Actualitat Cinema Sector audiovisual

SEVERANCE y el espejismo de la cultura corporativa

He tenido gente que me ha dicho que se rindieron antes de terminar la primera temporada de Severance, no los culpo. Algunas personas no son buenas esperando, o no aprecian la tensión creciente, quizá por la gratificación instantánea que promueve la tecnología, quiero suponer… o quién sabe qué. Lo que sí veo a mi alrededor es que la gente cada vez presta menos atención real a lo que está viendo: necesitan estímulos constantes, dividen su atención entre la televisión y el móvil, y acaban perdiéndose partes importantes mientras esperan ansiosos que algún suceso llame a gritos su atención. Y luego aún se atreven a decir que la serie es lenta, o peor: mala.

Pero tal vez el problema no sea Severance, sino la forma en que hoy consumimos ficción. Porque esta serie no te mastica nada, sino que mantiene las cosas fuera de la vista, exige conectar los puntos por uno mismo y obliga a mirar con atención. Y eso, precisamente, fue lo que nos enganchó a muchos… y lo que alejó a tantos otros. Lo entiendo. Severance no está hecha para todos, igual que no todos están preparados para verla. Y la segunda temporada lo deja aún más claro.

Después de tres años de espera, Apple TV+ ha estrenado, por fin, su segunda temporada. Y la espera ha valido la pena: los personajes separados, los conflictos sobre el trabajo, la identidad, las corporaciones, el amor… Todo cobra sentido y mucha más fuerza en esta nueva temporada, dando un vuelco de tuerca más a todo lo que vimos en la anterior. Desde aquella premisa inicial tan retorcida —empleados que, tras someterse a la división de su conciencia, se convierten en dos versiones de sí mismos, una dentro del trabajo y otra fuera, completamente ajenas entre sí—, la serie ha evolucionado hacia una exploración emocional mucho más compleja. Si bien la primera temporada se presentaba como el descubrimiento y la infancia de los dentris, los personajes que habitan en el interior de Lumon, esta se podría entender como la adolescencia: más oscura, más compleja, y más dolorosamente consciente de este mundo corporativo occidental.

Los dentris de Bard, Irvin y Dylan contemplando un cuadro / Fuente: IMDb

Y duele. No estoy solo cuando digo que esta temporada resulta incómoda de ver, porque lo es, y no por capricho estético ni por voluntad de provocar, sino porque arrastra consigo el peso de todo lo que se ha ido acumulando, hasta que finalmente explota. Este estallido permite ahondar una de las metáforas más perturbadoras de la serie: los trabajadores como ratas atrapadas en un laberinto corporativo. Una metáfora que aparece martillada a través de una puesta en escena milimétrica y opresiva: líneas verticales que encierran, techos bajos que aplastan, encuadres que asfixian… Y lo más perturbador es que, dentro de ese encierro visual, cuesta no verse reflejado.

Es precisamente a través de este laberinto visual y emocional que Severance conecta con una inquietante reflexión generacional. A ojos de esta metáfora, parece que los jóvenes, aún cargados de ilusión, somos los dentris, mientras que los adultos, ya domesticados por la lógica del mundo laboral, los fueris. Basta con observar las sesiones del dentri de Dylan con la mujer de su fueri: esa mirada de envidia al ver que su dentri todavía conserva la ilusión… te rompe por dentro. Y no solo por él, sino por lo que revela de la lógica corporativa. De forma similar sucede con Helena, quien intenta suplantar su dentri, Heli R, al ver que ha descubierto el amor y una emoción vital que ella no encuentra ni en el mundo real.

Sesión del dentri de Dylan con la mujer de su fueri / Fuente: IMDb

La constante lucha por recuperar lo perdido —la emoción, la humanidad— se enfrenta al empeño de Lumon y las corporaciones por arrebatárnoslo. Lo deja claro la señorita Juan, esa niña a quien la empresa le ha comido la cabeza: “No deberían tener funerales, porque les hace sentir personas”. Pocas frases en la serie golpean tan fuerte. Porque sí, puede que a ojos de la empresa los dentris sean vistos como herramientas antes que personas. Pero percibirlas así, cuando te están demostrando que sufren, que sienten, y que, por tanto, son personas, es durísimo.

Y aunque se quiera desdibujar de sus malas praxis, tras el caos de la temporada anterior, Lumon logra lo que muchas empresas en la vida real: convertir una revuelta en una oportunidad corporativa. En esta temporada, Lumon vende “bienestar” como fachada, una promesa hueca que disfraza con discursos amables, nuevas recompensas… Pero el cuadro amenazante en la entrada, deja claro que el cambio es solo decorado, que la estructura de poder permanece intacta y la sumisión sigue siendo la norma. Todo
mientras desarticula al equipo de Mark, como si supiera que dividirlos es la forma más efectiva de debilitarlos. Y es que Lumon lo sabe bien.

La señorita Juan delante del nuevo cuadro de Lumon / Fuente: IMDb

La humillación de Dylan al buscar trabajo resalta aún más esta lógica perversa: es completamente idéntico al reclutador, en su simbología: perfectamente intercambiable. Y es rechazado por estar “separado”, un reflejo de cómo todo cambio genera miedo y, por ende, rechazo. Lo más aterrador, sin embargo, es el dilema ético subyacente: dejar el trabajo equivale a matar a tu dentri, un concepto que va más allá de la pantalla y revela cómo las corporaciones infunden miedo para hacer creer que fuera de ellas solo existe el vacío. Un vacío que, en el fondo, es el precio de la sumisión al sistema.

El fueri de Dylan en una entrevista de trabajo / Fuente: IMDb

En este ecosistema de pasillos interminables y conciencias partidas, Severance, en su segunda temporada, ya no se limita a construir una distopía corporativa: la desnuda. Se convierte en un espejo incómodo que refleja, con gran precisión, las lógicas perversas del mundo laboral contemporáneo. Bajo su estética pulcra y su frialdad, late una verdad incómoda: no somos tan distintos de los personajes que habitan Lumon. También nosotros compartimentamos nuestras vidas, soportamos estructuras que nos reducen a funciones, y aceptamos sin rechistar entornos que borran lentamente lo que nos hace
humanos.

La serie nos lanza una pregunta que no se resuelve con créditos finales, sino que nos persigue: ¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Porque la mayor violencia de Severance no es explícita, sino estructural: mostrar cómo una empresa puede apropiarse del tiempo, del cuerpo, de la conciencia y, aún peor, del relato de libertad. Tal vez lo más perturbador de la serie no sea la distopía, sino lo familiar que resulta.

Imagen destacada: Mark en el ascensor de Lumon / Font: IMDb

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *