David Aceituno
Anne Carson. La belleza del marido, un ensayo narrativo en 29 tangos. Barcelona: Lumen. 2003.
La intención de Carson de desligar su obra de lo biográfico parece clara cuando descubrimos la brevedad de la reseña sobre sí misma que obligó a poner en todas las ediciones de este libro: ‘Anne Carson vive en Canadá’. El título del primer poema lo reafirma: “Dedico este libro a Keats (¿Fuiste tú quien me dijo que Keats era médico?) por su entrega total a la belleza y porque una dedicatoria ha de ser imperfecta si se quiere que un libro conserve su libertad”. Queda claro que la dedicatoria perfecta sería al marido; y, también, que el libro, entonces, perdería su libertad en un regreso hacia lo íntimo.
De la lectura narrativa de La belleza del marido podría redactarse una solapa así: “La conmovedora historia de una pareja desde que se conocen de adolescentes en una clase de latín, hasta el derrumbamiento de su matrimonio. En medio, desordenados cronológicamente –la autora va de un capítulo a otro guiada por una voz interior–, los capítulos dulces del principio y los encuentros furtivos, pero también los celos de la protagonista hacia un marido que la sustituye por su afición a los “pálidos amigos” y la Historia y cuyas continuas infidelidades y mentiras, y las consecuentes discusiones a altas horas de la noche, conducen a la ruptura de su enlace”. Pero queda claro que lo interesante no sería la “trama” sino lo que hay en medio de ella: la mirada de Carson sobre la relación de pareja y los recursos poéticos que usa con acierto para hablar de ella, así como el modo en que distintas teorías filosóficas o algunos literatos (Homero, Platón, Kafka o Proust) se integran en el poema para enriquecerlo. De ese modo, vemos cómo cita a Homero, a propósito de la lealtad de Andrómaca, para ironizar sobre la escasa lealtad de su marido; o cómo en una discusión aparece lateralmente un juicio literario, tan breve como contundente, sobre el autor de Esperando a Godot (“Esto es trivial. Parece Beckett. Di algo!”); o el poema XX, que empieza hablando del principio de asociación propuesto por Aristóteles para hurgar en la memoria, para de inmediato transportarlo a otros ámbitos:
Pasar entonces rápidamente
de un punto al siguiente, por ejemplo de pezón a duro
de duro a cuarto de hotel, de cuarto de hotel
a la frase encontrada en una carta que escribió en un taxi el día que se cruzó
con su mujer;
O la manera en que en el poema VII arranca con la definición de mito para llevarnos a las mentiras del marido:
Mentía cuando no era necesario.
Mentía cuando ni siquiera era conveniente.
Mentía cuando sabía que sabían que estaba mintiendo.
Mentía cuando mentir rompía sus corazones.
Mi corazón.
El corazón de ellas.
A veces me pregunto qué pasó con ella.
La primera.
o las asociaciones que presentan un esquema similar a éste: mentira – su dolor – dolor de las demás – las demás – una de las demás – el dolor que le provocó a ella una de las demás, la primera – el recuerdo del dolor a través de ciertas imágenes
Hay algo de filo nuevo y ardiente en la primera infidelidad conyugal
Taxis para arriba y para abajo
Lágrimas. Grietas en la pared que recibe el golpe.
Luces encendidas hasta altas horas de la noche.
No puedo vivir sin ella. Ella la palabra que estalla.
Luces todavía encendidas de mañana.
asociaciones que diseminadas por todo el poema contribuyen a imprimirle su peculiar ritmo. Un empeño (el del ritmo) que también logra Carson a través del cuidado que pone en jugar con la modulación de los grados de intensidad lírica en cada poema, siguiendo así el consejo de Eliot: que el lector pueda leer sin ahogarse, sin quedar empalagado por el abuso de una intensidad mantenida.
Carson pasa de una tonalidad íntima (el poema podría interpretarse como la explicación de su matrimonio a Ray, un amigo del marido) a un dato histórico; de la cálida frase extraída de la carta que su marido le escribió de joven, al mordaz análisis sintáctico, moral y poético de su contenido (poema IV). Su atrevimiento la lleva a no dudar en emplear lo que le interesa de cada género. La vemos sirviéndose del dinamismo de la prosa, bien en los diálogos, de los que la obra está llena, o en el uso de descripciones aparentemente asépticas, y de esa efectividad para “contar” pasa a la musicalidad del verso blanco, y de ahí al atrevimiento de ciertas imágenes que sólo la poesía admite, sin olvidar the music of conversation, el tono ensayístico de algunos pasajes o la intimidad propia del género epistolar o de los diarios privados. Es atrevida, sí, pero puede permitírselo, sobre todo cuando vemos que logra articular con éxito los distintos géneros, logrando que el ritmo de su voz poética y de su inteligencia hagan invisibles al lector las suturas entre uno y otro. Tanto al biógrafo más curioso como al hábil crítico, sólo les queda rendirse.
[1] Carson entiende tango como un baile que, al igual que el matrimonio, debe ser bailado hasta el final.