Martín Caparrós: «Que entre 800 o 900 millones de personas pasen hambre no es un error del sistema, sino la forma en que el sistema está organizado»

Martín Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.
Martín Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.
Entrevistas
(04/06/2015)

El último proyecto del historiador, escritor y periodista Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) le ha llevado a recorrer la India, Bangladés, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos y España. El resultado de esta investigación ha sido El Hambre, un ensayo en el que trata de entender uno de los problemas globales más importantes del ser humano a través de los mecanismos que lo originan en cada país y las personas que lo sufren. Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.

Martín Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.
Martín Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.
Entrevistas
04/06/2015

El último proyecto del historiador, escritor y periodista Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) le ha llevado a recorrer la India, Bangladés, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos y España. El resultado de esta investigación ha sido El Hambre, un ensayo en el que trata de entender uno de los problemas globales más importantes del ser humano a través de los mecanismos que lo originan en cada país y las personas que lo sufren. Caparrós ha sido uno de los ponentes del Ciclo de Conferencias del Máster de Estudios Internacionales (MEI) de la UB, que este año conmemora el 25 aniversario de su creación.

 

¿Ha conseguido los objetivos que se planteaba al comenzar a escribir el libro?

Sería fatuo pensar que uno puede conseguir sus objetivos en un libro que trata del problema más grave y vergonzoso que tiene la humanidad en este momento: el hecho de que cientos de millones de personas no coman lo necesario. Lo que intentaba e intento es hacer lo posible para que miremos menos para otro lado y nos hagamos menos los tontos frente a este problema que me parece el más grave al que nos enfrentamos.

¿Cómo se plantea el reto de escribir este ensayo?

Llevo entre veinte y treinta años haciendo periodismo sobre temas sociales y políticos, y a lo largo de mi carrera me he encontrado con este tipo de cuestiones. He tratado temas que tienen que ver con el hambre y con la desnutrición muchas veces, pero lateralmente. En este caso, el problema era ver cómo podía hacer para situar el hambre como centro de la investigación. Finalmente, la estructura que me ha servido es explicar los distintos mecanismos que tiene el hambre. Llamamos hambre a una cosa que funciona de manera diferente en distintas situaciones, en distintos países y en distintos contextos. Se me ocurrió centrar el relato en ocho o diez países en cada uno de los cuales funciona un mecanismo distinto, y contar cómo y por qué se producen esos mecanismos y qué les pasa a las personas que los sufren.

Sorprende que entre estos países aparezca Estados Unidos…

Fui a Estados Unidos porque quería ver cómo funcionaba la Bolsa de Chicago, en la que se definen los precios globales de la materia prima alimentaria. Allí me encontré con la sorpresa de que, solo en la ciudad de Chicago, 500.000 personas viven en lo que llaman inseguridad alimentaria. Es decir, que no saben de dónde van a sacar sus próximas comidas. Entonces recurren a la asistencia del Estado o de asociaciones privadas que tienen comedores o distribuyen alimentos. Esto fue una sorpresa importante. Que en el país más rico del mundo haya 45 millones de personas que reciben asistencia alimentaria es curioso y es una muestra más de la desigualdad extrema con la que se organizan nuestras sociedades.

Al final del libro es crítico con la España de la época de bonanza.

Terminé de escribir el libro en Barcelona y se me hacía de algún modo necesario mirar alrededor y ver qué estaba pasando respecto a la desnutrición allí donde estaba trabajando. En España el hambre se consideraba algo totalmente ajeno, y lo que se hacía era ayudar a los pobres africanos, asiáticos o latinoamericanos que no comían suficiente. Con la crisis, esa ayuda baja al 60 o 70 %, ya que es lo primero que se recorta cuando ya no hay tanto dinero. A prácticamente nadie le importa que no se den ayudas; puesto que no es un tema electoral ni que complique la subsistencia de ningún partido. Y poco a poco pude comprobar cómo cada vez más españoles empezaban a darse cuenta de que no era solo un problema de asiáticos y sudamericanos; sino que había una cantidad significativa, pero difícil de conocer, de personas que no comían lo que necesitaban. Uno de los datos más curiosos sobre el tema es que no hay datos. Como existía la idea de que la desnutrición era algo que no podía suceder aquí, el Estado no se encarga de producir información sobre ello, que es lo primero que se necesita para trabajar sobre la cuestión. Es curioso que si buscas en Internet las palabras España y hambre, aparecen las opciones que existen en España para donar dinero a otros países, pero no sale nada de los chicos que tienen que comer en la escuela porque no tienen para hacerlo en casa.

¿Todo este proceso le ha servido para apuntar soluciones?


Soluciones es mucho decir, me ha servido para entender el fenómeno. No soy yo quien puede proponer soluciones; pero sí me queda claro algo que quizás sea desalentador: el hecho de que 800 o 900 millones de personas pasen hambre en el mundo no es un error del sistema, sino que es la forma en que el sistema está organizado. Es lo propio de un sistema global en el que la producción de alimentos, que es mucho mayor de lo que necesitamos, no está dirigida a que comamos todos, sino a que los más ricos coman todo lo que necesitan y mucho más, y despilfarren y tiren. Mientras el orden económico mundial siga favoreciendo este tipo de producción, esto va a seguir sucediendo. Y el problema no se arregla mandando unas bolsas de comida cada tanto o haciendo pequeños actos de caridad. Es un problema estructural y la solución tiene que serlo también.

¿Cree que existe una voluntad de mantener el hambre en el resto del mundo?

No es que lo busquen; es que ni siquiera les importa, ni lo piensan. Cuando un señor en la Bolsa de Chicago especula con el precio futuro del maíz y lo hace subir un 8 %, no lo hace para que después en Guatemala los campesinos no puedan comer a causa de esta subida de precios. Lo hace para ganar millones de dólares. Si después hay un campesino que pasa hambre, no le importa. Y el sistema está organizado de tal manera que esto sea lícito y que el objetivo de ganar dinero pueda cumplirse sin ningún inconveniente, aunque a raíz de eso haya después miles y miles de personas que pasen hambre.


¿Se pueden definir culpables de esta situación?

Los que manejan el mundo, los grandes políticos, los grandes empresarios y los que tienen el poder. Lógicamente es una forma de estructurar el mundo que está hecha en beneficio de aquellos que lo manejan. Esos son los culpables. Y por supuesto somos millones de cómplices. Todos los habitantes de los países ricos somos más o menos cómplices en alguna medida; pero una cosa es ser cómplice y otra el que se beneficia del asunto.