejo Regulador vela por el cumplimiento de la normativa que regula la producción del alimento protegido, a fin de asegurar su tipicidad; también efectúa labores de promoción comercial para divulgar el producto y, por último, persigue legalmente a eventuales imitadores que utilicen de forma fraudulenta el topónimo registrado como identificativo común. Dentro de la normativa europea sobre alimentos de calidad, fijada en 1992, la D.O. se equipara con las Protected Designations of Origin (P.D.O.), la figura de más alto rango y nivel de exigencia, que impone la necesidad de que el proceso de producción se realice íntegramente en el seno del área geográfica amparada por el decreto de constitución de la D.O., por lo común una comarca rural o, en menos ocasiones, una provincia o región.

De esta caracterización se desprenden varias posibilidades para el impulso a la innovación en los territorios donde se asientan las producciones amparadas por este instrumento. No sólo se ofrece un producto singular y diferenciado a los clientes localizados fuera del territorio demarcado, sino que en el interior de estos espacios de producción agroalimentaria se desencadenan una serie de transformaciones sociales y económicas que, en determinados lugares como la Ribera del Duero, justifican su caracterización como medios de innovación.

En primer término, la constitución de una D.O. representa una superación del tradicional individualismo del pequeño agricultor o empresario rural y su sustitución por un largo proceso de cooperación para obtener la figura legal (que exige trámites complejos) y mantener después sus estructuras organizativas. Como subraya Hinnewinkel (2004), la D.O. es un ejemplo de innovación social de primera magnitud donde se combinan la colaboración horizontal (entre productores) y vertical (entre éstos y los poderes públicos) para defender los alimentos tradicionales de calidad diferenciada y construir un modelo estable de relaciones entre productores y clientes en torno a la oferta de un alimento garantizado en cuanto a sus cualidades y condiciones de elaboración.

Así pues, la negociación entre los agentes involucrados y la consiguiente acumulación de recursos y sinergias locales (Bailly, 2000) representan valores inherentes al funcionamiento de la D.O., cuyo éxito puede convertirse en valiosa demostración de las oportunidades que abre la cooperación frente a usos institucionales tan perniciosos y extendidos como la descoordinación, la rivalidad, la fragmentación o el particularismo. Más allá de su larga historia, la D.O. constituye, allí donde es reconocida, una infraestructura institucional capaz de rendir resultados que los productores individuales no suelen alcanzar por sí solos, dado su pequeño tamaño y su dispersión geográfica.

En segundo lugar, y en cuanto a la dimensión propiamente productiva, la D.O. implica el compromiso de todos los asociados con unos procedimientos de elaboración y con unos requisitos de calidad del producto final. Ello facilita la difusión generalizada de las novedades técnicas necesarias para satisfacer tales exigencias, novedades que con frecuencia acarrean la necesidad de introducir otras de tipo organizativo (plantilla más cualificada, nuevos departamentos en las empresas, relaciones más estrechas entre clientes y proveedores, incorporación de conocimiento científico a producciones muy ligadas al saber hacer tradicional popular). Las inversiones precisas para asumir estos cambios sólo se rentabilizan accediendo a nichos de mercado más exigentes, dispuestos a pagar precios suplementarios por productos diferenciados en virtud de una reputación que se asocia con las materias primas empleadas, los procedimientos de elaboración y las características del medio geográfico de origen. La presencia continuada en los antes remotos mercados extranjeros es hoy día imperativa para la supervivencia de estas iniciativas.

En todo caso, debe dejarse claro que la noción de calidad en el sector alimentario no debe asociarse nunca de forma exclusiva con la vertiente técnica de la elaboración. Dentro de la conformación del medio innovador agroindustrial, la innovación tecnológica en la fase industrial del proceso no ocupa por fuerza una posición jerárquicamente superior a la innovación en las prácticas agropecuarias, en la gestión empresarial o en las estrategias de distribución comercial. Es más, puede darse el caso del regreso a procedimientos menos intensivos en tecnología para la obtención de las materias primas a fin de garantizar al consumidor un producto final más cargado de los valores domésticos (autenticidad, tradición) y ecológicos (menor manipulación o transformación físico-química) que demandan los consumidores más concienciados y con cierto poder adquisitivo.

Por tanto, el reglamento de la D.O. no debe ser visto como un corsé que impide la innovación, sino como un marco normativo que permite a la agroindustria local actualizarse y alcanzar un estadio superior de funcionamiento regido por el principio de la calidad. Es cierto que, en el caso de los vinos, los reglamentos fijan limitaciones al rendimiento del viñedo o a las variedades de uva utilizadas, pero también lo es que se permite, bajo causa justificada, la introducción de variedades mejorantes para propiciar una adaptación de los vinos protegidos a las cambiantes condiciones de la demanda. Lo mismo sucede con los tipos de caldos calificados, que pueden ampliarse si se alcanzan los imprescindibles consensos entre los asociados (introducción de vinos espumosos, por ejemplo). Y, desde luego, no existen trabas a la innovación técnica en las fases de viticultura o vinificación ni al recurso a cuantas estrategias de mercadotecnia deseen utilizar las empresas para complementar la promoción genérica que deben desarrollar, por mandato legal, los Consejos Reguladores.

El reglamento, a fin de cuentas, fija unas condiciones mínimas que garantizan al consumidor el contenido básico de lo que adquiere, pero no establece topes máximos, que quedan al criterio -y capacidad- de las empresas. La marca particular complementa, pues, a la marca colectiva que representa la D.O., no se ve anulada por ella. De hecho, el reglamento facilita a los productores una orientación clara para guiar sus estrategias comerciales individuales: los más alejados del mínimo fijado deben corregir sus procedimientos para beneficiarse de la imagen de calidad colectiva; otros pueden conformarse con cumplir esos mínimos sin más pretensiones de diferenciación particular y un tercer grupo puede aspirar a superarlos para construir una identidad comercial propia ante la clientela más especializada.

No hay que olvidar, a este respecto, que las sucesivas crisis alimentarias de las últimas décadas (aceite de colza, dioxinas, clembuterol, vacas locas, fiebre aftosa) han despertado en los consumidores una aguda conciencia sobre la relación entre alimentación, salud y medio ambiente que se traduce en un mayor nivel de exigencia sobre la calidad, salubridad y seguridad de los alimentos, es decir, en un marco favorable para la oferta de alimentos de imagen tradicional, artesanal o primigenia, pero elaborados bajo estándares de calidad certificada que aseguren la confianza del comprador. Las posibilidades de innovación en la industria alimentaria son, pues, bastante amplias todavía, sobre todo para los espacios rurales capaces de imprimir esa imagen de cercanía entre la naturaleza y el producto que tanto demanda el consumidor urbano más inquieto.

La contribución de los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen al proceso innovador

En definitiva, bajo el paraguas de la D.O., innovación social e innovación económica se conjugan en un territorio bien delimitado. La normativa ayuda a demarcar físicamente el territorio innovador, porque obliga a que los agricultores, ganaderos e industriales mantengan una proximidad cognitiva (en torno al mismo tipo de producto), organizativa (por la interdependencia entre los eslabones de la cadena de valor) y, sobre todo, geográfica, que favorece la constitución de los lazos sociales que menciona la teoría del medio innovador como ingrediente necesario para fomentar la innovación económica: confianza interpersonal, sentimiento de pertenencia a la comunidad o conciencia de compartir un mismo proyecto económico de largo plazo (Boschma, 2005). La regulación, pues, congrega a los agentes potencialmente innovadores en torno a un marco geográfico específico y alrededor de unos puntos comunes de atención (gestión agroganadera, procedimientos de elaboración, fijación de los precios, negociación de los estándares de calidad mínima requerida, relación con la distribución mayorista y minorista). El marco legal no innova por sí solo, pero crea condiciones apropiadas para la innovación como consecuencia de la interacción reiterada entre los agentes locales de la D.O.

Además, los Consejos Reguladores, como órganos que gestionan la D.O. y la representan ante interlocutores externos, cumplen una función estratégica como puerta de acceso a instancias externas que resultan inaccesibles para los pequeños productores a título particular. De este modo, el territorio de la D.O. se conecta con otros actores, de dimensión regional, nacional o internacional, que pueden aportar recursos (financieros, técnicos, normativos) necesarios para la permanente actualización de la industria local, como postula también la teoría del medio innovador. Cabe mencionar aquí los ya citados centros de formación profesional, investigación agronómica y promoción comercial, los profesionales y técnicos más prestigiosos de cada rama alimentaria, los representantes del sector de la distribución o las administraciones responsables de la regulación de los mercados alimentarios.

Ahora bien, esto no significa que los Consejos ejerzan de forma directa como agentes catalizadores de la innovación en el sector y en el territorio. Más bien es su misión de garante del reglamento de la D.O. la que concita a los actores locales en torno a una serie de prácticas de calidad que, agregadas, impulsan a los productores asociados hacia un nuevo estadio en su evolución como sistema agroalimentario especializado. En el caso del sector vitivinícola, la exigencia de cumplir unos determinados parámetros en la viticultura y la vinificación para que uvas y vinos sean calificados y amparados por la D.O. obliga a los socios a respetar unos principios básicos para obtener caldos dotados de una tipicidad garantizada, que Pilleboue (1999) define como la suma de tres componentes: la capacidad del vino para expresar las condiciones naturales del territorio, el saber hacer profesional fundado sobre la experiencia local, y la capitalización del producto para lograr el acceso a mercados de mayor nivel. El siguiente apartado ilustra cómo la Ribera del Duero ha sido capaz de conseguir estos requisitos.

La Ribera del Duero como entorno vitivinícola innovador

El marco territorial y las raíces históricas como contexto favorable para la vitivinicultura de calidad

En el territorio demarcado por la Denominación de Origen «Ribera del Duero» se concretan de manera evidente los procesos y relaciones descritos en el apartado anterior. Pese a coexistir con otras actividades agrícolas e industriales, la imagen pública de la comarca aparece hoy indisolublemente ligada a la elaboración de vinos de renombre por parte de bodegas afamadas. Situada en el valle medio del río Duero (Figuras 1 y 3), la D.O. abarca 82 municipios y unos 100 núcleos de población extendidos a lo largo de una franja vitícola de unos 115 kms. de longitud, que alcanza 35 kms. de anchura en su parte más extensa y sólo 6 km. en las zonas más cerradas, ocupando alrededor de 3.000 km² de las provincias de Burgos, Valladolid, Soria y, en mucha menor medida, Segovia.

 

 

Sus condiciones y factores naturales son propicios para la producción de un vino de calidad específico y diferenciado. Se trata de una comarca de tierras altas, desarrollada entre los 720 metros de su extremo occidental (Quintanilla de Onésimo, Valladolid) y los 880 de su límite oriental (El Burgo de Osma, Soria). Se caracteriza por un relieve tabular (Figura 4) donde el río Duero corre entre páramos, dando lugar a cuatro unidades de relieve: la vega, una franja estrecha, llana y de buen suelo; las plataformas intermedias, escalón de suelos pedregosos y formas alomadas y donde, en torno a Roa y La Horra (Burgos) se han desarrollado los más ancestrales pagos vitícolas; las cuestas que cierran la ribera mediante fuertes escarpes y acumulan ricos suelos aluviales en su base; y, por último, el páramo, territorio duro e históricamente fronterizo, destinado durante siglos al cereal y al pastoreo. Así, la comarca presenta una cobertura edáfica muy heterogénea, con suelos bien diferenciados incluso dentro de una misma parcela[6].

 

 

Las condiciones climáticas de la Ribera del Duero vienen determinadas por su elevada altitud y su continentalidad, que se plasman en unas temperaturas invernales rigurosas con frecuentes heladas, que llegan a ser dañinas para la vid cuando se registran a mediados de abril o en mayo, coincidiendo con el brote de las nuevas yemas. A su vez, las precipitaciones del sector central de la cuenca duriense son escasas e irregulares (de 300 a 550 l/m² al año), con el consiguiente riesgo de sequía, sobre todo en los terrenos más ligeros de laderas y campiñas. La insolación oscila entre las 2.200 y las 2.800 horas anuales, con veranos frescos y secos que propician una buena calidad final del fruto. Todo ello configura un territorio vitícola en el que no son posibles, por medios naturales, producciones masivas de uva, viéndose limitado el rendimiento a unos 8.000 kg. por hectárea, toda vez que el período vegetativo no supera los 182 días, la temperatura media se sitúa en torno a los 12ºC y la oscilación térmica anual alcanza los 18 ó 20 ºC, valores considerados positivos para conferir propiedades especiales de fuerza a la planta y sabor a la uva: “temperaturas, insolación y precipitaciones conforman una infraestructura ecológica propicia para producciones vinícolas de calidad” (Molinero, 1997: 24).

No debe ignorarse la contribución de los suelos de predominio arenoso, cuya porosidad permite una fácil penetración del calor, alcanzando temperaturas siempre superiores a las ambientales, fenómeno que supone una corrección positiva para el desarrollo vegetativo. Además la textura floja, suelta, representa un factor favorable para los cultivos arbustivos, de fuerte sistema radicular, ya que el agua penetra fácilmente hasta cierta profundidad, a la que no llegan las raíces del cereal, pero sí las de la vid (Molinero, 1979: 62). A este marco natural se han aclimatado, con el paso de los siglos, la variedad vinífera denominada Tinta del País, una clase de Tempranillo que el Consejo Regulador ha reconocido como base preferente para los caldos protegidos.

Pero estas condiciones naturales son comunes al conjunto de la cuenca del río Duero y, sin embargo, no todos sus territorios vitícolas han conseguido desarrollar una vitivinicultura de calidad. Es la acción humana la responsable de la especialización en esta actividad, de su conservación a lo largo de la historia en circunstancias no siempre favorables y, finalmente, de su modernización innovadora en el último tramo del siglo XX.

El inicio del cultivo de la vid en la Ribera del Duero parece remontarse a la colonización romana[7], pero será la repoblación medieval el primer momento de expansión decidida porque el vino resulta indispensable para el culto religioso y representa, a la vez, un signo evidente de la voluntad de permanencia y de la estabilidad adquirida en el territorio conquistado. Como ha documentado Huetz de Lemps (1967), las uvas autóctonas fueron el soporte productivo de los caldos codiciados por monjes, nobles o la propia realeza desde la Edad Media, abundando las menciones documentales a lugares como Aranda de Duero y Peñafiel. Prestigiosos especialistas como Unwin (2001) relacionan el dinamismo del sector vitivinícola en la Submeseta Norte durante la Edad Moderna con la presencia de la Corte castellana en Valladolid y el desarrollo económico alcanzado por algunas ciudades como Segovia, Medina del Campo, Salamanca o Burgos. El posterior traslado de la Corte a Madrid motivó un retorno a la elaboración de vinos baratos para su consumo en el mismo año en el mercado más próximo. En estas condiciones se mantuvo la Ribera del Duero como productora de  vinos de pasto o corrientes que difícilmente superaban el año de vida, pero que tenían unos mercados asegurados en los territorios limítrofes (piedemontes de mayor altitud poco aptos para la vid) y en el mercado urbano de la ciudad de Burgos, abastecido desde las amplias extensiones de viñedo cercanas a Roa y Aranda de Duero.

La máxima extensión de viñedo se alcanza entre mediados del siglo XVIII y finales del XIX, momento en que se inicia una regresión por la epidemia de filoxera y la incapacidad para competir con los vinos de otras regiones españolas, de mayor graduación y más resistentes al transporte por ferrocarril con destino a los mercados urbanos o a Francia, donde la epidemia alcanzó proporciones dramáticas que empujaron a los négociants a abastecerse en España. Comarcas mal comunicadas por tren como la Ribera del Duero[8] sufrirán con rigor especial los inconvenientes del elevado coste de transporte del vino en carros, por lo que la magnitud de su producción quedó limitada a la capacidad de absorción del mercado más próximo. Conviene subrayar con Piqueras (2005) que, aunque la filoxera llegó tarde y avanzó lentamente[9] en la comarca (alcanzó Roa en 1904 y Aranda de Duero en 1909), las limitaciones citadas impidieron que se conquistaran mercados externos y se acometiera la modernización industrial que marcaría la nueva era del vino a nivel nacional, al contrario de lo sucedido en otras comarcas productoras mejor conectadas con los espacios de gran consumo, como La Mancha, Extremadura, La Rioja y Aragón.

Tras la superación de la filoxera, la primera mitad del siglo XX trajo un abandono parcial del viñedo, que se replegó hacia terrenos arenosos y pedregosos inhábiles para otros cultivos debido al éxodo rural, a la extensión del regadío en las riberas fluviales (el Estatuto del Vino de 1933 prohibía el regadío de la vid[10]), a la difusión del cereal debida a su superior remuneración, a la concentración parcelaria y al declive de la producción familiar de autoconsumo.

Finalizada la Guerra Civil y normalizada la situación económica del país a principios de la década de 1960, los caldos de la Ribera del Duero carecían todavía de la calidad suficiente para resistir el paso del verano, por lo que apenas se distribuían más allá de las comarcas limítrofes citadas. En estas décadas centrales del siglo XX, su aportación a la geografía vitivinícola española era tan débil que André Huetz de Lemps no menciona la Ribera como comarca significativa en su tesis de Estado de 1967, como tampoco lo hizo años antes Joaquín Bosque Maurel en su Geografía Económica de España (ediciones de 1952 y 1960). La pregunta crucial surge de forma espontánea: ¿cómo una zona que no evoluciona al ritmo que marcan otras más avanzadas (Rioja, Jerez, La Mancha) llega a convertirse en estandarte del sector, en la D.O. emblemática de Castilla y León?

Recursos específicos y acción colectiva para la construcción de un medio innovador en torno a un nuevo tipo de vino: el «Ribera del Duero»

La respuesta debe buscarse en la paulatina configuración de una red de actores locales que aprovecharán los recursos vitivinícolas específicos de la comarca para reorientar la producción hacia la calidad mediante la constitución de la D.O. en 1982 y después recibirán el apoyo tecnológico e institucional del gobierno regional para dar el salto definitivo hacia mercados más exigentes, tanto nacionales como extranjeros.

En este sentido, la Ribera del Duero ha sabido aprovechar la transformación general del mercado del vino que, desde finales de los años 1980, comienza a apreciar los vinos diferentes, singulares, elaborados en zonas alternativas, a menudo espacios rurales atrasados y, desde luego, no vinculados a una imagen de producción masiva, popular o industrial. De hecho, el consumo total sigue una doble tendencia que puede descomponerse en una rápida caída de la demanda de los vinos de mesa y a granel para consumo cotidiano y un sostenido crecimiento del consumo más ocasional de los vinos de calidad respaldada por una mención geográfica. Los vinos industriales, generalistas y estandarizados se ven sustituidos en muchos hogares por vinos embotellados en origen, diferenciados por su procedencia y marca.

Esta tendencia se mantiene al alza hasta nuestros días, cuando puede hablarse sin ambages de la eclosión de una auténtica cultura del vino en amplias capas de la sociedad, tanto española como de los demás países desarrollados, deudora del incremento del poder adquisitivo y de la búsqueda de nuevas fuentes de satisfacción personal. El consumo de vinos nuevos, originales, distintos, se ha convertido en un acto que reúne a familiares y amigos en torno a lo que fue un simple alimento y se ha transformado en objeto de disfrute y mediador de las relaciones sociales (Mattiaci y Zampi 2004). Así, cabe decir que la limitada proyección comercial de la vitivinicultura en la Ribera del Duero a lo largo de su historia, por comparación con otras comarcas españolas, ayuda a comprender mejor su actual posición de privilegio, al ser percibida desde fuera como nuevo espacio de producción de vinos de corta tirada, imagen tradicional y fuerte vínculo con su procedencia geográfica.

Para competir en este nuevo contexto es preciso, pues, innovar en materia de producto y proceso para elaborar un vino diferenciado y específico, capaz de labrarse una posición propia en el mercado. El tipo de vino elegido en la Ribera del Duero  para aprovechar sus favorables condiciones naturales y la receptividad de los mercados es un vino tinto de crianza de gran calidad[11] cuya elaboración sólo ha sido posible por la conjunción de varios factores complementarios y relativos no sólo al producto en sí mismo, sino también a las fases anteriores y posteriores a su elaboración (Figura 5).

 

 

Primero y principal, el mantenimiento durante el desarrollismo español de los años 1960 de un número de hectáreas de vid suficientes para preservar el recurso natural específico sobre el que construir el medio de innovación. En una década marcada por el éxodo rural, el aumento de los salarios agrícolas, el abandono de los cultivos más exigentes en mano de obra (como la vid) en favor de otros menos exigentes y más rentables (cereal), la extensión del regadío en las terrazas más bajas del Duero y la concentración parcelaria, la vid se verá relegada en la comarca a los suelos arenosos y pedregosos inútiles para otros cultivos porque no podía ser regada por imperativo legal. Como refiere Molinero (1997: 22-23) “las plataformas intermedias [del valle del Duero] representan un escalón, a veces constituido por retazos de terrazas, de suelos pedregosos aunque llanos; otras veces se trata de plataformas estructurales de areniscas o de estratos arcillosos reducidos a lomas por la erosión, que se configuran como pequeñas campiñas, tal como se observa entre Roa, La Horra y Quintana. Este peldaño intermedio entre los páramos y las vegas ha constituido tradicionalmente el asiento de los pagos vitícolas”. Aunque la primera cooperativa vitivinícola de la comarca se constituyó en 1928 en Peñafiel[12], la formación de hasta 32 cooperativas más[13], amparadas por la Ley de 2 de enero de 1942, se dio a partir de la década de 1960, dando lugar a un extenso mapa de pequeñas cooperativas que se surtían del entorno local debido a las dificultades de comunicación en estos espacios rurales. La relevancia inicial (aunque no única) de las cooperativas para la formación del medio innovador radica en que mantuvieron el cultivo de la vid, desaparecido en otras comarcas de la región ante la presión competitiva de otros productos agrarios. Además, aunque elaboraban un vino clarete, corriente, vendido a granel durante el año posterior a la cosecha en el mercado provincial, o a bodegas y empresas distribuidoras de otras comarcas vitivinícolas nacionales, introdujeron una cultura incipiente de profesionalización de la fase de elaboración, con unas plantillas-tipo compuestas por un bodeguero, un químico y unos diez obreros durante el periodo de la vendimia.

Segundo, la gran proporción de cepa autóctona existente en la comarca, que dará lugar al nuevo vino de calidad bajo el reglamento de la Denominación de Origen aprobado en 1982. En la Ribera del Duero, la Tinta del País o Fina (Tempranillo) ha ocupado durante el siglo XX la casi totalidad del viñedo, suponiendo más del 80% de las hectáreas inscritas en la D.O. en sus inicios[14]. El aislamiento comercial descrito anteriormente evitó la importación de variedades alóctonas de mayor rendimiento y grado alcohólico como la sufrida en la comarca de Rueda con la Viura riojana y la Palomino andaluza (Xerez) (Sánchez, 2002). Otras variedades (garnacha, albillo) eran minoritarias y se utilizaban para elevar el rendimiento y clarear los caldos obtenidos. Así, la comarca consigue presentarse desde la constitución de la D.O. como un territorio vitivinícola diferenciado por su variedad dominante.

Tercero, este recurso específico (una variedad autóctona cultivada en terrenos difíciles) va a ser objeto de un tratamiento técnico cada vez más cuidadoso por parte de viticultores y bodegas, convencidos de que “el vino se hace en la viña”, como repiten insistentemente los protagonistas del sector. Las exigencias de calidad homogénea procedentes del reglamento de la Denominación de Origen y de los mercados de consumo van a impulsar la aplicación de conocimiento científico en la viticultura mediante la contratación de ingenieros agrónomos y enólogos por parte de las bodegas y la transferencia del mismo a los agricultores gracias al concurso de los sindicatos agrarios, el Consejo Regulador, la Estación Enológica y el Instituto Tecnológico Agrario (ver apartado siguiente). Además de estos mecanismos de innovación tecnológica directa, las bodegas han estimulado una viticultura más cuidada ofreciendo precios superiores por las uvas tratadas según parámetros estipulados con los viticultores, dando forma a redes estables cliente-proveedor muy favorables para la construcción de un clima de innovación y cooperación local.

Cuarto, el vino tinto disfruta de mejor acogida en los mercados, permitiendo una valorización superior por la vía del envejecimiento (crianza, reserva, gran reserva). Como la mayoría de las D.O. españolas, el reglamento de la Ribera del Duero intenta asumir la tradición productiva de la comarca. Se permiten así los rosados[15], que siempre ha representado una parte muy minoritaria de los caldos calificados y no han recibido la atención y esmero del tinto fino, mientras que la muy escasa producción de blanco quedó desde los inicios fuera del amparo del Consejo Regulador. Ahora bien, una zona productora tradicionalmente orientada a abastecer a los mercados circundantes con un clarete vendido a granel necesita revolucionar todos sus procesos de comercialización y distribución para hacerse un hueco en los mercados españoles y extranjeros que demandan vino tinto de calidad. Se trata de todo un desafío para una estructura empresarial minifundista que sólo logra superarse mediante la construcción colectiva de un tipo de vino diferenciado e identificable, el Ribera del Duero. Esta labor facilita la penetración en los circuitos comerciales mediante un producto relativamente homogéneo que se promociona de forma coordinada y unitaria en las principales ferias sectoriales y canales de distribución y consumo. El tipo de vino elaborado, su potencial valor de mercado, la proliferación de series cortas cada vez más individualizadas y el pequeño tamaño de la mayoría de las bodegas explican la tendencia generalizada hacia la búsqueda de canales especializados, tanto vinotecas como hostelería y restauración.

Quinto, el proceso de formación del complejo productivo amparado por la D.O. se apoya en la iniciativa de bodegas líder de capital local especializadas en la elaboración de vinos de marca con variedades autóctonas. En la Ribera del Duero, la introducción de nuevos métodos de elaboración de vino a imagen del modelo bordelés se inicia en 1864[16], cuando los hermanos Eloy y Toribio Lecanda, el primero definido por la Guía de forasteros de Valladolid como ‘banquero capitalista’, iniciaron el plantío de diversas variedades francesas en sus fincas del Carrascal y Vega Sicilia, en el municipio de Valbuena de Duero, entre Quintanilla de Arriba y Quintanilla de Abajo. 18.000 sarmientos de Cabernet-Sauvignon, Malbec, Carmenère, Verdot y Pinot Noir fueron plantadas junto a vidueños autóctonos, como Garnacha y Tinta Aragonesa, en sus 230 hectáreas. Parece sin embargo que en las primeras décadas de actividad la mayor parte de las operaciones de crianza y confección de vinos eran ejecutadas en la bodega que los Lecanda poseían en la ciudad de Valladolid (Pan-Montojo, 1994:87), desde donde salían los caldos por ferrocarril con rumbo a Cuba y los otros mercados americanos, quedando un porcentaje menor de vino añejo destinado al mercado interior. Ya en el siglo XX la actividad de crianza se centró en la finca de Vega Sicilia, donde se envejecía toda la producción en barricas y embotellaba en la propiedad, constituyendo un verdadero château. El otro hito significativo lo constituyó el cambio de cooperativa (Coop. de la Ribera del Duero) a sociedad anónima de Protos en Peñafiel, decantándose por la elaboración de vino de calidad. Los dos son ejemplos imitados en la década de 1970[17] en la comarca, formándose un conjunto de bodegas que responden a unas señas de identidad bien definidas:

·         son casi todas pequeñas (producen menos de dos millones de botellas anuales);

·         elaboran con la variedad autóctona, pero las complementan con variedades internacionales[18] o mejorantes para acomodarse a los gustos de los mercados externos o redondear la calidad del producto local;

·         aplican técnicas de envejecimiento mediante barricas de roble francés o americano que se renuevan periódicamente para aportar siempre sabores y aromas genuinos al vino;

·         disponen de viñedo propio, buscando una imagen de château, de producto diferenciado con personalidad propia en el mercado; sin embargo, no desdeñan las aportaciones de pequeños viticultores propietarios de viñedos antiguos que rinden uvas de gran calidad;

·         muestran tendencia a las series cortas, que permiten una diversificación del catálogo y facilitan el acceso a los mercados exteriores con una gama completa de productos; en algunos casos, y dentro de la búsqueda de una diferenciación por vía de la calidad, han comenzado a elaborar ciertos vinos exclusivamente con las uvas de determinados pagos, con tiradas que no superan las 5.000 botellas y apenas salen al mercado minorista porque cuentan con clientes fijos;

·         están especializadas en el canal de distribución HORECA (Hostelería, Restauración y Catering);

·         y conceden significado creciente a la imagen externa, a los edificios donde elaboran el vino y reciben al creciente flujo de visitantes, por lo que van abandonando las antiguas naves ubicadas en el interior del casco urbano de los municipios para construir nuevas instalaciones en el extrarradio, junto a los viñedos, bien con un estilo californiano de ladrillo y arcada en fachada, bien con los diseños originales e impactantes aportados por arquitectos de renombre internacional.

Sexto, y último, pese al mayor tamaño industrial y a ese carácter pionero de las cooperativas en la constitución de la Denominación de Origen (no en vano, recibieron el 80% de los diez millones de kilos de uva que entraron en los lagares en 1982, año de constitución de la D.O., según Pérez, 2007), son las bodegas societarias o particulares las que constituyen el núcleo motriz del medio innovador porque han tomado la delantera en la evolución hacia un sistema productivo moderno y de calidad. Las citadas Vega Sicilia y Protos, junto a otras como Hermanos Pérez Pascuas (Pedrosa de Duero, Burgos), Bodegas Torremilanos (Bodegas Peñalba López, Aranda de Duero, Burgos), Ismael Arroyo (Sotillo de la Ribera, Burgos), Balbás (La Horra, Burgos), Alejandro Fernández Pesquera y Emilio Moro (Pesquera de Duero, Valladolid) y alguna más, constituyen el verdadero motor del proceso innovador que ha vivido la comarca desde la formación de la D.O. En la cadena de valor vitivinícola, la fase de elaboración suele percibir, canalizar e inducir los cambios que requiere un producto cada vez más condicionado por los gustos internacionales. De este vínculo del proceso de elaboración con el conocimiento sobre la tendencia de los mercados surgen nuevos criterios de producción que se extienden hacia la viticultura a través de dos instrumentos: la creciente posesión de viñedo por parte de las bodegas (que reduce los costes de transacción y facilita la aplicación de un control más exhaustivo sobre la calidad de la uva) y los citados contratos que fidelizan a las empresas con los viticultores, sobre todo los propietarios de las muy apreciadas viñas viejas que rinden el fruto idóneo para los tintos destinados a largos envejecimientos en barrica.

Como resultado de todos estos procesos e innovaciones de producto, proceso, organización y mercados en el ámbito local ribereño, la década de 1990 es testigo de la eclosión de la Ribera del Duero como comarca vinícola con personalidad propia y una presencia en los mercados que se hace rotunda en los primeros años del siglo XXI, que ha visto instalarse a la mitad de las bodegas actuales (Cuadro 1). Con datos de la memoria anual del Consejo Regulador para 2005[19], registra 236 bodegas, un 41% de las situadas en zonas de producción de calidad, 20.046 has., el 43,4%, y casi 60 millones de botellas comercializadas, el 45%[20], de modo que en 2006 concentraba el 7,6% de las ventas de vino con D.O. en el mercado español.

 

 Cuadro 1
El crecimiento de la D.O. «Ribera del Duero» desde 1990

 Años

Nº Hectáreas

Crecimiento

Nº Viticultores

Crecimiento

Nº Bodegas

Crecimiento

1990

9.250

100

       

1991

9.500

103

       

1992

10.000

108

       

1993

10.277

111

   

64

100

1994

10.947

118

   

71

111

1995

11.300

122

   

75

117

1996

11.700

126

   

80

125

1997

12.226

132

6.385

100

87

136

1998

12.577

136

   

92

144

1999

13.536

146

7.153

112

109

170

2000

14.054

152

7.280

114

124

194

2001

15.262

165

7.548

118

140

219

2002

17.103

185

7.844

123

165

258

2003

18.452

199

8.135

127

178

278

2004

19.438

210

8.362

131

219

342

2005

20.046

217

8.487

133

236

369

Fuente: Memorias anuales del Consejo Regulador de la D.O. Ribera de Duero.

Este crecimiento no podía dejar de tener consecuencias espaciales, que se pueden resumir en la consolidación de los espacios de mayor tradición productora y la irrupción de otros nuevos que, aprovechando los factores actuales de localización empresarial, han conseguido incluso presentarse ante el público como centros neurálgicos de la vitivinicultura de la Ribera del Duero y concentrar las iniciativas más reseñables en el terreno de la valorización del patrimonio histórico y del paisaje vitícola.

Los territorios del vino en la Ribera del Duero

La distribución provincial del viñedo (Figuras 6 y 7) responde a las pautas expuestas con anterioridad. Así, podemos considerar como extensiones marginales las correspondientes a las provincias de Soria y Segovia, la primera porque el cultivo, debido a la altitud, alrededor de los 900 metros, se circunscribe a las zonas más resguardadas del valle, representando un 6% del total, mientras que las 148 ha. correspondientes a Segovia no son más que la continuación de la campiña al sur del río Duero en la zona de Burgos. La mayor parte del viñedo se concentra en la provincia de Burgos, en lo que corresponde al tramo ancho del valle del río, donde éste supera la treintena de kilómetros. Es en el mayor desarrollo de la campiña donde se encuentra el 76% del viñedo de la Denominación de Origen, mientras que en la zona más estrecha del valle, en su parte occidental, la correspondiente a la provincia de Valladolid, se sitúa sólo el 17%.

 

 

Pero, lejos de responder a meros factores provinciales de distribución, la Ribera del Duero es un espacio complejo donde las lógicas de distribución de la viticultura responderían principalmente a dos factores. Primero, la extensión de la campiña y de las zonas de cuesta, como unidades del relieve, explicarían la ubicación y continuidad de los principales focos tradicionales; segundo, la tendencia contemporánea de concentración vertical de la producción agrícola y la elaboración industrial (château), combinada con la atracción derivada de los principales núcleos de población y actividad y la proximidad a las vías de comunicación más importantes, justificaría la reciente configuración de los nuevos territorios de expansión.

 

 

Los focos tradicionales se sitúan en la ribera norte del río (Figuras 8 y 9). El principal se ubica en torno a Roa de Duero (Burgos) y los municipios aledaños (Pedrosa de Duero, La Horra y Anguix), donde se concentran hasta 3.171,06 ha. según la Memoria del Consejo Regulador del año 2005. Si ampliamos el conjunto hacia la autovía A-1 Madrid-Burgos-Francia, a lo largo de los municipios de Sotillo, Quintana del Pidio, Gumiel de Mercado y Gumiel de Hizán llegamos al 30% de la superficie de viñedo controlada por el Consejo Regulador, unas 5.700 ha. Corresponde a las campiñas altas, donde se ha mantenido la producción de uva durante las dificultades atravesadas en la etapa de los años 1960 y 1970 y que sirvieron como base para la transformación del territorio en una zona productora de calidad. A continuación, en la ribera norte vallisoletana destaca Pesquera de Duero y su entorno (Valbuena de Duero, Olivares de Duero y las dos Quintanillas), que concentra unas 1.600 ha. (8,5%). Es la parte más estrecha del valle, que no llega a sobrepasar la decena de kilómetros en algunos puntos. El desarrollo del viñedo en esta zona se registra sobre todo en las cuestas orientadas al mediodía.

 

 

Estos focos tradicionales se caracterizan por el predominio de los pequeños viticultores independientes que gestionan explotaciones minifundistas. Pervive en ellas la base industrial heredada de los años 1960, pues concentran la mayoría de las cooperativas vinícolas (el 90% se encuentran la parte burgalesa de la D.O. y controlan una gran superficie vitícola). Las bodegas son también pequeñas (por debajo de la barrera de los dos millones de botellas al año) y orientan al envejecimiento una parte de su producción. Cooperativas y bodegas suelen ubicarse en las inmediaciones de los núcleos de población, cuando no permanecen en el interior de su casco urbano.

Los nuevos territorios de expansión se identifican con los mayores núcleos de población y las vías de comunicación que atraviesan la comarca. En los municipios de Aranda de Duero (825,88 ha.) y Peñafiel (584,52 ha.) se está viviendo un renacimiento del cultivo. Hasta el siglo XVIII fueron dos de los principales centros de producción de la zona, pero el grueso de la actividad se fue desplazando hacia localidades más ruralizadas, mientras estos núcleos se especializaban en comercio, servicios y administración. Precisamente esa multifuncionalidad, fortalecida por la accesibilidad que proporciona la Carretera Nacional 122[21], próxima a transformarse en autovía, justifica la reciente concentración de las inversiones vitivinícolas en estas villas y sus cercanías. Peñafiel y Aranda han aprovechado su relativamente mayor tamaño urbano para concentrar también otras iniciativas de relieve como el Museo Provincial del Vino de Valladolid o la nueva bodega de Protos firmada por Richard Rogers, en la primera localidad, o el Centro de Interpretación de la Arquitectura del Vino, en la segunda. Una segunda zona de reciente auge viene definida por la ribera meridional del río Duero, la carretera N-122, desde Quintanilla de Onésimo en Valladolid hasta San Esteban de Gormaz en Soria, aunque al este de Aranda la actividad disminuye de forma considerable.

 

 

En estos territorios emergentes es más habitual encontrar las bodegas alejadas de los núcleos urbanos y rodeadas de su propio viñedo, cuyas parcelas son además más extensas que en las zonas tradicionales. Esta búsqueda explícita de la imagen de château o, más bien, de ‘viñedo-bodega’ en palabras de Huetz de Lemps (2005: 370), va unida a un mayor tamaño medio de las bodegas, vinculadas además con grupos empresariales nacionales e internacionales. Esta integración vertical asegura la calidad y homogeneidad de la materia prima y encarna la creciente tendencia de la fase industrial a ejercer el control sobre el conjunto del proceso de producción, antes más dependiente de la fase agrícola.

El fuerte dinamismo vivido en los últimos diez en la D.O., con una progresión del 369% desde 1993 a 2005 en la formación de bodegas (de 64 a 236 instalaciones) es el responsable del surgimiento de estos nuevos centros productivos (Cuadro 2). Los focos tradicionales retienen una porción destacada del conjunto, con 64 bodegas en el entorno de Roa y unas 32 en el de Pesquera de Duero. Pero, lógicamente, las nuevas instalaciones se ubican de forma mayoritaria en estos territorios en expansión, con 22 bodegas en Peñafiel y 18 en Aranda de Duero, a las que se debe sumar la localización de muchas otras a lo largo de la N-122. De resultas de este proceso, la parte vallisoletana de la D.O. está adquiriendo mayor relevancia pública que la burgalesa, pese a que ésta alberga todavía el 56% de las bodegas, frente al 40% del sector vallisoletano.

La polarización de la actividad vitivinícola en estos dos subconjuntos geográficos queda aún más patente si se tiene en cuenta que en el resto del territorio de la D.O. las trazas de esta agroindustria quedan muy desdibujadas: casi la mitad de los municipios, 37 de los 82 que componen la D.O., no superan la centena de hectáreas de viñedo, siendo en 15 de ellos la extensión inferior a 50 ha. Además, el 38% de los municipios no cuenta con ninguna bodega y otro 25% alberga solamente a una instalación transformadora.

Por lo tanto, el proceso innovador interno al sector del vino se ha traducido en una expansión de sus bases territoriales debido a que la Denominación de Origen es un instrumento legal que vincula alimento, calidad y origen geográfico. Al demarcar un espacio que incluía zonas fuertemente especializadas y otras con menor presencia del cultivo y la elaboración, pero con mejores condiciones para el ejercicio de la actividad empresarial, la expansión endógena del sector no sólo ha beneficiado a las áreas productoras originarias, sino a otras secundarias, impulsando un mayor equilibrio socioeconómico en el seno de la D.O.

La contribución de los actores exógenos a la constitución y funcionamiento del medio innovador de la Ribera del Duero

Como se indicó en la Introducción, la explicación de todo este proceso de crecimiento y modernización de la vitivinicultura en la comarca de la Ribera del Duero no puede agotarse en el análisis de las relaciones entre productores locales. Obviamente, son los agricultores y bodegueros inscritos en la D.O. quienes finalmente cuidan los viñedos y hacen los vinos para su calificación final ante el Consejo Regulador. Sin embargo, según la teoría del medio innovador (Figura 2), el sector motriz no actúa en solitario, sino en interacción con otros actores locales y no locales que aportan recursos especializados e imprescindibles para innovar y competir en los mercados.

Limitaciones locales del entorno innovador

En la Ribera del Duero, la oferta local de servicios complementarios es todavía limitada, aunque va creciendo conforme lo hace el núcleo del sector (Alonso, Aparicio y Sánchez 2005): existen ya empresas dedicadas a la plantación y mantenimiento de viñedos, al análisis de suelos, a la instalación de sistemas de riego, a la aplicación de tratamientos fitosanitarios, al diseño e instalación de bodegas, a la consultoría enológica, al asesoramiento financiero y a la gestión empresarial (fiscal, laboral, contable), localizadas en los principales núcleos de población de la comarca (Aranda de Duero, Peñafiel, Roa). Los sindicatos agrarios desempeñan también un papel destacable con sus cursos de capacitación profesional para viticultores o el asesoramiento para la tramitación de subvenciones públicas para la modernización de sus viñas. Y hay que dejar constancia también del clima social de apoyo al sector propiciado por las autoridades locales de los municipios de la Ribera, sobre todo en cuanto a la dotación de suelo para la instalación de nuevas bodegas y la organización de eventos culturales y turísticos en torno al ciclo anual de la viña y el vino, que refuerzan el apego colectivo a una de las mayores fuentes locales de riqueza y prosperidad y sirven además para atraer visitantes foráneos y construir una imagen de calidad territorial.

Sin embargo, no existen en la Ribera del Duero -ni en Castilla y León- viveros de plantas de vid que puedan utilizarse para la plantación de nuevos viñedos, porque el clima frío y seco impide el rápido crecimiento de las plantas y la rentabilidad económica de estas instalaciones. Y también faltan los fabricantes de maquinaria de vinificación, de tapones de corcho o de botellas de vidrio. Según los datos de los cuestionarios postales, las bodegas de Castilla y León adquieren estos input industriales en La Rioja, Cataluña y Castilla-La Mancha, las regiones españolas con más desarrollo cuantitativo del sector vitivinícola. Además, algunos servicios avanzados como la consultoría ambiental, la programación de software de gestión vitivinícola integral, las certificaciones privadas de calidad y trazabilidad de los alimentos, o el asesoramiento en materia de comercio exterior no están disponibles en la Ribera del Duero propiamente dicha, porque las compañías que ofrecen este tipo de apoyo de alto valor añadido se localizan en la capital de la región de Castilla y León, Valladolid, que dista sólo 35 kilómetros del extremo occidental de la Denominación de Origen, debido a que desde allí tratan de atender la demanda del conjunto del pujante sector vitivinícola regional.

 

 

En este sentido, hay que decir que en Castilla y León existen en la actualidad nueve Denominaciones de Origen de vinos y otras dos Asociaciones de Vino de Calidad (Figura 10). Conjuntamente, estas once demarcaciones representan el 63% de la superficie regional de viñedo, el 60% del vino nuevo elaborado cada año y casi las cuatro quintas partes de las bodegas ubicadas en la región. Castilla y León ocupa el segundo lugar por cuota de mercado en el segmento de vinos de calidad en España, con un 14,5%, sólo superada por Rioja (39,4%), conforme al Informe AC Nielsen 2006 sobre ventas de vino con Denominación de Origen[22]. Y la Ribera del Duero es la principal D.O. de Castilla y León puesto que representa en torno al 40% de las bodegas y la superficie amparadas por este instrumento de calidad, luego ha sido la beneficiaria principal del sistema regional de innovación vitivinícola promovido por las autoridades.

 

Cuadro 2
Datos básicos de las demarcaciones de calidad vinícola de Castilla y León

 

Zona geográfica

Fecha de constitución

Contra-etiquetas

(2005)

Socios (2005)

Has.

Viticultores

Bodegas

Rueda

1980

31,60

7.767

1.308

43

Ribera del Duero

1982

59,55

20.046

8.487

236

Toro

1987

9,16

5.625

1.217

39

Bierzo

1989

6,61

4.274

4.836

48

Cigales

1991

4,32

2.700

652

38

Arribes

1997

0,38

1.111

830

11

Tierra de León

1997

1,30

3.000

1.500

34

Arlanza

1998

0,50

400

295

10

Valles de Benavente

2000

0,17

500

200

6

Tierra del Vino de Zamora

2000

0,33

793

282

8

Valtiendas

2007

-

-

-

8

Total

-

113,92

46.216

18.812

481

Nota: Columna “Contraetiquetas 2005”: en millones de unidades expedidas por el Consejo Regulador para distinguir a las botellas amparadas por la D.O.

Fuente: Decretos de constitución de las figuras de calidad. Memorias anuales y páginas web de los Consejos Reguladores.

 

El papel decisivo del gobierno regional en el medio innovador de la Ribera del Duero

Estas carencias locales de la Denominación de Origen «Ribera del Duero» no han impedido la constitución de un entorno innovador debido a la acción decidida de la Junta de Castilla y León, el gobierno regional. Como han demostrado Doloreux y Dionne (2008), el sector público es prácticamente imprescindible para construir espacios de innovación en territorios rurales de base económica agroindustrial debido al pequeño tamaño y los insuficientes recursos de conocimiento del sector empresarial local, que limitan la rentabilidad de ciertas funciones imprescindibles para evolucionar desde la producción tradicional a la de calidad certificada y, por tanto, resultan poco atractivas para la iniciativa privada. Ante esta evidencia, la Junta de Castilla y León ha impulsado la constitución de distintos organismos técnicos especializados para atender las demandas de la vitivinicultura regional y ayudar a sus protagonistas a cumplir las exigencias de la normativa vigente y de los mercados más evolucionados (Figura 11).

La Estación Enológica de Castilla y León, abierta en Rueda (Valladolid) en 1987 y financiada por la administración autonómica, es el centro tecnológico de referencia para agricultores y bodegas, quienes envían a su laboratorio muestras de uvas y vinos que son analizados para determinar su grado de maduración o su adecuación a la normativa establecida, por ejemplo, para su comercialización en el extranjero. También dispone de líneas de investigación propias sobre técnicas de vinificación y desarrolla proyectos experimentales en cooperación con centros similares de otras regiones y países.

 

 

En 2003 se constituyó el Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (ITA), que ha unificado organismos hasta entonces autónomos que ahora trabajan de forma coordinada (entre ellas la propia Estación Enológica), ejerciendo a la vez las funciones propias de un centro tecnológico especializado y de una agencia de extensión agraria adaptada a las demandas del entorno regional. El Departamento de Viticultura está adscrito al Área de Investigación Agrícola y cuenta con una plantación vitícola experimental en Zamadueñas (Valladolid), donde se lleva a cabo un plan de selección genética de los clones varietales distintivos de las comarcas vitícolas de la región (Yuste, Rubio y López-Miranda, 2001). Como la universalización de la tecnología de vinificación hace de la uva (y de su entorno edáfico y climático, el terruño o terroir) el primer factor de diferenciación de los vinos, este organismo suministra un input crítico para viticultores y bodegas en su evolución hacia un sistema productivo basado en la calidad.

La dotación tecnológica y formativa regional se refuerza con las titulaciones de Licenciado en Enología e Ingeniero Agrónomo ofrecidas en la Universidad de Valladolid (campus de La Yutera, en Palencia), de donde proceden numerosos enólogos al servicio de las bodegas y donde también se desarrollan investigaciones básicas y aplicadas en conexión con las demandas del sector, que van desde los análisis de suelos a la mejora de las técnicas de envejecimiento.

En el plano comercial, Exportaciones de Castilla y León (EXCAL) es una empresa pública del gobierno regional dedicada a impulsar las exportaciones, sobre todo en sectores dominados por la empresa pequeña y mediana como es el agroalimentario. Esa promoción se materializa en misiones comerciales y catas de presentación en países extranjeros, así como en la organización de visitas de importadores a las distintas comarcas productoras de la región. También presta asesoramiento a las bodegas que desean participar en ferias nacionales y extranjeras o iniciarse en los mercados internacionales, pero carecen de formación, información y personal suficientes para ello. Una tercera línea de trabajo es el apoyo a la constitución de consorcios de exportación integrados por bodegas de diferentes comarcas para generar economías de gama (oferta de vinos blancos, tintos, rosados, espumosos, generosos) y economías de escala (acumulación de volumen de producción) y atender en las debidas condiciones las demandas de los importadores en mercados amplios (Alemania, Reino Unido, Estados Unidos). Parecidas labores corresponden al Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX), dependiente del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. Las Cámaras Oficiales de Comercio e Industria de Valladolid y de Burgos suelen incluir bodegas en sus misiones comerciales en países extranjeros, que forman parte de los cometidos asignados por ley a estos organismos de representación.

A las iniciativas de todos estos organismos hay que añadir otras tareas de apoyo a la modernización del complejo productivo que se proponen desde la Consejería de Agricultura y Ganadería del gobierno regional:

Esta amplia y variada oferta de recursos públicos de apoyo al sector vitivinícola regional registra en la actualidad algunas dificultades, mencionadas en las entrevistas semiestructuradas, que apuntan en la misma dirección: el rápido crecimiento del sector, sobre todo del número de bodegas, está incrementando la presión sobre estos organismos, cuyas dotaciones presupuestarias y de personal no estaban diseñadas inicialmente para atender una demanda que aumenta en volumen (caso de los análisis de muestras de la Estación Enológica o de los ensayos con nuevas variedades en la plantación de Zamadueñas, por ejemplo) y en complejidad (puesto que han aparecido nuevos tipos de bodegas con líneas de productos y de elaboraciones específicas que requieren apoyo técnico muy especializado).

A este respecto, no debe olvidarse que la integración de algunas bodegas de la Ribera del Duero en grupos vinícolas de dimensión nacional o internacional, o la elaboración de vinos con marcas de distribuidor constituyen vías adicionales de fomento de la innovación en la comarca merced a la conexión con redes y actores no locales. Los propietarios o distribuidores asignan a estas bodegas cometidos muy específicos (elaborar series cortas de vinos de alta calidad para hostelería o comercio especializado, o bien vinos asequibles en gran volumen para las grandes superficies comerciales) y les dotan de los recursos necesarios para cumplir esos objetivos: personal cualificado, asesoría tecnológica, financiación, canales de venta, diseño de botellas y etiquetas, protocolos de trazabilidad y certificación... También hay que citar que la mayor parte de las bodegas de la Denominación de Origen disponen de un enólogo a tiempo completo y que estos profesionales mantienen fluidos intercambios de información y recursos debido a un activo entorno profesional de viajes de trabajo y reuniones científicas que actúan como foros de transmisión de conocimiento que después se aplica localmente para mejorar los procesos de vinificación.

Naturalmente, toda esta red de organismos y empresas que, localmente o a distancia, están involucrados en el medio de innovación de la Ribera del Duero asumen el deber de cumplir el reglamento de la Denominación de Origen. Este reglamento, como se ha explicado, supone un acuerdo de mínimos que los productores deben respetar, pero que representa un punto de partida para la calidad, no un techo máximo. Además, el reglamento como texto legal debe atenerse también al último elemento que queda por tratar en este análisis de la contribución de los actores exógenos a la constitución y funcionamiento del medio de innovación de la Ribera del Duero: las disposiciones legales de las autoridades regionales, españolas y comunitarias. La producción de vino es un sector sujeto a una estricta regulación por parte de la Unión Europea, plasmada en la llamada Organización Común del Mercado del Vino. Por su parte, las autoridades nacionales desarrollan esta normativa con leyes propias que a su vez deben cumplirse a escala regional. En España, la tutela de las Denominaciones de Origen corresponde a los gobiernos regionales y éstos dictan sus propias leyes y reglamentos sobre el sector del vino, donde estipulan las prácticas vitivinícolas permitidas y prohibidas y determinan todos los procedimientos para la supervisión del proceso de producción. Se trata con ello, en el fondo, de garantizar a los consumidores una clasificación transparente de los derivados de la uva y de la calidad que debe corresponder a cada uno de ellos, desde los simples vinos de mesa a los caldos de mayor nivel.

Por último, los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen pueden ser considerados como secciones locales o nexos de unión de este entramado institucional regional con las áreas productoras. Por imperativo legal, prestan dos servicios imprescindibles: garantizar al consumidor una calidad mínima para los vinos elaborados bajo su nombre y promocionarlos en los mercados nacionales y extranjeros mediante ferias, catas, misiones comerciales y publicidad institucional. A tales efectos, disponen de personal encargado de asegurar el cumplimiento de sus reglamentos (en lo tocante a viñedo, vinificación y etiquetado), de calificar las añadas y de desarrollar las campañas de divulgación. Además, remiten boletines informativos con consejos agronómicos para los viticultores asociados, editan revistas especializadas y representan al sector local en las negociaciones con la Administración. Sus sitios de Internet se van dotando también de contenidos útiles como legislación, estadísticas, previsiones meteorológicas o recomendaciones de cultivo.

Este sistema de innovación que opera a escala regional pero se conecta adecuadamente con los territorios productores ha permitido la articulación entre viticultores, bodegueros e instituciones públicas y privadas de representación y asesoramiento, siendo fundamental para difundir una mentalidad nueva basada en los principios de la calidad, la cooperación y la innovación en todos los órdenes del complejo vitivinícola de la Denominación de Origen «Ribera del Duero». La documentación revisada, el trabajo de campo y las entrevistas han permitido documentar las siguientes innovaciones:

En suma, el conjunto del territorio de la D.O. responde a la imagen de espacio innovador que ha basado su dinamismo en la combinación acertada de recursos locales y regionales, públicos y privados, tangibles e intangibles, para finalmente acertar con la definición y desarrollo de un modelo de elaboración y organización que hemos denominado ‘tipo Ribera del Duero’ (ver figura 5) y que ha tenido una notable aceptación en los mercados, hasta el punto de promover una imagen de la comarca como territorio no sólo de producción, sino también de atracción de iniciativas, capitales y visitantes interesados por la cultura del vino.

Las transformaciones recientes en el modelo «Ribera del Duero»

En efecto, a la vitalidad de los agentes locales y la configuración del entorno institucional de apoyo se suma desde finales de la década de 1990 la llegada, cada vez más numerosa, de un nuevo elemento de transformación, dinamización e innovación. Desde otras zonas de producción de vino de calidad, grandes grupos bodegueros nacionales (Domecq Wines, Nueva Rumasa, Faustino, Paternina, Bodegas Alavesas, Bodegas y Bebidas, Codorniu, Freixenet, Torres, Félix Solís, García Carrión...) se han instalado en la Ribera del Duero para incluir en sus ya variados catálogos un vino de gran proyección comercial. Se abre un nuevo periodo en el cual coexisten en la D.O. actores con distintos intereses que se mueven entre la preservación del tejido local de pequeños productores y sus relaciones sociales de confianza y la lógica más mercantil que traen las nuevas compañías respaldadas por su capacidad financiara para construir grandes instalaciones y presionar al alza los precios de la tierra y de las materias primas de mayor calidad.

Se va configurando así un nuevo mapa de relaciones, derivado del fuerte boom inversor, que puede descompensar un esquema clásico de funcionamiento bastante equilibrado, pero que atraviesa ahora por momentos de alguna incertidumbre relacionada con la necesidad de ajustarse a su nuevo tamaño y a la diversidad de intereses y estrategias de los actores implicados:

·         La capacidad de influencia de los viticultores tradicionales es cada vez menor. El importante aumento de las hectáreas controladas por el Consejo Regulador desde 1996 (Cuadro 1) ha sido generado desde el sector bodeguero. La progresión del sistema viñedo-bodega, con propiedades que superan las 200 y 300 has, es la principal responsable del papel cada vez más secundario al que se ve relegado el viticultor independiente, amenazado de subordinación laboral y funcional a los criterios técnicos y económicos de las bodegas. Además, estos productores encontrarán problemas crecientes para vender sus uvas a un precio razonable, al estar las nuevas bodegas más abastecidas con su propio viñedo. Excepciones a esta previsión serán los años de bajas cosechas y los viticultores con viñas antiguas, muy apreciadas para los tintos de mayor nivel y por cuuyas cosechas se pagan precios muy superiores al promedio.

·         El fuerte crecimiento del volumen de vino embotellado, en torno al 20% cada uno de los tres últimos años (en concreto un 19,9% en 2005, 16,0% en 2004 y 25,5% en 2003, según datos de ALIMARKET) ha llegado a plantear fuertes dudas sobre el destino de los excedentes, pero a la vez ha decantado más el modelo productivo hacia el envejecimiento prolongado de los caldos, que permite colocarlos en nichos de mercado más exigentes.

·         Este crecimiento del volumen está dando empezando a colocar en el mercado lo que nos atrevemos a calificar como segunda variante del vino Ribera del Duero. Permanecen fieles al tipo clásico descrito en la figura 5 las bodegas de mayor arraigo local, que elaboran marcas de calidad y sirven de referencia en las catas y rankings más selectos, como la Guía Peñín o la revista Wine Spectator (donde escribe el gran gurú internacional del vino, el estadounidense Robert Parker). Por otro, aprovechando su tamaño industrial y sus sinergias con otros sectores agroalimentarios, los grandes grupos bodegueros exógenos están colocando en los hiper y supermercados una producción masiva de caldos que se limitan a cumplir los requisitos mínimos exigidos por el Consejo Regulador a fin de aprovechar la marca territorial colectiva de calidad que representa esta D.O. Así, de una producción dominada por un vasto número de marcas locales (ALIMARKET, 2006) se ha pasado al dominio porcentual de una serie de marcas limitadas (ALIMARKET, 2008, ver figura 12).

 

 

·         La afluencia de firmas externas es fuente de diferencias de criterio con las bodegas locales acerca de la estrategia comercial más adecuada para preservar el prestigio de los caldos. Éstas apuestan por la diferenciación mediante series cortas y precios altos, dirigidos a segmentos de mercado exigentes o al canal HORECA, mientras aquéllas se decantan, en líneas generales, por producciones abundantes y precios baratos para ganar cuota de mercado entre el gran público que compra el vino en grandes superficies comerciales. Según la consultora AC Nielsen[23], en su estudio de mercado del vino acogido a D.O. en España, la Ribera del Duero alcanza el segundo lugar a nivel nacional, con un 8%, superando de forma definitiva a las Denominaciones de Origen Navarra (que integra toda la producción de calidad de la Comunidad Autónoma del mismo nombre) y Valdepeñas (en la Comunidad de Castilla-La Mancha, especializada en la producción industrial a gran escala) y muy por detrás de la Denominación de Origen Rioja. Se trata de un problema estratégico crucial para definir la posición futura de la D.O. en el mercado nacional e internacional del vino y constituye un tema que debe seguirse de cerca en futuras investigaciones. Guarda relación, además, con la recurrente discusión sobre la conveniencia de ampliar los límites geográficos de la D.O., de la que son partidarias algunas bodegas importantes situadas en municipios muy próximos a la demarcación actual, mientras que las más señeras se oponen bajo el argumento de que los posibles nuevos socios se aprovecharían del valor intangible de la marca territorial creado (y financiado) por los miembros actuales, además de haberse beneficiado durante largo tiempo de la posibilidad de comprar tierra y uva a precios sensiblemente inferiores a los que han debido soportar los socios de la D.O. durante los años de crecimiento acelerado de finales de la década de 1990.

·         La búsqueda de la individualidad, de la diferenciación, de la personalización del producto respecto al territorio de producción, está generando críticas de algunas bodegas situadas en los más altos segmentos del mercado hacia el control ejercido por el Consejo Regulador sobre el proceso de producción. Ello puede amenazar los consensos construidos durante este cuarto de siglo sobre la personalidad de los vinos de la Ribera del Duero y propiciar conductas oportunistas de firmas que, aprovechando el activo intangible de la imagen de calidad de la comarca, intenten colocar en los mercados vinos ajenos a la identidad local.

·         Con el vino y la viña como argumento nuclear, se ha comenzado a vender el territorio de la Ribera del Duero como recurso turístico, vinculando el enoturismo con el turismo cultural, gastronómico, activo, deportivo o congresual, en línea con las tendencias características de otras comarcas afamadas (Lignon-Darmaillac, 2002; Hall y otros eds., 2002). El reto de fondo en este punto consiste en no convertir a la Ribera del Duero en un parque temático del vino tinto de calidad y en no detraer recursos del negocio central para atender las nuevas actividades complementarias, sino en compaginar el vino con sus satélites sin perder las señas de identidad de la comarca.

Aunque algunos críticos del sector, como el citado Parker, predigan un futuro incierto para la Ribera del Duero, su capacidad de adaptación ante los desafíos siempre ha sido ágil, tal como se puso de relieve en la revisión histórica precedente. Aunque vive en la actualidad un periodo de transformaciones notables a causa de las estrategias diferenciadas entre actores con distintos intereses (viticultores independientes frente a bodegas con viñedo, bodegas foráneas frente a bodegas locales, productores independientes frente a distribuidores con intereses en la elaboración), no se ha alcanzado, afortunadamente, un nivel de conflictividad que erosione o deteriore su reputación comercial. Por primera vez en la historia, la Ribera del Duero cuenta con unas bases productivas sólidas, transmite una imagen nítida de calidad en los mercados y, sobre todo, dispone de cauces institucionales abiertos y plurales para resolver estas diferencias, que deben interpretarse como manifestaciones de las distintas opciones que se abren para gestionar, sostener y reproducir el éxito logrado hasta ahora por la Denominación de Origen.

Conclusiones

Est artículo ha analizado el proceso de modernización y transformación de la Denominación de Origen «Ribera del Duero», constituida en 1982 y que en apenas un cuarto de siglo ha alcanzado notoriedad internacional por la calidad de sus vinos tintos, que se explica por las condiciones naturales, por la labor sostenida de los agentes productivos localizados en la comarca y por el desarrollo de un marco institucional regional de apoyo al sector. Se trata de un ejemplo patente de medio innovador anclado en tradiciones, actores y recursos locales convenientemente actualizados y aprovechados gracias a contribuciones de escalas superiores, entre las que destaca sobremanera la red regional de servicios técnicos de soporte a la innovación productiva, gerencial y comercial.

La teoría del medio innovador proporciona así una infraestructura conceptual adecuada para comprender y explicar la evolución experimentada por este sistema productivo local especializado en los vinos tintos de calidad. El anterior modelo de acción individual y predominio de los actores ubicados en la cadena de producción ha sido sustituido con éxito por otro donde prima la acción colectiva en el marco de la Denominación de Origen y desempeñan una función muy relevante los actores con funciones de organización y regulación, porque ayudan a difundir e implantar un nuevo marco de prácticas y relaciones socioinstitucionales imprescindible para la innovación sostenida.

El reconocimiento de la Denominación de Origen a los vinos de la Ribera del Duero y su inserción en una red de espacios y agentes innovadores promovida por las autoridades regionales han desencadenado un movimiento de modernización industrial fundamentado en los principios de la cooperación y el aprendizaje colectivo, sin perjuicio de la libertad de iniciativa del capital local y de las firmas exógenas que se han localizado en la zona atraídas por su potencial en el mercado de vinos de calidad. Esta combinación de recursos locales específicos, iniciativa endógena, capital exterior, regulación consensuada y disponibilidad regional de servicios avanzados justifica el rapidísimo incremento del número de bodegas acogidas a la D.O., que está generando algunas disfunciones que deberán abordarse de forma inteligente para no deteriorar el capital intangible (prestigio, reputación) adquirido por la comarca durante el último cuarto de siglo.

 

Notas

[1] Este artículo presenta algunos resultados de los proyectos de investigación «Desarrollo territorial y procesos de innovación socioeconómica en las comarcas vinícolas de Castilla y León» (Plan Nacional de I+D+I, ref. BSO-2003-07603-C08-05, años 2004-2006), «La contribución del sector vitivinícola al desarrollo rural en Castilla y León» (Junta de Castilla y León, ref. SA103/04, años 2004-2006) y «Gobernanza, innovación y convenciones en las comarcas vitivinícolsa de Castilla y León. Tipología y prospectiva de Denominaciones de Origen a partir de la teoría de los mundos de producción» (Junta de Castilla y León, ref. SA080A08, años 2008-2010).

[2] Ecológico en el sentido de que concibe a la empresa como organismo integrante de un ecosistema social y económico más amplio constituido por otras empresas (del mismo sector, de sectores clientes y proveedores, de sectores rivales), por los ciudadanos (como consumidores y trabajadores) y por las instituciones públicas de regulación, investigación, formación o promoción económica.

[3]  Los vinos de la D.O. se exportan a algo más de 35 países, entre los que destacan con más de 1.000 Hl. México, EE. UU., Suiza y Reino Unido. Estos datos provienen de la Memoria de Actividades presentada por el Consejo Regulador para el año 2005 y que sólo contienen datos de 73 de las 215 bodegas entonces dentro de la Denominación.

[4] Queremos también agraceder en este punto las valiosas sugerencias aportadas por los evaluadores anónimos que han revisado este artículo y nos han ayudado a mejorar su estructura y contenidos.

[5] Para Perez-Tenessa (2002: 90) la aparición de las denominaciones de origen tiene lugar en la Convención de Madrid de 14 de abril de 1891, más conocido como “Arreglo de Madrid”, que vino a introducir algunos retoques en el Convenio de la Unión de París para la Protección Industrial (20 de marzo de 1883), que ya hablaba de apelaciones regionales.

[6]  Según Molinero (1997: 23), los viticultores, de forma tradicional, han ocupado los suelos más arenosos y menos aptos para el trigo, cultivo que ha tenido una mayor valoración y menos necesidad de mano de obra. Este ha sido un factor fundamental en las diversas crisis demográficas que el territorio meseteño ha sufrido desde la Edad Moderna. Así, los suelos del viñedo fueron los marginales, aquellos que permitían el crecimiento de las plantas con raíces profundas.

[7] Se han encontrado unos mosaicos romanos en Baños de Valdearados (Burgos) cuyo principal tema de representación es el dios Baco.

[8] La línea férrea Valladolid-Ariza, que cruza la Ribera del Duero en sentido Oeste-Este, entró en funcionamiento en la tardía fecha de 1896.

[9] Piqueras (2005) explica este lento avance de la filoxera en Castilla y León, especialmente al sur del Duero, por el carácter arenoso de los suelos, que actuó como defensa natural ante la plaga, que tardó veinticinco años en recorrer los 270 kilómetros que separan Fermoselle (en la frontera luso-zamorana) de Aranda de Duero, corazón de la actual Ribera del Duero (Figura 3).

[10] Aprobado por Decreto de 8 de septiembre de 1932 y elevado a rango de Ley por la de 26 de mayo de 1933.

[11]  Como todos los vinos de calidad, se distinguen por su aspecto y aromas limpios y por los sabores propios de la variedad de uva utilizada. Para Jesús Flores Téllez (1994) los vinos jóvenes de la Ribera del Duero llaman poderosamente la atención por su magnífica vestimenta, con fondo de color granate oscuro, muy cubierto, con destellos azulados o violáceos en los más recientes, todos con una viveza fuera de lo común. A la nariz dejan apreciar generosos aromas primarios, que se caracterizan por su franqueza y finura. aromas en los que predomina la gama de frutos silvestres rojos y negros en sazón (zarzamora, grosella, arándano, fresa, frambuesa…) en el paladar muestran toda la fuerza de su juventud y todo el potencial de la uva Tinta del País: amplios, llenos, persistentes, untuosos en muchos casos, soberbiamente dotados de taninos y con acidez y alcohol en admirable equilibrio. Pero son los vinos elaborados con una crianza en madera de robles los que alcanzan una madurez plena, definiendo en la actualidad la potencialidad de la comarca. Incluso tras largas crianzas, su intensidad cromática (granate oscuro, con levísimos ribetes ladrillo, impropios de un vino adulto), desplegando en la nariz una cierta cantidad de aromas primarios, junto a otros más complejos, como ciertos tonos de la serie especiada (pimienta, vainilla, clavo) y perfumes de la serie animal (cuero, pelo mojado, caza), además de otros propios de los grandes reservas (torrefacción, tinta china, minerales…), y todo ello de una manera absolutamente armoniosa. Entran muy secos para abrirse lenta, ampulosamente, en el paladar, recrearse en el final de la boca y dejar un recuerdo persistente, pleno de matices aromáticos por vía retronasal. A su paso por la lengua han dado testimonio de la calidad y cantidad de sus taninos, de su perfecto equilibrio, de su riqueza en sensaciones gustativa […] Vinos como los grandes tintos del mundo, magníficamente dotados para largas crianzas y lentas evoluciones mejorantes. Vinos de ciclo largo, como algunos los han llamado. (Citado por Fernando Molinero, 1979, pág. 32)

[12]  La Cooperativa de la Ribera del Duero que, con posterioridad pasará a denominarse, Bodegas Protos, ya convertida en sociedad anónima.

[13]  Parte de estas cooperativas nacieron como Grupos Sindicales de Colonización.

[14]  En la actualidad, a 31 de diciembre de 2007, la variedad de uva Tempranillo suponía ya el 94,9% del total cultivado dentro de la D.O.

[15]  La producción de rosado en la D.O. Ribera del Duero, históricamente el vino de referencia de la comarca, ha sido siempre ‘residual’, sufriendo a lo largo de los años una continua disminución. En la actualidad, campaña del 2005/2006, representa 2,2% de la producción total (era el 7% en la campaña 1999/2000).

[16]  En la década de 1860 se dieron, en las principales comarcas vitícolas del interior, casos aislados de desarrollo de bodegas industriales mediante la importación del modelo de château bordelés, con su característica combinación de viñedos con variedades nobles y bodegas dotadas de un amplio equipamiento, junto con un personal especializado que en un principio estuvo bajo la dirección de técnicos venidos de Francia (Pan-Montojo,1994:82-97). Nos referimos a la construcción de las nuevas bodegas del marqués de Riscal en Laguardia (Álava) en 1862, a la del marqués de Murrieta en Logroño en 1865, a los proyectos desarrollados por Francisco de las Rivas en Valdepeñas y La Mancha entre 1856 y 1872 y, cómo no, a los proyectos de los hermanos Lecanda en el entorno de Peñafiel en 1864.

[17]  En 1970 la Cooperativa de Santa Eulalia de La Horra (Burgos) se convierte en la primera coop. que envejece vino en sus instalaciones (Conde de Siruela).

[18]  Las variedades de uva tinta con mayor desarrollo en los mercados internacionales han sido, desde hace décadas, las de procedencia francesa y que en Ribera del Duero se van a incorporar a la producción y control del Consejo Regulador. Una cuya adaptación podemos considerar como plena, la Cabernet-Sauvignon, anque su superficie porcentual ha ido disminuyendo desde la década de 1980 con el ‘rodillo plantador’ que ha supuesto la Tempranillo, para situarse en torno al 1% del total a finales de 2007, y otras dos de adaptación media, como la Merlot y la Malbec.

[19] En esta referencia utilizamos la Memoria del Consejo Regulador de la Denominación de Origen de Ribera del Duero correspondiente al año 2004, aunque citamos y utilizamos posteriormente la del 2005, para poder comparar los datos con el total regional y con el resto de zonas productoras. La Memoria de 2006 aún no se ha publicado debido a la demora en la constitución del Consejo Regulador salido de las elecciones de 2007.

[20]  Los porcentajes hacen referencia a la producción total del vinos de calidad, en las figuras de D.O. y ‘vino de calidad’ en la región de Castilla y León.

[21]  La vía de comunicación más importante que atraviesa la comarca es la Autovía A-1 (Madrid-Burgos-frontera francesa en Irún), pero lo hace de forma perpendicular al río Duero, que constituye el verdadero eje vertebrador y dinamizador de la actividad del vino. Así, el principal eje viario concentra la mayoría de las comunicaciones del territorio con el exterior, pero no concentra las actividades relacionadas con la producción de vinos.

[22] Así lo recoge el diario El Mundo, suplemento Castilla y León, de fecha 23 de septiembre de 2007, p.8.

[23] Citado en Alimarket, mayo 2008, p.98.

 

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© Copyright Javier Aparicio, José Luis Sánchez, José Luis Alonso y Valeriano Rodero, 2008.
© Copyright Scripta Nova, 2008.

Ficha bibliográfica:
APARICIO, J.; SÁNCHEZ, J. L.; ALONSO, J. L.; y RODERO, V, D. La Ribera del Duero, geografía de un medio innovador en torno a la vitivinicultura. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de noviembre de 2008, vol. XII, núm. 277<http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-277.htm>. [ISSN: 1138-9788].


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