Los estudios en musicología han identificado centenares de estilos musicales, muchos de ellos propios de cada cultura. De hecho, no se conoce ninguna cultura que no haya desarrollado sus propios estilos musicales y que no los utilice, ya sea para generar, mantener y estrechar vínculos sociales, por cuestiones rituales o como simple divertimento.

Las pinturas y grabados de civilizaciones antiguas muestran escenas donde pueden verse músicos o danzas, incluidas las pinturas rupestres prehistóricas, como, por ejemplo, las del arte levantino. En este sentido, sabemos que hace docenas de miles de años nuestros antepasados ya construyen instrumentos musicales, como lo demuestra la flauta hecha con un hueso de cisne que fue encontrada en la cueva de Geissenklösterle, en Alemania, con más de 40.000 años de antigüedad.

Esto ha llevado a proponer que la música, junto al habla, es una de las principales formas de expresión humana, un lenguaje universal de nuestra especie que va más allá de las palabras. Ello implicaría una raíz instintiva en el cerebro y, por lo tanto, biológica y también evolutiva. Una de las maneras de comprobar esta hipótesis es examinando si nuestros parientes evolutivos próximos también son capaces de reconocer patrones musicales, como el ritmo y la métrica. Por supuesto, no se trata de demostrar que sean capaces de construir instrumentos musicales o de generar música de manera expresa más allá de los sonidos que puedan producir sus propias vocalizaciones.

Dos estudios liderados por la Universitat Pompeu Fabra, dirigidos por el psicólogo Juan M. Toro, han demostrado que las ratas pueden detectar secuencias rítmicas y armónicas, pero que, a diferencia de las personas, no pueden distinguir las secuencias métricas con que se estructuran. Toro es director del grupo de Llenguatge i Cognició Comparada de esta universidad, y en los trabajos también han participado investigadores vinculados a centros de investigación franceses y suecos.

Han elegido las ratas por el hecho de que son nuestros parientes evolutivos más próximos, dejando de lado a los otros primates. Compartimos con ellas el 95 % del genoma y una estructura cerebral parecida, si bien el cerebro humano muestra más desarrollo en las áreas que gestionan los aspectos más complejos de la cognición, como la reflexión, el razonamiento y la metacognición. Las ratas también se comunican entre sí haciendo uso de ultrasonidos inaudibles para los humanos que utilizan para expresar estrés, molestia o placer, y también para establecer jerarquías sociales. Además, hace tiempo que se sabe que perciben la música, pero hasta ahora no quedaba claro qué habilidades musicales son propiamente humanas y nos diferencian de las otras especies.

En el primero de estos estudios, publicado en Animal Cognition, compararon las capacidades musicales de ratas y personas. Pidieron a un grupo de 32 voluntarios de 22 años de los dos sexos que escuchasen extractos musicales estructurados, extraídos de sonatas de Mozart, y otros no estructurados, en dos situaciones diferentes: con tonalidad constante y con variaciones del tono, y les pidieron que los identificasen. Después hicieron lo mismo con 32 ratas de 5 meses. De acuerdo con las diferencias de desarrollo entre la especie humana y los roedores, 5 meses en las ratas equivalen a una edad de entre 18 y 25 años en las personas. Para estimular a las ratas a hacer las identificaciones, cuando acertaban las gratificaban con comida.

Con este experimento vieron que las personas identificamos rápidamente si el fragmento musical está estructurado o no y que los cambios de tonalidad en la música nos ayudan. En cambio, las ratas necesitan centenares de intentos para conseguir diferenciar la música estructurada de la no estructurada y no acaban de conseguir la misma precisión. Y, a diferencia de las personas, los cambios de tonalidad todavía se lo dificultan más.

En el segundo estudio, publicado en el Journal of Comparative Psychology, analizaron hasta qué punto las ratas pueden identificar las métricas musicales. Utilizaron 40 ratas de 3 meses, que equivalen a una persona de entre 15 y 20 años. En este caso, demostraron que las ratas tienen la capacidad de identificar secuencias rítmicas que se repiten a lo largo del tiempo, pero, a diferencia de las personas, no pueden distinguir las estructuras métricas subyacentes a los ritmos. Es decir, los compases. En música, el compás es la unidad métrica que divide la pieza en segmentos de igual duración, los cuales contienen un número específico de pulsaciones. En resumen, las principales aportaciones de estos dos trabajos han sido, por una parte, determinar que las personas somos más rápidas y tenemos más facilidad para identificar los patrones rítmicos y armónicos de la música, y que los cambios de tono nos lo facilita. Y, por otra parte, aunque las ratas son capaces de identificar las secuencias rítmicas, no pueden captar las métricas musicales. A pesar de que los autores no lo digan explícitamente, estos trabajos también contribuyen a demostrar que las raíces de la universalidad de la música hay que buscarlas adicionalmente en clave evolutiva.

* Traducido del artículo de David Bueno: «Quines habilitats de percepció musical només tenim les persones?» publicado en el Diari Ara el 22 de junio de 2024.