Menú
principal de Geo Crítica
Scripta Vetera
EDICIÓN
ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS
SOBRE GEOGRAFÍA
Y CIENCIAS SOCIALES
|
LA INVENCIÓN DE TERRITORIOS: "YO", "EL OTRO", "EL MUNDO",
"EL COSMOS".
José Luis
Ramírez (1)
Publicado originalmente en: Transversal, nº 6. Lleida:
Departament de Cultura de la Paeria.
Hay una forma racional, cartesiana de imaginarse el descubrimiento
y apropiamiento del entorno que procede en forma de círculos concéntricos.
Según esa forma artificial y preconcebida de descubrimiento, primero
me descubriría a mí mismo, después descubriría
al otro y luego continuaría avanzando en mi entorno terrestre, para
llegar finalmente al descubrimiento del universo entero. ¿Qué
método cabría imaginar más lógico que éste?
Se trata sin embargo de un proceder racionalista que recuerda al omfalopsiquismo,
aquella secta helénica cuya actividad caraterística era la
contemplación del propio ombligo. Es una forma de proceder, digo,
meramente imaginaria y totalmente engañosa. Frente a esa forma de
descubrimiento propongo un planteamiento fenomenológico, una inquisición
o investigación del proceso de nuestro conocimiento, tal como realmente
se inicia y se desarrolla. Planteamiento fenomenológico digo, siguiendo
a Husserl, que consiste en dirigir la atención "a las cosas mismas",
en hacerse consciente de lo que realmente hace la mente y de lo que a ella
de manera inmediata se ofrece.
"Somos" -escribe Antonio Machado en su prólogo a Campos de
Castilla- "víctimas de un doble espejismo. Si miramos afuera
y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez,
y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por
sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima
realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es
nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ... Un hombre
atento a sí mismo, y procurando auscultarse, ahoga la única
voz que podría escuchar: la suya; pero le aturden los ruidos extraños.
¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo? Pero nuestros ojos
están cargados de razón, y la razón analiza y disuelve.
Pronto veremos el teatro en ruinas, y, al cabo, nuestra sola sombra proyectada
en la escena."
* * *
Se debe a la modernidad el descubrimiento del individuo. Y se debe al racionalismo
el establecimiemto del YO como centro del universo. Se ha hablado de revoluciones
y contrarrevoluciones copernicanas, según las cuales el hombre unas
veces se considera centro y otras periferia. Para Descartes todo saber
cierto -que no es un cierto saber, sino el "saber" sin más- comenzaría
con el YO. Pero una observación atenta de la afirmación Cogito
ergo sum, «Pienso, luego (yo) existo», pone de manifiesto
que ese YO, en torno al cual girará la sociedad y el mundo, no es,
fenomenológicamente hablando, el punto de partida, sino una mera
deducción. Cuando Descartes dice: "luego existo", la conjunción
"luego" está denunciando el carácter deductivamente posterior
del YO. El pensamiento no es un producto de la actividad de un YO previo,
sino que el YO es constituído por el pensar: primero pienso que
pienso, y luego, por deducción, pienso que existo yo. El Sujeto
no es más que el lugar donde el lenguaje se lleva a cabo, dirá
Lacan. Lo realmente innegable, ineludible, aquello que no puedo negarme
a mi mismo sin contradecirme y saber que miento, no es la existencia de
mi "yo" sino la existencia de mi pensar. Intuyo el pensar, no el yo. Si
existo o no existo yo es algo cuestionable, pura deducción, pero
mi experiencia de la discursividad del pensar es algo fenomenológicamente
evidente, algo que no podría negar sin la conciencia de que estoy
mintiendo. Es cierto que al decir que "pienso" lo digo conjugando el verbo
en primera persona, pero eso no hace al YO menos hipotético.
Pero el propio pensar no es tampoco lo que, biográficamente hablando,
descubrimos o nos es dado en primer lugar. La conciencia de lo exterior
a nosotros precede al pretendido descubrimiento de nuestro pensar y de
nuestro yo. Y cuando finalmente accedemos a ello, cabe preguntarse si no
se trata de algo emejante al alguacil alguacilado.
"En principio era el Verbo", dice la Escritura. Para nosotros, sin embargo,
en principio es el Sustantivo. Es difícil para una mente moderna
(indoctrinada por los prejuicios de la gramática, obra a su vez
de la alfabetización y de la lengua escrita, reguladora del pensar
y, como decía Nebrija, compañera del dominio de unos hombres
sobre otros), concebir una realidad que no arranque de lo sustantivo. La
idea inmutable, la cosa en sí y no la actividad, es, desde Parménides
y Platón, lo que se supone otorga estructura y punto de partida
a la realidad. He ahí el origen del pensamiento ontológico.
Sin embargo, lo realmente originario en nuestro contacto con la realidad
es la actividad, el devenir, el hacerse. Es la actividad la que da sentido
a las cosas y a nosotros mismos, no al revés. Nuestro yo es constituído
por nuestro pensar y por nuestro obrar. Y también el ser inteligible
de las cosas se constituye en relación a nuestra actuación,
pues sólo entendemos el mundo al tratar de intervenir en él
activa, no pasivamente. Si además cabe hablar de un ser no inteligible
de las cosas (lo que Kant llamaría "la cosa en si"), de ese ser
que, según Vico, sólo Dios entiende, también éste
se constituye en un hacerse, en télos. Naturaleza y finalidad
o tendencia a la realización eran para Aristóteles conceptos
equivalentes (Fýsis télos estín). Así
lo revela la propia palabra "naturaleza" (que viene de natura, que
viene de nascere = nacer) que, al igual que su correspondiente griega,
la fýsis, no significa el entorno de la cosas, sino el proceso
que las da origen y desarrollo. Es muy significativo que en la terminología
gramatical llamemos "verbo" a la categoría significante de la actividad
y el movimiento. Pues "verbo" significa sin más "palabra", es decir
la palabra por antonomasia. La concepción originaria de la realidad,
esa concepción que originó las explicaciones míticas
del Cosmos por el hombre antiguo, no era una concepción ontológica,
sino genealógica. Nietzsche vio esto claro. La oración gramatical
originaria es una oración sin sujeto: "Llueve", "Truena", "Hace
sol". Es falso que la oración exija sujeto y verbo. La oración
originaria es una oración sin sujeto, pero sin verbo no hay afirmación
o negación alguna.
* * *
El yo y la individualidad son cosas del pensamiento moderno. En la Edad
Media la persona humana tenía dificultad para separar incluso su
cuerpo del entorno en que se hallaba. La moderna manía de la higiene
es algo que no sólo hace relación a la preservación
de la vida y de la salud, sino a la tendencia a aislar y a definir, a delimitar
y separar mi cuerpo. Y en la antigüedad griega el yo tampoco gozaba
de la individuación que nosotros le otorgamos. Los griegos atribuían
-como dice el filólogo sueco Jesper Svenbro, del Centre National
de la Recherche Scientifique en París (en Historia de la lectura
en el mundo occidental, Taurus, 1998- escaso espesor psicológico
al "yo". Parece ser que la cultura micénica ni siquiera conocía
el concepto. Cabe preguntarse si el YO es posible en una cultura material
arcaica en la que el espejo todavía no se ha inventado. La posibilidad
de ver la propia imagen reflejada residía en usar la superficie
del agua a guisa de espejo. El mito de Narciso surge de la contemplación
de su imagen en la fuente y de la tragedia de jamás poder alcanzar
su posesión. Es sabido que Protágoras afirmaba que "el hombre
es la medida de todas las cosas", pero sería exagerado, como algunos
pretenden, interpretar ese "hombre", al que el sofista alude, como individuo
humano, atribuyendo así a Protágoras una concepción
relativista de la verdad y del conocimiento. Más ajustado parece
entender la proposición del homo mensura como una afirmación
de que la humanidad, el hombre genéricamente hablando, es decir
"los hombres", determinan en comunidad o consenso tácito lo que
es y lo que no es.
Nos hemos acercado así al verdadero origo o punto de partida
en el descubrimiento humano de territorios. Nadie parte, en la biografía
del conocimiento, del YO, sino del TÚ y del NOSOTROS. Jacques Lacan,
en su ponencia sobre el Estadio del Espejo, puso de manifiesto que el descubrimiento
del yo por el niño se inicia entre los 6 y los 12 meses, cuando
el infante advierte e identifica su propia imagen en el espejo. Pero el
uso de la denominación "yo" no se produce generalmente hasta el
tercer año de vida.
*
No es el YO -la "yoidad" fichteana- el primer territorio a descubrir. Pues
el ser humano nace alienado, sumido en su entorno inmediato: primero en
la madre, luego en el entorno más próximo. Un ver más
lejano, un ver "mas allá de sus narices", exige cierto esfuerzo
pero es, al fin y al cabo, accesible y constituye la tarea más inmediata.
Lo más difícil de todo, lo más tardío y casi
inasequible, es estudiar la propia nariz sobre la cual reposan los lentes
que configuran nuestra visión de la realidad. Y cuando al fin se
nos antoja que arribamos a ello, lo hacemos mediatizados por lo externo.
Lo inmediato es descubrir lo de fuera, el entorno: primero la madre que
nos dio el ser y los objetos circundantes, luego el entorno más
lejano, el que nos entra por los ojos en la estrellada noche y el que nos
llega por el oído en la narración, ese mundo encantado de
los cuentos que la escuela sustituirá por las narraciones históricas
y las descripciones geográficas. Ser el sujeto de esos descubrimientos
es algo distinto que ser objeto del mismo descubrimiento. El YO que descubre
no es el YO descubierto. La conciencia es en principio necesariamente inconsciente
de sí misma. Lo inconsciente es la conciencia misma como
acto. Quien no entiende esto jamás entenderá a Freud que
ha planteado esta cuestión en su trabajo acerca de El Yo y el
Ello. Para los otros animales la propia conciencia permanece definitivamente
oculta. El animal humano en cambio, que posee el don del lenguaje y con
ello la capacidad y la compulsión de entender algo a través
de algo distinto, a través de los signos mediatizadores de todo
conocimiento (que por algo decía Lacan que la conciencia está
estructurada como un lenguaje), puede llegar a erigir una imagen de sí
mismo y hacer de ella su Significante. En esto reside la caída en
la sustantivación, ya que incluso la actividad se sustantiva en
la palabra, especialmente cuando ésta es escrita y visible. El paso
a la autoconciencia, que supone la objetivación del propio yo, surge
sin embargo solamente en una etapa avanzada del descubrimiento del mundo.
Lo cual tampoco deja de ser un paso en falso, pues lo único que
encontramos en la búsqueda del yo es un reflejo en el que ese yo
se desvanece, como insinuaba Machado en la cita recogida al comienzo de
este artículo.
*
El TÚ y el NOSOTROS que descubrimos en las primeras etapas de nuestra
excursión por la vida, determinará y mediatizará nuestros
sucesivos descubrimientos del entorno o mundo y el descubrimiento del propio
yo como una proyección o reflejo del exterior. Pues el "yo" es una
mera palabra vacía, deíctica (como el "aquí" y el
"ahí", el "ésto" y el "aquello") un mero dedo índice
que nada significa sin la persona o máscara que lo muestra al exterior.
Ser "yo" es ser visto y oído, dejarse ver y oír, y la persona
no es sino el rol que desempeñamos en el juego del nosotros. Son
los otros, antes que nada el otro fundamental que es la madre y el Orden
Paternal (le Nom du Père, le Non du Père, diría
Lacan) los que me dan el ser y me dicen quien soy, antes de que otras personas
empiecen a participar en mi identificación y mucho antes de que
me la plantee a mí mismo. Y cuando lo haga, lo haré en términos
de ellos, ya que todo lenguaje es lenguaje nuestro. NOSOTROS es
el espejo de mi identidad. Por eso decía Aristóteles que
lo social es primario y el individuo humano sólo secundario, que
el hombre sin sociedad no puede ser hombre. De ahí lo genéricamente
humano de la comunicación lingüística.
La primera etapa de descubrimiento territorial humano es pues el entorno
de un nosotros y el entorno inmediato del mundo real. Pero también
la identificación de este mundo real se debe a la comunidad del
"nosotros", cuyo lenguaje configura mi imagen del mundo. Como individuos
humanos nacemos dotados de competencia lingüística, pero el
lenguaje concreto en el que esa competencia pasa de la potencia al acto,
nos lo facilita primordialmente nuestra madre. Sin lengua materna careceríamos
del instrumento o clave para descubrir el mundo. Y cuando comenzamos a
descubrir el funcionamiento de la realidad, las leyes que rigen el mundo,
lo hacemos por relación a la comunidad humana que nos enseña
a conceptualizar la realidad. La Ley natural es así una metáfora
tomada de la Ley de la ciudad, no al revés, como quizá pudiera
creerse. La forma originaria de descubrir y entender el mundo es el mito,
la narración en la que los fenómenos naturales se comportan
como si se tratara de actuaciones humanas, como si fueran personas, esas
personas que son sujetos actuantes, no yos puros. La manía de personificar
nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida: decimos que
"los precios suben", que "el poder corrompe" y que "Cataluña
está en fiestas", como si el Precio, el Poder o el Territorio gozaran
de personalidad propia para subir, para corromper y para festejar. El lenguaje,
incluso el más científico, está plagado de mitos,
de metáforas que predeterminan nuestra visión de la realidad
física y sobre todo social, haciendo del territorio objetivo un
territorio inventado. La aparición de las llamadas Ciencias Sociales
supone la creación de un soporte supuestamente científico
a los mitos de la sociedad moderna, en la que los hombres son suplantados
por el Hombre abstracto de la Estadística.
* * *
La comunidad humana inventa el territorio, pero no lo hace sino dentro
de una perspectiva dada. Las condiciones materiales son codeterminantes
de la forma de descubrir y entender nuestros territorios. La comunidad
del nosotros determina la imagen individual del mundo porque los individuos
que la integran son de constitución semejante. En otro caso la comunicación
y la influencia mutua serían imposibles. "Aunque un león
pudiera hablar", decía Wittgenstein, "no podríamos entenderlo".
Pero como seres humanos somos semejantes, aunque no iguales, y por eso
formamos una comunidad. Si nuestra estatura normal aumentara 100 veces
o disminuyera 1000, si nos convirtiéramos en dinosaurios o en insectos
sin menoscabo de la facultad racional, la concepción de nuestro
entorno se vería transformada y muchos aspectos que ahora nos pasan
desapercibidos serían de pronto los más importantes, perdiendo
al mismo tiempo de vista otros que hoy nos son primordiales. Pues lo más
importante en el descubrimiento del territorio no es la sensación,
sino la atención. Es la atención (espontánea
o libremente provocada) la que nos ayuda a captar unos rasgos dejando otros
de lado. No existe visión total objetiva de la realidad. Todo territorio
es territorio interpretado.
A partir del giro racionalista moderno, que trata de colocar al fantasma
del YO en el centro, se produce una transformación en el propio
concepto de territorio. El límite territorial es una invención
moderna. Los territorios antiguos eran territorios sin fronteras claramente
definidas. Una vez circundado el mundo y descubiertos todos los territorios
que constituyen el globo terráqueo, la territorialidad comienza
a ser determinada por las fronteras. La determinación pontifical
de la línea divisoria entre los territorios pertenecientes a los
descubridores hispanos y a los portugueses es el paradigma de lo que la
territorialidad vendría a significar en lo sucesivo. La historia
de las guerras y de los armisticios modernos es una historia de la fijación
de límites y del control de fronteras. Y la xenofobia, más
que un resto de irracionalidad y primitivismo, será una enfermedad
moderna. Como toda delimitación, la del territorio se hace necesaria
cuando la identidad territorial flaquea. El hombre antiguo se consideraba
más ligado a la tierra; en la sociedad feudal la clase inferior
eran los siervos de la gleba, adscritos de por vida a su terreno. La sociedad
moderna liberará al individuo humano de esa adscripción mediante
la concepción abstracta del trabajo, según la cual lo que
se vende no es ya la persona sino su fuerza laboral. El individuo de la
sociedad moderna será libre, libre de morirse de hambre o de trabajar
para otros. Si es que hay quien quiera darle trabajo, habrá que
añadir en estas postrimerías del milenio.
La economía política transcendió de la fisiocracia,
en la que la riqueza era la propia tierra, a la economía capitalista
que supone una riqueza de cosas, un sistema de producción de artículos.
Una empresa capitalista no se halla ya atada al territorio, sino que puede
trasladarse en cualquier momento a otros lugares en los que las condiciones
de producción sean más rentables. Los territorios del capitalismo
som territorios evanescentes e imaginarios que rompen las fronteras del
espacio, en esa telépolis o territorialidad global que la tecnología
va creando. El internacionalismo capitalista tiene como contrapartida los
nacionalismos de Estado en los que el territorio es la frontera que protege
nuestras cosas contra la intromisión y la utilización
foránea. El poder del Estado postmoderno no reside ya en el dominio
del territorio geográfico, sino en el control de los individuos
y de sus actividades. La aduana controladora del paso de hombres y mercancías
es el símbolo de la diferencia territorial establecida por el Estado
actual. Dentro de éste, sin embargo, los nacionalismos culturales
evocan un concepto vernacular del territorio, tratando de conquistar su
autonomía y de rescatar sus formas de vida y sus códigos
de interpretación de la realidad, sus formas de descubrimiento de
territorios condicionada por la lengua materna.
* * *
La exaltación del YO por la modernidad, acompañada de la
aceleración científica y tecnológica, ha venido así
a crear una paradójica reducción de los territorios de nuestra
conciencia: al mismo tiempo que la técnica permite la exploración
de territorios extraplanetarios, la atención humana se restringe
a territorios infraplanetarios más estrechos, discontinuos y esporádicos.
El proceso de urbanización y la electrificación del territorio
atraen la atención del hombre moderno hacia lo más inmediato
y el interés mítico del hombre arcaico por el Cosmos, pierde
su carácter poético y pasional para hacerse utilitarista
y racional. La luz de la ciudad electrificada (colonizadora del ambiente
rural como en el caso de la Canadiense y el ejemplo de la explotación
del territorio leridano en aras de Barcelona) desplaza la atención
humana del cielo nocturno estrellado a los anuncios luminosos y a las atracciones
comerciales y lúdicas. El hombre moderno carece ya, a pesar de la
nueva física, de mitologías sobre el origen y la estructura
del universo. Sólo las mitologías del Mercado y del Consumo
están hoy presentes en la llamada Sociedad el Bienestar.
Jamás ha tenido el ser humano más facilidad de desplazarse
de un territorio a otro. Sin embargo, el contacto con el otro no exige
ya que nos movamos de nuestro escritorio o de nuestra sala de estar. Requiere
casi más esfuerzo entrar en contacto con el vecino de la casa de
al lado que con un antípoda terrestre. Y cuando, a pesar de todo,
nos desplazamos a territorios alejados, constatamos que todos los territorios
se van pareciendo cada vez más unos a otros y que "en todas partes
cuecen habas", siguiendo además la misma receta culinaria. Hasta
las extravagancias, que por definición representan lo inusual, son
exactamente las mismas en todas las urbes: las cabezas rapadas, los Hara
Krisna, el pantalón vaquero andrajoso, la droga.
El desarraigo territorial del hombre moderno se advierte no menos en
lo que respecta al conocimiento de los detalles de su ambiente más
próximo. Cuando el desplazamiento geográfico todavía
requería tiempo, el individuo humano tenía ocasión
de ir registrando y estudiando con minuciosidad los pormenores de la naturaleza
y de la ciudad que recorría a pie o en un transporte lento. Curiosamente,
cuanto más rápidamente nos movemos, menos tiempo decimos
tener. El ahorro de tiempo que suponen las comunicaciones y los transportes
modernos ha hecho de la carencia de tiempo un rasgo definitorio de nuestra
cultura. Un tiempo que se medía en jornadas, pasó en nuestro
siglo a medirse primero en horas y ahora hasta en décimas de segundo.
En un solo día recorremos lugares que, tan sólo hace unos
decenios, requerían muchos días de viaje. Nuestra capacidad
cotidiana de recepción no ha aumentado, pero los objetos que reclaman
nuestra atención son cada vez más numerosos. La conciencia
de los detalles desaparece así con la velocidad. La configuración
del territorio se desvanece. Hemos adquirido la perspectiva del dinosaurio
a que antes aludí, sin siquiera haber incrementado nuestro volumen
corporal. Resultado de esta transformación de nuestra conciencia
es la extraterritorialidad que nos caracteriza, un estar siempre en otra
parte que hace del hombre moderno un ser desarraigado y un exiliado nato.
Nota biográfica sobre el autor: José
Luis Ramírez es doctor en filosofía de la planificación
por el Instituto Nórdico de Planificación de Estocolmo (hoy
reconvertido en Centro Nórdico de Estudios Territoriales) y privatdozent
en Planificación Territorial por la Escuela Superior Politécnica
de Estocolmo. Esta dedicado a la tarea de desarrollar, con alumnos de doctorado
en arquitectura del paisaje, diseñadores y urbanistas, una teoría
de la acción humana y de la intervención pública desde
el punto de vista de la ciencia humana. Ramírez reside en Suecia
desde 1962 y ha desarrollado tareas municipales de planificación
y de política cultural.
Volver al principio de la página
Volver
al menú principal