Hilda Farfante: «La Transición nos traicionó, hizo una canallada con nuestros muertos»

Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) es hija de maestros republicanos fusilados en 1936.
Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) es hija de maestros republicanos fusilados en 1936.
Entrevistas
(22/12/2014)

Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) perdió a sus padres cuando tenía cinco años. Ambos eran maestros republicanos. Su madre, Balbina Gayo Gutiérrez, fue detenida el 9 de septiembre de 1936 por las tropas falangistas cuando iba a abrir la escuela que dirigía, un centro del municipio asturiano de Cangas del Narcea donde también trabajaba el padre de Hilda, Ceferino Farfante Rodríguez, que fue apresado al día siguiente, cuando fue a preguntar por su mujer. Ese mismo día mataron a los dos. Ella está enterrada en una cuneta. A él lo tiraron por un barranco. Son desaparecidos. Dejaron tres hijas pequeñas que fueron separadas, cada una con un familiar. Desde entonces, Hilda quedó a cargo de su tía Guillermina, también maestra. Con solo nueve años, ya ayudaba a su tía a dar clase. Estudió bachillerato y, después, Pedagogía. Ha sido maestra y directora de escuela.

Hilda tuvo que convivir con el miedo y la necesidad de ocultar su historia desde pequeña. Tras 65 años de silencio, dedica su vida a la recuperación de la memoria histórica y pide justicia para los asesinados durante la Guerra Civil y la dictadura. «Que haya una reparación pública, al menos un reconocimiento de lo que pasó», reclama. Su testimonio se incluye en el documental Las maestras de la República, dirigido por Pilar López Solano. El film, que el año pasado ganó el Goya al mejor documental, recupera el legado educativo que dejaron esas maestras, aún vigente hoy día. Hilda visitó el pasado 19 de noviembre la Universidad de Barcelona para presentar este documental y explicar su testimonio, dentro del ciclo «Solidaridad, Cine y Memoria» que organizó la Fundación Solidaridad UB.

 

Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) es hija de maestros republicanos fusilados en 1936.
Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) es hija de maestros republicanos fusilados en 1936.
Entrevistas
22/12/2014

Hilda Farfante (Cangas del Narcea, 1931) perdió a sus padres cuando tenía cinco años. Ambos eran maestros republicanos. Su madre, Balbina Gayo Gutiérrez, fue detenida el 9 de septiembre de 1936 por las tropas falangistas cuando iba a abrir la escuela que dirigía, un centro del municipio asturiano de Cangas del Narcea donde también trabajaba el padre de Hilda, Ceferino Farfante Rodríguez, que fue apresado al día siguiente, cuando fue a preguntar por su mujer. Ese mismo día mataron a los dos. Ella está enterrada en una cuneta. A él lo tiraron por un barranco. Son desaparecidos. Dejaron tres hijas pequeñas que fueron separadas, cada una con un familiar. Desde entonces, Hilda quedó a cargo de su tía Guillermina, también maestra. Con solo nueve años, ya ayudaba a su tía a dar clase. Estudió bachillerato y, después, Pedagogía. Ha sido maestra y directora de escuela.

Hilda tuvo que convivir con el miedo y la necesidad de ocultar su historia desde pequeña. Tras 65 años de silencio, dedica su vida a la recuperación de la memoria histórica y pide justicia para los asesinados durante la Guerra Civil y la dictadura. «Que haya una reparación pública, al menos un reconocimiento de lo que pasó», reclama. Su testimonio se incluye en el documental Las maestras de la República, dirigido por Pilar López Solano. El film, que el año pasado ganó el Goya al mejor documental, recupera el legado educativo que dejaron esas maestras, aún vigente hoy día. Hilda visitó el pasado 19 de noviembre la Universidad de Barcelona para presentar este documental y explicar su testimonio, dentro del ciclo «Solidaridad, Cine y Memoria» que organizó la Fundación Solidaridad UB.

 

La II República fue una época que apostó por la educación y cambió la imagen de la mujer. Su propia madre, por ejemplo, llegó a ser directora de escuela, algo impensable años atrás.

¡Pienso tanto en ella ahora! Pienso que, a sus 35 años, consiguió mucho en la vida, a pesar de proceder de una familia muy humilde. En un tiempo en que las mujeres no podían ni cortarse el pelo, mi madre consiguió todo: ser independiente, estudiar una carrera, casarse con el hombre al que amaba, trabajar y llegar a ser directora de colegio. Era muy difícil en aquella época que una mujer mandara a otros hombres, y ella lo hizo. Además, en la escuela no solo enseñaba a niños y niñas, sino también a hombres y mujeres.

Recuerdo una fotografía de mi madre dando clase a adultas. Se la ve haciendo punto con mi hermana Berta, y las alumnas mayores que están con ella también tienen a sus hijos de siete u ocho años al lado. Se ve que para que las mujeres fueran a clase, ella les dejaba ir con los hijos. Y en el reverso de la imagen, se puede leer una anotación de mi madre donde explica que, para convencerlas de que fueran a aprender a leer y a escribir, primero había que enseñarles a hacer patucos. Mi madre siempre quiso compartir lo que era la casa, la familia, con su trabajo. Ella, su trabajo, jamás lo descartó. Ya ves, la mataron porque fue ella a abrir la escuela.

 

Personas como sus padres protagonizaron un verdadero cambio en el sistema educativo de aquellos años. ¿Cuáles fueron los logros más importantes de aquella época?

Mis padres no pertenecían a ningún partido político, pero dieron un salto tan grande, modernizaron la educación con tantos proyectos… ¡Qué poco les duró y qué caro lo pagaron! Siendo mi madre directora, habían creado un Centro de Colaboración Pedagógica que, como el Concejo de Cangas del Narcea era muy grande, juntaba a más de cien profesores de aldeas chiquititas. Se reunían una vez al mes y, en julio de 1935, organizaron una Semana Pedagógica. También crearon la cantina escolar, la biblioteca escolar… Muchas veces explico que yo tardé más de cuarenta años, siendo ya maestra y directora en Madrid, en volver a hacer una reunión de maestros.

 

Todo se trunca con la Guerra Civil y el asesinato de sus padres. A pesar de todo, decide dedicarse a la enseñanza como ellos. ¿Por qué?

Yo no tengo el recuerdo de haber entrado en la escuela, porque, de hecho, nunca he salido de ella. Nací en una escuela rural, de esas que tenían la vivienda arriba y abajo las clases de mi madre y mi padre. Hasta que ocurrió «el espanto», como lo llamo yo. Tenía cinco años. Después de aquello, viví con mi tía Guillermina, que también era maestra. Como estaba señalada, tuvo el acierto de coger a párvulos para no tener problemas, y yo la ayudaba a dar clase desde muy pequeñita, con tan solo nueve años.

 

¿Cómo era ser profesora durante el franquismo?

Como alumna, me tragué toda la escuela del nacional-catolicismo enterita. ¿Cómo era aquella escuela? Bueno, yo no conocía otra. Después, con el paso de los años, te das cuenta y piensas: «¡Qué escuela hemos tenido, solo de adoctrinamiento!». No nos enseñaban a pensar, a debatir, a nada.

Como profesora, he tenido mucha ilusión, me ha gustado mucho la escuela. Pero durante los cuarenta años de dictadura, la educación reposaba en un auténtico desierto. Y teníamos tanto miedo a hablar… Recuerdo que entablé amistad con una compañera que también era maestra en la misma escuela que yo en Madrid. Estuvimos cerca de dos años puerta con puerta, saliendo al recreo, hablando de nuestros hijos, de biberones, de todo. Un día, escuché decir a la directora de la escuela: «Yo he sido directora en la cuenca minera, en Asturias, y a casi todos mis alumnos les habían matado a los padres por rojos, fíjese qué gentuza sería». Yo, que entonces estaba embarazada, hice como que me ponía mala, salí y fui al último rincón a gritar. Mi compañera salió detrás de mí y me preguntó qué me pasaba. Yo le expliqué que no podía aguantar oír eso, porque a mis padres los habían matado. Y ella me confesó que también habían asesinado a su padre, que era maestro, y a sus dos hermanos de 26 y 27 años. Teníamos a cinco muertos encima, llevábamos dos años juntas y no nos lo habíamos dicho nunca. Siempre silencio y más silencio. ¿Qué se puede construir sobre el silencio y la mentira? Nada más que chapuzas.

 

En 1975 Franco muere, pero el cambio tarda en llegar. Usted explica que uno de sus mayores logros fue conseguir que dejase de ser obligatorio cantar el Cara al sol en la escuela que dirigía en Madrid… ¡en 1981!

Sí, aquel colegio son las Escuelas Aguirre, una institución muy antigua que fue la primera escuela creada para niñas pobres en Madrid. Era municipal, del Ayuntamiento, no era nacional, lo que quiere decir que no accedíamos a ella todas las maestras que habíamos entrado por oposición, sino los maestros que designaba a dedo el Ayuntamiento. La primera vez que propuse celebrar el Carnaval allí, ya en 1980, me acuerdo que una profesora se metió con los niños en clase, cerró las persianas y empezó a rezar el rosario porque los demás estábamos disfrazados en el patio con los niños, divirtiéndonos. Eran franquistas y seguirán siéndolo. Cuando uno no quiere saber, no sabe.

 

Actualmente, vivimos una época de recortes que hace peligrar el trabajo realizado por las maestras republicanas hace más de setenta años y su defensa de la escuela pública. ¿Cree que hemos retrocedido en los últimos años?

El paso de la escuela de la República a la escuela del franquismo fue algo horrible, un retroceso tremendo. Pero por suerte nos hemos ido recuperando poco a poco. A pesar de lo que dicen los informes, yo no creo que la escuela esté tan mal. Se había avanzado con mucho trabajo. Sin embargo, ahora, con tantos recortes se está perdiendo muchísimo y es una pena. Fíjate: ese pin que llevan los de la Marea Verde que dice «Escuela de todos y para todos», yo creo que lo podría haber llevado exactamente igual mi madre en su capelina, porque todavía hoy se persigue lo mismo que buscaban aquellas maestras de la República. La escuela pública necesita dinero y apoyo, no necesita zancadillas. Sin educación no hay democracia, y tenemos que defenderla.

 

Tras un silencio de 65 años, trabaja activamente en la recuperación de la memoria histórica y reclama que se arroje luz sobre los crímenes del franquismo.

La Transición nos traicionó, hizo una canallada con nuestros muertos. Y yo llevo quince años gritando para explicar la vida de mis padres, para que dejen de ser invisibles. Su historia se tiene que saber. No podemos pasar página como si no hubiera pasado nada, no podemos permitirlo.Tengo una amiga, Marisa Peña, que me escribió un verso muy bonito que dice: «Mientras que yo tenga voz, hablaré de mis muertos. Mientras que yo tenga voz, no han de callar mis muertos». Hay que seguir hablando de ellos. No hay que llorar, hay que hablar y contar.

Lamentablemente, el franquismo nunca se fue y sigue gobernándolo todo. Es una vergüenza que seamos el segundo país, después de Camboya, con más fosas comunes del mundo. Eso lo tienen que saber los jóvenes y las próximas generaciones. Es necesario que se sepa toda la verdad. Tenemos una cuenta pendiente con la historia, con nosotros mismos y con nuestros muertos. No podemos volver atrás.

 

¿Cree que se llegará a recuperar la memoria histórica?

Sí. Este viaje a Barcelona me ha dado muchas esperanzas. Se ha creado un ambiente, un sentimiento colectivo de que hay que reparar aquello, y yo creo que se hará. Llevo tantos años gritando para que se sepa aquella infamia, que no quede en el olvido y tenga condena… Decía Saramago: «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir». A mí esto es lo que me ha traído hasta aquí, siendo feliz.