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Gonzalo, Álex e Iván recaudaron más de 10.000 euros para ir a ofrecer ayuda humanitaria durante tres días a la frontera entre Polonia y Ucrania.

ÓSCAR LLENA

A pie, en coche o en autocar. Miles de personas cruzan cada día por carretera la localidad polaca de Medyka huyendo de la guerra. Desde que el pasado 24 de febrero comenzó la invasión rusa, este pueblo de 2.800 habitantes en la frontera entre Ucrania y Polonia se ha convertido en una vía de escape obligada  para mujeres y niños que buscan dejar atrás una auténtica pesadilla. 

A trece kilómetros, en el centro comercial de Przemsyl, está instalado el campamento más cercano a la frontera, adónde son trasladados en autobús y atendidos con medicamentos, comida y ropa de abrigo. Hasta allí, como lo han hecho cientos de voluntarios de todo el mundo, se desplazaron desde Barcelona Álex, Gonzalo e Iván el pasado 17 de marzo, cuando se estaba gestando el bombardeo de Kiev, después de haber recaudado cerca de 10.000 euros a través de una campaña de Bizum y Verse.

Iván, Álex y Gonzalo, en las instalaciones de World Central Kitchen de Medyka. Foto: Álex Veguería.

“Cuando vimos lo que estaba pasando no queríamos quedarnos con los brazos cruzados y nos propusimos ayudar en lo que fuese”, cuenta Gonzalo Fabra, de 26 años y que desde 2018 colabora con la ONG “Guatemala Needs You”. Aunque en un primer momento propuso a sus dos amigos salir con una tonelada de comida que la propia entidad acumulaba en un almacén de Barcelona, decidió desplazarse y conseguir dinero por motu propio. 

En Medyka se encuentra uno de los 330 puntos de distribución de la ONG World Central Kitchen liderada por el chef español José Andrés y que reparte diariamente 10.000 raciones de comida cada cinco minutos, por lo que los suministros de alimentos han dejado de ser una prioridad. Por ello, decidieron esperar a llegar a Cracovia para empezar a buscar farmacias y comprar material. «Los militares salían cada mañana a dejar a Ucrania todo el material, nos daban una lista con los medicamentos que necesitaban e íbamos a comprar», explica Gonzalo. Con el dinero recaudado, desembolsaron 3.683€ en  medicamentos, 1.775€ en alimentos e higiene, 957€ en material médico y 700€ en otros materiales de logística. Además, compraron en Barcelona 500 calentadores para manos y cuerpos, más de 400 torniquetes y 500 mantas isotérmicas para proteger del frío, que por la noche alcanza los menos -10° de temperatura.

Personas refugiadas, de noche en el campamento de Medyka. Foto: Álex Veguería.

En el campamento, militares y voluntarios trabajan de manera autónoma presentándose a lo que se necesite. “A primera vista era un lugar desorganizado, había militares de todo el mundo que en un principio venían a batallar pero terminaron ofreciendo ayuda humanitaria. Al haber mucha gente, enseguida sabías lo que urgía más, ir a comprar, atender a una persona o descargar material”, cuenta Álex Veguería, quien se ofreció para transportar a las personas que llegaban desde la frontera hasta el centro comercial. “Ahí había mucha ayuda y nos dimos cuenta que lo más importante era estar con la gente y sacarle una sonrisa Necesitaban calor humano y es lo que las mujeres y los niños más agradecen”, dice.

Durante el día, el paso fronterizo se llena de gente que viene caminando, y por la noche llegan autobuses con refugiados a una zona más apartada del refugio. Aunque el objetivo de la mayoría es llegar al campamento de día, en las carreteras se forman aglomeraciones y se ven obligados a ir a pie. “La gente no quiere cruzar sola, la mayoría llegan con niños y muertos de frío”, dice Iván Lizana, quien recuerda un momento en especial. En la segunda noche, llegó al campamento una niña de cinco con su madre. Estaba muy cansada, y un voluntario polaco le dió una piruleta. La niña empezó a sonreír y su madre a llorar de emoción. “La inocencia de los niños con todo lo que está pasando, la maldad de Putin destrozando vidas”, dice. Y es que para las familias y especialmente para los más pequeños, la llegada a un refugio después de huir de casa “es un premio que llevan esperando durante días y tras haber caminado, ido en coche y con frío poder sentirse seguros es una felicidad absoluta”.

“La gente no quiere cruzar sola, la mayoría llegan con niños y muertos de frío”

Pese a la buena voluntad que desprenden la mayoría de voluntarios desplazados, hay gente que sabe que en las instalaciones hay dinero de por medio y se aprovechan de ello. “Un hombre nos dijo que tenía una furgoneta con material humanitario y alimentos y no podía cruzar la frontera porque era residente de Suiza y tenía pasaporte ucraniano, y que su familia estaba en Ucrania. Nos pidió que la entrásemos pero en la frontera vieron que tenía el pasaporte caducado. Cuando llegué a Barcelona vi un reportaje de cómo hay mafias se aprovechan de los voluntarios y entonces me di cuenta”, cuenta Álex. Sin embargo esta no es la única situación sospechosa que hay en los campamentos: “Hay ONGs que al llegar te piden dinero para que les ayudes, incluso sabiendo que tú estás ahí de voluntariado. Además, la cantidad de gente que llega y la desorganización en el centro comercial lleva por desgracia a la trata de personas”, concluye.

Sin embargo, todos concluyen en que, a pesar de la dificultad de comunicarse con la gente debido al idioma o las trabas burocráticas que puede comportar participar con alguna organización “es una experiencia que llena muchísimo”. Y es que para los voluntarios, “el rostro de una persona es un idioma internacional, el miedo y la alegría se ven en la cara de los refugiados y eso es suficiente para saber lo qué está pasando”. 

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Óscar Llena

Periodista por vocación. Amante de la vida y del deporte. Persigo historias y trato de contarlas.
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