Arquitecturas del bienestar

En un mundo que se mueve a un ritmo acelerado y donde la incertidumbre parece la norma, cada vez resulta más urgente hacernos una pregunta esencial: ¿cómo podemos construir entornos educativos que realmente fomenten el bienestar de quienes aprenden?

David Bueno y Anna Forés, expertos en neuroeducación, nos invitan a explorar esta cuestión desde una perspectiva tan innovadora como necesaria: la arquitectura del bienestar. Junto a Ana Mombiedro, Afrredo Corell, David Jou y Siro López Gutiérrez responden a la pregunta clave: ¿Cómo podemos mejorar la calidad de la educación a través del bienestar de alumnos y docentes?

En el primer capítulo: “Arquitecturas del bienestar. Explorando posibilidades desde la neuroeducación”, Anna Forés y David Bueno, proponen entender el bienestar no como un lujo o un añadido, sino como un pilar imprescindible para el aprendizaje y el desarrollo humano.

Una de las ideas centrales del texto es distinguir entre bienestar y felicidad. La felicidad, nos recuerdan, es intensa, placentera… pero también efímera. El bienestar, en cambio, es un estado más profundo y duradero. No se trata solo de sentirse bien, sino de estar en condiciones de gestionar nuestras emociones, conectar con los demás y afrontar los desafíos de la vida con resiliencia. En educación, esto cobra una relevancia enorme.

Con una poderosa metáfora, los autores comparan el aula con un espacio-tiempo que puede curvar el aprendizaje, como la gravedad curva el universo. La presencia del docente, el entorno físico, social y emocional, y el ritmo de los tiempos que se siguen, forman un campo de influencia que puede facilitar —o dificultar— el florecimiento de las capacidades cognitivas, sociales y emocionales del alumnado.

Un aula segura y emocionalmente equilibrada potencia funciones clave como la atención, la memoria, la resolución de problemas, la creatividad y la toma de decisiones. Por eso, diseñar espacios educativos implica mucho más que colocar pupitres o pintar paredes: se trata de construir entornos que inviten a aprender con bienestar.

La neurociencia lo confirma: sin bienestar no hay aprendizaje duradero. El estrés crónico o la ansiedad, tan comunes en entornos educativos exigentes, alteran el funcionamiento de regiones cerebrales como la amígdala o la corteza prefrontal. Esto afecta directamente la memoria, la planificación, la autorregulación emocional y, en consecuencia, el rendimiento académico.

Por el contrario, cuando el cerebro se siente en un estado emocional adecuado —basado en la confianza, la calma y la curiosidad—, se activan circuitos neuronales que facilitan la motivación, el aprendizaje y la consolidación de recuerdos positivos.

Una de las propuestas más poderosas del capítulo es la necesidad de incluir explícitamente la enseñanza de competencias emocionales. Enseñar a los estudiantes a identificar sus emociones, comprenderlas, gestionarlas y canalizarlas de forma saludable es una herramienta clave para que puedan aprender, relacionarse y vivir con más bienestar.

Esto no solo implica trabajar con emociones agradables como la alegría o la motivación, sino también dar espacio a emociones incómodas como la tristeza, la frustración o la envidia, que forman parte del bienestar cuando sabemos integrarlas de forma resiliente.

El mensaje es claro: no podemos seguir considerando el bienestar como un extra opcional en educación. Es la base sobre la cual todo lo demás se construye. Diseñar escuelas, aulas y tiempos educativos que lo promuevan no es solo deseable: es urgente.

Como educadores, familias o ciudadanos comprometidos con el desarrollo de las nuevas generaciones, tenemos el reto —y la oportunidad— de convertir cada espacio educativo en una arquitectura del bienestar. Y eso, sin duda, empieza por reconocer que aprender también es sentir.

Arquitecturas del bienestar ha sido coordinado por Anna Forés y David Bueno, y publicado por la editorial Edelvives. Este nuevo libro nace del pasado V Congreso Internacional de Neuroeducación, para ofrecer una visión integradora sobre cómo diseñar espacios educativos más humanos y sostenibles.

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