Enrique Lynch
La obra inclasificable de Georges Bataille está colocada en una encrucijada de las letras francesas, donde se juntan las marcas profundas dejadas por las vanguardias artísticas y literarias con epicentro en París, la elaboración de las siempre imprecisas influencias freudianas, la crisis de la conciencia crítica que se remonta en Francia a comienzos del siglo y el estigma de Vichy que, cada tanto, asoma en forma de mala conciencia en la mayoría de los intelectuales franceses de mediados del siglo XX. Los temas habituales en Bataille –la religión, el erotismo, la muerte, Nietzsche– están atravesados por los trazos de estas líneas cruzadas que sobreviven en sus libros como siempre, de forma desarticulada y dispersa, y que han servido como seña de identidad del estilo ensayístico que más tarde los franceses exportarían a todo el mundo.El pensamiento de Bataille es un discurso hollado por sus maestros: Mallarmé, Nietzsche, Sade y sobre todo por el surrealismo, un pensamiento en constante disputa contra enemigos poderosos, como Hegel, o contra adversarios que en su tiempo eran hegemónicos y que hoy parecen olvidados, como Sartre. Lo mismo que para algunos batailleanos célebres, como Foucault, o para los estructuralistas originales, como Lévi-Strauss, Sartre era para Bataille un espectro que era preciso aventar de todas partes y que reaparece constantemente en estas anotaciones.
Algo de todo esto se deja ver en este libro de bello título; y digo algo porque –para qué ocultarlo al lector– hay que advertir que estamos ante una obra muy oscura, casi impenetrable, compuesta de materiales dispersos y póstumos, compilados, traducidos y anotados con eficacia y cuidado por un devoto del autor. El carácter heteróclito de Bataille –y un punto diletante, dicho esto sin ánimo de descalificarlo–, se muestra aquí sin matices tanto como se ve cuánto se asemeja Bataille al fantasmal Maurice Blanchot, autor que, de tan escondido, empieza a parecernos tan inapresable e imaginario como Nicolás Bourbaki, y tan longevo como el mago Merlín. Es verdad que justamente en este diletantismo blanchotesco está la seducción y el encanto de las ocurrencias batailleanas que más tarde dejarían huellas (para no hablar de saqueo) en sus incontables epígonos: la generación de Tel Quel, los filósofos del círculo de Derrida y, sobre todo, en su genial y extravagante yerno: Jacques Lacan.
Encontramos aquí los temas habituales en Bataille: el misticismo del mal, la focalización del sacrificio como eje de la experiencia religiosa, el extraño modelo de un ateísmo teologizado y el bosquejo de una poética circular que asoma en la página 163, como método que se inicia en la ignorancia y desemboca en el no-saber, especie de teoría à rebours, en la que, por supuesto, nunca falta la contradicción, la angustia y la desesperación. Bataille, como observa Jean Wahl en una conversación incluida en este libro, parece como si deplorara y aspirara a la desesperación al mismo tiempo.
De modo que leerlo puede ser fascinante e iluminador –así lo ha sido para el compilador de este volumen–, pero también puede ser irritante. Confieso que para mí, en este caso, ha sido ambas cosas. Se puede admitir que, para quien intenta pensar después de Nietzsche, el pensamiento no se distinga de la expresión (Giorgio Colli
sería ejemplo de esta manera), pero puede ser descorazonador leer de la pluma de Bataille: “[…] nada hay que pueda dar, en efecto, un sentido a mi frase, sino que mi indiferencia (mi ser indiferente) descansa en una suerte de resolución del ser, que es no-saber, no-pregunta (en el sentido de que esto es perfectamente ininteligible, y por eso mismo esencialmente remisión, aniquilamiento de la pregunta).” [pág. 73] Llevada al paroxismo, esta manera de pensar (y de escribir) se queda a un paso del autismo.
Georges Bataille, La oscuridad no miente: Textos y apuntes para la continuación de la Summa Ateológica. Selección, traducción y epílogo de Ignacio Díaz de la Serna. Madrid: Taurus. 2002. 254 páginas.