La primera vez que hacemos algo es como abrir un libro cuyo final desconocemos, una invitación a explorar, aprender y maravillarnos con lo desconocido. El cerebro, esa máquina de supervivencia, se prepara para lo inesperado, con una mezcla de expectación, alerta y, a veces, un poco de ansiedad.

¿Recuerdas la primera vez que montaste en bicicleta, que aprendiste una palabra en otro idioma o que te enfrentaste a un desafío desconocido? Esas primeras veces tienen un lugar especial en nuestra memoria, no solo por su impacto emocional, sino porque en ellas el cerebro trabaja como un alquimista, transformando lo desconocido en aprendizaje.

A lo largo de la historia de la ciencia, las primeras veces han sido momentos decisivos que han reconfigurado nuestra comprensión de la realidad. En la antigua Grecia, Hipatia de Alejandría, una de las primeras mujeres científicas documentadas, destacó en matemáticas, astronomía y filosofía. Su trabajo sobre la geometría y la astronomía, que implicaba la observación de los cuerpos celestes, fue una de las primeras contribuciones científicas que desafiaron las nociones tradicionales de su época y ayudaron a sentar las bases para el desarrollo posterior de la ciencia.

Imagina el asombro de Nicolás Copérnico cuando propuso, por primera vez, que la Tierra no era el centro del universo, sino que giraba alrededor del Sol. Este acto de valentía intelectual, realizado en el siglo XVI, abrió las puertas a una nueva era en la astronomía, modificando la manera en que entendemos nuestro lugar en el cosmos.

En la astronomía, el descubrimiento de los anillos de Saturno por Galileo Galilei en 1610, aunque incomprendido completamente en su tiempo, fue un avance que cambió nuestra percepción del sistema solar. Su observación, utilizando un telescopio, abrió nuevas posibilidades para explorar el universo más allá de lo que los ojos humanos podían ver.

En la medicina, el descubrimiento de la circulación sanguínea por William Harvey en 1628 fue un avance crucial. Su observación de que la sangre circula en un sistema cerrado permitió avances en la fisiología y la cirugía que salvarían innumerables vidas en los siglos siguientes.

En el campo de la biología, el descubrimiento de la teoría de la evolución por Charles Darwin en 1859 desafió las ideas preexistentes sobre la creación y la diversidad de la vida. Su propuesta de que las especies evolucionan mediante la selección natural nos llevó a replantearnos la relación con el resto de los seres vivos.

En la neurociencia, el pionero Santiago Ramón y Cajal, a finales del siglo XIX, utilizó innovadoras técnicas de tinción para estudiar el cerebro y demostró, por primera vez, que las neuronas son células individuales, no una red continua como se pensaba anteriormente. Este descubrimiento, conocido como la doctrina de la neurona, revolucionó la neurociencia y sentó las bases para el estudio del sistema nervioso.

Marie Curie, la primera persona en recibir dos premios Nobel en diferentes disciplinas, abrió nuevas áreas de investigación en la física nuclear y la medicina con su trabajo pionero sobre la radiactividad. Su legado sigue vivo en los avances de la medicina moderna y en el estudio de la física.

Rosalind Franklin, y su trabajo sobre la estructura del ADN en 1953, nos mostró que la ciencia no solo es cuestión de grandes teorías, sino también de observación, detalle y paciencia. Este descubrimiento nos ha permitido entender cómo heredamos características, cómo se transmiten las enfermedades y, más recientemente, cómo podemos modificar nuestro ADN para tratar enfermedades genéticas.

Rita Levi-Montalcini, junto a Stanley Cohen, recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1986 por el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso (NGF), una proteína clave en el crecimiento y desarrollo de las células nerviosas. Este descubrimiento ha tenido un impacto significativo en el tratamiento de diversas enfermedades neurológicas y ha abierto nuevas vías de investigación en la neurociencia.

Cada uno de estos momentos ha sido una semilla plantada en el jardín del conocimiento humano. Las primeras veces tienen ese poder especial; nos conectan con nuestra cultura, fortalecen nuestras habilidades cognitivas y emocionales, y nos ayudan a crecer como individuos.

Este año, al igual que aquellos pioneros científicos, podemos aprovechar cada primera vez como una oportunidad para aprender, para avanzar y para conectar con el misterio y la maravilla del mundo que aún nos queda por descubrir.

¿Qué primera vez recuerdas con más cariño? ¿Qué primera vez, te gustaría/estás dispuesta a experimentar en este nuevo año?

Te invitamos a leer el artículo que Anna Forés y David Bueno han escrito y actualizado para The Conversation: «Por qué nos cuesta tanto cumplir los buenos propósitos de Año Nuevo«