
Desde la perspectiva neurocientífica
Vivimos en un entorno complejo y dinámico, en contextos sociales aparentemente intrincados y muy activos. Para poder hacer frente a las novedades constantes que nos llegan, el cerebro dispone de una herramienta magnífica: la atención. Desde la perspectiva neurocientífica, la atención es la capacidad de controlar de manera flexible los recursos mentales, dado que son limitados. Se relaciona con muchos otros aspectos cognitivos y mentales relevantes, como la consciencia, el aprendizaje, la toma de decisiones basadas en los razonamientos previos que hayamos hecho, la gestión emocional y las denominadas “funciones ejecutivas”. Estas funciones ejecutivas hacen referencia a las habilidades cognitivas de nivel superior que usamos para monitorizar, controlar y coordinar las actividades mentales, bajo control voluntario. La atención, por lo tanto, es un valor crucial de la vida humana.
Pero no siempre es fácil mantener la atención focalizada, ya que las distracciones abundan. Cerebralmente, mantener la atención focalizada en lo que nos interesa consume mucha energía metabólica; es un recurso limitado y limitante. Se calcula que un adolescente o un adulto es capaz de mantener la atención plena focalizada en una situación concreta durante un período medio máximo de unos veinte minutos. Ahora bien, existe gran variabilidad: desde unos cuantos minutos hasta superar con creces este período medio teórico, y encadenar diversos ciclos atencionales sucesivos. La diferencia entre un extremo y el otro radica en el control cognitivo que podemos ejercer sobre el mismo proceso de atención, y más específicamente sobre los elementos distractores.
He dicho que la atención focalizada es un recurso limitado por la gran cantidad de energía metabólica que consume. Pero, como veremos seguidamente, si no se controlan los elementos distractores que la perjudican, el consumo energético del cerebro es muy superior. Por este motivo, saber mantener una buena concentración que facilite la atención favorece cualquier tarea mental que estemos haciendo.
Hay dos maneras en que el cerebro activa la atención focalizada; dos vías cerebrales diferentes que comportan implicaciones distintas. Por una parte, puede surgir automáticamente a través de un estímulo sensorial repentino e inesperado: una imagen impactante, un ruido fuerte, un cosquilleo imprevisto como, por ejemplo, cuando un insecto nos sube por el brazo, etcétera. En estas situaciones, el sistema límbico del cerebro se activa rápidamente. Está formado por una serie de estructuras de funcionamiento automatizado que incluye, entre otras, la amígdala y el tálamo. La amígdala se encarga de generar las emociones, y la función del tálamo es activar la atención y establecer el umbral de consciencia. Atención y emociones se encuentran, ya de inicio, estrechamente ligadas.
Respuestas de urgencia
Este sistema, la vía bottom-up (‘de abajo hacia arriba’), activa la atención de forma automática. Sirve para hacer frente rápidamente al estímulo que la ha activado, generalmente con componentes emocionales: huir, protegernos, etcétera. Cualquier respuesta reflexiva siempre es más lenta que una respuesta emocional, y esta es justamente la función de esta vía cerebral: responder deprisa cuando algún suceso activa el sistema límbico. Normalmente, este mecanismo pone en marcha mecanismos de estrés que hacen que la atención se restrinja a la causa que la ha generado. Es una atención muy útil cuando hay que responder con urgencia, pero literalmente limita nuestra visión del entorno. Una vez activado este mecanismo automático, la vía bottom-up hace que se active otra zona del cerebro, la corteza prefrontal, que se encarga de que podamos reflexionar y racionalizar la situación, por si fuera necesario reconducir las acciones que hayamos iniciado. En cualquier caso, este sistema tan automatizado no acostumbra a conducir hacia situación de atención voluntaria de larga duración.
La otra vía cerebral que conduce hacia la atención focalizada es mucho más interesante. Se denomina vía top-down (‘de arriba hacia abajo’). Curiosamente, utiliza las mismas estructuras cerebrales que la bottom-up, pero en el orden inverso. Se inicia en la corteza prefrontal, a través de la decisión razonada y reflexiva que podamos hacer sobre nuestra voluntad de focalizar la atención en alguna actividad u objetivo. Entonces activa el tálamo, que contribuye a focalizar la atención en la situación deseada, y también la amígdala, para dotar de contenido emocional la actividad que realizamos. Si el contenido emocional que le otorgamos es satisfactorio, también se activa otra estructura del sistema límbico, denominada “estriado”: es responsable de generar sensaciones de recompensa por las actividades que estamos haciendo y también permite anticipar recompensas futuras. Es la situación óptima para mantener una atención voluntaria duradera.
¿Cómo recuperamos la atención?
En cualquier caso, la vía top-down nace de la voluntad propia. Esto hace que no active mecanismos de estrés, pero sí sensaciones estimulantes, lo que facilita estados atencionales más duraderos. Permite sobrepasar con facilidad el límite de veinte minutos durante los que somos capaces de mantener focalizada la atención plena. Cada vez que comienza a disminuir la atención permite recuperarla, pues actúa de manera voluntaria. Además, la ausencia de estrés favorece que gestionemos mucho mejor los posibles elementos distractores, ya que el estrés incrementa la impulsividad y la hiperreactividad emocional. También permite que canalicemos mejor la energía metabólica hacia la actividad que realizamos, lo que la hace más eficiente. Como consecuencia, mejora la sensación de recompensa por lo que hacemos, y esto permite ir retroalimentando la voluntad de mantener la atención focalizada.
Estos mecanismos básicos permiten entender por qué el estrés, especialmente cuando es crónico, y la diversidad de estímulos que recibimos constantemente, hacen disminuir la capacidad de atención. O la dedicamos toda a una cosa, o la tenemos que dividir. Pero esta división hace que pierdan eficiencia los procesos atencionales, ya que también es necesaria una cierta dosis de atención para mantener la atención dividida. Por ello, con el aumento de distractores, la capacidad atencional decrece.
Respecto al estrés, incrementa la impulsividad y la hiperreactividad emocional, y esto comporta que se active mucho más a menudo y con más intensidad la vía bottom-up, que se inicia en el sistema límbico y hace que el foco de atención vaya cambiando automáticamente, con poco control cognitivo sobre el proceso. Una diversidad excesiva de estímulos genera el mismo efecto: activa los mecanismos de atención involuntaria, la vía bottom-up, y ello implica no solo la pérdida de concentración sino también que aún se incremente más el consumo energético cerebral para poder hacer frente a todas las demandas atencionales diversificadas y crecientes. Y este hecho hace disminuir la eficiencia de cualquier tarea mental que realizamos, especialmente las más complejas cognitivamente, como la consciencia, el aprendizaje, la toma de decisiones basadas en los razonamientos previos que hayamos hecho, la gestión emocional y las funciones ejecutivas. La energía quedará más dispersa, y consumiremos todavía más para mantener la dispersión.
Estas son las raíces biológicas que explican la importancia y el valor de saber mantener la atención focalizada y, por lo tanto, de controlar el estrés y los elementos distractores. Y también la relevancia de establecer objetivos y propósitos vitales, reflexivos y razonados, que nos resulten satisfactorios, a través del control cognitivo voluntario, para favorecer la actividad de la vía top-down.
* Traducción del artículo de David Bueno «El valor de l’atenció des de la neuroeducació«, publicado en la Revista VALORS, el 05 de enero de 2024.