Santiago Espinosa
De ce lieu souterrain, je n’ai rien à dire. Je sais qu’il eut lieu
et que, désormais, la trace est inscrite en moi et dans les
textes que j’écris.
Les lieux d’une ruse
Georges Perec siempre ha “desconcertado”, como dice él mismo en sus “Notas sobre lo que busco”, tanto a los críticos como a algunos de sus propios lectores, por cuanto que su obra es por sí misma imposible de “clasificar”. Su “versatilidad sistemática”, en realidad, no es otra cosa que una voluntaria ausencia total de sistema; de aquí que ninguno de sus libros logre ser “descubierto” in fraganti recurriendo a una misma salida de escape: la que brindaría el índice que se trata de Perec y sólo de Perec. Ninguna relación, en efecto, entre La vida: Instrucciones de uso, W, o el recuerdo de la infancia y Las cosas. Y éste es quizás el comienzo de la problemática de Perec: ¿Es Perec “Perec” y sólo Perec?
Desde luego, es la problemática de muchos otros autores, de Rimbaud a Pessoa o de Kierkegaard a Rosset, que se rehusarán a aceptar que eso que se es, puede efectivamente caber en una palabra, en un nombre, en una idea. Ni siquiera en un verbo, a menos que se piense en forma transitiva. “Quien acaba una cosa no es nunca aquél que la empezó”, escribía Ricardo Reis, uno de los heterónimos de Pessoa. Se trata, para todos estos autores, del problema del devenir frente a la noción de Ser: “mi ambición de escritor –dice Perec– sería recorrer toda la literatura de mi tiempo sin tener nunca el sentimiento de volver sobre mis pasos o de volver a caminar sobre mis huellas”; lo que Perec ha sido y lo que ha escrito es ya, como lo es Balzac, Stendhal o Flaubert, tierra conocida, explorada y explotada. La literatura –y aquí se unen la vida y el pensamiento– no puede “encontrar” nada más que cuando está en marcha: “yo creo más bien encontrar –y probar– mi propio movimiento caminando”. La cuestión misma por la literatura es para Perec ociosa –como lo es para Bergson la pregunta “por el Ser”–, en tanto que no hay respuesta posible: a “¿por qué escribo? no puedo responder más que escribiendo, difiriendo sin cesar el instante mismo en que, dejando de escribir, esta imagen se volvería visible, como un rompecabezas inexorablemente acabado”. En el momento en que siendo se vuelve ser, todo se ha vuelto una imagen, en el sentido fotográfico, que ha logrado, como decía la publicidad de Kodak, “capturar el instante”.
Por ello, el libro de ensayos Pensar/Clasificar, y de hecho la obra de Perec en general, puede interpretarse como una tentativa de abrir sitio al azar como forma de pensamiento, como desanudamiento de la empresa logocéntrica que busca establecer un orden que se revela invariablemente “arbitrario”: “oscilamos entre la ilusión de lo acabado y de lo huidizo (insaisissable). En nombre de lo acabado [nosotros decimos, el Ser], queremos creer que un orden único existe que nos permitiría acceder de entrada al saber; en nombre de lo huidizo, queremos pensar que el orden y el desorden son dos palabras iguales que designan el azar.” Aquél que ha leído a Perec por fuerza ha de haberse preguntado ¿para qué toda esta descripción, o más bien, toda esta “enumeración”? Quizá sea esto lo que ha alejado a algunos lectores que buscan “profundidad”, para decirlo en términos de Deleuze, donde no hay más que superficie: “Durante mucho tiempo, se cree que hablar quiere decir encontrar, descubrir, comprender, comprender al fin, ser iluminado por la verdad. Pero no: cuando eso tiene lugar, sólo sabemos que eso tiene lugar; está allí, se habla, se escribe: hablar es sólo hablar, escribir sólo escribir, trazar letras sobre una hoja blanca.”
Enumerar es como un lenguaje “tautológico” que no pretende clasificar, jerarquizar, conservar, sino reverberar sobre eso que “tiene lugar”. Más que una imagen de algo terminado, es un testimonio paralelo a la marca que ello deja durante su paso y que termina por desaparecer por completo. Hay latas de conserva, botes de mermelada, sillones de cuero… Luego habrá otras cosas. Es también, quizás, un testimonio de Las cosas –primer libro de Perec–, de la “plenitud” en el sentido de Bergson, de la ausencia de ausencia, de la repercusión insistente del devenir: todo se repite y sin embargo lo que se repite es siempre nuevo, razón por la cual la empresa de la enumeración es infinita. La escritura de Perec, en lugar de fijar la existencia intentando “transmitirla” a través de un medio expresivo, es un testimonio de la fragilidad, de la efímera duración no sólo de cualquier orden, sino de cualquier cosa. “Lo que se trata de considerar no es el mensaje comprendido, sino la comprensión del mensaje, en su nivel elemental”; o bien, no el qué del sentido, sino el sentido en sí mismo, como esa frontera entre las cosas y las proposiciones, explica Deleuze en la Lógica del sentido, esa epidermis que las une y separa a la vez. O bien, asimismo, como la “inexpresión” musical, que alcanza a decir todo sin decir absolutamente nada. Todo está dicho, en la música como en la literatura de Perec, sin embargo, lo que aflora está “enteramente del lado de lo vago, del flotamiento, de lo fugaz y de lo inacabado”.
Es, en suma, la renuncia a la noción de Ser, tal como la enunciaba Nietzsche en la Gaya ciencia, Ser, entre otras características, como esa necesidad de logos de “agrupación”, de “concentración”, como lo concibe Heidegger. “Escogí conservar deliberadamente –escribe Perec– de esos trozos informes su carácter dudoso y perplejo, renunciando a fingir organizarlos de alguna forma que tendría, con pleno derecho, la apariencia (y la seducción) de un artículo, con un principio, un medio y un fin.” Todo es desde que “el orden reina”, utópico y deprimente, porque no hay sitio “para la diferencia, para el azar, para lo “diverso””. Gran parte de la filosofía parte precisamente de esa depresión, de esa angustia, que una plétora de autores han pretendido “originaria”, “ontológica”. Es también por ello que no es común escribir, como Bergson, sobre La risa, que tiene lugar una vez que la representación no corresponde a su objeto; o cuando nos percatamos, como lo hace Perec, de que todo orden es “arbitrario, inexpresivo, luego neutro”. Y sobre todo, infinitamente finito: “Mi problema con las clasificaciones es que no duran; apenas termino de establecer el orden, este orden ya está caduco.”
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Cuando Perec se decide a enumerar también se decide a dejar al mundo sin “señales”, sin marcas que indiquen dónde se está, hacia dónde se dirige, de qué se trata bien a bien. De las dos “tentaciones” que hay en la enumeración –“inventariar TODO u olvidar cuando menos algo”– es evidente cuál escogerá Perec, pues “la primera querría clausurar definitivamente la cuestión, la segunda dejarla abierta.” Una lista es también una forma de localizarse, como en un supermercado, se está en el pasillo de cereales o de productos de limpieza, pero las listas de Perec son listas que no están ordenadas, “ni alfabéticamente, ni cronológicamente, ni lógicamente”. Y ello porque los elementos mismos que forman parte de cualquier lista son arbitrarios: no sólo las palabras son arbitrarias –¿por qué existe una palabra, se pregunta, que designe que se acelera y no una que designe que se cambia de velocidad?– y las letras mismas dentro de las palabras – “Conseil sait CLASSER les poissons. Ned Land sait CHASSER les poissons”– sino el propio orden de la gramática, es decir, no sólo la significación, sino las reglas mismas con las cuales se comunica tal significación. El pensamiento tendría que ser más bien, según Perec, algo que rinda cuenta de la unicidad de las cosas en cuanto que absolutamente singulares e inidentificables unas con otras, y no un agente que las “unifique”. El primero deja a las cosas ser ellas mismas, “únicas” –devenir–, el segundo hace de todas las cosas “una misma”: ser. El primero es el pensamiento del azar: “tendría que hablarse de marcha a tientas, de olfato, de sospecha, de azar, de encuentros fortuitos o fortuitamente provocados”, el segundo es el pensamiento del orden como jerárquicamente superior al desorden, logos, que permite, aparentemente, pero en el sentido de ilusión, la “comunicación”, no sólo entre los hombres, sino con el mundo mismo…
Siendo todo orden arbitrario –en el dominio de lo real, en el dominio de lo ficticio y en el dominio que nos aproxima a cada uno de éstos, el lenguaje en cuanto tal–, resulta que todo es, más que una “posibilidad”, una “potencialidad”. Cambiar “una palabra por otra” (Tardieu) es sin duda un ejemplo del detonar que puede hacerse de la gramática; Perec mostrará que se puede también cambiar “una letra por otra”, de lo que resultará OuLiPo, asociación de escritores que intentó poner en juego las limitaciones –pero en el sentido que mostrábamos, como frontera o superficie– del lenguaje, y cuyas “investigaciones” consistían en la búsqueda de palíndromos, lipogramas, pangramas, anagramas, isogramas, acrósticos, palabras cruzadas, etc. Empresa potencial que proviene, es la tesis que presentamos, de la idea de devenir, que implica de entrada la caducidad de todo “orden” –aquí de letras y de palabras– y, en tanto que autorreferida, capaz de trabajar en “potencias” hasta el infinito. Similar, quizás, a la música dodecafonista, que en su tentativa de desjerarquizar los tonos utiliza todos los semitonos de la gama, una “cromática total”, para crear un “tema”, llamado entonces, y más precisamente, serie.
La literatura de Perec, me parece, sirve bien de analogía de la vida: sólo sabemos lo que “es” poniéndola en marcha, escribiendo/viviendo. En cuanto devenir, ella no es, como diría Bergson, más que “imprevisible – e innombrable– novedad”.