Más allá de la educación formal

Hace tiempo que se viene hablando sobre la neuroeducación y su papel en los métodos educativos en las aulas. Desde disciplinas como la educación social, se plantea el modo en que la neuroeducación puede beneficiar más allá de los espacios de educación formal.

Sánchez (2016), en​ su blog Educador social en Alaska, comenta que hay que aprovechar todas las evidencias científicas que la neuroeducación nos pueda proporcionar. Por ejemplo, las relaciones del sueño con la creatividad, la atención y la motivación; el valor del juego en los procesos de aprendizaje; la relevancia del entorno en el comportamiento y en el aprendizaje; la importancia de las actividades artísticas y un largo etcétera de investigaciones que van sugiriendo aplicaciones educativas. Todas estas aportaciones permiten crear aplicaciones educativas nuevas, basadas en los intereses individuales de las personas, con las cuales se consigue que puedan incorporar nuevos conocimientos. 

Educación social para acompañar el aprendizaje

Nosotros, como educadores sociales en el Hospital Clínic de Barcelona, trabajamos con personas diagnosticadas de Trastorno del Espectro Autista, de edades comprendidas entre los 6 y los 18 años, quienes a causa de dicho trastorno ven mermadas sus funciones ejecutivas. Es decir, se trata de afectaciones sobre la capacidad de razonar, la planificación, la toma de decisiones, la percepción del tiempo, la organización y estructuración, la regulación de las emociones, la memoria de trabajo, la anticipación, la flexibilidad, entre otras, que conlleva padecer grandes dificultades para entender, comprender el mundo y adquirir conocimientos y habilidades para desenvolverse en él.

Por ello, nuestra función como educadores sociales dentro de un hospital de día nos lleva a plantearnos el cómo podemos acompañar en el aprendizaje a una persona que tiene afectadas las funciones ejecutivas. A raíz de la investigación respecto al enfoque de nuestra actuación para proporcionar esa enseñanza, encontramos respuestas en la neuroeducación. A través de estas contribuciones, podemos mejorar los métodos y técnicas para que nuestros pacientes obtengan conocimientos y desarrollen nuevas habilidades para implementar en su día a día. Desde la educación social resulta fundamental realizar un abordaje educativo para incidir en aquellas áreas afectadas, necesarias para que puedan desenvolverse cotidianamente.

Estas las trabajamos mediante los intereses de nuestros pacientes para elaborar planes de actuación, a partir de los que poder tratar aquellos aspectos detectados que pueden tener repercusión en su vida y dificultarla.

Además de ello, la intervención triangular entre profesionales-paciente-familia nos permite poder abordar​ los hándicaps en cada usuario.​          

Con los pacientes de menor edad, de 6 a 12 años, trabajamos mediante el juego, que entendemos como una parte muy importante de cualquier aprendizaje, ya que les permite incorporar e integrar nuevos conocimientos y estrategias para superar dificultades que encuentran en su día a día, como sería el controlar su impulsividad, respetar los turnos, establecer normas, entre otras. Con los adolescentes, de 12 a 18 años, seguimos trabajando según sus intereses, pero en este caso, en lugar del juego, utilizamos series, aficiones, lugares, etc.  

… y actuar sobre las funciones ejecutivas

Con estas intervenciones los pacientes consiguen estrategias y herramientas que pueden aplicar de manera autónoma cuando las necesitan. Todo esto representa una sustancial mejora en la calidad de vida de los pacientes y en la de sus familiares, ya que actuar sobre las funciones ejecutivas permite mejorar el conjunto de habilidades y procesos que le serán útiles para desenvolverse y adaptarse a su entorno.

Hemos visto como «maridan» la neurociencia y la educación social, ¿conoces otros maridajes?