Francis García Collado
Canetti, Elias. Libro de los muertos. Traducción de Juán José del Solar, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2010, 208 páginas.
Ha pasado más de una década desde que Galaxia Gutenberg publicó una selección de textos de Elias Canetti titulado Apuntes (1973-1984). En este lapso parece repetirse un patrón que atañe a la diferencia entre los volúmenes de obras completas y el de otros textos menores. Mientras que los primeros gozan de la presencia y estilo del autor, en los demás apenas se percibe su impronta. La razón parece ser bien sencilla: unos responden a la integridad de las obras publicadas en vida, los otros a lo que parece toda clase de pruritos editoriales; y es que, desde la muerte de Canetti en 1994 sobrevuela un fantasma alrededor de la publicación de sus escritos póstumos dado que en su testamento dejó manifiesto que no debían ser publicados hasta pasados treinta años de su deceso. Cabe suponer que los textos depositados en una caja fuerte del subsuelo de un banco suizo son los que consideró más relevantes; lo que, desde un principio, resta valor a este Libro de los muertos.
Canetti perdió a su padre a los nueve años y desde esa fecha no sólo llevó un cómputo de los años que habría de sobrevivirlo sino que despertó en su interior el deseo de trabajar la temática de la muerte Esta cuestión es la que ha llevado a quienes han establecido el texto de este volumen, Tina Nachtmann y Kristian Wachinger, a publicar una obra que responde a un anhelo que el autor había comentado y escrito en más de una ocasión.
A grandes rasgos este Libro de los muertos podría resultar un mero objeto fetiche, un volumen señuelo para los amantes de la obra del escritor de origen búlgaro; un constructo que lleva a cuestionar si un libro es una cosa indiferente a su contenido o si, por el contrario, debe ser éste la que finalmente transforme un montón de páginas impresas en objeto literario.
Sin embargo, no parece prudente descartar de un plumazo la publicación de esta obra porque en ella encontramos los escritos fragmentarios donde ahonda en su temática preferida: la muerte.
En cuanto al presente volumen, cabe hacer una escisión necesaria que nada tiene que ver con la estructura que los responsables de la edición han dado a los legajos que ahora forman el libro. Así, podemos dividirlo en dos grandes bloques: las citas sobre la muerte que Canetti extrajo de otros escritores y los fragmentos en los que él mismo alude directamente a la cuestión central de la obra.
Sobre la primera cuestión cabe mencionar que no existe ninguna meticulosidad en la reproducción de los escritos puesto que, para quien conozca la obra de Canetti, bastará una simple ojeada a Masa y poder para comprobar que esta contiene más comentarios sobre la muerte que el libro aquí reseñado. Por otra parte, en Apuntes (1942-1993), ya se había publicado un gran número de textos incluidos en este Libro de los muertos.
En cuanto a los escritos de Canetti se observan dos tipos de sentencias: reflexiones un tanto legas en las que el autor afirma mantener una lucha literal contra la muerte y pensamientos más o menos originales sobre ésta. Estos escritos van ligados a una clara vocación de análisis de cuestiones relativas a lo que —pese a no aludir a él— Kjellen acuñó como biopolítica y que más tarde Foucault, retomó y reformuló a partir de los años setenta. Canetti se refiere a la manera como el poder utiliza los cuerpos vivos y muertos en decenas de fragmentos. Plantea la utilidad que tiene el miedo a la muerte para las religiones; dado que la redención acostumbra a presentarse, una vez que los hombres nos encontramos en eso que de manera eufemística podríamos señalar, parafraseando a Derrida: el punto de llegada.
Así pues, Canetti se preguntará con ironía cuál es el pecado original cometido por los animales, ya que ellos también padecen la muerte. Reflexionará sobre el juicio final, observando el difícil papel que cabe a Dios como juez de cada hombre, y convertirá en bendición el poder escoger la forma de morir, ya sea como suicidio o como eutanasia; en contraposición a la inexorable llegada de la muerte y del sufrimiento que en general la acompaña. Entre estas cuestiones destaca la importancia de la vida individual en una época marcada por los movimientos de masas sobre los que tanto reflexionó y que le valieron el premio Nobel en 1981. Canetti creía inherente a la propia vida la humana virtud de elevarse por encima de cualquier interés general y otorgaba a todo sujeto no sólo la lícita posesión de su vida y muerte, en los términos ya mencionados de sui cadere o del buen morir, sino que además trataba con sorna sentencias como “morir a tiempo”, cuando señalaba que, a excepción del propio sujeto, nadie puede tratar con cierta entidad el valor que cada individuo da a su propia vida.
En cuanto a la biopolítica, el autor se pregunta para qué sirve haber sido educado en el temor a la muerte. Ésta última reflexión que tanto recuerda a la esgrimida por Epicuro cuando éste señala como uno de los remedios de su tetrafármacon que cuando la muerte está ya no se está para padecerla –fórmula que usaba Epicuro para librar a los hombres del temor a la muerte– le sirve aquí al escritor de origen búlgaro, para tomar posición combativa ante la muerte. A lo largo de todo el libro los fragmentos dejan una serie de máculas párvulas sobre la temática, puesto que Canetti asegura haber declarado la guerra a la muerte, pero tienen tanto valor como las palabras que se profesan los amantes a solas y que, oídas en público, suenan ñoñas, cuando no hueras. En estos tiempos en que está tan en boga la prensa del corazón, este Libro de los muertos, no pasa de ser una foto robada que será de buen recibo para unos y una insulsa aportación literaria para otros.