Francis García Collado
Escribía Milan Kundera en Los testamentos traicionados:
Brod editó el diario de Kafka censurándolo un poco; eliminó no sólo las alusiones a las putas, sino también a todo lo que tenía relación con la sexualidad”.
Kundera, Los testamentos traicionados. Barcelona, Tusquets, 2003: 300.
Con esto no quiero apuntar a la parte más obvia de la cuestión, a la posible traición, no solo al encargo vital de Nabokov, sino a la traición textual de lo publicado, al hecho de que uno debería analizar lo que tiene en sus manos como aquello que tiene en sus manos. ¿Saben? El original de Laura no es una novela acabada, sino la unión de los tarjetones manuscritos que Nabokov fue juntando desde 1975 hasta su muerte en 1977. De manera que retomando la cuestión de la traición no nos queda más que rendirnos ante la evidencia: el estilo metódico, cuidado ordenado de la prosa del conjunto total de la obra de Nabokov sumado a su deseo explícito de no publicar la novela inacabada nos sitúa ante el par de traidores que sin lugar a dudas son, tanto su esposa como su hijo. En primer lugar Vera, fue incapaz de deshacerse del escrito de su marido siguiendo su testamento vital, para finalmente una vez muerta delegar sobre el hijo de ambos, Dimitri, la publicación o destrucción de eso que hoy tenemos en forma de libro.
Sin lugar a dudas, es la procastinación de madre e hijo la que hoy ofrece tanto al crítico como al lector eso que a ambos les gusta tanto: un objeto moral que criticar que va más allá de lo escrito, una obra cuya historia antes de ser publicada la acerca a una especie de prensa rosa de la cultura, cuya sombra se proyecta sobre lo publicado alimentando el fuego devorador de unos y otros que, en ocasiones, son incapaces de distinguir entre el valor de lo publicado y la carga moral.
Así, no es de extrañar, que por un lado la crítica anglófona haya sido en su mayoría incapaz de leer El original de Laura como lo que es, una novela inacabada con un gran valor cultural, y –¿por qué no?– también algo fetichista, al venir publicado con las fotocopias de los tarjetones escritos a mano donde el lector de habla castellana podrá entregarse al goce de leer en el inglés original este The Original of Laura mientras esquiva tachaduras e intenta descifrar algunas letras de la, en general, clara escritura de Nabokov.
No es una novela; y ahora que ya lo saben, dejemos de analizarla como tal.
Como esbozo, es una nueva genialidad temática, dejemos fluir el encanto de leer algo de un escritor al que las parcas apartaron de la pluma y del que pensábamos que jamás podríamos leer nada más.
Permítanme que me embargue el entusiasmo (un tanto forzado, de acuerdo) pero es que, miren, yo soy de los que duermen con uno ojo abierto a la espera de la apertura de los textos de Canetti que según testamento no podrán leerse hasta que salgan de la cámara acorazada del banco suizo en el que se encuentran en 2024; mientras que con el otro ojo oteo el horizonte en busca de la posibilidad de que algún día, en una excavación para la construcción de un nuevo centro comercial en la ciudad de Atenas surjan textos inéditos de Platón o de Antístenes.
La traición debe juzgarse de manera moral. Vera y Dimitri son unos traidores; pero dejando eso de lado, cabe darles las gracias a ambos por que como toda traición favorece a uno en detrimento de otro y, en este caso, la citada felonía acaba inclinando la balanza del lado del arte alejándola del lado de la moral. Además, cabe recordar que de ser fieles al artista ni tan siquiera habría llegado a nuestras manos Lolita, obra rescatada de la quema a la que iba a someterla su autor y que Vera –de nuevo ella– logró sacar del continuum de lo polite al que el autor sabía que atentaba, con una novela, cuyos personajes principales representan eso que hoy nadie vendría a calificar como una historia de amor sino como una recalcitrante muestra escrita de los caminos en los que vienen a confluir la pedofilia y la pederastia.
En cuanto a la obra publicada por Anagrama, es de agradecer que la traducción al castellano esté acompañada del manuscrito original, ya que añade un valor para el posible coleccionista encandilado por lo póstumo. Sin embargo echo en falta una edición en tapa dura que venga a poner la guinda a la biblioteca Nabokov a la que la editorial ha dedicado tanta tinta y papel durante años.
Si bien la reproducción de los tarjetones del autor puede resultar del agrado para el lector, en cierto sentido puede resultar un obstáculo para el más purista, ya que el trabajo del traductor parece presto para ser sometido a colación, y en ese sentido la nota de Jesús Zulaika sobre la labor llevada a término no acaba de ajustarse a la realidad. Mientras que éste hace mención a través de una nota aclaratoria al juego fonético realizado por Nabokov entre “Laura”, “Flora” y el resultado: “Flaura”, (en inglés Laura se pronuncia “Lora”), obvia algunas cuestiones al no aclarar el porqué:
La señora Lind maldijo a la vieja criada por comprar espárragos en lugar de aspirinas (p, 63).
El lector puede pensar que la criada es una arpía si desconoce que de nuevo la cuestión fónica hace estragos: asparagus (espárragos) y asperin (aspirina), pueden llegar a confundirse en inglés, mientras que en castellano es difícil que eso pueda suceder. Sigo pensando que, tal como sucede con las obras en edición bilingüe, existe cierto juicio al traductor en la obra, juicio al que en este caso se somete él mismo al señalar, (cito textualmente):
La traducción al castellano de El original de Laura respeta fielmente las fichas manuscritas de Vladimir Nabokov. (p, 23).
Traducir a alguien cuyas ínfulas se confunden con su cabello tiene sus problemas, como por ejemplo el de intentar realzar la belleza literaria en ciertos pasajes en los que podría parecer innecesario, como por ejemplo traducir beauty por “beldad” en lugar de recurrir a la sencillez de la palabra belleza. También sorprende la traducción de leash por “trailla” en lugar del más cercano “correa” al referirse al objeto con el que se lleva atado a un gato. Aunque sin duda lo que más llama la atención, es la traducción de quickie por “rapidillo” en lugar del más conocido e inmerso en la realidad, “polvito”, dado que es una de las acepciones que –pienso– más se ajustan al contexto de la frase: Not even a quickie?
De todos modos, la traducción se ajusta al original, y cabe agradecer al traductor el mostrarse desnudo en el escaparate de la edición bilingüe.
El presente embrión de El original de Laura responde a la publicación de un cuerpo textual de unas 140 páginas que en realidad corresponderían a unas 55 o 60 páginas de una edición al uso de la biblioteca Nabokov de Anagrama.
Vayamos ahora a la trama. Flora, es hija de Adam, un fotógrafo homosexual hijo de un pintor ruso emigrado a Nueva York en los años 20. Su madre es una promiscua bailarina que verá como el que es su marido y (pese a su ligereza de cascos) progenitor de Flora, se suicida después de que el joven inalcanzable del que éste estaba enamorado se quite la vida.
La madre morirá el mismo día de la graduación de Flora y será en ese lugar donde conocerá a su futuro marido, un psicólogo místico obeso cuyo atractivo para la protagonista radica en el éxito económico y prestigio social académico del que pronto se cansará; cosa que hace que, para algunos, Flora sea una especie de alter ego de Lolita pese a sus veinticuatro años.
Los giros que da el texto, los diferentes capítulos, los excursos médicos o lingüísticos que forman parte de la obra como recurso literario o como apuntes del autor, no serán un obstáculo para que el lector se percate de que lo peor de esta publicación se refiere a la cuestión de la imposibilidad de verla terminada. De lo que un lector prudente debería escapar es de calificar a la obra de animada lectura o rápida concatenación de sucesos, y compararla estilísticamente con joyas como Pálido fuego, La verdadera vida de Sebastian Knight, Pnin o la ya citada Lolita, dado que parece obvio señalar que a su autor le faltaba bastante que desarrollar en cada uno de sus capítulos y que eso puede aportar un erróneo ritmo de lectura. El detalle más importante de la obra se debe al factor sembrado por Nabokov, el cual nos recuerda el dualismo antropológico cartesiano, dado que el marido de Flora, Philip Wild, se encuentra inmerso en un proyecto científico-místico de destrucción paulatina, para ser más exactos, de borrado del cuerpo, a través de la mente, que rescata la idea dualista de alma/cuerpo del filósofo francés. A los más preocupados por analizar la obra desde la apócrifa vertiente psicológica del autor, posiblemente les gustará entender la obra como el grito desesperado del alma despierta y vital de Nabokov por intentar liberarse de un cuerpo que se le había empezado a apagar dos años antes de su muerte tras una desafortunada caída en el transcurso de lo que era una de sus pasiones cotidianas: la caza de mariposas. El lector más cauto sabrá donde se encuentra, y pese a tener la sensación de haber pillado in fraganti al genio en paños menores, en la cama del hospital o en la habitación de un hotel, una vez leído El original de Laura, dejando de lado lo que pudiera haber pensado el desaparecido autor sobre la publicación de su inacabado proyecto; para los vivos, ese esbozo, es mucho más que eso, es la prueba fehaciente de que estamos huérfanos de Nabokov y que poco importa si el manuscrito se encuentra o no terminado.
Miren ¿se imaginan a un egiptólogo haciendo añicos un fragmento de pergamino por estar éste incompleto?
En cuanto a las obras literarias se refiere, siempre he pensado que es mejor leer que juzgar. Y en este caso el lector no saldrá defraudado.